Un año más de sonrisas


Parece mentira, pero ha pasado ya un año (venga, comencemos con un topicazo), tres desde que llegaste a nuestras vidascreo que no ha pasado un solo día sin que hayamos visto una de tus sonrisas, te hayamos oído reír y hayamos podido comprobar lo difícil que es ponerse serio cuando comienzas a poner esas caras de gato de Srek. Incluso es difícil aguantar la pose de adulto serio y responsable cuando pones esa pose de mafioso o pandillero del Bronx (ya veremos si no nos pasa esto factura en unos años). 

Sigues siendo el mismo niño mimoso que a los diez minutos sabe ya cómo hacerte caer, para ti un NO sólo es un «repítelo de nuevo» y la relación con tu hermano ha llegado a tal punto de no saber estar el uno sin el otro, pero en tu caso es que te has vuelto un clon de él, en pequeño eso si. Si tu hermano no come, tu tampoco, si tu hermano no sale tu no sales, si tu hermano dibuja tu pides las pinturas. Llevas desde el día que te lo dijimos, saltando de alegría porque el año que viene irás al mismo cole que tu hermano, hasta tal punto llega tu copy&paste que para hacer que hagas algo basta con conseguir que lo haga tu hermano (y espero que para cuando tengas capacidad para leer y entender esto hayas desarrollado una voluntad propia. Con cariño, papá). 

Prueba de a donde llevamos lo de hacer lo que hace nuestro hermano



Llegabas el segundo y con un hermano que había destacado en casi todo lo que era posible destacar, aún así te lo tomaste con calma y dejaste que siguiera siendo él el de las demostraciones, tu observabas y callabas. Así comenzaste a correr directamente y a hablar con frases completas; para ti los puntos intermedios son meras anécdotas y prefieres las sorpresas, así nos has dejado maravillados con tu capacidad de memorizarlo todo y a mí especialmente, con tu oído para la música (definitivamente ese gen no es mío).

Sigues siendo el que busca siempre compañía, el que a pesar de haberse quemado ya varias veces sigue corriendo a por su taburete cada vez que me ve en la cocina, el que sigue creyéndose que todo es suyo, el que es un pequeño saquito lleno de cosquillas, el que me sigue despertando de madrugada para que le acompañe al baño y luego le lleve en brazos de vuelta a la cama, el que sigue comiendo con las manos y limpiándose al pijama (aunque tenga delante una servilleta del tamaño de una manta), el fan número uno de Luz Casal, el niño de las mil voces y los 10000 cabreos, el niño de «mamá, ni contigo ni sin ti», el que prefiere una ensalada a una hamburguesa, el que se ríe a carcajada limpia de lo que sea, el que siempre está feliz.

PequeñoJ, alias «el sonrisas», espero seguir estando aquí día a día para ver esa sonrisa en tu cara. Te queremos con locura. 

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Un año más de sonrisas


Parece mentira, pero ha pasado ya un año (venga, comencemos con un topicazo), tres desde que llegaste a nuestras vidascreo que no ha pasado un solo día sin que hayamos visto una de tus sonrisas, te hayamos oído reír y hayamos podido comprobar lo difícil que es ponerse serio cuando comienzas a poner esas caras de gato de Srek. Incluso es difícil aguantar la pose de adulto serio y responsable cuando pones esa pose de mafioso o pandillero del Bronx (ya veremos si no nos pasa esto factura en unos años). 

Sigues siendo el mismo niño mimoso que a los diez minutos sabe ya cómo hacerte caer, para ti un NO sólo es un «repítelo de nuevo» y la relación con tu hermano ha llegado a tal punto de no saber estar el uno sin el otro, pero en tu caso es que te has vuelto un clon de él, en pequeño eso si. Si tu hermano no come, tu tampoco, si tu hermano no sale tu no sales, si tu hermano dibuja tu pides las pinturas. Llevas desde el día que te lo dijimos, saltando de alegría porque el año que viene irás al mismo cole que tu hermano, hasta tal punto llega tu copy&paste que para hacer que hagas algo basta con conseguir que lo haga tu hermano (y espero que para cuando tengas capacidad para leer y entender esto hayas desarrollado una voluntad propia. Con cariño, papá). 

Prueba de a donde llevamos lo de hacer lo que hace nuestro hermano



Llegabas el segundo y con un hermano que había destacado en casi todo lo que era posible destacar, aún así te lo tomaste con calma y dejaste que siguiera siendo él el de las demostraciones, tu observabas y callabas. Así comenzaste a correr directamente y a hablar con frases completas; para ti los puntos intermedios son meras anécdotas y prefieres las sorpresas, así nos has dejado maravillados con tu capacidad de memorizarlo todo y a mí especialmente, con tu oído para la música (definitivamente ese gen no es mío).

Sigues siendo el que busca siempre compañía, el que a pesar de haberse quemado ya varias veces sigue corriendo a por su taburete cada vez que me ve en la cocina, el que sigue creyéndose que todo es suyo, el que es un pequeño saquito lleno de cosquillas, el que me sigue despertando de madrugada para que le acompañe al baño y luego le lleve en brazos de vuelta a la cama, el que sigue comiendo con las manos y limpiándose al pijama (aunque tenga delante una servilleta del tamaño de una manta), el fan número uno de Luz Casal, el niño de las mil voces y los 10000 cabreos, el niño de «mamá, ni contigo ni sin ti», el que prefiere una ensalada a una hamburguesa, el que se ríe a carcajada limpia de lo que sea, el que siempre está feliz.

PequeñoJ, alias «el sonrisas», espero seguir estando aquí día a día para ver esa sonrisa en tu cara. Te queremos con locura. 

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Porque también hay cielos rojos y árboles azules

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Cuando escuché sobre el concepto de homeschooling o “educación en el hogar” por primera vez, me vino a la mente Clarita (Klara Seseman) del libro Heidi de la escritora suiza Johanna Spyri y también Gohan, hijo de Goku en el animé Dragon Ball Z de Akira Toriyama.

Que cite a estos personajes de caricaturas dice mucho de cómo es que yo tenía un mal enfoque de este concepto que era nuevo para mí y sentía que era algo que únicamente familias marginadas, en áreas rurales, en comunidades religiosas cerradas como los Amish (que de hecho creo que no llevan a cabo homeschooling) o que vivían fuera de la sociedad moderna, practicaban.

No es que haga menos la educación que recibí desde la pre-primaria y el kinder o el inglés que aprendí en una institución desde que tenía alrededor de 6 años, ni el esfuerzo de mis padres por ofrecerme todo esto; sino que lo que viví después, eso fue lo que cambió mi forma de pensar.

Hace poco vi un video de una plática TED de Sir Ken Robinson, un experto en creatividad y escritor de varios best-sellers que comenzó a hablar locuras sobre cómo habíamos creado y establecido un modelo educativo y académico basado en crear personas que impulsaran la economía, incuestionable e inmutable y que estaba matando una de las cualidades más interesantes del hombre, la creatividad.

La plática “Cómo la escuela está matando la creatividad” en boca de Robinson, es una de las más exitosas y aplaudidas que ha tenido TED desde 1984, donde varios expertos comenzaron a reunirse en Monterey, California, para exponer sus ideas y sueños, avances científicos y pensamientos revolucionarios.

Al momento que había terminado de ver el vídeo, me di cuenta de que todas las ideas expuestas por éste hombre no me parecían tan nuevas, en los últimos 8 años las había vivido en carne propia, la diferencia es que nunca las había organizado de una forma en la que viera un propósito y una dirección positiva hacia donde dirigirlas.

Como próximo licenciado de la carrera de Ciencias de la Computación (espero… ), “cuento” con un enfoque e intereses “más bien” analíticos, matemáticos y tecnológicos que me hacen tender a buscar una solución a cualquier problema y no sólo eso, sino la mejor y la más rápida.

Sin embargo, en estos últimos años viví de todo y la vida me colocó en situaciones poco convencionales que fueron desde vender fruta picada y sushi recorriendo a pie la Ciudad Universitaria de la UNAM, hasta viajar a Nueva York y negociar en un idioma diferente al mío, convenios de publicidad digital y servicios B2B con compañías como Reuters, Bloomberg, BNP Paribas, la división MBA de Harvard Business School y los casinos y hoteles de MGM.

Mi vida tomó un rumbo totalmente diferente al que un computólogo regular normalmente seguiría y por medio de esto y otras disciplinas, oficios y experiencias como la carpintería, la fotografía, el diseño, las ventas y llamadas telefónicas conocidas como cold-calls, la administración de anuncios digitales, el periodismo y la escritura de artículos informativos, el estudio de la Biblia y el evangelismo, aprender a tocar la guitarra, aprender a conducir “a la brava”, constituir una empresa, comenzar a experimentar el ser vegano (que no soy y no lo he logrado aún por completo), hablar con todo tipo de personas y escuchar sus problemas, y hasta hacerme pasar por lo que no era de una forma casi ilícita (nótese que dije “casi” jajaja), la paternidad y la crianza con apego, un parto inducido y otro en casa ambos en el extranjero, casi convertirme en “homeless” en el extranjero; por medio de todo esto y otras cosas, me di cuenta que apenas había comenzado a vivir y a pensar, nada de eso estaba en los libros ni en lo que la escuela me había dado.

Lloré y lloré mucho, me angustié y sentí tanto estrés como el que nunca pensé que tendría, me metí en problemas de los que no fue fácil salir con tal de alcanzar metas mayores; pero me gustaba, me sentía vivo y me di cuenta que eso era lo que le daba sabor y sentido a cada despertar.

En ese momento fue cuando me percaté que podía dedicarme a cualquier cosa que me apasionara, y con eso, llegarían naturalmente el resto de las cosas sin necesidad de buscarlas con tanto afán. Me di cuenta que podía modificar cada aspecto de mi vida para mejorarla con nuevas ideas, hábitos e ideologías, todos estos no convencionales.

Mi cabeza estaba llena de posibilidades y mi corazón latía por cada una de ellas. No sabía que podía vivirse de esa manera y conectar tantas experiencias y disciplinas de una forma tan inusual y poco “ortodoxa” y obtener un resultado tan fuera de lo común y ser feliz despertando con  incertidumbre respecto a lo que me esperaría cada nuevo día.

Tantas ideas que no han sido pensadas ni llevadas a cabo, tanta oportunidad de desarrollo, de crear algo que necesita ser creado urgentemente porque miles de personas que están padeciendo necesitan una solución real a su problema y en otros casos, porque la vida es bella y divertida y necesita que alguien lo experimente y demuestre de vez en vez.

Pero todo ésto ha sido oscurecido por el gobierno, hasta nosotros mismos y el sistema educativo por medio del cual nos formamos y que nos dice qué debemos aprender y quiénes serán exitosos y quiénes no dependiendo de lo que aprendamos y a lo que nos dediquemos.

Al final, hasta hace unos años ¿quién necesitaba un artista? Ellos no ganaban dinero ni eran básicos en nuestra sociedad, hasta hoy.

En un dibujo de kinder, el cielo es azul, el sol brilla en una esquina, el pasto es verde y hay un árbol con manzanas a un lado de la casa junto a la cual debo dibujar a mi familia empezando desde mi papá (el más alto), hasta el hijo más joven (y así, también el más pequeño en tamaño). Pero esto no tenía que ser así.

Esa es la caja en la que nos encerraron y a partir de la cual comenzamos a pensar. Morimos por dentro, víctimas del sistema y así, victimarios de nuestros hijos a quienes no les permitimos nada.

El astro físico Neil deGrass Tyson dijo algo que siento es muy exacto y oportuno al respecto del tema:

“Pasamos el primer año de la vida de un niño enseñándole a caminar y a hablar y el resto de su vida enseñándole que debe callarse y sentarse. Hay algo aquí que estamos haciendo mal”

Suprimimos cualquier posibilidad de que ellos se desarrollen y sean los próximos creadores de lo que este mundo necesita, diciéndoles que se paren bien, digan “hola” y  den “beso” al llegar, no griten, no hagan caras, no corran, no jueguen con eso o con aquello, no se mojen, no se ensucien, no anden desnudos corriendo por toda la casa, no tiren las cosas al piso, no coman con las manos, no bostecen, no demuestren sus sentimientos (siempre deben de ser alegres y con una sonrisa, así son los niños “guapos” y “agradables”) y la lista sigue.

Recuerdo una ocasión que entré a una tienda de abarrotes y la mujer que la atendía comenzó a saludar a mi hija de 2 años mientras yo elegía qué comprar.

Mi hija estaba algo molesta no recuerdo por qué, pero puso una cara de molestia mientras se negaba a saludar de vuelta a esta mujer, quien le dijo:

“¿No me saludas? Ay, no pongas esa cara que te ves muy fea.”

Inmediatamente me hirvió la cabeza y me di vuelta y le dije:

“No le diga eso. No importa que cara ponga o que humor tenga, eso no tiene que ver con su apariencia, ella no es fea. Sólo está enojada.”

Tal vez no fue la mejor manera, pero sentí que estaba mal enfocado el problema que la mujer planteaba o la respuesta que esperaba que mi hija tuviera hacia ella. Y así nosotros, también esperamos. Y así, también los críamos.

Cuando nosotros los adultos estamos molestos, es válido poner la cara y decir cuanta cosa queremos, o dejar de hablar con las personas y cambiar nuestra forma de ser y semblante. Podemos tener deseos e ideas y no son estúpidas ni fuera de lugar. Pero para un niño, como se trata de un niño, entonces son estúpidas y fuera de lugar, caprichos solamente que deben ser suprimidos y corregidos.

Simplemente imaginen qué harían si estuvieran (como adultos) haciendo algo en su computadora y de repente llegara su mamá y los cargara por las axilas y les dijera que les va a lavar las manos porque es hora de comer o  cambiar su atuendo porque van a salir a visitar a la tía “fulanita”.

Se molestarían ¿no? Pues lo mismo pasa para un niño. No es agradable estar azotando sus muñecos de peluche favoritos unos contra otros y que de repente te interrumpan y te carguen a la fuerza para cambiarte el pañal u otra cosa.

En fin, no me malinterpreten, creo en la disciplina y en los límites “sanos” que un niño y una persona deben tener pero nada de eso me persuade de que hoy, ya piense seriamente en la educación en casa o el “homeschooling” para mis hijos.

Les dejo el video de la plática esperando que sea más ilustrativa que lo que arriba escribí, agregando la recomendación de que vean una película que siento que expone muy claramente el punto: Lego The movie.

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Individualismo y competitividad

Considero que una de las mayores lacras de nuestro tiempo es el individualismo, seguramente, la causa principal de la deshumanización y la corrupción de nuestra sociedad, de la incomunicación y del aislamiento que tenemos, aún en plena era de la información, con el mundo que nos rodea (especialmente, del que sufre y no tiene un horizonte de prosperidad) e incluso del progresivo deterioro de nuestras relaciones con la naturaleza. Y es que, como dice el refrán, «el peor ciego es el que no quiere ver». Vivimos sumidos en nuestras vanidades y expectativas, muchas de ellas materialistas y hedonistas, encerrados en nosotros/as mismos y en la permanente búsqueda de nuestras satisfacciones individuales, algo que puede ser comprensible si esta parte egoísta no sepultase por completo nuestras capacidades para ser solidarios, generosos y cooperativos. 


Nos enseñan a competir desde nuestra infancia. El rendimiento y el progreso individual (que no el colectivo) es el que se puntúa, se califica, se premia o se castiga. No es tan importante ayudar al compañero/a y aprender a buscar sinergias y complementariedad con nuestros/as semejantes como destacar de entre ellos/as. Nada más hay que echar un vistazo a las calificaciones académicas que más ansían los/as estudiantes en edad escolar: «sobresaliente». O sea, que sobresale del resto, una marca de clara distinción individual que a veces se busca obsesivamente, haciendo que los/as jóvenes pierdan de vista valores fundamentales como la generosidad, la empatía, el búsqueda del bien común, etc.  ¿Cuán bonito sería que el resultado del trabajo escolar  fuese «solidario», «cooperativo», «altruista»…?. La educación académica, tal y como está hoy establecida, se pierde la belleza del trabajo en grupo, colaborativo y cooperativo (que no son lo mismo), que busca complementar virtudes haciendo que los talentos en vez de sumarse se multipliquen.

Como prueba de ello, os dejo este maravilloso vídeo del cuarteto alemán Salut Salon y su obra «Competitive Foursome». !Que lo disfrutéis!

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Individualismo y competitividad

Considero que una de las mayores lacras de nuestro tiempo es el individualismo, seguramente, la causa principal de la deshumanización y la corrupción de nuestra sociedad, de la incomunicación y del aislamiento que tenemos, aún en plena era de la información, con el mundo que nos rodea (especialmente, del que sufre y no tiene un horizonte de prosperidad) e incluso del progresivo deterioro de nuestras relaciones con la naturaleza. Y es que, como dice el refrán, «el peor ciego es el que no quiere ver». Vivimos sumidos en nuestras vanidades y expectativas, muchas de ellas materialistas y hedonistas, encerrados en nosotros/as mismos y en la permanente búsqueda de nuestras satisfacciones individuales, algo que puede ser comprensible si esta parte egoísta no sepultase por completo nuestras capacidades para ser solidarios, generosos y cooperativos. 


Nos enseñan a competir desde nuestra infancia. El rendimiento y el progreso individual (que no el colectivo) es el que se puntúa, se califica, se premia o se castiga. No es tan importante ayudar al compañero/a y aprender a buscar sinergias y complementariedad con nuestros/as semejantes como destacar de entre ellos/as. Nada más hay que echar un vistazo a las calificaciones académicas que más ansían los/as estudiantes en edad escolar: «sobresaliente». O sea, que sobresale del resto, una marca de clara distinción individual que a veces se busca obsesivamente, haciendo que los/as jóvenes pierdan de vista valores fundamentales como la generosidad, la empatía, el búsqueda del bien común, etc.  ¿Cuán bonito sería que el resultado del trabajo escolar  fuese «solidario», «cooperativo», «altruista»…?. La educación académica, tal y como está hoy establecida, se pierde la belleza del trabajo en grupo, colaborativo y cooperativo (que no son lo mismo), que busca complementar virtudes haciendo que los talentos en vez de sumarse se multipliquen.

Como prueba de ello, os dejo este maravilloso vídeo del cuarteto alemán Salut Salon y su obra «Competitive Foursome». !Que lo disfrutéis!

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Por fin en casa

Lo que importa no es cómo se entra en un hospital, sino cómo se sale. En nuestro caso, salimos siendo una familia de tres personas sanas. Agotados pero felices. En lo que a mí respecta, el día del parto terminó en ese momento. Fue un día largo, como ocho de los oficiales, porque el niño […]

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Gestionando ilusiones

Decía mi admirado Paulo Coelho que «la posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante».

A la edad de mis dos hijos (unos muchachotes de 4 y 6 años) practicar su deporte favorito, el fútbol, y formar parte del equipo de su Colegio es todo un sueño. Para ellos es una gran ilusión poder jugar en torneos en los que participan equipos de otros Centros educativos de la ciudad y tener la posibilidad de imitar a sus ídolos. Claro está que esto le pasa a todos los niños y niñas que componen el equipo de «futbito» del Cole, todos/as quieren participar, demostrar su talento y a ser posible, marcar goles. Estamos hablando de un «equipazo» con alrededor de 15 integrantes, cuando sólo juegan cinco en la pista y en partidos que suelen durar entre 20-30 minutos, lo que hace sospechar que el banquillo se mueve bastante (hay muchos cambios). El encargado de gestionar tantas y tantas ilusiones es nuestro entrenador, Tony, un muchacho aparentemente tímido y reservado que tiene un don especial para hacerse entender con los niños y niñas de todas las edades (pues entrena a una amplia panoplia de niños y jóvenes desde infantil a ESO). Tony reune, en mi opinión, todas las cualidades de un gran educador: es observador, sabe escuchar, habla de forma sencilla y directa, valora el esfuerzo y la constancia, potencia virtudes en lugar de corregir errores, transmite valores de respeto por los compañeros propios y «rivales», pero sobre todo lo que más aprecio de Tony es su bondad y su saber hacer para tratar de contentar a todos/as y que nadie se sienta relegado/a por tener más o menos dotes futbolísticas.
He presenciado varios partidos del equipo de mis hijos, guiados por Tony, con otros colegios, y he comprobado como a Tony le da igual tener en el banquillo a sus jugadores más «figuras» mientras están empatando un partido y quedan pocos minutos. No le importa tener en pista a pequeños que a lo mejor aún no saben ni hacia qué parte del campo, en qué portería, tienen que marcar, o tratan de jugar la pelota con las manos. Para él lo principal es que todos se sientan importantes en el equipo y trata de hacerles ver a sus jugadores/as que lo importante es participar y disfrutar. Como él dice a sus pupilos, «ganar está bien, pero si se pierde no pasa nada». A veces el mismo empuje de los chicos y chicas más competitivos hace que se «piquen» con los jugadores del equipo contrario, y Tony siempre trata de influir en ellos/as para que haya juego limpio, y si la actitud persiste los sienta en el banquillo. Para Tony los jugadores que dan ejemplo son aquellos que, aunque no tengan grandes dones, se esfuerzan en los entrenamientos, son aplicados y respetan a los demás.
Tony reúne grandes virtudes como persona y como profesional, y es una verdadera suerte que forme parte de la educación de mis hijos, que va mucho más allá de lo que convencionalmente entendemos como educación formal o reglada. Cualquier ocasión, pero especialmente, aquellas en las que están en juego las ilusiones, los sueños, las motivaciones y las metas de los/as niños/as son las más propicias para contribuir a su crecimiento como personas íntegras, y es eso, precisamente, a lo que se dedica Tony, con su generosa entrega a los más jóvenes. Muchas gracias Tony por hacer realidad los sueños de mis hijos.
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Gestionando ilusiones

Decía mi admirado Paulo Coelho que «la posibilidad de realizar un sueño es lo que hace que la vida sea interesante».

A la edad de mis dos hijos (unos muchachotes de 4 y 6 años) practicar su deporte favorito, el fútbol, y formar parte del equipo de su Colegio es todo un sueño. Para ellos es una gran ilusión poder jugar en torneos en los que participan equipos de otros Centros educativos de la ciudad y tener la posibilidad de imitar a sus ídolos. Claro está que esto le pasa a todos los niños y niñas que componen el equipo de «futbito» del Cole, todos/as quieren participar, demostrar su talento y a ser posible, marcar goles. Estamos hablando de un «equipazo» con alrededor de 15 integrantes, cuando sólo juegan cinco en la pista y en partidos que suelen durar entre 20-30 minutos, lo que hace sospechar que el banquillo se mueve bastante (hay muchos cambios). El encargado de gestionar tantas y tantas ilusiones es nuestro entrenador, Tony, un muchacho aparentemente tímido y reservado que tiene un don especial para hacerse entender con los niños y niñas de todas las edades (pues entrena a una amplia panoplia de niños y jóvenes desde infantil a ESO). Tony reune, en mi opinión, todas las cualidades de un gran educador: es observador, sabe escuchar, habla de forma sencilla y directa, valora el esfuerzo y la constancia, potencia virtudes en lugar de corregir errores, transmite valores de respeto por los compañeros propios y «rivales», pero sobre todo lo que más aprecio de Tony es su bondad y su saber hacer para tratar de contentar a todos/as y que nadie se sienta relegado/a por tener más o menos dotes futbolísticas.
He presenciado varios partidos del equipo de mis hijos, guiados por Tony, con otros colegios, y he comprobado como a Tony le da igual tener en el banquillo a sus jugadores más «figuras» mientras están empatando un partido y quedan pocos minutos. No le importa tener en pista a pequeños que a lo mejor aún no saben ni hacia qué parte del campo, en qué portería, tienen que marcar, o tratan de jugar la pelota con las manos. Para él lo principal es que todos se sientan importantes en el equipo y trata de hacerles ver a sus jugadores/as que lo importante es participar y disfrutar. Como él dice a sus pupilos, «ganar está bien, pero si se pierde no pasa nada». A veces el mismo empuje de los chicos y chicas más competitivos hace que se «piquen» con los jugadores del equipo contrario, y Tony siempre trata de influir en ellos/as para que haya juego limpio, y si la actitud persiste los sienta en el banquillo. Para Tony los jugadores que dan ejemplo son aquellos que, aunque no tengan grandes dones, se esfuerzan en los entrenamientos, son aplicados y respetan a los demás.
Tony reúne grandes virtudes como persona y como profesional, y es una verdadera suerte que forme parte de la educación de mis hijos, que va mucho más allá de lo que convencionalmente entendemos como educación formal o reglada. Cualquier ocasión, pero especialmente, aquellas en las que están en juego las ilusiones, los sueños, las motivaciones y las metas de los/as niños/as son las más propicias para contribuir a su crecimiento como personas íntegras, y es eso, precisamente, a lo que se dedica Tony, con su generosa entrega a los más jóvenes. Muchas gracias Tony por hacer realidad los sueños de mis hijos.
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Mentiras piadosas

Quienes me conocen saben la pasión que siento por el fútbol. Jamás he sido un virtuoso del balón y mi afición a este deporte viene, digámoslo así, por generación espontánea pues en casa de mis padres siempre se han vivido con más intensidad deportes como el baloncesto o el tenis, deporte este último que llegué a practicar con cierta pericia hasta la adolescencia. Como no podía ser de otra manera (de verdad, no hay otra) el sentimiento barcelonista nació en mí casi sin quererlo, como quien aprende la lengua materna. Y como de casta le viene al galgo, el mayor de mis hijos ha heredado de su padre la pasión por el balón redondo y la zamarra blaugrana. Tanto es así, que desde los 6 años juega de forma regular con el equipo de la ciudad donde reside con su madre y cada sábado (o domingo) se enfrenta con sus compañeros a otros clubes de la comarca.
Hace algunas semanas, la suerte del destino quiso que los dos equipos de nuestra vida, el primer equipo del Barça y el Cerdanyola alevín, tuvieran la oportunidad de ganar la liga el mismo día. Se avecinaba un sábado de pasión: mañana con los enanos y tarde en el Camp Nou con los profesionales. Cuando de buena mañana (prácticamente madrugada, diría yo) nos dirigíamos al partido, mi hijo me preguntó «Papá, si hubiera que elegir ¿quién prefierías que ganase la liga, nosotros o el Barça?»  Tras unos segundos de duda, le respondí que, por supuesto,su equipo. En mi fuero interno el remordimiento me carcomía por la mentirijilla piadosa que le acababa de decir al chaval. Lo cierto es que el partido matutino fue una delicia y los verdes (así se conoce al Cerdanyola CF) ganaron el partido con solvencia y, en consecuencia, el título de liga. Pocas veces he visto a mi hijo más contento y emocionado que aquel día. Tras celebrarlo por todo lo alto con sus compañeros y entrenadores volvimos a casa con una sonrisa de oreja a oreja. Ya por la tarde, el Barça perdió la liga en su propio estadio y yo me di cuenta que ,en realidad, aquella mentira piadosa me la había dicho a mí mismo.
PD: desde aquí mi reconocimento a nuestra matriarca ,que se encarga de las 5/7 partes de la familia mientras nosotros recorremos esos campos de Dios.
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Mentiras piadosas

Quienes me conocen saben la pasión que siento por el fútbol. Jamás he sido un virtuoso del balón y mi afición a este deporte viene, digámoslo así, por generación espontánea pues en casa de mis padres siempre se han vivido con más intensidad deportes como el baloncesto o el tenis, deporte este último que llegué a practicar con cierta pericia hasta la adolescencia. Como no podía ser de otra manera (de verdad, no hay otra) el sentimiento barcelonista nació en mí casi sin quererlo, como quien aprende la lengua materna. Y como de casta le viene al galgo, el mayor de mis hijos ha heredado de su padre la pasión por el balón redondo y la zamarra blaugrana. Tanto es así, que desde los 6 años juega de forma regular con el equipo de la ciudad donde reside con su madre y cada sábado (o domingo) se enfrenta con sus compañeros a otros clubes de la comarca.
Hace algunas semanas, la suerte del destino quiso que los dos equipos de nuestra vida, el primer equipo del Barça y el Cerdanyola alevín, tuvieran la oportunidad de ganar la liga el mismo día. Se avecinaba un sábado de pasión: mañana con los enanos y tarde en el Camp Nou con los profesionales. Cuando de buena mañana (prácticamente madrugada, diría yo) nos dirigíamos al partido, mi hijo me preguntó «Papá, si hubiera que elegir ¿quién prefierías que ganase la liga, nosotros o el Barça?»  Tras unos segundos de duda, le respondí que, por supuesto,su equipo. En mi fuero interno el remordimiento me carcomía por la mentirijilla piadosa que le acababa de decir al chaval. Lo cierto es que el partido matutino fue una delicia y los verdes (así se conoce al Cerdanyola CF) ganaron el partido con solvencia y, en consecuencia, el título de liga. Pocas veces he visto a mi hijo más contento y emocionado que aquel día. Tras celebrarlo por todo lo alto con sus compañeros y entrenadores volvimos a casa con una sonrisa de oreja a oreja. Ya por la tarde, el Barça perdió la liga en su propio estadio y yo me di cuenta que ,en realidad, aquella mentira piadosa me la había dicho a mí mismo.
PD: desde aquí mi reconocimento a nuestra matriarca ,que se encarga de las 5/7 partes de la familia mientras nosotros recorremos esos campos de Dios.
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Educación en Finlandia

Me encuentro en la web con esta infografía que incluyo debajo sobre la educación en Finlandia. De ella podemos sacar algunos datos interesantes. Seguramente el que mas interese a nuestros hijos es el título. “No hay tarea para casa en Finlandia” sin embargo hay otros datos que creo que son mucho mas interesantes. Pocos alumnos […]

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Asi nos divertiamos nosotros

Varios de nosotros empezamos con computadoras sin disco rigido y discos de 5 y 1/4 no? En mi caso la primera fue una Commodore 64, (aunque tuve primero una Texas Instrument pero solo jugaba al Parsec con un cartucho) donde poniemos los juegos en su gran diskettera y esperabamos un buen rato que cargaran luego […]

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En la educación está la diferencia

*Por Olga Carmona

«La no violencia lleva a la más alta ética, lo cual es la meta de la evolución. Hasta que no cesemos de dañar a otros seres vivos, somos aún salvajes» Thomas Edison




El otro día mientras preparaba la cena aparecen en la cocina mis hijos y una vecina de su misma edad con un pajarillo muerto en las manos. Se les veía claramente excitados. Querían saber si efectivamente estaba muerto o había alguna posibilidad. Lo miré con cierta angustia y efectivamente el pichón estaba aún caliente, pero muerto. Mi madre, que andaba cerca, lo cogió e hizo ademán de quitárselo a los niños y tirarlo a la basura. Ellos abrieron la boca entre el horror y la sorpresa. Yo me interpuse. Les devolví el pichón envuelto en una servilleta de papel y les dije que esperasen fuera un ratito que en seguida encontraríamos un lugar donde enterrarle y hacerle un ritual de despedida. Eso les tranquilizó y salieron cual soldados con la misión más importante de su vida. Lo pusieron con delicadeza en el suelo y se sentaron con gesto trascendente, cerquita de él, cuidándolo mientras me esperaban.

De pronto escuché una llamada angustiada de la amiga de ellos y el llanto de mi hija. Salgo y me dicen entre sollozos que un niño, más mayor que ellos, ha llegado y lo ha pisoteado. Veo el animalito flotando en sangre. El horror en los ojos de los otros. Y mi mala ostia subiendo por la garganta. Le increpé al grandullón preguntándole porqué había hecho eso. Me contestó que porqué no, si estaba muerto, que ya daba igual. No, no da igual. No da igual carajo, no. Y se lo dije, le hablé del respeto a la vida y también a la muerte. Le hablé de tratar con dignidad a los otros, le hablé de la compasión y la empatía. Le hablé del desprecio.


El pequeño monstruo me miraba como si le hablara en coreano y se fue. Al ver mi reacción, los pequeños se crecieron: “puedes irte, lo vamos a cuidar mientras te esperamos”. Y se sentaron en círculo en el suelo cerrando una frontera que protegiera al pobre pichón.


En estos días también leí espantada la noticia de un burrito apaleado y violado por unos niños, torturado hasta el borde la muerte y sino lo remataron fue porque una mujer lo evitó.


La diferencia entre unos niños y otros, está en sus casas. Está en los valores y en el ejemplo con que han sido educados, está en haber hecho de la ética y la empatía una forma de vida o no. No sirve el discurso vacuo y manufacturado que les dan en los coles, no sirve sola la palabra. Los padres tenemos  que  estar y sobre todo ser.


Tenemos que transmitir aquello en lo que creemos desde todas y cada una de las acciones cotidianas. Todas. Pagar hacienda y no colarse en el metro. No mentir ni al perro. Coherencia y consistencia transmiten y comunican, el resto se lo lleva el viento.


Estos niños, los que torturan y los que cuidan y protegen, crecerán dentro del mismo país y de la misma cultura y un día igual comparten un despacho o un hospital, es decir, serán los adultos al mando de nuestra sociedad. Esa es nuestra inexcusable responsabilidad: en la educación está la diferencia, toda la diferencia. Tanto así, que hasta la diosa genética puede ser alterada y modificada por la cultura y por el ambiente. No me duelen prendas al sostener una premisa tan tajante y tan llena de responsabilidad para nosotros, los educadores, los padres.


Le enterraron. Le escribieron un nota de despedida y le dijeron que había sido un pajarito muy bonito. Candela lloraba y yo le expliqué que ahora nadie le pisaría y que dentro de unos meses, en ese lugar donde ahora estaba el pájaro y gracias a él, nacería una flor. Sonrío, se secó las lágrimas y me preguntó:”¿ estás segura?”. Sí, lo estoy.


Yo también, a mis cuarenta y tantos, estaba triste por esa pequeña muerte. Y asustada, por esos pequeños monstruos que van creciendo sin alma.



Foto: http://www.freedigitalphotos.net/images/blue-tit-baby-in-a-hand-photo-p178770
By Tina Phillips, published on 20 June 2013 Stock Photo – image ID: 100178770
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En la educación está la diferencia

*Por Olga Carmona

«La no violencia lleva a la más alta ética, lo cual es la meta de la evolución. Hasta que no cesemos de dañar a otros seres vivos, somos aún salvajes» Thomas Edison




El otro día mientras preparaba la cena aparecen en la cocina mis hijos y una vecina de su misma edad con un pajarillo muerto en las manos. Se les veía claramente excitados. Querían saber si efectivamente estaba muerto o había alguna posibilidad. Lo miré con cierta angustia y efectivamente el pichón estaba aún caliente, pero muerto. Mi madre, que andaba cerca, lo cogió e hizo ademán de quitárselo a los niños y tirarlo a la basura. Ellos abrieron la boca entre el horror y la sorpresa. Yo me interpuse. Les devolví el pichón envuelto en una servilleta de papel y les dije que esperasen fuera un ratito que en seguida encontraríamos un lugar donde enterrarle y hacerle un ritual de despedida. Eso les tranquilizó y salieron cual soldados con la misión más importante de su vida. Lo pusieron con delicadeza en el suelo y se sentaron con gesto trascendente, cerquita de él, cuidándolo mientras me esperaban.

De pronto escuché una llamada angustiada de la amiga de ellos y el llanto de mi hija. Salgo y me dicen entre sollozos que un niño, más mayor que ellos, ha llegado y lo ha pisoteado. Veo el animalito flotando en sangre. El horror en los ojos de los otros. Y mi mala ostia subiendo por la garganta. Le increpé al grandullón preguntándole porqué había hecho eso. Me contestó que porqué no, si estaba muerto, que ya daba igual. No, no da igual. No da igual carajo, no. Y se lo dije, le hablé del respeto a la vida y también a la muerte. Le hablé de tratar con dignidad a los otros, le hablé de la compasión y la empatía. Le hablé del desprecio.


El pequeño monstruo me miraba como si le hablara en coreano y se fue. Al ver mi reacción, los pequeños se crecieron: “puedes irte, lo vamos a cuidar mientras te esperamos”. Y se sentaron en círculo en el suelo cerrando una frontera que protegiera al pobre pichón.


En estos días también leí espantada la noticia de un burrito apaleado y violado por unos niños, torturado hasta el borde la muerte y sino lo remataron fue porque una mujer lo evitó.


La diferencia entre unos niños y otros, está en sus casas. Está en los valores y en el ejemplo con que han sido educados, está en haber hecho de la ética y la empatía una forma de vida o no. No sirve el discurso vacuo y manufacturado que les dan en los coles, no sirve sola la palabra. Los padres tenemos  que  estar y sobre todo ser.


Tenemos que transmitir aquello en lo que creemos desde todas y cada una de las acciones cotidianas. Todas. Pagar hacienda y no colarse en el metro. No mentir ni al perro. Coherencia y consistencia transmiten y comunican, el resto se lo lleva el viento.


Estos niños, los que torturan y los que cuidan y protegen, crecerán dentro del mismo país y de la misma cultura y un día igual comparten un despacho o un hospital, es decir, serán los adultos al mando de nuestra sociedad. Esa es nuestra inexcusable responsabilidad: en la educación está la diferencia, toda la diferencia. Tanto así, que hasta la diosa genética puede ser alterada y modificada por la cultura y por el ambiente. No me duelen prendas al sostener una premisa tan tajante y tan llena de responsabilidad para nosotros, los educadores, los padres.


Le enterraron. Le escribieron un nota de despedida y le dijeron que había sido un pajarito muy bonito. Candela lloraba y yo le expliqué que ahora nadie le pisaría y que dentro de unos meses, en ese lugar donde ahora estaba el pájaro y gracias a él, nacería una flor. Sonrío, se secó las lágrimas y me preguntó:”¿ estás segura?”. Sí, lo estoy.


Yo también, a mis cuarenta y tantos, estaba triste por esa pequeña muerte. Y asustada, por esos pequeños monstruos que van creciendo sin alma.



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En la educación está la diferencia

*Por Olga Carmona

«La no violencia lleva a la más alta ética, lo cual es la meta de la evolución. Hasta que no cesemos de dañar a otros seres vivos, somos aún salvajes» Thomas Edison




El otro día mientras preparaba la cena aparecen en la cocina mis hijos y una vecina de su misma edad con un pajarillo muerto en las manos. Se les veía claramente excitados. Querían saber si efectivamente estaba muerto o había alguna posibilidad. Lo miré con cierta angustia y efectivamente el pichón estaba aún caliente, pero muerto. Mi madre, que andaba cerca, lo cogió e hizo ademán de quitárselo a los niños y tirarlo a la basura. Ellos abrieron la boca entre el horror y la sorpresa. Yo me interpuse. Les devolví el pichón envuelto en una servilleta de papel y les dije que esperasen fuera un ratito que en seguida encontraríamos un lugar donde enterrarle y hacerle un ritual de despedida. Eso les tranquilizó y salieron cual soldados con la misión más importante de su vida. Lo pusieron con delicadeza en el suelo y se sentaron con gesto trascendente, cerquita de él, cuidándolo mientras me esperaban.

De pronto escuché una llamada angustiada de la amiga de ellos y el llanto de mi hija. Salgo y me dicen entre sollozos que un niño, más mayor que ellos, ha llegado y lo ha pisoteado. Veo el animalito flotando en sangre. El horror en los ojos de los otros. Y mi mala ostia subiendo por la garganta. Le increpé al grandullón preguntándole porqué había hecho eso. Me contestó que porqué no, si estaba muerto, que ya daba igual. No, no da igual. No da igual carajo, no. Y se lo dije, le hablé del respeto a la vida y también a la muerte. Le hablé de tratar con dignidad a los otros, le hablé de la compasión y la empatía. Le hablé del desprecio.


El pequeño monstruo me miraba como si le hablara en coreano y se fue. Al ver mi reacción, los pequeños se crecieron: “puedes irte, lo vamos a cuidar mientras te esperamos”. Y se sentaron en círculo en el suelo cerrando una frontera que protegiera al pobre pichón.


En estos días también leí espantada la noticia de un burrito apaleado y violado por unos niños, torturado hasta el borde la muerte y sino lo remataron fue porque una mujer lo evitó.


La diferencia entre unos niños y otros, está en sus casas. Está en los valores y en el ejemplo con que han sido educados, está en haber hecho de la ética y la empatía una forma de vida o no. No sirve el discurso vacuo y manufacturado que les dan en los coles, no sirve sola la palabra. Los padres tenemos  que  estar y sobre todo ser.


Tenemos que transmitir aquello en lo que creemos desde todas y cada una de las acciones cotidianas. Todas. Pagar hacienda y no colarse en el metro. No mentir ni al perro. Coherencia y consistencia transmiten y comunican, el resto se lo lleva el viento.


Estos niños, los que torturan y los que cuidan y protegen, crecerán dentro del mismo país y de la misma cultura y un día igual comparten un despacho o un hospital, es decir, serán los adultos al mando de nuestra sociedad. Esa es nuestra inexcusable responsabilidad: en la educación está la diferencia, toda la diferencia. Tanto así, que hasta la diosa genética puede ser alterada y modificada por la cultura y por el ambiente. No me duelen prendas al sostener una premisa tan tajante y tan llena de responsabilidad para nosotros, los educadores, los padres.


Le enterraron. Le escribieron un nota de despedida y le dijeron que había sido un pajarito muy bonito. Candela lloraba y yo le expliqué que ahora nadie le pisaría y que dentro de unos meses, en ese lugar donde ahora estaba el pájaro y gracias a él, nacería una flor. Sonrío, se secó las lágrimas y me preguntó:”¿ estás segura?”. Sí, lo estoy.


Yo también, a mis cuarenta y tantos, estaba triste por esa pequeña muerte. Y asustada, por esos pequeños monstruos que van creciendo sin alma.



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Peripecias de un papá – Aprendiendo un nuevo idioma.

Por si alguien tenía alguna duda acerca del título, aclararé de primeras que el que está aprendiendo un nuevo idioma soy yo. Y, sí, tratándose de este contexto, me refiero al nuevo lenguaje, en su mayoría de palabras bisilábicas, que habla mi hijo. Y es que el segundo año de la facultad de paternidad incluye […]

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Nuestro parto en casa

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Cuando escuché sobre los partos en casa, pensé que era una locura y que era algo que simplemente ya no sucedía porque estaba demostrado que los hospitales son más seguros, están mejor preparados para atender un parto y cuentan con el personal capacitado. Estaba equivocado, aquí les cuento la historia de nuestro parto en casa:

Laura: Calculamos con los ultrasonidos el nacimiento para el 26 de diciembre o el 30 de diciembre, pero el 18 de diciembre por la mañana salió Rodrigo (mi esposo) a llevar a nuestro cuñado al trabajo, yo había escuchado eso de empoderarse y había leído bastante sobre eso, practicando maneras de respirar (en las que no creía mucho) pero igual un ejercicio en donde el sostener con una mano un hielo y distraerse parecía hacer sobre llevadero el dolor.

Cuando salió mi esposo, yo estaba tratando de dormir, Olivia (nuestra hija de dos años) había estado enferma por 3 días de gripe y en la noche no nos había dejado dormir. Apenas esa mañana, comenzamos a intercambiar cuartos con mi hermana, para que pudiéramos contar con el cuarto grande para el parto, planes que habíamos estado intentando concluir semanas antes y que sin otra opción, tuvimos que hacer esa mañana moviendo camas, colchones, y todas nuestras pertenencias.

Comencé a sentir contracciones Braxton con un ligero dolor, que mi doula me dijo no llamara “dolor” si no que me refiriera a ellas como “olas de sensación”. Así que fue una y seguí tratando de dormir, luego vino otra unos 15 minutos después y seguí tratando de dormir, luego vino otra y pensé: “Creo que no debo cenar como puerco”. Y me levanté al baño pero en la puerta sentí otra y comencé a decirle a mi padre que saliera ya mismo del baño, entre y solamente oriné, regresé a la cama y me recosté de nuevo, pero vino otra ola y en esta ocasión, esta sí me dolió un poco más.

En eso llego Rodrigo, como a las 7:30 am y le dije: “He tenido como 4 contracciones con dolor, yo creo que ya viene”. A lo que respondió: “Uf ya se me aflojó el mastique”. Jajajaja. Entonces seguí recostada y cuando se levantó mi niña de la cama como a las 9 am me levanté con ella y para ese momento, sentía más olas, me sostenía de la puerta del baño soplando y moviéndome y ciertamente eran mucho más llevaderas. 

Curiosamente la partera iba a venir a revisión ese día. Rodrigo le llamó esa mañana poco antes de la cita y sólo le aviso que tenía contracciones aparentemente reales, ella agradeció y dijo: “Llegaré a las 10 como acordamos”. Decidí bañarme, lo cual fue bien relajante porque aunque no nos alcanzó ni el tiempo ni el dinero para rentar la tina en la que pensábamos tener el parto, tenía la regadera bien caliente que me hizo sobreponerme, ahí note que el tapón mucoso estaba ya afuera y fue cuando comencé a sentir que todo era más real.

Rápidamente dieron las 10 am y yo me había puesto un vestidito negro que había pensado para el día del parto y casualmente era lo único limpio que tenía para ponerme ese día. Cuando llego la partera, venía con su ayudante y aprendiz Lauren como cada cita y venía también con la partera de apoyo y varias bolsas con muchas cosas. Rodrigo y yo no habíamos completado la lista de compras y utensilios que nos había dado nuestra partera Sue para el parto, por lo que en cuanto llegaron, salió disparado a comprar lo que hacia falta. Y así la ayudante de partera, me dijo: Llegó la hora y será muy rápido.

Rodrigo: Salí rapidísimo a comprar lo que faltaba, ya que había ido a dejar a mi cuñado a su trabajo a las 7 am, me quedé con su camioneta y la aproveché para ir a la farmacia a comprar muchas de las cosas que hicieron falta y que no habíamos comprado pensando que Alejandro llegaría una semana o dos más tarde. Me apuré lo más que pude pero tenía mucho miedo de que cuando yo llegara, mi bebé ya hubiera nacido y yo no pudiera ser testigo de todo el milagro. Me sentía muy mal pensando que por no haber comprado algunas cosas con tiempo, me perdería el nacimiento. Me tardé alrededor de 45 minutos, y cuando finalmente regresé, me metí directo al cuarto y lo primero que vi, fue a Laura arrodillada en el piso con los codos y la cara recargados en el filo de la cama. Cuando la vi, pensé: “Llegó la hora, esto es real, vamos a tener nuestro bebé en casa, aquí y ahora”. Algo que habíamos planeado pero que hasta ese momento sinceramente no sentía que estaba pasando. De inmediato, dejé las cosas en el piso y me acomodé junto a Alma y seguí a nuestra doula Alli en sus recomendaciones y en la misma forma que estaba apoyando a Laura.

Laura: Cada que pasaba más tiempo las olas se hacían más grandes y duraderas. Sue mi partera, Lauren la aprendiz y Laura la partera de apoyo, me decían que no cerrará las piernas y respirara profundamente en cada ola.

Pasamos a la habitación y yo seguía sosteniéndome de los marcos de las puertas mientras ellas acomodaban todos los utensilios para el parto, respiraba y sentía que era llevadero, y de pronto comenzaron a ser muy constantes y grandes, las olas eran grandes casi insoportables y en eso entró Rodrigo con lo que faltaba, escuché su voz en mi oído durante una gran ola y sentí que estaba completa, así que nos metimos juntos de nuevo a la ducha y me dijeron si sientes ganas de pujar nos avisas para que salgas de inmediato y justo cuando entré y me vino otra ola, sentí esas “ ganas de pujar” que es como una sensación inminente de empujar algo hacia afuera, distinto de pujar completamente distinto pero más fuerte.

Rodrigo: Cuando Laura me dijo que quería meterse a la ducha conmigo, me quité rápidamente toda la ropa menos la ropa interior, que por un minuto pensé en quitarme olvidando que había 4 personas más observando todo. Laura no aguantó mucho dentro, ya que llegó de nueva cuenta una ola grande y tuvimos que salirnos de inmediato, ella desnuda y yo con la ropa interior empapada, mismo estado en el que me volví a acomodar a su lado para continuar con el parto en la cama.

El parto

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Laura: Pasaron unos minutos y durante otra ola, escuché la voz de mi doula Allí Cuentos, quien lo primero que me dijo fue: “Estoy aquí”. Y sentí aún más fuerza. Lo primero que me dijo fue: “Cuando venga la siguiente ola, no chilles, no lo hagas agudo, saca un ‘Ooooh’ profundo, lo más grave que puedas y no huyas, esto te esta acercando, son olas no es dolor”.

 Vino la siguiente contracción y escuche a Rodrigo haciendo un “oooohh” grave, mi doula alguna vez me había dicho que es bueno pensar que no sólo somos mujeres si no que somos más como animales y pensé justo eso: “No soy una princesa, soy un animal”. Así que vino la siguiente ola muy fuerte y con ella el empujar con fuerza, sin que fuera mi decisión, sin hacer ese conteo que en el hospital me hicieron hacer, sin preocuparme por respirar y por pujar con todo mi corazón, simplemente deje que mi animal saliera y rugiera.

Rodrigo: Después de la ducha, y tras varios minutos en los que Alma estuvo respirando esperando que ella y el bebé trabajaran en equipo para el nacimiento, Sue me dijo que si quería podía cambiar mi ropa y vestirme con algo seco. Le dije que sí, y salí corriendo al otro cuarto para buscar algo seco.

Laura: Para la siguiente ola, me sentía llena de coraje, de furia me imaginé como un animal entre más animales haciendo un rugido y sentía la ola, insoportable ola y salía de mi mucha energía pero yo no pujaba, sacaba la fuerza que venía dentro de mi.

Para la siguiente ola, Rodrigo me dijo: “Le vi la cabeza completa, ya esta por salir”. Y de pronto sentí en medio de la ola y el inevitable empujar y empujar y el recuerdo de mi pasado desgarre de 3er grado, que la sensación de ardor y estiramiento se acercaban, pero de nuevo mi doula me dijo: “Tú querías sentir, no tengas miedo, no va a ser como la otra vez”. y le dije con mi voz aguda y chillando: “Es que tengo miedo ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya!…” Jajaja. De inmediato me dijo: “¿Ya? ¿Ya que? No no no no huyas, ¿a dónde vas? Enfócate y confía…”así que vino la siguiente ola y yo de nuevo con mi “oooohh” agudo, Rodrigo y Alli de nuevo me hicieron en el oído un “ooohhhhh” muy grave y volví a enfocarme… Así empujó mi cuerpo y sentí su cabeza, no me dolió ni me ardió y escuché un: “¡espera un poco!” Y después un “wooowwww…” de todos en coro, pero yo ya no podía controlar el empujar y sentí finalmente como salió mi chiquito completo y también agua.

Rodrigo: En un instante, comencé a ver la cabeza de Alejandro, entraba y salía, entraba y salía de nuevo con cada intento de ambos. Cada vez salía más y más. En una ocasión, el cordón comenzó a salir a un lado de Alejandro, por lo que tuvieron que hacer que Ale regresara un poco para darle espacio al cordón de regresar y no estorbar. De repente, Laura dio todo y de golpe, salió la cabeza completa de Alejandro y me di cuenta de que aún estaba dentro de la bolsa, plácidamente envuelto y protegido, la bolsa estaba tan pegada a su cabeza que era difícil distinguirla. Alejandro se quedó un instante en esa posición, con la cabeza y un hombro fuera. El problema fue que uno de sus brazos lo tenía muy pegado al pecho y obstaculizaba su salida, lo cual ocasionó que Laura se rasgara ligeramente al momento en el que su codo se sumó al volumen del resto de su cuerpo y saliera por completo. Sin embargo, con un último intento de Laura, la bolsa se rompió cuando Alejandro salió por completo, mojándonos a todos y a la cama. Fue como cuando un globo de agua se te revienta en las manos y te empapa todo. Finalmente, lo sacamos y no hacía ruido alguno en ese momento, parecía que aún dormía.

Laura: Miré a un lado y me dijeron: “Recuéstate”. Así vi acercarse a mi bebecito tranquilito moviendo sus bracitos temblorosos, cayó sobre mi pecho y haciendo chilliditos lo miré, era mi Olivia otra vez, idéntico, jaja, pero muy en paz.

Me dijo Rodrigo más tarde que había salido su cabeza dentro de la bolsa pero que al salir los hombros se reventó. En efecto, me había razgado un poco pues el niño venía con una mano sobre su corazón, pero esta vez no me dolió eso y lo que siguió fue expulsar mi placenta, para lo cual sí puje, después las puntadas y cortar el cordón. 

Rodrigo: Cuando salió Alejandro, Sue y Lauren lo colocaron en el pecho de Alma esperando que “escalara” hasta uno de los pezones. Recuerdo que no creía que un bebé fuera capaz de hacer eso, pero Alejandro comenzó a hacerlo con un poco de ayuda y apoyo que le dieron las manos de Lauren quien las colocó bajo los pies de Ale como si fueran un escalón. Poco a poco, se acercó más y más y llegó un momento en el que parecía que ya se había pasado de su objetivo, casi llegaba al cuello de Laura y a su barbilla, y yo estaba pensando que Alejandro no sabía bien lo que hacía y que estaba perdido. Pero de repente, levantó su cabeza, como si fuera un niño grande gateando y como de latigazo la balanceó de izquierda derecha y giro de tal forma que su cabeza cayó justo sobre el pezón. Me impresioné de tanta sabiduría y perfección. Alejandro se prendió al pecho y comió un poco, después lo cargué unos 30 minutos mientras le ponían puntos a Laura en el perineo, pero esta vez ella no sufría, estaba con anestesia local y no gritaba ni lloraba, como la vez pasada.

Pasada una hora, me dijeron si quería cortar el cordón y lo hice. Con Ale en mis brazos con su carita tranquila y ligeramente manchada de sangre, me sentí completo.

Después de que todo terminó, nos dejaron solos un momento. Me acosté junto a Laura en la cama mientras ella abrazaba a Ale. En ese momento pensé que a diferencia del nacimiento de Olivia, ahora no estaba en medio del cuarto preocupado tanto por Laura que estaba desmayada ni por Oli que había ingerido meconio y había necesitado un poco de reanimación. Esta vez, cuatro ángeles habían cuidado a mi esposa y a mi hijo, y Laura y yo descansábamos ya pensando que todo estaba hecho, lo habíamos logrado.

Laura: Seguí bebiendo infusiones después del parto, también tuve la presión baja toda la noche y ganas de desmayarme cada que me incorporaba pero una sensación de satisfacción, de paz… algo similar a cuando duermes la primera vez con el hombre que amas y mucho agradecimiento por que me había quedado en el corazón, saber realmente la mujer que soy.

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Quiero agradecer enormemente a Sue, a Lauren, a Laura y a Alli, quienes no sólo atendieron nuestro parto, sino que se convirtieron en nuestra familia. Escucharon nuestros problemas meses antes del parto, lloraron con nosotros, y sin esperar nada a cambio, prometieron acompañarnos en nuestra empresa hasta ver a Mateo, nuestro hijo, sano y feliz en nuestros brazos.

Nosotros llegamos a San Francisco sin idea de lo que era un parto en casa ni sus bondades, no sabía siquiera que como padre y esposo también tenía un rol tan importante a lado de mi esposa incluso en la lactancia y otras actividades que hoy en día, parecen ser exclusivamente de las mujeres. Tras caminar largas horas buscando ayuda, tocando puertas y preguntando por opciones financieramente viables, dimos con una partera y de ahí se nos abrieron los ojos e investigamos aún más en esta dirección.

Como referencia debo decir que el documental “The Business of Being Born” (El Negocio de Nacer), nos dio un panorama claro de cómo son las cosas actualmente en esto de los partos, hospitales y médicos.

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Wow, aprendí tanto. ¿Sabían que cualquier mujer, con la estimulación adecuada puede comenzar a lactar súbitamente y alimentarlo sin haber estado embarazada o tenido hijos? ¿Y que hasta un hombre puede lactar con el tratamiento de hormonas adecuado?. 

Como padre de dos niños, recomiendo el parto en casa absolutamente bajo la supervisión de una persona calificada como una partera licenciada (Licensed Midwife) o una partera certificada en enfermería Certified Nurse-Midwife), un equipo de parteras y doula que respalden a la partera principal y a la madre, un plan de parto así como un plan de emergencia por si cualquier cosa pudiera salirse de control y creo que lo más importante, que se tenga un gran deseo por vivir esta hermosa experiencia conociendo que existen riesgos, riesgos que se dan de la misma manera que se presentan en un hospital y que los médicos simplemente mantienen en silencio, los solucionan con pitocina y el retiro del bebé en cuanto nace para colocarlo en la Unidad de Cuidados Intensivos (ICU) sin mencionar la razón y situaciones que disfrazan de “cordones enredados en cuellos”, “bebés en posición de nalgas (breech presentation)” y otras excusas con el fin de acelerar el trabajo de parto y llegar a una inducción o cesárea que permita “terminar, cobrar y pasar al siguiente niño” sin darle la atención adecuada a la madre, darle la oportunidad de crear un vínculo con su bebé en calma y privacidad, ni permitirle al bebé comenzar a nutrirse del alimento perfecto, la leche materna, no la “mentada” fórmula que parece que hace milagros a pesar de que hay estudios que incluso la han comenzado a asociar con casos de cáncer en niños.

Créanme cuando les digo que a mujeres como las que estuvieron en nuestro parto, no les importa el dinero ni la fama, ni nada más que permitirle a otra mujer sentirse fuerte y consciente de que es capaz de traer a un bebé a este mundo sin necesidad de otra cosa más que el amor, les interesa traer a un niño a este mundo sano y así también, regresar un poquito de lo tanto que ellas también recibieron en su momento de otras parteras y mujeres.

En México es raro ver este tipo de corazón. Para nosotros, es una invitación a replicar lo que vivimos ofreciéndolo a otra familia en la misma situación.

En fin, esperemos que esta cultura de ayudar a otros y de regresar a nuestros orígenes con la sabiduría de la experiencia y ciencia con la que hoy ya contamos, nos permita volver a tener en cuenta que necesitamos amor en nuestra vida, desde el primer segundo en el que la comenzamos.

Mateo Alejandro nació el 18 de diciembre en Daly City, California, pesando 3.65 kg y midiendo 49.5 cm, en día de luna llena a las 11:45am tras un trabajo de parto activo de una hora aproximadamente.

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La mirada que nos devuelve el espejo de la paternidad

 James-Hetherington



No hay mejor cosa para conocerse a uno mismo que perderse en el desierto o a falta de arena bien puede valer, ser padre.
Nada mejor para poner a prueba tus cualidades como ser humano, como ser humano responsable queremos decir ( y medianamente cuerdo debería añadir), que la paternidad o maternidad (dependiendo del lado donde les pille). 

Porque eso es otra de las miles de cosas que tus padres no te cuentan cuando eres adulto y tienes algo de capacidad para escucharles, que ya sabemos que de pequeño el canal por el que emitía tu madre pasaba directo a través de tus oídos, es decir, entraba por uno y salía por el otro, igualico que con los rubios en este momento y con la diferencia de que quien está al otro lado del dial es un servidor.

Decía que nadie te cuenta que es muy recomendable llegar a esta etapa del desarrollo, educación y doma de bichos de metro a metro y medio con cierta dosis mínima de cordura. Y no se confíen porque ese mínimo tiene que ser bastante alto (por su bien), ya que en el proceso se va a perder gran parte de ella, junto con los pelos, los pectorales y las ganas de levantarse otro día.

Todo en su conjunto nos devuelve una imagen de nosotros difícil de reconocer y asociar a aquello que un buen día fuimos y desde luego, nada que ver con aquello que un día allá cuando decidimos eso de dejar de ser dos para ser más, nos imaginábamos ser.

Malos tiempos para los superpadres

No esta siendo una buena temporada, muchas cosas en la lobocueva han cambiado, los peques crecen (por desgracia) y con ellos la complejidad de los problemas. Llevamos ya tiempo, quizás demasiado, perdidos intentando encontrar nuestro lugar de nuevo, ese sitio desde donde veíamos pasar los días y saludábamos a los demás.  Ahora, los días simplemente pasan, uno detrás del otro, sin siquiera detenerse a saludar o preguntar cómo ha ido. Si hace tiempo mi capacidad de planificación se reducía a una semana como
mucho, a día de hoy puedo decir que empieza ya a ser preocupante las horas a las que comienzo a preparar la cena o las horas que, en general, se duermen en esta casa. 

Hace tiempo ya que no hay capitán en el barco, que hemos soltado velas y nos dejamos llevar por la corriente del sur, si sopla, y quizás mañana sea vendaval del noroeste, quien sabe. Es posible incluso que hayamos naufragado hace tiempo y que cada uno viajemos a la deriva en nuestro propio resto del naufragio.

Nunca, en toda mi vida, he estado tan cerca de sentir en mis propias carnes aquellas frases de nuestra infancia que tanto le oía a mi madre: «cuando seas padre me entenderás», «me vais a volver loca», «yo ya no se que hacer con vosotros». Si, por desgracia a sido «por las malas» como he aprendido lo que es intentar criar a dos, por las malas he visto como mi cordura se va reduciendo día a día. Me he mirado en el mismo espejo que mis padres y no me ha gustado lo que este me ha devuelto, no me ha gustado esa sombra que he visto entre el tipo del espejo y yo. Porque he mirado y me ha devuelto ese lado oscuro que nunca nos gusto, ese «nosotros» que sabemos está ahí, vigilando, esperando su oportunidad para salir.

Hoy no me gustó lo que he visto, no sé si porque había idealizado mi imagen en el espejo y esperaba ver algo muy diferente o porque lo que veo se parece mucho a lo que ya viví en otra época, en otro papel. La misma obra caótica sin director ni guionista, en un teatro que huele a rancio y que necesita un lavado a fondo.

Hoy he comprendido esa parte de quienes son mis padres, esa parte que sólo se entiende cuando eres padre y llegas a ciertos límites, esa parte que no quiero ser. Hoy sé que llevo un equipaje que creía haber dejado atrás hace tiempo, hace mucho tiempo. Un equipaje que no necesito pero del que nunca podré deshacerme.

Debo hacer algo con esa imagen que veo en el espejo, pero sinceramente ya no sé que era lo que tenía que cambiar y como se hacía, tan solo sigo remando de espaldas.

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La mirada que nos devuelve el espejo de la paternidad

 James-Hetherington



No hay mejor cosa para conocerse a uno mismo que perderse en el desierto o a falta de arena bien puede valer, ser padre.
Nada mejor para poner a prueba tus cualidades como ser humano, como ser humano responsable queremos decir ( y medianamente cuerdo debería añadir), que la paternidad o maternidad (dependiendo del lado donde les pille). 

Porque eso es otra de las miles de cosas que tus padres no te cuentan cuando eres adulto y tienes algo de capacidad para escucharles, que ya sabemos que de pequeño el canal por el que emitía tu madre pasaba directo a través de tus oídos, es decir, entraba por uno y salía por el otro, igualico que con los rubios en este momento y con la diferencia de que quien está al otro lado del dial es un servidor.

Decía que nadie te cuenta que es muy recomendable llegar a esta etapa del desarrollo, educación y doma de bichos de metro a metro y medio con cierta dosis mínima de cordura. Y no se confíen porque ese mínimo tiene que ser bastante alto (por su bien), ya que en el proceso se va a perder gran parte de ella, junto con los pelos, los pectorales y las ganas de levantarse otro día.

Todo en su conjunto nos devuelve una imagen de nosotros difícil de reconocer y asociar a aquello que un buen día fuimos y desde luego, nada que ver con aquello que un día allá cuando decidimos eso de dejar de ser dos para ser más, nos imaginábamos ser.

Malos tiempos para los superpadres

No esta siendo una buena temporada, muchas cosas en la lobocueva han cambiado, los peques crecen (por desgracia) y con ellos la complejidad de los problemas. Llevamos ya tiempo, quizás demasiado, perdidos intentando encontrar nuestro lugar de nuevo, ese sitio desde donde veíamos pasar los días y saludábamos a los demás.  Ahora, los días simplemente pasan, uno detrás del otro, sin siquiera detenerse a saludar o preguntar cómo ha ido. Si hace tiempo mi capacidad de planificación se reducía a una semana como
mucho, a día de hoy puedo decir que empieza ya a ser preocupante las horas a las que comienzo a preparar la cena o las horas que, en general, se duermen en esta casa. 

Hace tiempo ya que no hay capitán en el barco, que hemos soltado velas y nos dejamos llevar por la corriente del sur, si sopla, y quizás mañana sea vendaval del noroeste, quien sabe. Es posible incluso que hayamos naufragado hace tiempo y que cada uno viajemos a la deriva en nuestro propio resto del naufragio.

Nunca, en toda mi vida, he estado tan cerca de sentir en mis propias carnes aquellas frases de nuestra infancia que tanto le oía a mi madre: «cuando seas padre me entenderás», «me vais a volver loca», «yo ya no se que hacer con vosotros». Si, por desgracia a sido «por las malas» como he aprendido lo que es intentar criar a dos, por las malas he visto como mi cordura se va reduciendo día a día. Me he mirado en el mismo espejo que mis padres y no me ha gustado lo que este me ha devuelto, no me ha gustado esa sombra que he visto entre el tipo del espejo y yo. Porque he mirado y me ha devuelto ese lado oscuro que nunca nos gusto, ese «nosotros» que sabemos está ahí, vigilando, esperando su oportunidad para salir.

Hoy no me gustó lo que he visto, no sé si porque había idealizado mi imagen en el espejo y esperaba ver algo muy diferente o porque lo que veo se parece mucho a lo que ya viví en otra época, en otro papel. La misma obra caótica sin director ni guionista, en un teatro que huele a rancio y que necesita un lavado a fondo.

Hoy he comprendido esa parte de quienes son mis padres, esa parte que sólo se entiende cuando eres padre y llegas a ciertos límites, esa parte que no quiero ser. Hoy sé que llevo un equipaje que creía haber dejado atrás hace tiempo, hace mucho tiempo. Un equipaje que no necesito pero del que nunca podré deshacerme.

Debo hacer algo con esa imagen que veo en el espejo, pero sinceramente ya no sé que era lo que tenía que cambiar y como se hacía, tan solo sigo remando de espaldas.

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Aprender a escuchar

Es muy curioso que si tecleamos en Google «curso de oratoria» nos aparezcan 584.000 registros en los que se nos invita a mejorar nuestras habilidades comunicativas a la hora de hablar en público, mientras que si introducimos el criterio de búsqueda «curso para aprender a escuchar», prácticamente la totalidad de los resultados (bastante menos) tienen que ver con saber escuchar idiomas o música clásica. Deduzco con ello que, para la inmensa mayoría de las personas, es más importante hacerse escuchar que escuchar debídamente a los/as demas. Y esto no debería de sorprendernos. Vivimos en una sociedad en la que hemos ido gestando el mal hábito de escuchar a los/as otros/as no con la intención de entender su mensaje, sino de contestarlo lo más precipitadamente posible, a veces incluso sin dejar que la otra persona termine. ¡Qué hay mejor que una respuesta rápida, una sentencia o un consejo!, eso sí, sin analizar ni diagnosticar adecuadamente las palabras de quien nos habla.

 
Hablar por encima de todo, pues ello nos permitirá, llegado el caso, imponer nuestros criterios y nuestras ideas, transformarnos en seres más seductores e influyentes o incluso convertirnos en transformadores de creencias y realidades, a veces de forma premeditada, otras inconscientemente. No cabe duda de que el ser humano se erige por encima del resto de los seres vivos porque puede expresarse y comunicarse mediante la palabra, y ese poder hay que refinarlo cuanto más mejor porque ello nos conferirá cierta supremacia sobre los demás.
Pienso que la educación que recibimos tiene gran parte de la responsabilidad (por cierto, palabra que significa -capacidad de respuesta). De niños y adolescentes nuestros referentes paternos hablan y aconsejan infinítamente más que escuchan, incluso siguen haciéndolo hasta el final de sus días (seguramente con todo su cariño). En la escuela, los monólogos son constantes en aras a que sepamos todo (hasta la ultima coma) lo que tenemos que saber para ser ciudadanos cultos. Uno podría pensar que tantos años escuchando a unos/as y a otros/as tendría que hacernos buenos/as escuchantes, pero ocurre todo lo contrario, ya que -como solemos aprender hábitos sociales por imitación- terminamos pensando que hablar es mejor que escuchar, que ya bastante hartos estamos de escuchar todo el día. Por el camino, se va anquilosando nuestra inteligencia emocional, la empatía se va convirtiendo en algo vestigial y olvidamos por completo que hay también un lenguaje que nada tiene que ver con la palabra, sino más bien con los gestos. A la postre, cuando llegamos a la edad adulta, la mayoría hemos perdido nuestra capacidad innata de escuchar activamente el mundo que nos rodea. Ya no digamos gestionar silencios… esta es una asignatura que suspende con rotundidad la mayoría (algunos/as no saben ni cómo puede gestionarse algo que no se escucha). Un silencio puede significar una aprobación, una pausa para pensar, una forma de remarcar algo que se ha dicho, una manera de evitar una discusión, etc.
 
Así que, aun siendo seres dotados de una inmensa capacidad para comunicarnos mediante la palabra, se da la paradoja de que precisamos aprender a expresarnos y a escuchar (yo diría que lo segundo aporta mucho a lo primero). Escuchar antes que hablar, es lo que dicta el sentido común, pero no escuchar de cualquier forma. Hay situaciones en las que oimos pero no escuchamos (escucha pasiva), algo que se da mucho entre el alumnado cuyo estado atencional se satura tras uunas cuantas horas de clase. Es bastante frecuente que escuchemos aquello que nos interesa, haciendo oidos sordos a lo demás (escucha selectiva). Sin embargo, poco o nada hemos desarrollado nuestra capacidad de escuchar siendo un reflejo de la otra persona, prestando atención a nuestro lenguaje corporal como predisposición y respuesta a lo que nos cuentan. Escuchar no sólo lo que la persona está expresando directamente, sino también los sentimientos, ideas o pensamientos que subyacen a lo que nos está contando. Escuchar activamente requiere de un esfuerzo superior al que se hace al hablar y también del que se ejerce al escuchar sin interpretar lo que se oye. Pero ese esfuerzo aporta grandes réditos tanto al que escucha como al que habla. Gracias a que somos seres con una poderosa inteligencia emocional, mediante la escucha activa podemos conseguir generar vínculos emocionales con las personas que nos hablan, hasta el punto de que podemos llegar a influir (no con la intención de manipular) en su comportamiento y en su concepto de nosotros. Es lo que se conoce en psicología y en neuromarketing como rapports, una herramienta potente de conexión a través de la escucha activa y del lenguaje corporal que bien debería ser objeto de estudio en las aulas de nuestras escuelas, institutos y universidades. Educar para escuchar, para convertirnos en espejo de los/as demás, para que los/as que están a nuestro alrededor vean que somos cercanos y estamos comprometidos/as con sus inquietudes y sus ilusiones. ¡Qué importante es esto para los/as maestros/as y profesores/as!, ¿verdad?. Os dejo con un curioso vídeo con el que podéis haceros una idea de la importancia de los vínculos emocionales en nuestra capacidad para conectar con la otra persona, incluso persuadirla, apenas sin hablar.



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Hablar por encima de todo, pues ello nos permitirá, llegado el caso, imponer nuestros criterios y nuestras ideas, transformarnos en seres más seductores e influyentes o incluso convertirnos en transformadores de creencias y realidades, a veces de forma premeditada, otras inconscientemente. No cabe duda de que el ser humano se erige por encima del resto de los seres vivos porque puede expresarse y comunicarse mediante la palabra, y ese poder hay que refinarlo cuanto más mejor porque ello nos conferirá cierta supremacia sobre los demás.
Pienso que la educación que recibimos tiene gran parte de la responsabilidad (por cierto, palabra que significa -capacidad de respuesta). De niños y adolescentes nuestros referentes paternos hablan y aconsejan infinítamente más que escuchan, incluso siguen haciéndolo hasta el final de sus días (seguramente con todo su cariño). En la escuela, los monólogos son constantes en aras a que sepamos todo (hasta la ultima coma) lo que tenemos que saber para ser ciudadanos cultos. Uno podría pensar que tantos años escuchando a unos/as y a otros/as tendría que hacernos buenos/as escuchantes, pero ocurre todo lo contrario, ya que -como solemos aprender hábitos sociales por imitación- terminamos pensando que hablar es mejor que escuchar, que ya bastante hartos estamos de escuchar todo el día. Por el camino, se va anquilosando nuestra inteligencia emocional, la empatía se va convirtiendo en algo vestigial y olvidamos por completo que hay también un lenguaje que nada tiene que ver con la palabra, sino más bien con los gestos. A la postre, cuando llegamos a la edad adulta, la mayoría hemos perdido nuestra capacidad innata de escuchar activamente el mundo que nos rodea. Ya no digamos gestionar silencios… esta es una asignatura que suspende con rotundidad la mayoría (algunos/as no saben ni cómo puede gestionarse algo que no se escucha). Un silencio puede significar una aprobación, una pausa para pensar, una forma de remarcar algo que se ha dicho, una manera de evitar una discusión, etc.
 
Así que, aun siendo seres dotados de una inmensa capacidad para comunicarnos mediante la palabra, se da la paradoja de que precisamos aprender a expresarnos y a escuchar (yo diría que lo segundo aporta mucho a lo primero). Escuchar antes que hablar, es lo que dicta el sentido común, pero no escuchar de cualquier forma. Hay situaciones en las que oimos pero no escuchamos (escucha pasiva), algo que se da mucho entre el alumnado cuyo estado atencional se satura tras uunas cuantas horas de clase. Es bastante frecuente que escuchemos aquello que nos interesa, haciendo oidos sordos a lo demás (escucha selectiva). Sin embargo, poco o nada hemos desarrollado nuestra capacidad de escuchar siendo un reflejo de la otra persona, prestando atención a nuestro lenguaje corporal como predisposición y respuesta a lo que nos cuentan. Escuchar no sólo lo que la persona está expresando directamente, sino también los sentimientos, ideas o pensamientos que subyacen a lo que nos está contando. Escuchar activamente requiere de un esfuerzo superior al que se hace al hablar y también del que se ejerce al escuchar sin interpretar lo que se oye. Pero ese esfuerzo aporta grandes réditos tanto al que escucha como al que habla. Gracias a que somos seres con una poderosa inteligencia emocional, mediante la escucha activa podemos conseguir generar vínculos emocionales con las personas que nos hablan, hasta el punto de que podemos llegar a influir (no con la intención de manipular) en su comportamiento y en su concepto de nosotros. Es lo que se conoce en psicología y en neuromarketing como rapports, una herramienta potente de conexión a través de la escucha activa y del lenguaje corporal que bien debería ser objeto de estudio en las aulas de nuestras escuelas, institutos y universidades. Educar para escuchar, para convertirnos en espejo de los/as demás, para que los/as que están a nuestro alrededor vean que somos cercanos y estamos comprometidos/as con sus inquietudes y sus ilusiones. ¡Qué importante es esto para los/as maestros/as y profesores/as!, ¿verdad?. Os dejo con un curioso vídeo con el que podéis haceros una idea de la importancia de los vínculos emocionales en nuestra capacidad para conectar con la otra persona, incluso persuadirla, apenas sin hablar.



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El cajón de los calcetines solitarios.

Existe un mundo de espíritus solitarios, en casa lo llamamos el cajón de los (calcetines) desemparejados, es un mundo en el que todos se miran unos a otros de reojo, intentando encontrar un igual, alguien con quien terminar sus días acompañado, y no en la mas terrible de las soledades, en ese mundo, a veces, encuentran su alma gemela, esa que perdieron hace tiempo, a veces es pronto, a veces se demora  mas, otras veces el alma gemela reaparece misteriosamente tras meses o años de ausencia, pero en no pocas ocasiones, esa alma gemela, ese amigo o media naranja, no reaparece nunca, y esa vida se convierte en una vida vacía y sin sentido. En cambio, en ocasiones, encuentran a alguien parecido, alguien, que sin ser exactamente quien buscabas, se parece mucho, y en ese momento, se finge, se finge que no se sabe que no es quien debería ser, es por mutua conveniencia, los dos simulan que no lo saben, pese a saberlo perfectamente, y el arreglo suele funcionar, son pequeñas mentiras que no hacen daño a nadie.
Y tristemente, son muchos, demasiados, los que van a parar a ese cajón, no es comprensible, ¿Donde van sus parejas? en teoría, existen compañeros suficientes para todos, pero independientemente de si son viejos o no, o están mas o menos estropeados, no pocos terminan sus días en la mas absoluta soledad, con la única compañía de otros tristes desemparejados…
¿Como, que si aún sigo hablando de calcetines? claro que si….¿o no?

 PD: Imagen real de mi cajon de los calcetines solitarios.

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