Es la primera vez que hablo en redes sobre mi paternidad. Al menos de una manera tan abierta. Y son muchos los motivos por los que he decidido no hacerlo, quizás desde la auto-percepción de una forma de protección de mi hijo.
También son muchas las cosas que me gustaría comentar, pero más bien son reflexiones inconclusas, incipientes, que quedan indeterminadas en el acelerado proceso de una paternidad vertiginosamente pandémica aunque pretendidamente cercana.
En esta estupenda iniciativa a la que he sido invitado y con conceptos articuladores tan bonitos como el verbo paternar, se está hablando de muchas cuestiones sobre las implicaciones, especialmente positivas, de la paternidad. ¡Qué cosa tan necesaria!
En mi caso, sin embargo, creo que empezaré a hablarlo desde la vulnerabilidad, algo que a los hombres tanto nos cuesta. Ser padre para mí es sentirse vulnerable, tener miedo, percibirse incapaz e incluso sentir también rabia e impotencia en muchas ocasiones. Creo que es gran parte de lo que ha caracterizado mis primeros meses de paternaje. Ser padre te hará llorar mucho. Pero todo esto no cabe concebirse como algo necesariamente negativo, sino como un parte más de la experiencia vital que nos acerca a los varones a lo humano (aunque no sea lo único ni deba ser pensado como excluyente).
Habitualmente los discursos sobre los cuidados en general y especialmente sobre la paternidad/maternidad suelen revestirse de cierto halo de misticismo, no obstante, considero que es necesario desmontar estos discursos por sus trampas inherentes y por sus peligros. Ser padre es duro, y te cambia la vida, dependerá de ti (siempre con los condicionantes estructurales presentes) si concibes y experimentas ese cambio como positivo o no. Y no es una cuestión fácil. Nadie nace preparado, pero sin duda, los hombres nos socializamos de una manera muy distante a los requerimientos de un buen paternar; paciencia, escucha, atención, dedicación, empatía, etc. (bueno, ¡y algunos conocimientos técnicos-científicos-prácticos siempre necesarios!).
Por otra parte, la estructura social no nos lo va a poner nada fácil (eso nos lo tendremos que luchar – ¡gracias PPiiNA!-). Desde mi experiencia durante estos meses de errático paternar comenzaré por decir, más allá de la teoría, que me sorprenden algunos discursos masculinos sobre la paternidad como algo plano, sencillo (creo que en parte tiene que ver con esas lógicas engañosas de las “nuevas masculinidades”). Concretándolo más, creo que hay tres realidades que pueden ayudar a entender estos relatos sobre la paternidad.
Primero, aquellos varones que no participan de los cuidados de forma corresponsable o incluso reproducen el modelo del “padre ausente”, con lo cual, el proceso puede ser más relajado (uno de los grandes privilegios masculinos).
En segundo lugar, aquellos que tienen la “suerte” de tener unas criaturas tan “tranquilas” que la experiencia parece más plana (eso no implica que no requieran de mucho trabajo) pese a que esto sea muy excepcional. Y por último, aquellos que por procesos vitales determinados (o incluso posiciones en la estructura social) han desarrollado muchas de las capacidades que requiere la crianza de una hija o hijo y han podido, sin estar exentos de las implicaciones personales de la paternidad, disfrutarla.
Quizás ese es el punto deseable que, sin duda, necesariamente debe construirse desde políticas públicas en diferentes ámbitos como el educativo pero además pensadas en clave de conciliación masculina y por supuesto desde una ruptura con las lógicas laborales patriarco-industriales y del capitalismo de la precarización (especialmente para algunas generaciones).
Prefiero, por otra parte, no hablar demasiado del virus, la pandemia y derivados durante estos tiempos. Mi hijo nació a las puertas de una situación impensable en aquellos momentos que en cierta medida a todas y todos nos ha sobrepasado. Ser padre, aprender a ser padre en tiempos convulsos como estos no es lo deseable, porque los tiempos en casa, en muchas ocasiones, no son de calidad y eso creo firmemente que es lo que más necesitan nuestras hijas e hijos. Nuestro agotamiento pandémico está siendo terrible para estos procesos.
Por otro lado, la elección vital de ser padre debe ser decidida, consensuada, emocional y racional a la vez. Nunca hay un momento perfecto, y más en estos tiempos líquidos que ahora además devienen pandémicos, pero todos deberíamos ser conscientes que las condiciones estructurales para el ejercicio de una paternidad implicada, cercana y disfrutada no existen, como nunca han existido para las madres, pero con matices diferenciales.
Dicho esto, guardo lo bueno para el final. Pienso que siempre hay que partir de una autorreflexión crítica que apele a los diferentes niveles de lo estructural y de lo personal (también de lo comunitario). Pero en estos contextos es más necesario que nunca que, dadas estas advertencias, destaquemos lo positivo de una elección libre como es la de ser padre. Intentaré no reproducir las lógicas de la mistificación de la paternidad, aunque puede que no sepa hacerlo.
Ser padre es sentirse unido por algo a veces difícil de explicar a ese nuevo ser que habita tu vida. Esa, tu vida, que ya no va a ser la misma pero que va a ser más rica a la par que más compleja, pero también más humana. Ser padre es sentirse desubicado en la sala de las ecografías pero sonreír y empezar a derramar tímidas lagrimas cuando se ve la génesis de la vida en la pantalla. Es llorar cuando escuchas los latidos de su corazón. Es pensar cómo vas a educar a un chico (como es mi caso) para este mundo que nos está tocando vivir, este mundo que debe ser inexorablemente feminista. Ser padre es caminar vacilante por el hospital o la sala de partos. Tenerlo entre tus brazos por primera vez mientras el cuerpo te tiembla. Sentirse solo y tener miedo aunque más o menos estés arropado. Es cuerpo, es calor,
es ternura, es alegría y es, también, diversión. Es, por último y no menos importante, reencontrarte con tu pareja desde otro paradigma.
Y concluyo. Al menos, desde mi experiencia, hay pocas cosas más tiernas que ese momento del día en que tu cuerpo y mente ya no pueden más y mientras tratas de dormir a tu hijo él simplemente se pone a reír frente a tus intentos desesperados para que concilie el sueño (aunque alguna vez también este momento te sobrepase). Nos reconocemos mutuamente en el juego, en la risa, en la diversión. Hay un elemento de complicidad inenarrable.
En esta época en que nos toca vivir, ese momento es pura magia, una pompa de evasión que te hace redescubrir la autenticidad de la experiencia humana. Y sí, hay muchos más momentos de estos que vas descubriendo día tras día, aunque el camino sea duro.
Joan Santfélix se describe como.
#MASCULINIDADES Sociòleg-Ph.D. Profe i investigador precari. Actualment a UJI i UMH. Valencià de la Ribera enamorat de la lluna de València.
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