Eso mismo me he preguntado yo muchas veces. Y esto mismo me lo estoy preguntando yo ahora mismo, cuando busco al mío con la mirada. ¿Dónde está mi padre ahora mismo?
Pero quizás no me estoy formulando bien la pregunta… Quizás debiera preguntar mejor… ¿Dónde se encuentra? ¿En qué punto está?
Perdimos a mi madre a finales del verano pasado, como en tantas ocasiones y a tanta gente le ocurre, de manera repentina y dolorosamente inesperada, aunque su calidad de vida por temas de salud estaba también muy deteriorada. Todavía no era su hora, pero quién sabe dónde y quién escribe los calendarios de la gente de este, nuestro mundo terrenal.
El caso es que mi madre, la «abuelita», se nos fue. A mí, se me fue mi madre. A mis hijos, se les fue su abuela. Y a mi padre… Bueno, pues se le fue su mujer. Su pareja en este mundo. La persona con la que un día decidió compartir el resto de su vida. La persona con la que construyó toda una familia de nada más y nada menos que cuatro hermosos hijos.
Y desde hace meses, esa persona, su mujer, mi madre, ya no está. Y desde entonces, yo no paro de pensar en cómo es vivir con una ausencia de este tipo. ¿Cómo se lleva algo así…? La persona con la que creaste todo ese micro universo, se ha ido. Y ahora parece que de buenas a primeras, cuando eras marido y padre, eres ya «simplemente» padre.
Hay una cosa que sí tengo clara. Mi padre, por encima de todo, sigue siendo padre. Ya es lo único que le queda. Por encima de ser abuelo. Por encima de cualquier otra cosa. Sus hijos, como parece evidente (o quizás no tanto, no lo sé…), somos lo que todavía le mueve. Los nietos, sí, muy bien, ahí están, pero tienen a sus padres, a sus madres, etc. Para él, su máximo afán, seguimos siendo nosotros.
Su salud actual es paupérrima. La lógica habría indicado que de los dos, él tenía todas las papeletas para habernos dejado primero. Y su cuerpo no está ya para muchas historias. Pero en lo que puede, todavía, el hombre responde. Que no es poca cosa, tampoco. Y así tiene intención de seguir mientras pueda.
El caso es que somos su ancla. Su vínculo. Su motor. Su razón para continuar ahora que su otra razón ya no está con él de cuerpo presente. Y ese es un sentimiento muy poderoso. Supongo que como un arquitecto, después de una vida de trabajo, lo que queda de ti, en buena parte, es tu obra; queda lo que has construido. Y para un padre, su obra es su familia. Sus hijos son el edificio cumbre.
Él va llenando los vacíos como puede, y los «greatest moments» de la semana son cuando alguno de nosotros pasamos por su casa a estar un rato con él. Para tomarnos el aperitivo en algún lado, o acompañarle a hacer la compra, a alguna gestión, o lo que sea. Es su disfrute. Cuando le llamamos y hablamos con él, o cuando le hacemos alguna videollamada. Y así es como va tirando. Somos su motivación. Porque como él dice, «su vida ya está hecha».
A menudo pienso en las elecciones que hacemos en la vida: si nos emparejamos con alguien o no, si formamos una familia o no… Todas las decisiones son totalmente válidas, pero cuando forjas un vínculo tan potente, es inevitable que eso marque para siempre. Mi madre respiraba maternidad por todos los poros de su cuerpo. Llevaba a sus hijos incrustados en su cara, en su piel, en su cabeza, en cada cicatriz y cada caricia de su cuerpo. Y mi padre, pese a que fue un padre de su tiempo, más ausente que mi madre durante nuestra infancia, creo que a su manera, nos ha llevado también igual. No me cabe ninguna duda. Y todavía más ahora, si cabe.
¿Cómo es la vida de un padre que vive solo…? Los hijos se fueron felizmente del nido. La esposa, también ha partido.
Cómo gestionar una ausencia? Un dolor… Un duelo… Una soledad. Esa casa vacía. Esas paredes, esos pasillos, carentes de sonidos, de movimientos, salvo los propios de uno mismo. Unos pensamientos que deben ir y venir por oleadas.
¿Y cómo debe ser perder un hijo? Me pregunto yo también a veces… (Más allá de la pérdida de nuestro pequeño en la quinceava semana de embarazo de hace unos años…) Un hijo crecido, sano, hermoso, por ejemplo. Esa cadena lógica de la vida, rota en mil pedazos, cuando es un padre el que ha de enterrar a un hijo, y no al revés. El miedo que todo padre experimenta desde que sostiene un Predictor positivo en sus manos. La experiencia más aterradora que uno pueda imaginarse. Cosas que uno piensa de vez en cuando de manera inevitable, supongo.
Por eso me mantengo vigilante cuando me acerco a verle a su casa… Expectante. Le observo. Y aprendo de él. Y me maravillo. Cómo sigue para adelante. Confirmando que de momento la bendita cadena sigue con los eslabones en su sitio. Y toco madera, para que todo siga así. Y sigo disfrutando de su compañía. Porque para eso están los vínculos bien forjados de toda una vida, por supuesto. Esta cadena es sólida. Estos dos herreros pusieron todo su amor y maestría en ella.
Si alguna vez me encuentro en la tesitura de quedarme sin objetivos en la vida, espero que al menos sí que pueda seguir teniendo a mis hijos. Y será, seguramente, lo mejor y más interesante que pueda tener. Quizás no me haga falta aspirar a nada más, no lo sé, porque a lo mejor mi sueño de conquistar la Luna ya haya pasado. Quién sabe.
Nos decía por aquí justo el otro día la amiga Alba Alonso Feijoo, que «…los hijos son un regalo, y hay que aprovecharlo». ¡Claro que sí! Por eso hay que seguir ahí. Hay que estar con ellos, desde que nacen, y no desconectar. Para compartir esos momentos tan especiales que una vida de unión y presencia puedan ofrecernos. Para vivirlos en primera persona y en primera línea, y crear vínculos firmes, sanos, que duren para siempre.
Debemos aprovechar este regalo que tenemos, que hemos ido creando en familia, y actuar conscientemente. Si eres papá, no te borres, no desaparezcas a medida que van creciendo, porque te seguirán necesitando igualmente. Sigue estando ahí para ellos, tengan la edad que tengan, tengas la edad que tengas.
Interactúa. Preocúpate. Y muéstraselo. Sigue tendiendo puentes. Trata de seguir siendo una influencia para ellos. No nos perdamos por el camino. No nos perdamos cómo van labrándose el camino de las personas que llegarán a ser, porque en buena medida ese camino se mostrará gracias a la labor que ejerzamos como padres.
Como mi madre lo hacía, como cualquier madre lo está haciendo ya a cada hora de su vida, tenemos la capacidad, el corazón y el amor de estar también ahí. Criando. Cuidando. Poniendo nuestra parte. Teniendo nuestro pensamiento en ellos. Mantengamos esa voluntad intacta, pues. Y seamos un poco, por qué no, también como mi padre. Pensemos en los buenos momentos, los que hemos tenido y todos los que vendrán. Pensemos en toda la energía que nos transmiten a su vez los hijos e hijas, con todo ese amor, esa atención, ese cariño y ese compromiso que les seguimos profesando.
Ese debe ser el combustible que para ti, como padre, te mueva a seguir haciendo lo correcto. Y esa, la lección que una vez aprendida imagino que debe servir para que a la hora de enfrentarte ante el horrible vacío de una ausencia, puedas enfrentarla con la cabeza bien alta pensando que pese a ese dolor que provoca, sin duda bien mereció la pena haber iniciado aquel camino.
Sem Campón se describe como
Bloguero de paternidad de Pascuas a Ramos. Ilustrador de medio pelo. Reseño comics en http://golemcomics.com cada año bisiesto.
Un «fuckin disaster man». yyoconestasbarbas.wordpress.com