Sensibilizado aún por el tema del machismo y el feminismo y aprovechando un comentario realizado en la anterior entrada, escribo lo siguiente:
Se abre el telón y aparecen dos hombres con traje. Uno de ellos está sentado contando dinero y haciendo cuentas. Es mucho el dinero que cuenta, pero al parecer necesita más, quiere más.
El otro hombre se pasea por la habitación de un lado a otro, acariciándose el mentón de tanto en cuanto, con la mirada fija en los pasos que está aún por andar en un infinito camino que se repite cada pocos segundos. De repente se detiene…
– Creo que ya lo tengo.
– ¿Lo tienes?
– Sí, necesitamos más hombres. Más hombres significará más producción, más producción más producto para vender y más producto equivaldrá a más ganancia.
– Lógico, pero ¿de dónde sacamos más hombres? No queda joven mayor de 14 años sin trabajar en toda la ciudad…
– Fácil, hagamos que trabajen sus mujeres.
– ¿Qué? Pero las mujeres tienen que estar en casa, cuidando de nuestros hijos y ¡de nuestra casa!
– Sí, pero si conseguimos más hombres, o sea, más mujeres, produciremos más y ganaremos mucho más dinero. Con ese dinero podrás contratar si quieres a una mujer para que haga lo que hace tu mujer.
– Cierto… sigue.
– Tenemos que hacer que las mujeres vengan a trabajar. Si conseguimos que todas las mujeres de los hombres que tenemos trabajando vengan, duplicaremos casi la plantilla de trabajadores.
– Brillante pero, ¿qué será de los niños? Una de las cosas positivas de ser mujer es que educan a nuestros hijos.
– Les haremos creer que eso es secundario, que lo importante en realidad es trabajar y conseguir dinero. Los niños son maleables, se adaptan a todo, sabrán crecer con una cuidadora o con las abuelas, o con quien sea, ¿qué importa?
– Uff, me empiezan a sudar las manos… me tiemblan los dedos imaginando la cantida de billetes que van a tener que contar. Sin embargo, aún me queda una duda, creo que importante: ¿cómo hacemos para que vengan a trabajar con nosotros? Ninguna querrá si se lo decimos nosotros.
– Lógico, por eso no seremos nosotros los que les digamos nada. Tiene que ser una mujer.
– ¿Una mujer?
– Claro, una mujer bien vestida, joven, guapa, que denoste poder, fuerza, independencia. Una que muestre que no depende de los hombres, una que sirva de modelo, a lo que las demás quieran aspirar, a ser libres.
– Pero eso hará que quieran dejar de ser madres… y a veces hasta a mí me gustaría poder estar más tiempo con mis hijos.
– Ya, pero ¿tú de qué lado estás? Contarás tanto dinero que podrás pasar más tiempo con tus hijos si quieres. No estamos hablando de ti ni de tus hijos, sino de los de los demás. Conseguiremos que las mujeres deseen ser como esta mujer, que nos supliquen un trabajo, que nos supliquen ganar dinero para ser como nosotros. Por contrapartida, debemos conseguir que la imagen de la mujer que está en casa dando amor a sus hijos, y recibiéndolo también, se deteriore. Que se sientan mal por hacerlo, que se crean inferiores, que se sientan esclavizadas para que necesiten huir. ¡Necesitamos más hombres! Y estos hombres serán mujeres.
– Ya lo veo, lo visualizo. Ohhh, me encanta como piensas. Eres malvado y maléfico.
– Lo sé. HahahaHahaha (risa siniestra).
Desconozco si el feminismo empezó así. De hecho, ni siquiera tengo ganas de saber dónde se originó ni cómo. Lo que sí sé es dónde ha acabado la mujer y, escribiendo la precuela del presente, muy probablemente podría ser este el origen del feminismo, porque muchas mujeres feministas han acabado siendo réplicas del hombre.
Por eso yo soy neofeminista, porque una mujer debe poder elegir qué hacer en su vida, si trabajar o no hacerlo, porque tiene que poder elegir si trabajar, como si fuera un hombre, siguiendo las reglas que los hombres crearon (por eso no existe la conciliación laboral y familiar) o si quedarse en casa con sus hijos, dando eso que tanto necesitan los bebés y niños: amor incondicional a todas horas y un modelo a seguir.
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