EL 25N NO ES UN BLACK FRIDAY

Un año más llegó el mes de noviembre y tuvimos que seguir saliendo a la calle para gritar contra las violencias machistas y para pedir que el terrorismo que asesina mujeres se convierta de una vez por todas en un asunto de Estado. Han vuelto a celebrarse plenos extraordinarios en las instituciones locales, conferencias en los institutos y en las escuelas, seminarios hasta en los rincones más insospechados. Todo un despliegue informativo y formativo digno de aplauso democrático, sobre todo si tenemos en cuenta que hace apenas unos años la cuestión era invisible y ahora al menos hemos conseguido situarla en la agenda pública. Un logro que, todo hay que decirlo, ha sido posible gracias al empuje y la lucha constante, tantas veces solitarias, de muchas mujeres y colectivos feministas que llevan décadas peleando por hacer posible que nuestra sociedad merezca realmente el calificativo de democrática. Sin embargo, todas estas luces institucionales no dejan de generar sombras sobre las que en algún momento deberíamos reflexionar. Una obligación que de manera especial nos incumbe a quienes nos sentimos implicados personal, profesional y políticamente en la lucha por la igualdad.
Más allá de lo necesario que es seguir usando determinadas fechas como faros reivindicativos, y de la indudable urgencia todavía de seguir llamando la atención mediáticamente sobre las injusticias que tienen como víctimas principales a las mujeres, creo que corremos un doble riesgo del que ya empezamos a resentirnos muy especialmente en estos noviembres de luto. Me refiero a, por un lado, la saturación de actividades y eventos que hacen casi imposible manejar de manera racional y sostenible la agenda de colectivos e instituciones. Y, por otra parte, y como una consecuencia de lo anterior, el silencio posterior en el que se instalan muchas instituciones que parecen entender que una vez cumplido con el compromiso del 25 N pueden echarse a dormir ante otras urgencias que seguramente les producen más beneficios electorales.
Es decir, tengo la sensación, y es algo que con mucha frecuencia he hablado con compañeras feministas y con mujeres de distintas asociaciones y movimientos, que las políticas de igualdad de género distan mucho de la necesaria transversalidad que implica compromiso permanente, acciones continuadas y, lo más importante, un presupuesto que las saque de la posición de cenicientas y las situé en lo más alto del listón de las competencias institucionales. Llegado noviembre, uno tiene la sensación de que incluso las instituciones compiten entre ellas para ver a cuál se le ocurre el cartel más emocionante, el evento más mediático o el fichaje más rutilante para la conferencia con la que pretende llenar el salón de actos de turno. Unas prisas que además se aceleran porque el cierre del ejercicio económico obliga a justificar facturas antes de final de año. Todas estas apuestas merecen por supuesto mi reconocimiento pero creo que no deberían quedar en instantes promocionales sino que deberían ser parte de un programa continuado de acción política en la que se trabaje día a día contra la violencia, es decir, a favor de la igualdad efectiva entre mujeres y hombres. Lo cual implica invertir recursos materiales y humanos para ese fin, insertar la perspectiva de género en todas las áreas de acción política y trabajar muy especialmente en el ámbito de las instancias socializadoras. Una tarea que lógicamente no ocupará portadas en los periódicos pero que sin duda contribuirá a que vayamos superando de manera efectiva injusticias y discriminaciones. De lo contrario, en esta era mediática que vivimos, en la que parece pesar más un twit que un argumento elaborado, corremos el riesgo de que también la igualdad se convierta en un señuelo electoral y en un pretexto para salir guapas y guapos en la foto. Algo que no deberíamos tolerar todas y todos los que creemos que nunca el 25 N debería ponerse a la altura de un «Black Friday».
Las fronteras indecisas, Diario CÓRDOBA, lunes 28 de noviembre de 2016:
http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/25-n-no-es-black-friday_1101938.html
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CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

 De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.  Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un nuevo desafío. Nunca fui, y ahora tampoco, de los que entienden la paternidad en una especie de mística que nos convierte automáticamente en hombres igualitarios, ni muchos menos he pensado que sin ella la vida carezca de felicidad posible. Al contrario, creo que es una pieza más de un engranaje mucho más complejo en el que es posible ir proyectándonos hacia fuera y creciendo por dentro, pero ni es la más decisiva ni mucho menos la única. Todo forma parte de un proyecto vital en el que el gran reto está en conseguir una suficiente armonía entre lo que piensas y lo que haces, entre lo que sueñas y lo que construyes, entre el mundo que te gustaría habitar y aquel con el que tienes que lidiar cada día.

A lo largo de estos años, juntos, siempre juntos, como todavía hoy lo seguimos estando cuando te metes en mi cama y me coges la mano como cuando eras un bebé, hemos vivido cambios en nuestras vidas, en  muchos casos soy consciente que han sido grandes desafíos para un niño que veía que su orden de siempre dejaba de serlo y se abrían las puertas a la incógnita de otras posibilidades. En estas tesituras siempre has demostrado madurez y generosidad, mucha más incluso que muchos de los adultos que nos rodean y que en muchas ocasiones parecen guiarse más por el egoísmo que por la empatía.  Tu actitud, justo cuando yo estaba más perdido, ha sido la lección más grande que me podían dar, la que mejor ha sustituido el manual de instrucciones que nunca tuve, la que me ha reconciliado con un papel de padre con el que siempre tengo la sensación de estar bordeando el suspenso.


Quince años después de aquella mañana de luces amarillas, de aquella primera playa gaditana y de tantas pequeñas cosas que yo empecé a descubrir gracias a ti, te escribo para darte las gracias por todo lo que cada día me haces crecer. Sin que a veces seas consciente de lo mucho que me importa cualquier palabra tuya, cualquier gesto, cada silencio y hasta cada emoticono que me envías por el whatsapp. Ahora que andas en plena adolescencia, y en la que tan cuesta arriba se me hace asumir que necesitas tu espacio y que mi mejor papel es respetarlo, empiezo a contemplarte como un ser único, que alza el vuelo pero que siempre vuelve a la roca que espero seguir siendo, y que a pesar de los años continúa transmitiendo la misma paz y la misma alegría que cuando tal día como hoy nos juntábamos toda la familia alrededor de una tarta de cumpleaños. Hoy, este domingo, deberíamos celebrar que tu concepto de familia se ha agrandado, que por esas jugadas del destino que solo el corazón entiende se ha ampliado tu círculo de afectos y que, gracias a una madre y a un padre que procuran cada día ser fieles a sí mismos, tienes la gran fortuna de crecer con la mente sabia de quien ha dejado atrás prejuicios egoístas y dogmas que generan infelicidad.


Hoy solo quería contarte lo difícil que a veces se me hace sentir que los años se esfumaron y, sobre todo, encontrar la justa medida con la que ahora, a tus 15, ser un padre imperfecto pero que no renuncia a aprender. Tengo, eso sí, la gran suerte de contar con tu predisposición inteligente y luminosa, con esa sonrisa que nunca falla, incluso cuando hemos tenido alguna discusión, con esa sensibilidad que hace que tengas siempre bien abiertas las antenas de tus emociones y con ese niño que sigue habitando en ti y que espero nunca desaparezca del todo. Gracias a todo eso, el guión continúa progresando adecuadamente y el rodaje de la película, estoy seguro, será todo un éxito.  Rodaremos por supuesto en Córdoba, en Cabra, en Sevilla, en Cádiz y seguramente tendremos que localizar determinadas escenas en Florencia o en Londres.  Mientras tanto, mientras seguimos buscando localizaciones y completando el reparto, los dos, tú ya más alto que yo, yo cada vez más rebelde, seguiremos aprendiendo cada día que toda la vida es cine y los sueños cine son. Tal y como yo descubrí aquella mañana de noviembre que en nuestra casa olía a cocido y en la que tu madre, siempre fuerte, me avisó de que estabas a punto de llegar.

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DE LA PATRIA A LA MATRIA

“Pedir perdón exige más valentía que disparar un arma, que accionar una bomba. Eso lo hace cualquiera. Basta con ser joven, crédulo y tener la sangre caliente”.


El concepto “paz social”, con el que se cierra el artículo 10.1 de nuestra Constitución, es uno de esos que tanto se prestan a múltiples interpretaciones y, por tanto, a debates y discusiones que con frecuencia acabamos leyendo solo quienes nos dedicamos profesionalmente a la investigación jurídico-constitucional. Los límites de estas visiones derivan, entre otras cosas, del presupuesto erróneo del que suelen partir todos los saberes y, muy especialmente, los vinculados a las Ciencias Sociales y Jurídicas. Me refiero al dominio absoluto de la razón, entendida en términos patriarcales y androcéntricos, y por lo tanto sujeta a las estrecheces de unos paradigmas que: a) no suelen tener presentes las experiencias y miradas de la mitad femenina de la Humanidad; b) excluyen lo emocional como expresión devaluada de un modelo de subjetividad que se estima incapaz de elevarse a lo universal. De esta manera, la mayoría de las cuestiones ligadas a la dimensión axiológica de la democracia quedan en suspenso o, en el mejor de los casos, prisioneras de explicaciones que pueden valer para la discusión de una tesis doctoral pero no para ser proyectadas en prácticas sociales que nos hagan más humanos. De ahí que entienda que una de las grandes cuestiones pendientes en el ámbito del conocimiento tiene que ver con el reconocimiento de la dimensión emocional de las personas y con cómo son justamente las emociones las que nos mueven a actuar éticamente. Es decir, con sentido de la responsabilidad hacia aquellos con quienes convivimos y, en general, hacia el mundo que nos ha tocado vivir. Solo desde esa dimensión es posible llegar a un adecuado entendimiento de conceptos tan básicos como la dignidad, los derechos humanos o los que hemos definido como valores superiores de nuestro ordenamiento.


Esa es precisamente una de las claves políticas que nos sugiere la excepcional última novela de Fernando Aramburu. Patria, escrita con el pulso de un narrador que sabe bien como interpelarnos sin que nos sintamos agredidos y que nos remueve las tripas sin provocarnos náuseas sino más bien nutriéndonos, nos sitúa en la dimensión más puramente personal y emocional del conflicto que durante década ha sufrido la sociedad vasca. Lo hace a través de un relato que confirma la histórica sentencia feminista que nos dice que “lo personal es político” y que nos demuestra, sin ánimo de juzgar ni mucho menos de adoctrinar, que en conflictos como el vasco todas y todos son víctimas. Con distintos niveles de responsabilidad, con diversos grados de reproche moral y en su caso jurídico, por supuesto, pero todas y todos, los de una y otra parte, acaban siendo animales heridos que sobreviven metidos en una jaula. Las protagonistas del libro son mujeres y hombres a quienes los barrotes condicionan sus proyectos vitales, su salud emocional, sus afectos y por supuesto su capacidad para mirar hacia adelante.  Sus mochilas son tan pesadas que difícilmente pueden alzar el vuelo desde una tierra que acaba convertida en fango, para unos y para otros.



La patria de la que nos habla Aramburu no es otra que la pone puertas al campo, la que se apoya en mecanismos de inclusión que inevitablemente generan exclusión, la que seduce a los más vulnerables con dogmas que parecen salvar del desconcierto y la que suele ser administrada por varones que ponen gustosamente a prueba su hombría constantemente. La patria como gobierno de los padres, del que por supuesto también participan mujeres, que son incapaces de asumir, llegado el momento, su fragilidad y a los que además suelen faltarle cojones para alzar la voz cuando ven cómo a su alrededor se extiende la barbarie.



No es casual, por tanto, que en la novela los puentes sean tendidos por dos mujeres: las que desde su condición de extrema debilidad se empoderan más allá de las fronteras y tejen vendas con las que sí que es posible ir sanando las heridas. Son ellas, frente a los silencios y huidas masculinas, las que valientemente se posicionan en pie de paz y hacen lo imposible por entenderse desde sus respectivos dolores. El hermoso ejercicio de la traducción sin el que no es posible construir la siempre imperfecta, que diría mi añorado Paco Muñoz, paz social.  Es decir, esa suma de equilibrios inestables en la que cohabitan derechos y obligaciones, memoria y perdones, diferencias y solidaridad, a la que en algún momento podríamos llamar democracia.

Patria nos da pues una radical lección sobre cómo deberíamos ir reparando daños, acercando orillas  y haciendo rea el mandato según el cual la dignidad, los derechos inviolables ligados a ella y el libre desarrollo de la personalidad son el fundamento del orden político y de la paz social (art. 10.1 CE). Un horizonte ético y emancipador que solo empezaremos a vislumbrar cuando seamos capaces de incorporara a lo público la gestión pacífica de los conflictos, la ternura como herramienta política y la horizontalidad como escenario en el que reconocer nuestras diferencias. Solo pues cuando la patria empiece a ser matria podremos creernos el final de la novela. Esa mañana abierta al futuro en la que al fin hayamos entendido que la paz no es posible sin el reconocimiento previo de nuestra vulnerabilidad y, por tanto, de la empatía que nos hace iguales.  O, lo que es lo mismo, mientras no vayamos más allá de lo que la razón unilateral masculina nos vende en forma de religiones seculares y nos distanciemos críticamente de las identidades que pueden asesinar a otros y hacer que nosotros mismos nos suicidemos. Una aventura que podríamos empezar leyendo y releyendo la novela que Aramburu nos ha regalado como una historia de seres humanos atrapados en los monólogos y la sinrazón. “El encuentro se produjo a la altura del quiosco de música. Fue un abrazo breve. Las dos se miraron a los ojos antes de separarse”.



Publicado en THE HUFFINGTON POST, 2 de diciembre de 2016:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/de-la-patria-a-la-matria_b_13346852.html

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ALELUYA DE LA FILMOTECA

El éxito de las instituciones culturales debe medirse, entre otras cosas, por su capacidad para generar un público, por dotar de sentido un espacio y por su influencia en la multiplicación de vida en el entorno en el que se mueven. A diferencia de otros bienes que son más directamente mesurables en términos económicos, la cultura se pesa en unidades mucho más complejas ya que residen más en el territorio de la inteligencia y las emociones que en el mercado donde gana el más fuerte. Su proyección siempre es a medio/largo plazo y carece por tanto de la inmediatez que tanto gusta a nuestros políticos para justificar el sueldo que entre todos les pagamos. Por todo ello, las políticas culturales están especialmente reñidas con las ocurrencias, con las estrategias cortoplacistas y con el brillo fugaz de los fuegos de artificio. Algo que, me temo, parecen no haber entendido del todo las personas encargadas de las mismas en nuestra Comunidad Autónoma.
Si hay una institución en Córdoba que ha conseguido en sus poco más de 25 años consolidarse como un referente de cómo debe ser entendida la cultura desde lo público esa es sin duda la Filmoteca de Andalucía. Con su labor continuada, a veces silenciosa, entusiasta siempre, incluso en época de vacas flacas, la Filmoteca ha creado un público fiel y activo, ha generado dinámicas educativas a muchos niveles, ha ofrecido sus salas a múltiples voces y compromisos, ha contribuido a la creación de redes intelectuales y emocionales. Y todo ello al tiempo que ha sabido dotar de sentido al lugar en el que se ubica, al callejón en el que parece esconderse, a un barrio que con demasiada frecuencia nos es arrebatado por los turistas. La Filmoteca ha logrado, yendo más allá de las películas que proyecta, inyectar vida en la ciudad, convirtiéndose en uno de los pocos espacios en los que es posible generar diálogos a partir de la creación artística. Un objetivo que las personas que gestionan la cultura parecen haber erradicado de unas mentes que parecen más pendientes del fogonazo electoral que de la sostenibilidad cívica.
Bastarían los argumentos anteriores para que cualquier persona sensata considerara un absoluto disparate la idea de trasladar la Filmoteca al antes denominado C4 y que bien podríamos denominar Centro Continente de Contenidos Confusos. Es de juzgado de guardia que para tratar de paliar uno de los mayores disparates que en política cultural ha perpetrado la Junta se pretenda desvestir a un santo para vestir a otro que lleva años con las vergüenzas al aire. La propuesta vuelve a poner de manifiesto cómo quienes se encargan de gestionar un bien que debería ser tan preciado en una democracia se lo toman como si estuvieran gestionando un tratado de pesca o la construcción de un futuro pantano. La absoluta falta de perspectiva, la incapacidad para dotar de sentido y contenidos a una obra faraónica y las ocurrencias oportunistas de quiénes son profesionales de la política que no de lo público parecen aliarse en lo que puede ser el más penoso fin de fiesta que algunos podíamos imaginar para una colmena que nació sin abejas y, por tanto, sin miel que llevarse a la boca.
Solo me queda la esperanza de que en esta ocasión las energías ciudadanas sirvan para algo más que para quejarnos por las esquinas. Espero que todas las personas que hemos aprendido, soñado y crecido en Medina y Corella no nos resignemos ante lo que pretende ser una nueva tomadura de pelo de nuestros representantes. Si la cultura nos hace más fuertes desde el punto de vista ético, los espectadores de la Filmoteca tenemos una ocasión magnífica para demostrar esa musculatura. Porque no deberíamos resignarnos a que nunca más podamos ver allí, tan cerca de la Mezquita, entre otras muchas, todas esas películas, de Tarantino, de Egoyan, de Von Trier, de Wendders o de Herzog, en las que es posible escuchar la voz del siempre vivo Leonard Cohen.
Fotografía: Pedro Peinado.
* Publicado en LAS FRONTERAS INDECISAS, Diario Córdoba, 14-11-2016:
http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/aleluya-filmoteca_1097817.html
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LA MASCULINIDAD SEGÚN TRUMP

Durante la campaña electoral, el New York Times dedicó varios artículos a reflexionar sobre qué modelo de masculinidad suponía el entonces candidato Donald Trump. Por ejemplo, Claire Cain Miller se preguntaba “¿Qué están aprendiendo nuestros hijos de Donald Trump?” (http://www.nytimes.com/2016/10/18/upshot/what-our-sons-are-learning-from-donald-trump.html?_r=1), Peggy Orestein describía “Cómo ser un hombre en la era de Trump” (http://www.nytimes.com/2016/10/16/opinion/sunday/how-to-be-a-man-in-the-age-of-trump.html?_r=1) o Susan Chira analizaba la visión del candidato sobre la masculinidad (http://www.nytimes.com/interactive/projects/cp/opinion/clinton-trump-second-debate-election-2016/donald-trumps-faulty-vision-of-manhood). Esta última periodista concluía que las elecciones del día 8 determinarían, entre otras muchas cuestiones, en qué versión de la masculinidad creemos o bien cuál elegimos para inventar el futuro. 
Vistos los resultados parece evidente qué modelo ha sido el triunfante y, por lo tanto, qué referente se está ofreciendo al planeta en cuanto a la subjetividad masculina y a los caracteres que pueden hacerla exitosa. Tal vez sería demasiado osado afirmar que todos los hombres llevamos un Trump dentro, como en su día pensé que todos los italianos llevaban en sus adentros  un Berlusconi, pero no creo que sea exagerado decir que casi todos los hombres seguimos respondiendo a unas determinadas expectativas de género que coinciden con las que llevadas a su extremo más caricaturesco representa el presidente electo norteamericano. Es decir, el sujeto depredador, competitivo, ambicioso, individualista, necesitado de demostrar su hombría exitosa ante sí mismo y ante sus pares, conquistador en lo económico y en lo sexual, hecho a sí mismo para elevarse hacia la verticalidad. Un sujeto que, en paralelo, tiende a cosificar a las mujeres, las convierte con frecuencia en meros objetos sexuales, las exhibe como logros  heroicos y, last but non least, las domestica en los espacios donde tradicionalmente ellas se ocupan de mantener el contrato que nos permite a nosotros actuar como la parte privilegiada del pacto.
El triunfo de Trump ha sido, entre otras muchas cosas, el de una subjetividad masculina que en la última década no deja de alimentarse de un rearme patriarcal y que es la perfecta aliada de un neoliberalismo que entiende que la ley de la selva es la que mejor puede regular las oportunidades de cada cual. Por lo tanto, nuestra sorpresa no debería haber sido tan mayúscula, porque junto a otros complejos factores  – la crisis de legitimidad del sistema,  la incapacidad de las fuerzas progresistas para construir proyectos ilusionantes, el miedo que nos hace  más vulnerables, la espectacularización de la vida política – , Trump es la representación más fiel, evidentemente llevada al extremo, del modelo androcéntrico que hoy por hoy sigue siendo hegemónico. Tal y como comprobamos cada día en las películas que se consumen masivamente en todo el mundo, en las imágenes que difunden los medios de comunicación o en las actitudes y valores que vemos cómo los y las adolescentes reproducen como si no hubiera otra alternativa. Es decir, Trump es la máxima y mejor expresión de estos tiempos de neoliberalismo sexual que con tanta precisión ha analizado Ana de Miguel en su último libro. Y nos equivocamos si creemos que es una rara avis, una excepción o una singularidad de un país que es capaz de lo mejor pero también de lo peor. El presidente electo norteamericano es la prueba más evidente de una enfermedad que corroe las democracias, todas las democracias, y que tiene uno de sus virus esenciales en la prórroga de un sistema sexo/género que provoca desigualdades brutales desde el punto de vista político, económico, social y cultural. Y ese sistema, que se traduce, insisto, en toda una serie de privilegios de los que gozamos mayoritariamente los hombres que formamos el stablishment del patriarcado, es el núcleo de todas las situaciones de vulnerabilidad que recorren el planeta, ya que la brecha de género es la que continúa dividiendo jerárquicamente la Humanidad en dos mitades.
Las periodistas del New York Times se preguntaban por el modelo que los niños americanos, y por supuesto las niñas en paralelo, estaban recibiendo a través de las actuaciones públicas de Trump. Las respuestas se han amplificado desde el momento en que dicho individuo ha arrasado en las urnas y se ha convertido en el presidente de la nación más poderosa del mundo, lo cual conlleva un mensaje perverso desde el punto de vista de la  prolongación de una masculinidad hegemónica que invisibiliza no solo las reivindicaciones de las mujeres feministas sino también las formas alternativas de ser hombre en pleno siglo XXI. Un triunfo que se ha visto alentado además por una mujer candidata que no ha sido precisamente a lo largo de su trayectoria un ejemplo de mujer feminista y rompedora con los débitos patriarcales, más bien al contrario, y que durante décadas ha sido cómplice de las peores expresiones que implica el ejercicio masculino y violento del poder. Algo que por ejemplo una mujer tan poco sospechosa de ser republicana como Susan Sarandon explicó con rotundidad durante la campaña electoral. 
Frente a este asedio a las bases mismas de la democracia, la respuesta no puede ser otra que más 
feminismo entendido desde la triple exigencia que plantea Nancy Fraser. Es decir, un feminismo que atienda a las cuestiones de identidad, de participación y de redistribución de bienes y recursos. O lo que es lo mismo, un feminismo que baje de las púlpitos elitistas y se conjugue en plural, que se nutra de lo socialmente diverso y que no olvide la intersección de discriminaciones que azotan  a las mujeres más vulnerables del planeta. Un reto que ha de ir de la mano de la deconstrucción de una masculinidad estilo Trump que solo nos puede llevar al fracaso como género humano.  Solo desde la suma de estos objetivos podremos inventar el futuro, y con él reinventar una izquierda que hoy por hoy se lo pone tan fácil a señores como el marido de Melania.

Publicado en THE HUFFINGTON POST, 10-11-2016:
http://www.huffingtonpost.es/octavio-salazar/la-masculinidad-segun-tru_b_12879822.html

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