Cuaderno de bitácora de papi – Semana 38

ANTECEDENTES INMEDIATOS Mucha ilusión ante la cuenta atrás final. Ahí andamos… Carrito de Ikea montado, nueva sillita de coche (esta con Isofix) encargada, todo listo. He colocado una silla Grupo 0 prestada por Mamámedusi por si el niño se presenta “ya de ya”. Y he intentado colocar los espejos de Ikea en el cuarto del […]

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Los paparrachos y las playas vírgenes

Este puente del 1 de mayo lo hemos pasado en Cabo de Gata. Era nuestra primera vez allí (aunque llevábamos tiempo queriendo ir ante tanta maravilla escuchada) y vimos muchas cosas como para recoger la experiencia en un post. Lo que sí da para una entradilla en este irregular blog fue nuestra primera experiencia con […]

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El Hombre Invisible: mi versión

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Últimamente me he sentido sólo. Pero no a causa de mi familia, ya que con mi esposa siento que las cosas algunas veces van bien y a veces muy mal, pero al menos creo que intentamos salir a flote a través de un diálogo abierto de intento y error, discusiones y reconciliaciones que van haciendo que nos percatemos de nuestras diferencias y similitudes y la forma en que podemos aprovecharlas sin caer en intolerancia, llegándolas a aceptar y hasta disfrutar.

Cuando mi esposa me habla sobre las pláticas que tiene con muchas mujeres como su madre, hermana, primas, amigas y hasta alguna que otra desconocida, sobre temas muy importantes y en los que algunas veces, sino es que muchas, aparezco; siento que hay algo que me está faltando, una ventaja que algunos tipos de mujeres, no todos, tienen sobre algunos tipos de hombres, no todos.

Tras leer un artículo denominado “El Hombre Invisible” de la revista Rebel, me di cuenta de qué era exactamente lo que significaba ese sentimiento de soledad.

“El silencio y la invisibilidad son temas penetrantes en la vida de los hombres y existe una poderosa contradicción en el corazón de todo esto,” explica el especialista en investigación psicológica el Dr. Michael Addis. “En una mano, los hombres son escuchados y vistos con gran facilidad en nuestra sociedad. En la otra mano, la masculinidad de un hombre tiende a ser medida en gran parte por su habilidad para hacer que sus logros sean vistos y escuchados grandemente al mismo tiempo que mantiene su vida interior oculta en el silencio, invisible.”

De acuerdo con el Dr. Addis, este último fenómeno ocasiona daños substanciales en las personas que rodean al sujeto, como su esposa e hijos y hasta otros hombres como su padre, hermanos y amigos.

“Cuando el hombre esconde sus vulnerabilidades en lugar de hablar sobre ellas abierta y directamente, estas se filtran y emergen en forma de otras cosas que resultan muy destructivas, tales como el suicidio, ira, depresión, abuso de sustancias, violencia y otros,” agregó Addis.

Cuando leí artículo me di cuenta de qué pasaba, cuando me encontraba con otros hombres no tenía la capacidad ni la oportunidad de hablar de temas que a diario dan vueltas en mi cabeza, que a veces me quitan el sueño y otras tantas simplemente son mis mismos sueños. Podría ser el caso que esto me sucediera con mi esposa; sin embargo, con ella he crecido en cuestión de confianza y amor afortunadamente y al mismo tiempo con ella, en algunos otros temas, aún soy en parte ese hombre invisible. 

Los hombres, o al menos yo para este caso en particular, estamos enfrascados en un diálogo interno, o mas bien un monólogo de lo que pudiera ser de nosotros, que nunca emerge y que guarda su distancia dando espacio a pláticas muchas veces mundanas como el fútbol, la música, el trabajo, nuestros hobbies y nuestra carrera de vida.

No es que crea que esto no es importante, porque muchas veces, como por ejemplo el trabajo, son ese tipo de cosas las que nos están quitando el sueño y nos deprimen y nos convierten en ese hombre invisible.

Sin embargo, la conversación que llega a darse es muy superficial o nula; en algunos casos y con personas indicadas llega incluso a abordar los temas importantes pero más que intentar hallar una solución o un consuelo al hablarlo con alguno de nuestros iguales “hombres”, nos lleva a una situación como de queja y reclamo únicamente, que no instruye ni construye, no edifica ni permite la auto reflexión.

El problema es que al final nunca llegas a conocer realmente a otro hombre, por lo que llegas a la conclusión de que no hay otros como tú, confundidos, solitarios, miedosos, sedientos de amor y perdón, enojados y deseosos de descargar su ira. Llegas a pensar que eres un bicho raro en un mundo en el que tal vez nunca aprendiste a ser suficiente hombre como ellos. No sabes qué equipos de fútbol van a la punta de la tabla general, no sabes cuál es la historia de la música y grupos legendarios como los Beatles, no fumas o bebes alcohol, no dices groserías o “mientas la madre” a los cuatro vientos; en fin, no sabes ser “hombre” y esto te hace sentir mal y aleja aún más.

Y es que este es mi caso en particular, un caso en el que crecí de forma diferente, en el que tomé decisiones y adopté hábitos, en el que también reconozco que existe un círculo en el que muchas veces me siento identificado (el científico y tecnológico, el de padre y esposo) y tengo miles de temas de conversación, opiniones e ideas, discusiones y en los que puedo apasionarme y dejarme llevar; pero el problema no es el tipo de hábitos o la clase de hombre a la que pertenezco o el tipo de círculo en el que me gusta estar, sino que cada uno de nosotros tiene su caso en particular y este lo hace sentirse inseguro de sí mismo encerrándolo en una soledad inmensa.

Cuando nos enteramos de que estábamos esperando a nuestra primera hija en Agosto del 2011, recuerdo haber tenido todo tipo de emociones y miedo cada noche, pensando mil cosas. Hablaba con mi esposa y eso me reconfortaba pero necesitaba de la voz de uno de mis “iguales” que supiera lo que se sentía estar en mi lugar. Sin embargo, no lo busqué, no lo encontré, nadie se presentó.

Recuerdo que teníamos que hacer los preparativos para el nacimiento de nuestra bebé. Nuestro estilo de vida en ese entonces, nos llevó a Estados Unidos donde por complicaciones y suerte, mala o buena no lo sé, nos vimos obligados a tenerla allá. Había tanta incertidumbre, no sabía que nos iba a estar esperando y aún más, no sabía si lo lograríamos. Estar en otro país donde no se habla el mismo idioma, no se tienen las mismas costumbres y donde sabes que estarás solo experimentando una de las etapas más importantes de tu vida, me tenía aterrado y necesitaba valor, necesitaba quien me dijera que podía lograrlo, que todo estaría bien y que podía proveer a mi familia de todo lo que iba a necesitar.

Y no es que no existiera alguien con quien pudiera contar, estaba rodeado por muchas personas que me aman y que sin dudarlo hubieran hablado conmigo, pero parece ser que los hombres tendemos a esperar a que el otro tenga la iniciativa al momento de hablar de acercamientos, tendemos a esconder lo que sentimos pensando que no es necesario decirlo fuerte y claro al resto sabiendo que tal vez ya lo saben, creyendo que no necesitamos una conversación sincera y evitándola porque resulta incómodo llorar frente a otro, porque creemos que no les interesa, porque creemos que si nos abrimos perderemos esa imagen que nuestra vida aparenta en fortaleza y bienestar, porque sentimos que seremos juzgados por lo que estamos haciendo o dejando de hacer, porque nuestra vida tiene que ir “bien” como la del resto de nuestros iguales en esta carrera en la que todos posan y aparentan felicidad, porque nos da flojera y nos molesta lidiar con este tipo de sentimientos y no queremos que se repita tan incómoda situación de nuevo, porque creemos que se nos pasará y regresaremos a retomar nuestra vida; en resumen, queremos ser más prácticos y pasar al siguiente tema en esta carrera que se llama vida.

Con nuestro segundo hijo, repetimos el viaje y el temor y miedo también quisieron repetir. Estando allá, encontramos mucha ayuda y como parte de esta, comenzamos a asistir a reuniones prenatales en donde se nos habló sobre lo que estaba pasando con el bebé, el embarazo y lo que vendría después, pero muchas de esas cosas ya las sabíamos.

Todas las parejas ahí presentes éramos de origen latino, al observarlas me daba cuenta de que había un factor común (jajaja, no que éramos latinos), el miedo y la incertidumbre. Veía el rostro de los hombres ahí sentados escuchando sobre cómo es que se puede elegir entre un parto natural y una cesárea, inducción y epidural, sobre la posición de la mujer durante el parto, el famoso “4-1-1”; y me daba cuenta de que el problema no era que no supiéramos todo y eso y que eso mismo nos llenara de terror, sino que había dolor y miedos más profundos dentro de nosotros, más antiguos que los que esta nueva experiencia nos estaba dando.

Lo peor era que estas preocupaciones no eran las que se estaban abordando en el grupo prenatal al que asistíamos mi esposa y yo.

“En lugar de eso, estábamos hablando de lo que podíamos hacer para ayudar a nuestra pareja durante el proceso de parto,” explica Addis en su relato, muy parecido al mío y quien asistió también a este tipo de reuniones prenatales. “En otras palabras, estábamos reestableciendo y adoptando el rol de ‘proveedor y sostén’, y en el proceso, todos ya habíamos aceptado voluntariamente que hablar de lo que nosotros, como hombres, estábamos experimentando y sintiendo, estaba fuera de lugar y no era algo relevante.”

“No me malinterpreten,” agrega Addis. “El proceso de dar a luz a un bebé es extremadamente estresante para la mujer, pero estoy muy seguro de que muchos, sino es que todos los hombres, se sienten inútiles y preocupados durante el proceso del parto, y que virtualmente no contamos con herramientas para lidiar con ello. Animando a nuestras parejas diciéndoles ‘respira, respira, respira, 1, 2, 3, 4, 5, …’ durante el parto sólo nos ayuda a sentir que hacemos algo, y al final por lo que sé, hacer esto es de muy poca o ninguna ayuda para ellas.”

Estando en Estados Unidos, maduré en muchas cosas teniendo que hablar en otro idioma sobre cosas que nunca había escuchado antes e indagando cómo lograríamos lo que nos proponíamos. Con nuestra experiencia allá en Estados Unidos, me di cuenta de que el mundo puede ser tan suave y amable y al mismo tiempo duro y devorarte de una sola vez. En un momento puedes pensar que estás ganándole el juego a la vida y al otro sentir que has perdido todo y que nunca tuviste todas las respuestas ni la fuerza para llevar a cabo lo que querías.

Sinceramente, nunca me he visto como un hombre “hecho y derecho”, más bien siempre me he visto y siento que los demás me han visto, como un niño que juega a ser adulto. Cuando veo a otros, los veo fuertes y experimentados, y olvido que tengo 31 años y olvido todo lo que he hecho y la forma en que he luchado para sacar adelante a mi familia y que al final, y que en realidad, es lo que sí me convierte en un verdadero “hombre”.

Estando allá estuvimos a punto de quedar en la calle, mi esposa embarazada y con nuestra hija de 2 años. Sucedió un pequeño accidente en el lugar donde estábamos quedándonos y todo el lugar quedó lleno de agua (como saben, los apartamentos y casas allá son un 50% madera y otro 50% paneles). Por lo que tuvimos que salirnos de ahí y buscar otro lugar. Pero los procesos para encontrar un apartamento son muy tardados y requieren mucho papeleo. ¿Por qué no conté esto a otros? Por mi falta de capacidad para hablar, porque no supe cómo, porque no quería reconocer que era débil mientras que el resto mostraban vidas de éxito y providencia y por miedo a que me juzgaran, que me reprocharan que debí ser mejor “proveedor” y evitar caer en esa situación, que debí ser más cuidadoso y precavido con esta y otras cosas. Al final, los otros pensarían: Si sabía que sería complicado, ¿por qué llevar a mi familia a una situación así? En este mundo, en lugar de preguntar la razón e intentar entender las causas o conocer el corazón de las personas, se juzga y reprueba lo que uno intenta hacer como amigo, hijo, hermano, padre y esposo. Ahí el silencio es donde tiene tanto poder y da espacio a la incertidumbre que lleva al mismo tiempo a malinterpretar a las personas y nunca llegar a conocerlas y amarlas de verdad.

Lo que yo necesitaba en ese momento era alguien que me dijera qué hacer, alguien que me dijera que lo lograría o alguien que me escuchara, pero temía que no fueran las palabras que escucharía y opté por cargar sólo con esta aventura y mantenerlo en silencio como muchas otras cosas que he vivido, como el hecho de que en alguna ocasión mi esposa y yo fuimos a caer en un problema existencial y entregamos toda nuestra vida durante 7 años creyendo que la forma en que vivíamos era lo correcto y que así yo podría cambiar esto a lo que yo llamaba “hombre” para bien (e incluso llegué a pensar que cambiaría al mundo entero). Pero esa es otra historia, otro silencio, el cual espero poder romper también muy pronto.

De acuerdo con el Dr. Addis, existen tres tipos de silencio que son tan comunes en nuestra vida que rara vez nos percatamos de ellos a pesar de la penetrante influencia que tienen sobre nosotros.

El silencio privado ocurre cuando los hombres en realidad saben qué está pasando en su vida pero deciden guardárselo para sí mismos. Este silencio ha sido celebrado y alabado por la sociedad por mucho tiempo como un indicador de que se posee una verdadera “hombría”.

El silencio personal mantiene a muchos hombres lejos de conocer qué es lo que están sintiendo o pensando en verdad, en momentos de vulnerabilidad; en efecto, estos pensamientos y sentimientos son silenciosos e invisibles para ellos mismos.

El silencio público, ocurre cuando otros nos hacen saber que debemos mantener nuestras vulnerabilidades al margen. El silencio público no es necesariamente un proceso intencional o consciente.

Addis explica que la vulnerabilidad en el hombre es vista con vergüenza dentro de la sociedad, y como resultado, los hombres no pueden evitar estarse callando unos a otros de forma pública.

En el relato de Addis, él explica que en la última sesión prenatal, los instructores dividieron el grupo en mujeres y hombres. Los hombres fueron llevados a otra habitación y ahí se les pidió que hablaran sobre sus sentimientos.

“En serio, si quieren pueden hablar más sobre fútbol americano y si les da tiempo, un poco sobre sus preocupaciones y esas cosas,” dijo la instructora al grupo antes de abandonar el cuarto donde se encontraban todos en medio de un silencio incómodo.

“Sin querer, ella estaba silenciándonos públicamente. Entonces, reímos nerviosamente todos, nos volteamos a ver rápidamente unos a otros y comenzamos a discutir cómo les estaba yendo a los Patriotas de Nueva Inglaterra en la liga de fútbol americano,” agregó Addis. “¿Qué otra cosa habríamos podido hacer en ese momento? Entonces, minutos antes de que terminara la reunión, uno de nosotros nos recordó que debíamos hacer la lista sobre las preocupaciones para entregarla a nuestra pareja. Desafortunadamente, nunca tuvimos ese momento en el que habríamos podido reconocer nuestros miedos reales.”

Addis agregó que de haber tenido este tiempo, su lista habría sido algo como: “¿Qué tal que no fuera capaz de manejar el proceso de parto y tuviera que abandonar el cuarto? ¿Mi esposa pensará menos en mí, me amará menos? ¿Qué tal que la apariencia de mi esposa dando a luz es tan físicamente perturbadora que afectará qué tan atractiva podría resultar para mí en el futuro? ¿Y si ella estuviera sintiendo tanto dolor que yo no fuera capaz de ayudarla? ¿Y si no soy capaz de ayudarla, qué tal y fallo en ese momento? ¿Y si no siento que amo a nuestro bebé en cuanto lo vea? ¿Qué significaría eso? ¿Y si mi pareja e hijo mueren durante el parto?”

“Estos eran miedos reales, miedos silenciados,” agrega Addis.

Como todo ser humano, los hombres necesitamos conexiones en nuestra vida; necesitamos ser capaces de compartir nuestras experiencias y buscar ayuda y apoyo cuando las cosas se ponen difíciles.

Ser parte de una comunidad de experiencias compartidas refuerza y nos hace ver que no estamos solos en estos problemas. De hecho, por ello cree un grupo en Facebook para padres u hombres que están por convertirse en padres. Porque yo necesitaba, y creo que los demás también necesitaban, ese espacio donde pudiéramos hablar de estos miedos y ver que todos los tenemos. Sin embargo, también llego a notar apatía y estos “silencios” dentro del grupo, casi puedo verlo tal como si estuviéramos todos sentados en sillas formando un círculo y hablando de fútbol o guardando silencio.

Pero la forma en que continuamos enseñando a nuestros hijos lo que la virilidad realmente es, hace que la búsqueda y descubrimiento de tal apoyo se conviertan en una cosa extremadamente difícil para muchos de nosotros.

“Nosotros necesitábamos llorar, darnos un gran abrazo de grupo y procesar nuestros sentimientos por muchas horas. Lo que necesitábamos, y lo que muchos hombres necesitan cuando la vida se vuelve tan desafiante, es la oportunidad de ser vistos y escuchados, por nosotros mismos y por otros. Desafortunadamente, todos estos tipos de silencio se han convertido en algo tan común en la vida de los hombres que éstos ejercen su poder automáticamente sobre nosotros, y rara vez se convierten en algo en lo que pensamos que deberíamos poner más atención. Pienso que es tiempo de que los hombres se levanten y sean vistos y escuchados, no sólo a causa de nuestros logros financieros o físicos, sino por la humanidad misma que podemos poseer dentro de nosotros y al mismo tiempo expresar.”

Hay un silencio que siempre está haciendo ruido en nuestra cabeza y tiene la forma de insatisfacción sexual, preocupación financiera, falta de amor por uno mismo física y mentalmente, insatisfacción profesional, adicciones, peleas e incompatibilidad, resentimiento y arrepentimiento.

A mi en lo personal me da miedo enfrentar todo esto muchas veces. Sé que desencadenará una serie de eventos, consecuencias, cambios. Sé que me obligará a levantarme y ponerme a hacer lo que debí hacer desde hace mucho tiempo, a enmendar las cosas y a luchar contra mis hábitos y aparente incapacidad. Desgraciadamente es más cómodo dejar que la vida fluya y que las cosas se den por sí mismas y tal vez, en un remoto caso, hasta que se arreglen por sí solas.

Pero es por eso que quiero hablar. Tengo mucho que decir y sacar, necesito que me abracen, que me digan lo mucho que me quieren y lo bien que he hecho hasta ahora, que reconozcan que he intentado ser un buen hombre y hacer el bien. Por otro lado y no menos importante, también muchos otros (mi esposa, hijos, mi padre y mi madre, mi hermano) necesitan que yo haga esto mismo por ellos, con ellos.

Porque me aferro a lo que un día soñé que mi vida sería, amo tanto a mi familia, me amo a mí mismo y porque creo que se merecen y me merezco el regalo de la plenitud de esta vida -sin límite alguno- y que puedo cambiar este mundo empezando por mí mismo y la forma en que heredo o transmito este conocimiento.

Creo que los hombres debemos perder el miedo a decir que tenemos miedo.

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Dieta en mujeres embarazadas modificaría ADN de bebés: estudio

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De acuerdo con un nuevo estudio publicado en el diario Nature Communications, la dieta de una mujer embarazada que se encuentra cerca la fecha de concepción, puede afectar permanentemente la función de los genes de su hijo y así, su salud a lo largo de su vida.

El descubrimiento se dio cuando los científicos intentaban descubrir si la dieta de la madre era capaz de causar cambios epigenéticos, es decir, cambios en la expresión de los genes del bebé que ocurren sin alteraciones en la secuencia de ADN en sí misma.

“Nuestros resultados representan la primera demostración en humanos de que el bienestar nutricional de la madre al momento de la concepción puede cambiar cómo es que los genes de su hijo se verán interpretados, con un impacto para el resto de su vida,” explicó el Dr. Branwen Hennig, científico e investigador senior para la Unidad MRC de Gambia y el Colegio Londinense de Higiene y Medicina Tropical.

Un ejemplo de una modificación epigenética es la metilación del ADN, la cuál involucra la adición de grupos metilo a ciertas partes del ADN. Los grupos metilo pueden ser adquiridos por medio de una dieta compuesta por alimentos que contengan colina y vitaminas particulares como B6 y B12, las cuales actúan como coenzimas en el metabolismo de la homocisteína y la metionina.

Los científicos estudiaron la dieta de 167 mujeres de una zona rural de Gambia, donde la comida es producida por la misma población y por lo que su dieta cambia de acuerdo a la temporada de sequía y de lluvia.

Además, descubrieron que la masa corporal de las madres posee una influencia adicional a la presencia de alteraciones en la función de los genes.

“Encontramos dos asociaciones fuertes en particular, una con la homocisteína y otra con la cisteína,” agregó.

La cisteína se encuentra principalmente en alimentos ricos en proteína como el cerdo, carne embutida, pollo, pavo, pato, fiambre, huevos, leche, requesón, yogurt, y en algunos vegetales como los pimientos rojos, ajos, cebollas, el chayote, brócoli, col de Bruselas, muesli, germen de trigo.

Mientras que la homocisteína no es posible encontrarla en los alimentos como tal, sino que es sintetizada a través de la metionina, la cual está presente en el huevo, semillas de ajonjolí, nueces del Brasil, carnes y otras semillas, además de cereales.

La mayoría de las frutas y verduras contienen una muy pequeña cantidad de metionina, al igual que las leguminosas.

La presencia elevada de la homocisteína y cisteína está relacionada con la arterioesclerosis; ataques cardiacos; accidentes cerebrovasculares; daños al hígado; sequedad en la boca; sudoración; ansiedad y nerviosismo; diarrea; dispepsia; dolores de cabeza; insomnio; alergias; erupciones cutáneas, enfermedades gástricas; transtornos psíquicos como bipolaridad, depresión, Alzheimer, demencia; así como enfermedad de Parkinson y epilepsia.

En lo personal, creo que más que indicar qué se puede comer y qué no, el estudio muestra que lo que se come durante el embarazo sí afecta la salud del bebé permanentemente y no sólo eso, sino hasta la información de sus funciones genéticas.

De hecho, lo que el estudio muestra no es nuevo, las mujeres saben que deben ingerir ciertas sustancias o vitaminas como el ácido fólico para que el bebé nazca saludable (lo que no se sabía es que lo que comemos no sólo ayuda a que el bebé nazca sano sino que estaría modificando su información genética, lo cual son palabras mayores y que únicamente nos asustan cuando llegan en forma de alguna deformidad física o síndrome, y que al final estamos hablando del mismo tipo de modificaciones, sólo que expresadas de forma distinta); sin embargo, seguimos teniendo en menos que lo que comemos y otros hábitos que tenemos, afectarán a nuestros hijos más adelante.

Por nuestra parte, mi esposa y yo hemos optado por voltear a la trofología, que si bien no ha sido fácil ni hemos sido constantes, nuestro cambio nos ha venido a mostrar que en realidad uno no requiere de tantas medicinas ni es testigo de tantos problemas de salud, si se lleva a cabo una alimentación más prudente y amable con nuestro cuerpo.

Ignorantes, volteamos a intentar apagar el fuego cada vez que nos enfermamos, tomando medicina o realizando una cirugía u operación, cuando deberíamos de intentar que desapareciera la razón por la que el fuego se dio en un principio.

¿Creen que el cáncer se puede curar con sólo un cambio en nuestra alimentación? ¿Qué tal si fuera para todas las enfermedades?

El mundo nos ha vendido una forma de comer y nosotros la hemos comprado pensando que es la mejor, ya que resulta ser la más práctica y la que mejor nos hace sentir al momento de ingerirla pero no para un bienestar a largo y permanente plazo.

“Que tu medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina”
-Hipócrates

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«Nalgada a tiempo» provoca reincidencia inmediata de mala conducta en niños: estudio

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La nalgada podría finalmente perder influencia como medio de disciplina entre algunos padres, esto debido a que un reciente estudio mostró que este método podría incluso aumentar y potenciar el “mal comportamiento” entre los niños que lo experimentan.

En el nuevo estudio, Eavesdropping on the Family: A Pilot Investigation of Corporal Punishment in the Home, publicado por el Diario de Psicología Familiar (Journal of Family Psychology), los investigadores analizaron grabaciones de audio en tiempo real en el que los padres interactuaron con sus hijos en situaciones difíciles.

De acuerdo con los resultados, el 73% de las veces que los padres decidieron disciplinar a sus hijos con una nalgada, los niños reincideron en la “mala conducta” en menos de los 10 minutos posteriores a la nalgada.

“En las grabaciones es posible escuchar que los padres no siempre estaban calmados, tal como las directrices respecto a la disciplina indican que se debe encontrar un padre antes de dar una nalgada o aplicar un castigo,” explicó George Holden, autor principal del estudio y experto en temas de desarrollo infantil y paternidad para la Universidad Metodista del Sur en Dallas, Texas. “En cambio, se mostraron enojados al momento de pegarle a su hijo, tampoco lo hicieron como último recurso, lo hicieron en más de dos ocasiones por cada transgresión y aplicaron las nalgadas por infracciones menores.”

La mayoría de los padres respondían impulsiva y emocionalmente a la mala conducta de sus hijos; es decir que, en lugar de darle prioridad a la disciplina de sus hijos, aparentemente “se desquitaban” o “castigaban” a sus hijos con las nalgadas por causas más bien personales.

“En el 90% de los casos, los padres los nalgueaban por ofensas menores y violaciones típicas a convenciones sociales como no querer dejar de chuparse los dedos, comer inapropiadamente, bajarse de la silla y salir sin permiso,” agregó Holden.

Para el estudio, 33 familias aceptaron utilizar micrófonos para la grabación de la interacción entre padres e hijos durante el transcurso de 6 días.

En las grabaciones se registró la presencia de 41 casos de displina corporal, 80% de las mamás que fueron grabadas estaban casadas y contaban con un nivel educativo mayor al promedio, alrededor del 60% eran blancas y trabajaban fuera de casa y sus hijos contaban con 4 años de edad en promedio.

En promedio, los padres tardaban en aplicar el castigo corporal, en no más de los 30 segundos posteriores a la mala conducta de los hijos. En 30 de los 41 casos, los niños reincidieron dentro de los 10 minutos posteriores de haber sido golpeados.

“Entre algunos de los datos sobresalientes del estudio, se halló que el niño más joven que fue golpeado contaba con 7 meses de edad y una de las madres golpeó a su hijo 11 ocasiones seguidas por la misma falta,” continuó Holden.

Un dato curioso que encontraron los investigadores fue que la tasa de castigo corporal excedió las estimaciones de otros estudios que se basaron en la información que los mismos padres reportaron. De acuerdo con esos estudios, un estadounidense padre de un niño de 2 años, en promedio utiliza la nalgada o bofetada para corregir a su hijo alrededor de 18 veces por año.

“La tasa promedio que observamos en este estudio con las grabaciones lanzó un alarmante número de 18 ocasiones por semana” dijo Holden.

Es decir que los padres que reportaron voluntariamente sus hábitos de disciplina, pudieron haber mentido en sus reportes; mientras que los que voluntariamente utilizaron micrófonos no pudieron escapar a las mediciones de los científicos, mostrando que aunque existen muchos padres que recurren y hasta abogan por la disciplina en forma de castigo corporal, se sienten a la vez avergonzados de utilizarla.

“Las mujeres que reportaron que sus hijos, en efecto, son nalgueados, también tienden a reportar que sus hijos sufren de un abuso físico mayor en casa,” agregó Holden.

Al momento de disciplinar y educar hay varias corrientes en auge como la nalgada a tiempo y la crianza o educación positiva.

En lo personal, yo he optado por la segunda confesando que es complicada al momento de aplicarla debido a que tiendo a ser más visceral y a reaccionar de forma equivocada ante la conducta de mis hijos.

Es fácil creer que los niños reaccionan mal porque algo estamos haciendo mal, “no les caemos bien” o “no nos quieren”. Pensamos que están desquitándose o “cavilando” algo más en su mente con el fin de sacarnos de nuestras casillas y hacernos la vida imposible en los momentos más críticos.

Sin embargo, los niños no cuentan con tal naturaleza. ¿Saben lo que quieren? ¿Saben cómo obtenerlo? ¿Saben cómo demostrarlo y decirlo? Muchas veces sí pero muchas otras no. 

Alguna vez escuché el consejo de varias madres y abuelas, diciendo que dejara de cargar a mis hijos tanto ya que se acostumbrarían a esto y después no me dejarían ni respirar. Que los dejara llorando en su cuna para que aprendieran a dormir y a ser independientes.

“Son bien manipuladores y mañosos desde chiquitos” fue lo que escuché.

Sinceramente, no lo creo. Un niño que acaba de salir del vientre de su madre, ¿qué es lo que podría saber de éste mundo, sus engaños, sus chantajes, el egoísmo y demás sentimientos y experiencias negativas? Creo que no mucho. Lo que creo que sí creo que sabe, al menos por instinto, es que necesita amor y lo buscará cerca de su madre y padre, y demás personas que quieran corresponder este amor. Cualquier cosa diferente a esto, para ésta criatura será algo malo y reaccionara llorando.

Ahí es donde se confunde la necesidad de amor con el intento de manipulación y chantaje.

Mi hija desde el primer día de su vida, no nos permitió dejarla ni in segundo en otro lugar que no fueran nuestros brazos. No creo que haya podido tener el tiempo de acostumbrarse a los brazos o saber qué eran los brazos ahí dentro en el vientre, si desde el primer día así lo necesitó.

Simplemente asoció la necesidad de amor con el sentimiento que tuvo al momento que la cargamos y supo que el cargarla, saciaba esa sed de amor. Cuando la bajábamos a la cama o cuna o demás, estábamos arrebatándole esa fuente de amor.

Mi hijo en cambio, desde el primer día fue más tranquilo, no exigió tanto, a diferencia de su hermana (con la que se nos “sugirió” llevar a cabo una inducción), nació por parto natural en casa sin anestesia.

Por lo que asumí que también deberían existir otros factores que influyeran en el comportamiento de los bebés como la forma  de nacer (parto natural; tras nacer, la cercanía y “alimentación” inmediata de parte de la madre; trato en los hospitales, el uso de incubadoras en estos, prácticas rutinarias como la aspiración orofaringea y nasofaringea tras el nacimiento que podrían resultar agresivas y que podrían esperar algunos minutos después de que el bebé haya “conocido” a sus padres, en fin) y no sólo esto, sino también y creo más importante que cada bebé tiene una personalidad y no todos pueden ser iguales.

En esto de ser padres, uno aprende mucho y se equivoca mucho también y no hay una receta, lo único que al final cuenta es hacer nuestro mejor esfuerzo amando a nuestros hijos con todo nuestro corazón e informándonos y compartiendo experiencias.

¿Quién sabe y mañana sale un estudio que pudiera reivindicar la “nalgada a tiempo”? Por ello, debemos de formarnos un criterio como padres y tomar el resto (estudios, opiniones, relatos, experiencias) como consejos y datos que pudieran orientarnos, pero lo que no podemos hacer, es basar toda nuestra crianza en una metodología o lo que dice una persona. Sino tomar de aquí y allá conforme vayamos viendo qué es lo que nuestro corazón nos dice y lo que a nuestros hijos pudiera hacerlos felices y mejores personas.

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No me gustan los limites: La historia del palo y la zanahoria

*Por Alejandro Busto Castelli

Quiero agradecer especialmente a la periodista venezolana, Berna Iskandar de «Conoce mi mundo», que me sugirió escribir sobre el tema e inspiró a través de sus preguntas, la gran mayoría de las reflexiones de este artículo.
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Cada día de nuestra vida, argumentamos, defendemos, explicamos o compartimos nuestra cotidianidad a través del lenguaje, de las palabras con las que construimos sin duda nuestra realidad. Desde lo más superficial hasta lo más esencial nuestro mundo cabalga a lomos de cada palabra que usamos, heredada o no, prestada o no, tal vez aprendida o incluso creativamente inventada.
Y así nos embarcamos en extrañas travesías diarias, donde ni uno solo de estos curiosos caballos que nos permiten avanzar, resulta gratis. Ninguno es casual. Quizá por eso me parece importante reflexionar sobre ellas.

En relación a la crianza y educación infantil, en mi trabajo diario con padres y madres, en mi vida como padre, aparece de forma machacona una palabra. A veces en boca de un profesional contrastado, en boca de un gurú de nuevo cuño, en el llamativo título de un libro, en una charla en el andén del metro….

Limites…

Es curioso, porque como por arte de magia a veces las palabras se encadenan. Y unas no viven sin otras. 
Sin saber muy bien su significado y glorificando nuestra más oscura mediocridad, cada vez que por ejemplo decimos “calidad”, nos vemos obligados a decir en la frase siguiente “cantidad”… y si decimos “limites”, tendremos que añadir para parecer que sabemos.. “los niños necesitan…”

La palabra límite crea en los sistemas familiares una realidad constante. La razón de ser de esta palabra tiene que ver con su origen latín, “limes” usado por los romanos para expresar  una línea real o imaginaria, una frontera que separa dos cosas. ¿A quién y de que separan los limites en educación y crianza?

Definitivamente la palabreja no me gusta y menos el uso que se hace de ella, desde algunos sectores de la psicopedagogía, en una cantinela aburrida sobre los “limites” que debemos poner a los niños.

Ahora bien, teniendo esto en cuenta, mi visión es que desde el punto de vista de la educación emocional es fundamental clarificar con argumentos cual es el marco de juego de un sistema. Un marco de juego que lo es, en esencia para todos los integrantes del mismo, sean niños o adultos.

Como líneas generales más que obvias, este marco de juego debería girar en torno a la no violencia, la gestión de emociones como la ira, la rabia o la tristeza, el cuidado individual y del otro, la integridad física y emocional. Si a esto le queremos llamar limites, por mi está bien. Pero negociemos de lo que estamos hablando.

No le debes gritar  a tu hermano, porque en este sistema ninguno de sus integrantes grita, porque ese es el acuerdo, el marco en el que nos movemos y porque en él nos sentimos emocionalmente equilibrados y respetados. Y cuando alguien lo hace, porque no ha sabido o podido hacerlo mejor, claramente está faltando al grupo y al acuerdo puesto en común. Cada uno desde su lugar, desde su pequeño o gran mundo, necesita realizar un aprendizaje en este sentido y asumir las consecuencias emocionales que sus actos o dichos tienen sobre el resto.

Así que establecer este marco de juego como padres, resulta de vital importancia, del punto de vista del desarrollo de los niños y adultos enmarcados dentro de un determinado sistema familiar.

Tengo muchas dudas respecto a que cuando se habla de limites desde ciertos sectores pretendidamente inocuos, blancos y puros, se esté haciendo desde ese lugar que toma en cuenta al niño, que empatiza con él, que negocia y termina por asumir su propia responsabilidad en el desarrollo del marco relacional del que estábamos hablando.

No puedo defender sin embargo, que establecer estos marcos sea tarea sencilla. No me gustaría que se entendiera desde la simplicidad que expresa la frase “mejor es sencillo”. Creo que es francamente difícil sin un proceso de reeducación, que nos permita cuestionar sin dolor que fuimos sometidos por gente que nos quiso o quiere bien, a límites innecesarios, sociales, culturales, heredados y poco razonados. Es difícil y agotador sin la consistencia necesaria, él no vivir pendiente de los opinólogos expertos o no, profesionales o no, farsantes o no, siempre dispuestos a recordarnos que coqueteamos con el fracaso familiar, porque “tus hijos hacen lo que quieren y cuando quieren y eso no puede ser”.

Una frase por cierto que a fuerza de ser oída ha terminado por gustarme. En el fondo y en el frente esta frase… es un canto a la libertad. Así que, “ojala!, ojalá!”…pienso una y otra vez.

En este sentido creo firmemente en la autorregulación de los niños, ya que cuando están neurológica y psicológicamente preparados y encuentran el entorno donde desarrollarse en libertad, todo fluye y de verdad no hacen falta grandes recetas ¿De eso se trata no? De libertad, por lo menos para mí y no deja de resultar cuanto menos curioso, que algunas de las acepciones de la palabra “limite” tengan que ver con la ausencia de libertad.

Y entonces el lector o lectora, me lee y resuena en su cabeza “educar sin límites, pero por favor con algún método”. Así inundados por estrategias motivadoras y recetas educacionales perpetuadoras de conductas adaptadas, es posible que ahora se pregunte ávido como encajar en este discurso los sistemas de castigos y recompensas. El palo y la zanahoria, el poli malo y el poli bueno ¿Son los premios y las recompensas eficaces para educar y criar niños? ¿Y los castigos?

Dejemos que empiece a contestar a estas preguntas, mi hijo mayor Nicolás, de casi 7 años ahora.

El año que se escolarizó, con 5 y medio, a raíz de su gusto y curiosidad por los números fue “diferenciado” por su maestra proponiéndole tareas de mayor dificultad que al resto. Esto era premiado cada día con una medalla de cartón. La primera fue recibida por él con mucho orgullo, no paraba de enseñarla. La colgó en su habitación.

Pasada una semana de cartoncitos diarios, un día no trajo medallas.

Le preguntamos, sometidos nosotros también al falso reflejo del premio, como aquel de los espejitos de colores: ¿Nico que pasó? ¿No hubo hoy medallas? Nos miró y nos dijo: “Es que hoy no quise”.

Hoy no quise. ¿Qué significa esto? ¿Qué había sucedido entonces?, ¿Acaso esas medallas no reforzarían para siempre jamás la conducta académica y aplicada del niño que puede hacer sumas y ser diferente? ¿Era tan difícil entender que hacer sumas le fascina, le moviliza, le conecta?

En un niño sometido al mandato adulto, sin poder de decisión, sin autonomía, penalizado en su sentir, quizá hubiera funcionado. Quizá hubiera acumulado medallas…. de por vida, quizá. No por la satisfacción del resultado obtenido a través de su esfuerzo, sino por la medalla en sí misma.

En un niño habituado a expresar lo que siente, a demandar sus necesidades, a elegir sus actividades o a rechazarlas, a regularse en funciones básicas como el sueño y la alimentación,  que le premien o no una actividad concreta no funciona para perpetuarla… si ese día él no quiere.

Simplemente porque ha aprendido a respetar su criterio. Y la conexión con su mundo emocional cierto es mucho más poderosa como reforzador que la efímera alegría de una o mil medallas de cartón.

No pocas veces me preguntan por métodos de castigo. Me toca opinar sobre dos tipos de castigos: El cachete y la silla de pensar.

Como primera premisa, quiero decir alto y claro que yo no creo en los castigos. Ni como profesional, ni como padre.

Los cachetes, bofetadas o nalgadas  (en algunos lugares de Latinoamérica se habla de nalgadas. En mi país de origen Uruguay, el nombre es más creativo: Zapatería en el culo), son maltrato. No son sistemas o formas de educación. Maltrato físico y psicológico en tanto en cuenta apela a la indefensión a través del miedo que provoca ser agredido. Por lo tanto no opino, o más bien si opino que el maltrato no está en el ámbito de lo educativo sino de lo penal.

Acerca de la silla de pensar, escribí en el libro “Una nueva paternidad” un capítulo entero al respecto[1] 
Es una técnica que pretende ofrecer a padres y madres una solución sobre el manejo de las rabietas infantiles y un aprendizaje emocional a los niños, a la vez que ignoramos lo que ellos y nosotros sentimos.  Es como cocinar sin comida, es intentar beber agua en un vaso vacío. Es ridículo. Padres y madres incapaces de gestionar su propia rabia, abandonan a su suerte a sus hijos, en un rincón “para pensar”, pidiéndoles que hagan lo que ellos en más de 30 años han sido incapaces de  hacer.

Digo en el libro comentando otras formas alternativas de gestión…“Y así intentándolo una y otra vez el tiempo fuera se convierte en tiempo dentro, no hay sillas o rincones para pensar, porque cada rincón es un lugar donde sentir juntos.”


Retomando el tema de los premios y recompensas, una primera reflexión es tomar conciencia que habitualmente son ofrecidas desde fuera de nosotros, por otros o por las circunstancias, o por el propio sistema en forma de salario por ejemplo. Como dije más arriba que si bien no creí nunca en el palo, dejar de creer en la zanahoria me llevo muchos más años.

.Cuando estudiaba primero en la carrera y leía y aprobaba exámenes sobre condicionamientos, todavía le veía un sentido a las recompensas mientras aprendía desde dentro del propio paradigma conductista sobre  aquellos estudios que hablaban de la ineficacia del castigo.

La llegada a mi vida de la paternidad termino de encajar el puzzle acerca de los premios, de las recompensas.

Como dice Alfie Kohn se trata de una gran verdad: “los programas basados en recompensas claro que motivan a niños, adolescentes y adultos!!… los motivan a obtener recompensas”. Y no hay más.

Si alguien quiere que su hijo en un futuro no muy lejano, no persiga sus metas y sueños, no se desarrolle más allá de la opinión del profesor o jefe de turno, su propio padre o madre, deje de investigar, curiosear, arriesgar y en definitiva vivir. Si alguien quiere que su hijo persiga enfermizamente y de por vida el juicio indulgente de una sociedad enferma. Entonces que le eduque con castigos y recompensas. Estará en el buen camino.

Y de paso que le ponga límites. De todo tipo. Acerca de lo que debe o no comer, acerca del tiempo que debe o no jugar, acerca de lo que debe o no dormir, acerca de las actividades o no que debe hacer, a quien debe decir gracias y a quien no, a quien debe besar y a quien no, acerca de lo que “está bien” sentir y lo que jamás podrá sentir. Acerca de su propio sentido de la libertad. Que lo haga… y que respete una premisa fundamental:

Que se asegure que queda bien clarito de que esos “limites”, son solo mientras siga siendo niño o niña. Son para él o ella… nunca para los adultos. Los mayores hacemos lo que queremos, que para eso somos adultos… ¿Por qué hacemos lo que queremos no?



[1] Artículo “Yo quiero escurrir lechugas” del libro “Una nueva paternidad”  Varios autores Ed. Pedagogía Blanca 2014 

** By nuchylee, published on 02 February 2011 Stock Photo – image ID: 10028902
http://www.freedigitalphotos.net/images/Security_g189-Wire_Fence__p28902.html

Sigue leyendo ->

No me gustan los limites: La historia del palo y la zanahoria

*Por Alejandro Busto Castelli

Quiero agradecer especialmente a la periodista venezolana, Berna Iskandar de «Conoce mi mundo», que me sugirió escribir sobre el tema e inspiró a través de sus preguntas, la gran mayoría de las reflexiones de este artículo.
**
Cada día de nuestra vida, argumentamos, defendemos, explicamos o compartimos nuestra cotidianidad a través del lenguaje, de las palabras con las que construimos sin duda nuestra realidad. Desde lo más superficial hasta lo más esencial nuestro mundo cabalga a lomos de cada palabra que usamos, heredada o no, prestada o no, tal vez aprendida o incluso creativamente inventada.
Y así nos embarcamos en extrañas travesías diarias, donde ni uno solo de estos curiosos caballos que nos permiten avanzar, resulta gratis. Ninguno es casual. Quizá por eso me parece importante reflexionar sobre ellas.

En relación a la crianza y educación infantil, en mi trabajo diario con padres y madres, en mi vida como padre, aparece de forma machacona una palabra. A veces en boca de un profesional contrastado, en boca de un gurú de nuevo cuño, en el llamativo título de un libro, en una charla en el andén del metro….

Limites…

Es curioso, porque como por arte de magia a veces las palabras se encadenan. Y unas no viven sin otras. 
Sin saber muy bien su significado y glorificando nuestra más oscura mediocridad, cada vez que por ejemplo decimos “calidad”, nos vemos obligados a decir en la frase siguiente “cantidad”… y si decimos “limites”, tendremos que añadir para parecer que sabemos.. “los niños necesitan…”

La palabra límite crea en los sistemas familiares una realidad constante. La razón de ser de esta palabra tiene que ver con su origen latín, “limes” usado por los romanos para expresar  una línea real o imaginaria, una frontera que separa dos cosas. ¿A quién y de que separan los limites en educación y crianza?

Definitivamente la palabreja no me gusta y menos el uso que se hace de ella, desde algunos sectores de la psicopedagogía, en una cantinela aburrida sobre los “limites” que debemos poner a los niños.

Ahora bien, teniendo esto en cuenta, mi visión es que desde el punto de vista de la educación emocional es fundamental clarificar con argumentos cual es el marco de juego de un sistema. Un marco de juego que lo es, en esencia para todos los integrantes del mismo, sean niños o adultos.

Como líneas generales más que obvias, este marco de juego debería girar en torno a la no violencia, la gestión de emociones como la ira, la rabia o la tristeza, el cuidado individual y del otro, la integridad física y emocional. Si a esto le queremos llamar limites, por mi está bien. Pero negociemos de lo que estamos hablando.

No le debes gritar  a tu hermano, porque en este sistema ninguno de sus integrantes grita, porque ese es el acuerdo, el marco en el que nos movemos y porque en él nos sentimos emocionalmente equilibrados y respetados. Y cuando alguien lo hace, porque no ha sabido o podido hacerlo mejor, claramente está faltando al grupo y al acuerdo puesto en común. Cada uno desde su lugar, desde su pequeño o gran mundo, necesita realizar un aprendizaje en este sentido y asumir las consecuencias emocionales que sus actos o dichos tienen sobre el resto.

Así que establecer este marco de juego como padres, resulta de vital importancia, del punto de vista del desarrollo de los niños y adultos enmarcados dentro de un determinado sistema familiar.

Tengo muchas dudas respecto a que cuando se habla de limites desde ciertos sectores pretendidamente inocuos, blancos y puros, se esté haciendo desde ese lugar que toma en cuenta al niño, que empatiza con él, que negocia y termina por asumir su propia responsabilidad en el desarrollo del marco relacional del que estábamos hablando.

No puedo defender sin embargo, que establecer estos marcos sea tarea sencilla. No me gustaría que se entendiera desde la simplicidad que expresa la frase “mejor es sencillo”. Creo que es francamente difícil sin un proceso de reeducación, que nos permita cuestionar sin dolor que fuimos sometidos por gente que nos quiso o quiere bien, a límites innecesarios, sociales, culturales, heredados y poco razonados. Es difícil y agotador sin la consistencia necesaria, él no vivir pendiente de los opinólogos expertos o no, profesionales o no, farsantes o no, siempre dispuestos a recordarnos que coqueteamos con el fracaso familiar, porque “tus hijos hacen lo que quieren y cuando quieren y eso no puede ser”.

Una frase por cierto que a fuerza de ser oída ha terminado por gustarme. En el fondo y en el frente esta frase… es un canto a la libertad. Así que, “ojala!, ojalá!”…pienso una y otra vez.

En este sentido creo firmemente en la autorregulación de los niños, ya que cuando están neurológica y psicológicamente preparados y encuentran el entorno donde desarrollarse en libertad, todo fluye y de verdad no hacen falta grandes recetas ¿De eso se trata no? De libertad, por lo menos para mí y no deja de resultar cuanto menos curioso, que algunas de las acepciones de la palabra “limite” tengan que ver con la ausencia de libertad.

Y entonces el lector o lectora, me lee y resuena en su cabeza “educar sin límites, pero por favor con algún método”. Así inundados por estrategias motivadoras y recetas educacionales perpetuadoras de conductas adaptadas, es posible que ahora se pregunte ávido como encajar en este discurso los sistemas de castigos y recompensas. El palo y la zanahoria, el poli malo y el poli bueno ¿Son los premios y las recompensas eficaces para educar y criar niños? ¿Y los castigos?

Dejemos que empiece a contestar a estas preguntas, mi hijo mayor Nicolás, de casi 7 años ahora.

El año que se escolarizó, con 5 y medio, a raíz de su gusto y curiosidad por los números fue “diferenciado” por su maestra proponiéndole tareas de mayor dificultad que al resto. Esto era premiado cada día con una medalla de cartón. La primera fue recibida por él con mucho orgullo, no paraba de enseñarla. La colgó en su habitación.

Pasada una semana de cartoncitos diarios, un día no trajo medallas.

Le preguntamos, sometidos nosotros también al falso reflejo del premio, como aquel de los espejitos de colores: ¿Nico que pasó? ¿No hubo hoy medallas? Nos miró y nos dijo: “Es que hoy no quise”.

Hoy no quise. ¿Qué significa esto? ¿Qué había sucedido entonces?, ¿Acaso esas medallas no reforzarían para siempre jamás la conducta académica y aplicada del niño que puede hacer sumas y ser diferente? ¿Era tan difícil entender que hacer sumas le fascina, le moviliza, le conecta?

En un niño sometido al mandato adulto, sin poder de decisión, sin autonomía, penalizado en su sentir, quizá hubiera funcionado. Quizá hubiera acumulado medallas…. de por vida, quizá. No por la satisfacción del resultado obtenido a través de su esfuerzo, sino por la medalla en sí misma.

En un niño habituado a expresar lo que siente, a demandar sus necesidades, a elegir sus actividades o a rechazarlas, a regularse en funciones básicas como el sueño y la alimentación,  que le premien o no una actividad concreta no funciona para perpetuarla… si ese día él no quiere.

Simplemente porque ha aprendido a respetar su criterio. Y la conexión con su mundo emocional cierto es mucho más poderosa como reforzador que la efímera alegría de una o mil medallas de cartón.

No pocas veces me preguntan por métodos de castigo. Me toca opinar sobre dos tipos de castigos: El cachete y la silla de pensar.

Como primera premisa, quiero decir alto y claro que yo no creo en los castigos. Ni como profesional, ni como padre.

Los cachetes, bofetadas o nalgadas  (en algunos lugares de Latinoamérica se habla de nalgadas. En mi país de origen Uruguay, el nombre es más creativo: Zapatería en el culo), son maltrato. No son sistemas o formas de educación. Maltrato físico y psicológico en tanto en cuenta apela a la indefensión a través del miedo que provoca ser agredido. Por lo tanto no opino, o más bien si opino que el maltrato no está en el ámbito de lo educativo sino de lo penal.

Acerca de la silla de pensar, escribí en el libro “Una nueva paternidad” un capítulo entero al respecto[1] 
Es una técnica que pretende ofrecer a padres y madres una solución sobre el manejo de las rabietas infantiles y un aprendizaje emocional a los niños, a la vez que ignoramos lo que ellos y nosotros sentimos.  Es como cocinar sin comida, es intentar beber agua en un vaso vacío. Es ridículo. Padres y madres incapaces de gestionar su propia rabia, abandonan a su suerte a sus hijos, en un rincón “para pensar”, pidiéndoles que hagan lo que ellos en más de 30 años han sido incapaces de  hacer.

Digo en el libro comentando otras formas alternativas de gestión…“Y así intentándolo una y otra vez el tiempo fuera se convierte en tiempo dentro, no hay sillas o rincones para pensar, porque cada rincón es un lugar donde sentir juntos.”


Retomando el tema de los premios y recompensas, una primera reflexión es tomar conciencia que habitualmente son ofrecidas desde fuera de nosotros, por otros o por las circunstancias, o por el propio sistema en forma de salario por ejemplo. Como dije más arriba que si bien no creí nunca en el palo, dejar de creer en la zanahoria me llevo muchos más años.

.Cuando estudiaba primero en la carrera y leía y aprobaba exámenes sobre condicionamientos, todavía le veía un sentido a las recompensas mientras aprendía desde dentro del propio paradigma conductista sobre  aquellos estudios que hablaban de la ineficacia del castigo.

La llegada a mi vida de la paternidad termino de encajar el puzzle acerca de los premios, de las recompensas.

Como dice Alfie Kohn se trata de una gran verdad: “los programas basados en recompensas claro que motivan a niños, adolescentes y adultos!!… los motivan a obtener recompensas”. Y no hay más.

Si alguien quiere que su hijo en un futuro no muy lejano, no persiga sus metas y sueños, no se desarrolle más allá de la opinión del profesor o jefe de turno, su propio padre o madre, deje de investigar, curiosear, arriesgar y en definitiva vivir. Si alguien quiere que su hijo persiga enfermizamente y de por vida el juicio indulgente de una sociedad enferma. Entonces que le eduque con castigos y recompensas. Estará en el buen camino.

Y de paso que le ponga límites. De todo tipo. Acerca de lo que debe o no comer, acerca del tiempo que debe o no jugar, acerca de lo que debe o no dormir, acerca de las actividades o no que debe hacer, a quien debe decir gracias y a quien no, a quien debe besar y a quien no, acerca de lo que “está bien” sentir y lo que jamás podrá sentir. Acerca de su propio sentido de la libertad. Que lo haga… y que respete una premisa fundamental:

Que se asegure que queda bien clarito de que esos “limites”, son solo mientras siga siendo niño o niña. Son para él o ella… nunca para los adultos. Los mayores hacemos lo que queremos, que para eso somos adultos… ¿Por qué hacemos lo que queremos no?



[1] Artículo “Yo quiero escurrir lechugas” del libro “Una nueva paternidad”  Varios autores Ed. Pedagogía Blanca 2014 

** By nuchylee, published on 02 February 2011 Stock Photo – image ID: 10028902
http://www.freedigitalphotos.net/images/Security_g189-Wire_Fence__p28902.html

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No me gustan los limites: La historia del palo y la zanahoria

*Por Alejandro Busto Castelli

Quiero agradecer especialmente a la periodista venezolana, Berna Iskandar de «Conoce mi mundo», que me sugirió escribir sobre el tema e inspiró a través de sus preguntas, la gran mayoría de las reflexiones de este artículo.
**
Cada día de nuestra vida, argumentamos, defendemos, explicamos o compartimos nuestra cotidianidad a través del lenguaje, de las palabras con las que construimos sin duda nuestra realidad. Desde lo más superficial hasta lo más esencial nuestro mundo cabalga a lomos de cada palabra que usamos, heredada o no, prestada o no, tal vez aprendida o incluso creativamente inventada.
Y así nos embarcamos en extrañas travesías diarias, donde ni uno solo de estos curiosos caballos que nos permiten avanzar, resulta gratis. Ninguno es casual. Quizá por eso me parece importante reflexionar sobre ellas.

En relación a la crianza y educación infantil, en mi trabajo diario con padres y madres, en mi vida como padre, aparece de forma machacona una palabra. A veces en boca de un profesional contrastado, en boca de un gurú de nuevo cuño, en el llamativo título de un libro, en una charla en el andén del metro….

Limites…

Es curioso, porque como por arte de magia a veces las palabras se encadenan. Y unas no viven sin otras. 
Sin saber muy bien su significado y glorificando nuestra más oscura mediocridad, cada vez que por ejemplo decimos “calidad”, nos vemos obligados a decir en la frase siguiente “cantidad”… y si decimos “limites”, tendremos que añadir para parecer que sabemos.. “los niños necesitan…”

La palabra límite crea en los sistemas familiares una realidad constante. La razón de ser de esta palabra tiene que ver con su origen latín, “limes” usado por los romanos para expresar  una línea real o imaginaria, una frontera que separa dos cosas. ¿A quién y de que separan los limites en educación y crianza?

Definitivamente la palabreja no me gusta y menos el uso que se hace de ella, desde algunos sectores de la psicopedagogía, en una cantinela aburrida sobre los “limites” que debemos poner a los niños.

Ahora bien, teniendo esto en cuenta, mi visión es que desde el punto de vista de la educación emocional es fundamental clarificar con argumentos cual es el marco de juego de un sistema. Un marco de juego que lo es, en esencia para todos los integrantes del mismo, sean niños o adultos.

Como líneas generales más que obvias, este marco de juego debería girar en torno a la no violencia, la gestión de emociones como la ira, la rabia o la tristeza, el cuidado individual y del otro, la integridad física y emocional. Si a esto le queremos llamar limites, por mi está bien. Pero negociemos de lo que estamos hablando.

No le debes gritar  a tu hermano, porque en este sistema ninguno de sus integrantes grita, porque ese es el acuerdo, el marco en el que nos movemos y porque en él nos sentimos emocionalmente equilibrados y respetados. Y cuando alguien lo hace, porque no ha sabido o podido hacerlo mejor, claramente está faltando al grupo y al acuerdo puesto en común. Cada uno desde su lugar, desde su pequeño o gran mundo, necesita realizar un aprendizaje en este sentido y asumir las consecuencias emocionales que sus actos o dichos tienen sobre el resto.

Así que establecer este marco de juego como padres, resulta de vital importancia, del punto de vista del desarrollo de los niños y adultos enmarcados dentro de un determinado sistema familiar.

Tengo muchas dudas respecto a que cuando se habla de limites desde ciertos sectores pretendidamente inocuos, blancos y puros, se esté haciendo desde ese lugar que toma en cuenta al niño, que empatiza con él, que negocia y termina por asumir su propia responsabilidad en el desarrollo del marco relacional del que estábamos hablando.

No puedo defender sin embargo, que establecer estos marcos sea tarea sencilla. No me gustaría que se entendiera desde la simplicidad que expresa la frase “mejor es sencillo”. Creo que es francamente difícil sin un proceso de reeducación, que nos permita cuestionar sin dolor que fuimos sometidos por gente que nos quiso o quiere bien, a límites innecesarios, sociales, culturales, heredados y poco razonados. Es difícil y agotador sin la consistencia necesaria, él no vivir pendiente de los opinólogos expertos o no, profesionales o no, farsantes o no, siempre dispuestos a recordarnos que coqueteamos con el fracaso familiar, porque “tus hijos hacen lo que quieren y cuando quieren y eso no puede ser”.

Una frase por cierto que a fuerza de ser oída ha terminado por gustarme. En el fondo y en el frente esta frase… es un canto a la libertad. Así que, “ojala!, ojalá!”…pienso una y otra vez.

En este sentido creo firmemente en la autorregulación de los niños, ya que cuando están neurológica y psicológicamente preparados y encuentran el entorno donde desarrollarse en libertad, todo fluye y de verdad no hacen falta grandes recetas ¿De eso se trata no? De libertad, por lo menos para mí y no deja de resultar cuanto menos curioso, que algunas de las acepciones de la palabra “limite” tengan que ver con la ausencia de libertad.

Y entonces el lector o lectora, me lee y resuena en su cabeza “educar sin límites, pero por favor con algún método”. Así inundados por estrategias motivadoras y recetas educacionales perpetuadoras de conductas adaptadas, es posible que ahora se pregunte ávido como encajar en este discurso los sistemas de castigos y recompensas. El palo y la zanahoria, el poli malo y el poli bueno ¿Son los premios y las recompensas eficaces para educar y criar niños? ¿Y los castigos?

Dejemos que empiece a contestar a estas preguntas, mi hijo mayor Nicolás, de casi 7 años ahora.

El año que se escolarizó, con 5 y medio, a raíz de su gusto y curiosidad por los números fue “diferenciado” por su maestra proponiéndole tareas de mayor dificultad que al resto. Esto era premiado cada día con una medalla de cartón. La primera fue recibida por él con mucho orgullo, no paraba de enseñarla. La colgó en su habitación.

Pasada una semana de cartoncitos diarios, un día no trajo medallas.

Le preguntamos, sometidos nosotros también al falso reflejo del premio, como aquel de los espejitos de colores: ¿Nico que pasó? ¿No hubo hoy medallas? Nos miró y nos dijo: “Es que hoy no quise”.

Hoy no quise. ¿Qué significa esto? ¿Qué había sucedido entonces?, ¿Acaso esas medallas no reforzarían para siempre jamás la conducta académica y aplicada del niño que puede hacer sumas y ser diferente? ¿Era tan difícil entender que hacer sumas le fascina, le moviliza, le conecta?

En un niño sometido al mandato adulto, sin poder de decisión, sin autonomía, penalizado en su sentir, quizá hubiera funcionado. Quizá hubiera acumulado medallas…. de por vida, quizá. No por la satisfacción del resultado obtenido a través de su esfuerzo, sino por la medalla en sí misma.

En un niño habituado a expresar lo que siente, a demandar sus necesidades, a elegir sus actividades o a rechazarlas, a regularse en funciones básicas como el sueño y la alimentación,  que le premien o no una actividad concreta no funciona para perpetuarla… si ese día él no quiere.

Simplemente porque ha aprendido a respetar su criterio. Y la conexión con su mundo emocional cierto es mucho más poderosa como reforzador que la efímera alegría de una o mil medallas de cartón.

No pocas veces me preguntan por métodos de castigo. Me toca opinar sobre dos tipos de castigos: El cachete y la silla de pensar.

Como primera premisa, quiero decir alto y claro que yo no creo en los castigos. Ni como profesional, ni como padre.

Los cachetes, bofetadas o nalgadas  (en algunos lugares de Latinoamérica se habla de nalgadas. En mi país de origen Uruguay, el nombre es más creativo: Zapatería en el culo), son maltrato. No son sistemas o formas de educación. Maltrato físico y psicológico en tanto en cuenta apela a la indefensión a través del miedo que provoca ser agredido. Por lo tanto no opino, o más bien si opino que el maltrato no está en el ámbito de lo educativo sino de lo penal.

Acerca de la silla de pensar, escribí en el libro “Una nueva paternidad” un capítulo entero al respecto[1] 
Es una técnica que pretende ofrecer a padres y madres una solución sobre el manejo de las rabietas infantiles y un aprendizaje emocional a los niños, a la vez que ignoramos lo que ellos y nosotros sentimos.  Es como cocinar sin comida, es intentar beber agua en un vaso vacío. Es ridículo. Padres y madres incapaces de gestionar su propia rabia, abandonan a su suerte a sus hijos, en un rincón “para pensar”, pidiéndoles que hagan lo que ellos en más de 30 años han sido incapaces de  hacer.

Digo en el libro comentando otras formas alternativas de gestión…“Y así intentándolo una y otra vez el tiempo fuera se convierte en tiempo dentro, no hay sillas o rincones para pensar, porque cada rincón es un lugar donde sentir juntos.”


Retomando el tema de los premios y recompensas, una primera reflexión es tomar conciencia que habitualmente son ofrecidas desde fuera de nosotros, por otros o por las circunstancias, o por el propio sistema en forma de salario por ejemplo. Como dije más arriba que si bien no creí nunca en el palo, dejar de creer en la zanahoria me llevo muchos más años.

.Cuando estudiaba primero en la carrera y leía y aprobaba exámenes sobre condicionamientos, todavía le veía un sentido a las recompensas mientras aprendía desde dentro del propio paradigma conductista sobre  aquellos estudios que hablaban de la ineficacia del castigo.

La llegada a mi vida de la paternidad termino de encajar el puzzle acerca de los premios, de las recompensas.

Como dice Alfie Kohn se trata de una gran verdad: “los programas basados en recompensas claro que motivan a niños, adolescentes y adultos!!… los motivan a obtener recompensas”. Y no hay más.

Si alguien quiere que su hijo en un futuro no muy lejano, no persiga sus metas y sueños, no se desarrolle más allá de la opinión del profesor o jefe de turno, su propio padre o madre, deje de investigar, curiosear, arriesgar y en definitiva vivir. Si alguien quiere que su hijo persiga enfermizamente y de por vida el juicio indulgente de una sociedad enferma. Entonces que le eduque con castigos y recompensas. Estará en el buen camino.

Y de paso que le ponga límites. De todo tipo. Acerca de lo que debe o no comer, acerca del tiempo que debe o no jugar, acerca de lo que debe o no dormir, acerca de las actividades o no que debe hacer, a quien debe decir gracias y a quien no, a quien debe besar y a quien no, acerca de lo que “está bien” sentir y lo que jamás podrá sentir. Acerca de su propio sentido de la libertad. Que lo haga… y que respete una premisa fundamental:

Que se asegure que queda bien clarito de que esos “limites”, son solo mientras siga siendo niño o niña. Son para él o ella… nunca para los adultos. Los mayores hacemos lo que queremos, que para eso somos adultos… ¿Por qué hacemos lo que queremos no?



[1] Artículo “Yo quiero escurrir lechugas” del libro “Una nueva paternidad”  Varios autores Ed. Pedagogía Blanca 2014 

** By nuchylee, published on 02 February 2011 Stock Photo – image ID: 10028902
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El ratoncito Pérez

Hola!

Ya aviso por si alguien viene aquí engañado, que no voy a hablar sobre las diferentes etapas de la salida de los dientes y similar.
Para eso están los manuales de pediatría, las webs de cierto rigor y las conocidas que te explican con pelos y señales (algunas con tantos pelos que la esteticistas tendrían que dedicarse a otra cosa, por cierto), sobre toda la piñata de sus herederos. Y curiosamente, sí, el niño lo pasó mal, pero ella también. Claro, claro, que te raje la boca para que te salga un diente es más llevadero que tu «sufrimiento» por no poder tomarte el café apoltronada en el sofá.

Es que esta mañana hemos estado hablando de dientes en el trabajo (Rubén, Rosa, Isi, sssshhhhhh)… y he dicho: bueno, pues ya tengo tema!

Y es que ya lo dijo la Pantoja cuando iba con el Cachuli: Dientes, dientes, que es lo que les jode!! 
La tía ésta es de lo poco bueno que ha hecho. Avisarnos a los padres sobre los dientes. Porque la peli de «Yo soy ésa» junto a José Coronado (sí, la he visto, uno ha tenido una infancia difícil), no sé si merece la catalogación de película. Bueno, sí. Sí «Almejas y mejillones» la merece, cualquiera lo hace.
Y de su famoso hijo, Dj Kiko (el pinchadiscos), otrora conocido como Paquirrín, más de lo mismo…
Y aquí voy a hacer un inciso para hablar de genética:
Carmina Ordónez + Antono Rivera = Francisco Rivera
Carmina Ordónez + Antono Rivera = Cayetano Rivera
Carmina Ordónez + Julián Contreras = Julián Contreras jr.
Isabel Pantoja + Antono Rivera = Paquirrín el tipín

Está claro donde está el error en la ecuación? pues eso…

Venga, a lo que iba… los dientes!
Esas piezas blancas (o no) que sirven para masticar la comida y para dar mordisquitos… mmmm Johansson, ay omá qué rica!! Uffff, eso, que sirven para masticar… la madre que los parió a los put…s dientes!
– Dan fiebre
– Ponen el culo rojo
– El niño hace caca que vamos, ni una mousse de Ferrán Adriá
– Parece que tu hijo será el próximo campeón de Kick-boxing de la mala leche que se pone… y con los dientes de leche!

Y claro, luego tú le dices al niño cuando ya es un poco más mayor que esos dientes se le van a caer y que luego le saldrán otros y te dice:

– Es una broma?

Pues no hijo, no es una broma. Durante una temporada tendrás un agujero en la boca que como te pille algún gobernante catalán te pone un peaje. Y claro, el dinero no va a ir para nosotros, se lo llevará el gobernante, que para eso lo han elegido, ejem…

Pero sabes qué: entre que salgan los dientes y volver a ver la peli de la Pantoja… marchando comida en pajita!!

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El ratoncito Pérez

Hola!

Ya aviso por si alguien viene aquí engañado, que no voy a hablar sobre las diferentes etapas de la salida de los dientes y similar.
Para eso están los manuales de pediatría, las webs de cierto rigor y las conocidas que te explican con pelos y señales (algunas con tantos pelos que la esteticistas tendrían que dedicarse a otra cosa, por cierto), sobre toda la piñata de sus herederos. Y curiosamente, sí, el niño lo pasó mal, pero ella también. Claro, claro, que te raje la boca para que te salga un diente es más llevadero que tu «sufrimiento» por no poder tomarte el café apoltronada en el sofá.

Es que esta mañana hemos estado hablando de dientes en el trabajo (Rubén, Rosa, Isi, sssshhhhhh)… y he dicho: bueno, pues ya tengo tema!

Y es que ya lo dijo la Pantoja cuando iba con el Cachuli: Dientes, dientes, que es lo que les jode!! 
La tía ésta es de lo poco bueno que ha hecho. Avisarnos a los padres sobre los dientes. Porque la peli de «Yo soy ésa» junto a José Coronado (sí, la he visto, uno ha tenido una infancia difícil), no sé si merece la catalogación de película. Bueno, sí. Sí «Almejas y mejillones» la merece, cualquiera lo hace.
Y de su famoso hijo, Dj Kiko (el pinchadiscos), otrora conocido como Paquirrín, más de lo mismo…
Y aquí voy a hacer un inciso para hablar de genética:
Carmina Ordónez + Antono Rivera = Francisco Rivera
Carmina Ordónez + Antono Rivera = Cayetano Rivera
Carmina Ordónez + Julián Contreras = Julián Contreras jr.
Isabel Pantoja + Antono Rivera = Paquirrín el tipín

Está claro donde está el error en la ecuación? pues eso…

Venga, a lo que iba… los dientes!
Esas piezas blancas (o no) que sirven para masticar la comida y para dar mordisquitos… mmmm Johansson, ay omá qué rica!! Uffff, eso, que sirven para masticar… la madre que los parió a los put…s dientes!
– Dan fiebre
– Ponen el culo rojo
– El niño hace caca que vamos, ni una mousse de Ferrán Adriá
– Parece que tu hijo será el próximo campeón de Kick-boxing de la mala leche que se pone… y con los dientes de leche!

Y claro, luego tú le dices al niño cuando ya es un poco más mayor que esos dientes se le van a caer y que luego le saldrán otros y te dice:

– Es una broma?

Pues no hijo, no es una broma. Durante una temporada tendrás un agujero en la boca que como te pille algún gobernante catalán te pone un peaje. Y claro, el dinero no va a ir para nosotros, se lo llevará el gobernante, que para eso lo han elegido, ejem…

Pero sabes qué: entre que salgan los dientes y volver a ver la peli de la Pantoja… marchando comida en pajita!!

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El valor de lo intangible

Ayer, Diego Pablo Simeone, durante la rueda de prensa previa al partido de Champions League que juega esta noche su equipo frente al Chelsea, dio -a mi entender- una lección magistral de cómo potenciar emocionalmente a su equipo y a su afición, haciendo un uso talentoso del valor de los intangibles. Admito que Simeone nunca ha sido Santo de mi devoción (especialmente en su etapa como jugador, recio y, a veces, irrespetuoso), pero ayer cuando dijo  -«seguramente en el futuro nos enfrentemos a mejores jugadores que los nuestros, pero con más pasión e ilusión que nosotros, pocos»- se apuntó un tanto de mi parte. El fútbol, como otros muchos «productos» homogéneos y estandarizados (al final, todo se reduce a once contra once en un rectángulo de juego), requiere de una reinvención continua, de incorporar aditivos y pluses que hagan del invento un producto vendible y, a ser posible, que enganche. El valor de los intangibles, en este sentido, adquiere una dimensión extraordinaria. Vivimos en el tiempo de las métricas, empeñados en medirlo todo, en sacar estadísticas hasta de debajo de las piedras, de buscar indicadores directos e indirectos, de exprimir datos para conseguir objetivos. Y aunque con las normas ISO ya somos capaces de estandarizar y medir la calidad de un producto, servicio y/o profesional (menuda mamarrachada en mi opinión, ya que la calidad es subjetiva), la pasión y la ilusión siguen siendo intangibles e inmedible. Nadie puede contradecir a Simeone cuando dice que en pasión e ilusión nadie gana a sus jugadores, porque no existe una balanza para medirlas. Acaso se pueda discutir la calidad de unos jugadores y de otros, pero no su ilusión y su pasion. Y es en ese terreno, en el de los intangibles, en el que todos deberíamos saber jugar para ganarle partidos a la vida. 

La ilusión, la pasión, el entusiasmo, el coraje, la voluntad, el afán de superación, la resiliencia y otras tantísimas actitudes son, ni más ni menos, competencias emocionales, importantísimas para la vida y para el desempeño a un alto nivel de rendimiento, que raramente se enseñan (hoy quizás empiezan a entrenarse a adultos a través del coaching -por cierto una profesión derivada del entrenador deportivo-). Nos llevamos toda nuestra infancia y adolescencia aprendiendo estrategias, fórmulas y métodos para medir y estandarizar el conocimiento humano, incorporando dato tras dato, desarrollando nuestra inteligencia memorística y siendo clasificados en función de unas calificaciones numéricas. Medir y medir, clasificar y clasificar, despreciando el valor de lo intangible que, por su grandeza, termina siendo inconmensurable. 
El sistema educativo, otro producto homogéneo y estandarizado, ha aprendido poco de sí mismo en sus más de siglos de vida. Ha desdeñado las capacidades humanas que no se pueden medir ni clasificar, confundiendo muy a menudo lo que es evaluar con simplemente calificar. Como dice Richard Gerver: «si las escuelas incorporaran más pasión y confianza por lo que hacen, podrían desarrollar el sistema que más se ajuste a sus necesidades. No hay un único método. Aunque compartan algunas características, cada país es único y diferente y debe encontrar lo que funciona para él. Lo que ya no funciona es el sistema educativo que entrena para aprobar exámenes». 
La pasión y la confianza deberían ser dos asignaturas obligatorias en nuestras escuelas, tanto para profesores/as como para alumnos/as. Pienso que no hay fuerza más poderosa que saber acercarse a alguien y transmitirle tu confianza hacia el/ella y que vea en tí la pasión que le pones a todo lo que haces por ayudarle. Es algo contagioso y con un efecto multiplicador. En este sentido, lo peor no es que el sistema educativo no haya incorporado la pasión y la confianza en su currículum de asignaturas, sino que por añadidura tampoco ha desarrollado el valor de estos intangibles en tantas y tantas generaciones de alumnos y alumnas. No nos debe extrañar que hoy de las escuelas salgan adolescentes pasivos, apáticos, desmotivados y manipulables en lugar de chicos y chicas con ganas de comerse el mundo, de darse «patadas en el trasero» para no dar bola por perdida, de luchar hasta el último suspiro y de creer en sus propias posibilidades, de sentir que es más que posible ganarle partidos a la vida. 
Se confirma una vez más que líderes, como Simeone, son los que inspiran no los que imponen, incluso por encima de normas y sistemas.

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El valor de lo intangible

Ayer, Diego Pablo Simeone, durante la rueda de prensa previa al partido de Champions League que juega esta noche su equipo frente al Chelsea, dio -a mi entender- una lección magistral de cómo potenciar emocionalmente a su equipo y a su afición, haciendo un uso talentoso del valor de los intangibles. Admito que Simeone nunca ha sido Santo de mi devoción (especialmente en su etapa como jugador, recio y, a veces, irrespetuoso), pero ayer cuando dijo  -«seguramente en el futuro nos enfrentemos a mejores jugadores que los nuestros, pero con más pasión e ilusión que nosotros, pocos»- se apuntó un tanto de mi parte. El fútbol, como otros muchos «productos» homogéneos y estandarizados (al final, todo se reduce a once contra once en un rectángulo de juego), requiere de una reinvención continua, de incorporar aditivos y pluses que hagan del invento un producto vendible y, a ser posible, que enganche. El valor de los intangibles, en este sentido, adquiere una dimensión extraordinaria. Vivimos en el tiempo de las métricas, empeñados en medirlo todo, en sacar estadísticas hasta de debajo de las piedras, de buscar indicadores directos e indirectos, de exprimir datos para conseguir objetivos. Y aunque con las normas ISO ya somos capaces de estandarizar y medir la calidad de un producto, servicio y/o profesional (menuda mamarrachada en mi opinión, ya que la calidad es subjetiva), la pasión y la ilusión siguen siendo intangibles e inmedible. Nadie puede contradecir a Simeone cuando dice que en pasión e ilusión nadie gana a sus jugadores, porque no existe una balanza para medirlas. Acaso se pueda discutir la calidad de unos jugadores y de otros, pero no su ilusión y su pasion. Y es en ese terreno, en el de los intangibles, en el que todos deberíamos saber jugar para ganarle partidos a la vida. 

La ilusión, la pasión, el entusiasmo, el coraje, la voluntad, el afán de superación, la resiliencia y otras tantísimas actitudes son, ni más ni menos, competencias emocionales, importantísimas para la vida y para el desempeño a un alto nivel de rendimiento, que raramente se enseñan (hoy quizás empiezan a entrenarse a adultos a través del coaching -por cierto una profesión derivada del entrenador deportivo-). Nos llevamos toda nuestra infancia y adolescencia aprendiendo estrategias, fórmulas y métodos para medir y estandarizar el conocimiento humano, incorporando dato tras dato, desarrollando nuestra inteligencia memorística y siendo clasificados en función de unas calificaciones numéricas. Medir y medir, clasificar y clasificar, despreciando el valor de lo intangible que, por su grandeza, termina siendo inconmensurable. 
El sistema educativo, otro producto homogéneo y estandarizado, ha aprendido poco de sí mismo en sus más de siglos de vida. Ha desdeñado las capacidades humanas que no se pueden medir ni clasificar, confundiendo muy a menudo lo que es evaluar con simplemente calificar. Como dice Richard Gerver: «si las escuelas incorporaran más pasión y confianza por lo que hacen, podrían desarrollar el sistema que más se ajuste a sus necesidades. No hay un único método. Aunque compartan algunas características, cada país es único y diferente y debe encontrar lo que funciona para él. Lo que ya no funciona es el sistema educativo que entrena para aprobar exámenes». 
La pasión y la confianza deberían ser dos asignaturas obligatorias en nuestras escuelas, tanto para profesores/as como para alumnos/as. Pienso que no hay fuerza más poderosa que saber acercarse a alguien y transmitirle tu confianza hacia el/ella y que vea en tí la pasión que le pones a todo lo que haces por ayudarle. Es algo contagioso y con un efecto multiplicador. En este sentido, lo peor no es que el sistema educativo no haya incorporado la pasión y la confianza en su currículum de asignaturas, sino que por añadidura tampoco ha desarrollado el valor de estos intangibles en tantas y tantas generaciones de alumnos y alumnas. No nos debe extrañar que hoy de las escuelas salgan adolescentes pasivos, apáticos, desmotivados y manipulables en lugar de chicos y chicas con ganas de comerse el mundo, de darse «patadas en el trasero» para no dar bola por perdida, de luchar hasta el último suspiro y de creer en sus propias posibilidades, de sentir que es más que posible ganarle partidos a la vida. 
Se confirma una vez más que líderes, como Simeone, son los que inspiran no los que imponen, incluso por encima de normas y sistemas.

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Semana Santa en la sierra de Guadarrama.

Que bueno lo que he compartido esta semana santa con mi familia. La vida es maravillosa y aunque a veces tenga momentos malos, existen las recompensas en el camino.

Estos días los he pasado en la sierra de Guadarrama. Un lugar salvaje, donde la naturaleza brota a cada instante. Todos los días, al alba me levantaba y salía a su encuentro. Eran momentos íntimos con la naturaleza. En silencio contemplaba lo que sucedía. A veces las emociones se apresuraban, otras simplemente surgían de la nada. Llegaban de mis sentidos y llenaban de luz el instante.

Yo, que ahora contemplo más, y medito menos (entiéndase la palabra meditar en español) me doy cuenta que cada instante es un cuadro en el que pararse a contemplar. Dos instantes como un botón:

Un pinar con su follaje verde de pinos albares, con sus troncos naranjas, una linde, y en medio de un monte bajo de genistas. Un espino albar, todo ello iluminado de la luz rosada de las primeras luces y derrepente un bando de Rabilargos, que en silencio ondean y se van posando. No gritan como tienen costumbre. En silencio se van contraponiendo. Todo en una armonía que hace que se me queden los pelos espinados como alfileres. Y lo que más me produjo esa reacción cutánea, era el color de sus alas, azules como pintadas por Dios, para mi, para mi deleite, para mi gozo.Y todo en un instante.

Otro momento mágico fue el encuentro con una ave de la que tengo escasos registros en mi larga experiencia con las aves. Es la curruca mirlona. Fué el último día y sabía que tenía que rebañar este momento. Hacía frío, nubes bajas. Acababa de salir el sol. De pronto, escucho el arrullo de lo que parecía un mirlo. Me llama la atención porque les había hecho poco caso, ya que en mi ventana los oigo todos los días. Pero mi sorpresa fue la de un pájaro claro y extraño que empezó a emitir ese sonido. Rápido mi memoria relaciono todo: Capirote negro, babero blanco: macho de mirlona. Y e aquí lo que más me llamó la atención a esas horas, los flancos marcadamente cremas, en contraste con el blanco plumaje de la zona inferior. No sé. Me pareció que brillaba ante el paisaje todavía seminvernal  de ocres, de rosales silvestres desnudos, con tan solo matices verdes de los nuevos brotes. El ave sola en contrate con su escenario. Me siguió deleitándome con su presencia que vi a placer. Y saboreé esos momentos como lo saborean los amantes de las aves que han soñado más de una vez con ver así a las aves que desean conocer. Mi gratitud…

Curruca mirlona Dibujo 1
http://www.seo.org/ave/curruca-mirlona

Bueno. Pues ya os he contado una pizca de lo que he vivido estos días. El resto no ha parado de ser una gozada tras otra. Pero eso será para otra entrada.  

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