PASIÓN y SEXO TRAS LA LLEGADA DE UN HIJO.. . ¿DONDE ESTÁ LA PAREJA RECONVERTIDA EN PADRES?

PASIÓN y SEXO TRAS LA LLEGADA DE UN HIJO..
¿DONDE ESTÁ LA PAREJA RECONVERTIDA EN PADRES?

Extraído de la entrevista realizada para BEBES Y MAS


¿Cómo mantener la pasión en la pareja cuando llegan los hijos?

En mi opinión, forma parte de la madurez de la pareja como sistema, entender que la vida en común atraviesa por diferentes etapas, está en constante cambio y evolución, por suerte. 
Somos seres humanos en construcción, sujetos al cambio que es, sinónimo de estar vivo. La llegada de los hijos marca un antes y un después en esta trayectoria, donde ambos miembros de la pareja deben entender que ahora la prioridad es el nuevo ser, con imperiosas e impostergables necesidades que sus padres deben satisfacer. Este un tiempo de respeto, de adaptación, de nuevos roles. Cuando la madre es cuidada, contenida, apoyada y no se le exige que las cosas en el terreno sexual vuelvan a ser como antes de ser padres, la pasión vuelve. Con otros tiempos, con otras formas, tal vez, pero si el lugar de partida era sexualmente afín y sólido, volverá de forma espontánea y se adaptará a la nueva situación. Solo se trata de aceptar los tiempos, acompañar los cambios y entender que es una nueva etapa en nuestro recorrido vital.


¿Cómo no descuidar la pareja?

Empatizando con ella. Entendiendo cuál es su momento y cuál su necesidad en una etapa tan delicada. Comunicarse es la clave, atender al torrente emocional que se produce en el mundo femenino y a la ruptura de esquemas que se dan en el masculino, tender puentes, conectarse con quienes éramos antes de la llegada del hijo, implicarse en el cuidado del hijo, disfrutar de la nueva situación, vivir el cansancio y las dificultades con la perspectiva de que es temporal.


Insisto en la comunicación empática como clave para que el otro sienta que no está solo, que también está siendo cuidado.



¿Los hijos matan el deseo sexual?

                                  

Los hijos no matan nada que no estuviera agónico o directamente muerto ya. 
Los hijos en todo caso dan vida, mucha vida.

Su presencia actúa como una lupa gigante donde poder ver nuestras limitaciones y nuestras sombras, pero también el potencial de todo lo bueno que tenemos para ser y dar.

Los hijos dan, los hijos potencian, los hijos nos hacen mejores sin lugar a dudas, si somos capaces de mirarnos con humildad a través de sus sabios ojos.

El deseo sexual solo lo mata el desamor, la falta de respeto hacia el otro, el querer anclarse en una etapa de la vida que ya no es, que ya fue. Lo mata el egoísmo, la inmadurez, la incapacidad de aceptar los cambios, la frivolidad, la falta de generosidad.


¿Los hijos, unen o separan?


Unen si el caldo de cultivo de la pareja es propicio.

Separan si antes de su llegada existían grietas profundas que eran tapadas con la aparente ausencia de conflicto.
La presencia de los hijos en una pareja sólida, enamorada, con visiones del mundo afines, con un proyecto de vida en común bien armado, suponen la más increíble y milagrosa representación del amor y el vínculo se estrecha a niveles difíciles de transmitir con la palabra. Trascienden la individualidad y dan un sentido esencial a la vida.

De la misma manera, en un sistema frágil, basado en las circunstancias puntuales que les unieron, con incompatibilidades vitales innegociables, la presencia de los hijos sitúa a la pareja en una zona crítica que algunas no superan.

¿Las fantasías y los juegos sexuales pueden aumentar con la maternidad al liberarnos internamente?

Durante la etapa de puerperio y lactancia, yo diría que no. La mujer está haciendo nido, está recogida sobre sí misma y su cría y la sexualidad, pasa a un segundo plano. La piel adquiere otros matices y la sensualidad se despliega sobre y para el bebé.

Una vez superada esta etapa, Si. Precisamente ahora estoy trabajando en un proyecto en el que entrevisto a mujeres, mayoritariamente madres, para saber cómo y en qué ha cambiado su sexualidad después de ser madres.

Mi percepción es que las mujeres se sienten más plenas, más fuertes, más seguras de lo que quieren y todo eso las hace más libres. Es más, muchas demandan disfrutar de una sexualidad más amplia donde las fantasías y los juegos desde luego, tienen cabida. Diría que la maternidad amplía nuestra conciencia del cuerpo y nos otorga poder.


¿Cómo recuperar el deseo si este disminuye?



Despacio. Con paciencia. Empezando por disfrutar de la sensualidad que nos ofrece la vida en pareja, sin objetivo ni prisa. Tratando de ir quitándonos el pijama poco a poco y volviendo al vestido. Reservando algún espacio para la pareja, para redescubrirse, para charlar, para mirarse a los ojos. Cuidando del otro, implicándose ambos en el cuidado de la cría.


Y el colecho, ¿es un síntoma de falta de deseo o un separador de parejas?





Si la pareja no tiene deseo, compartir la cama sin niños no se lo va a devolver. 

Y si , por el contrario, la pareja disfruta de una vida sexual activa, rica y flexible (esta palabra es clave), el colecho no se lo va a quitar.
El colecho es un placer, para quienes así lo eligen, no una obligación ni parte de un decálogo de pautas para una crianza feliz. Lo que no se hace con placer, no suele servir.

Olga Carmona
Psicóloga Clínica

 


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PASIÓN y SEXO TRAS LA LLEGADA DE UN HIJO.. . ¿DONDE ESTÁ LA PAREJA RECONVERTIDA EN PADRES?

PASIÓN y SEXO TRAS LA LLEGADA DE UN HIJO..
¿DONDE ESTÁ LA PAREJA RECONVERTIDA EN PADRES?

Extraído de la entrevista realizada para BEBES Y MAS


¿Cómo mantener la pasión en la pareja cuando llegan los hijos?

En mi opinión, forma parte de la madurez de la pareja como sistema, entender que la vida en común atraviesa por diferentes etapas, está en constante cambio y evolución, por suerte. 
Somos seres humanos en construcción, sujetos al cambio que es, sinónimo de estar vivo. La llegada de los hijos marca un antes y un después en esta trayectoria, donde ambos miembros de la pareja deben entender que ahora la prioridad es el nuevo ser, con imperiosas e impostergables necesidades que sus padres deben satisfacer. Este un tiempo de respeto, de adaptación, de nuevos roles. Cuando la madre es cuidada, contenida, apoyada y no se le exige que las cosas en el terreno sexual vuelvan a ser como antes de ser padres, la pasión vuelve. Con otros tiempos, con otras formas, tal vez, pero si el lugar de partida era sexualmente afín y sólido, volverá de forma espontánea y se adaptará a la nueva situación. Solo se trata de aceptar los tiempos, acompañar los cambios y entender que es una nueva etapa en nuestro recorrido vital.


¿Cómo no descuidar la pareja?

Empatizando con ella. Entendiendo cuál es su momento y cuál su necesidad en una etapa tan delicada. Comunicarse es la clave, atender al torrente emocional que se produce en el mundo femenino y a la ruptura de esquemas que se dan en el masculino, tender puentes, conectarse con quienes éramos antes de la llegada del hijo, implicarse en el cuidado del hijo, disfrutar de la nueva situación, vivir el cansancio y las dificultades con la perspectiva de que es temporal.


Insisto en la comunicación empática como clave para que el otro sienta que no está solo, que también está siendo cuidado.



¿Los hijos matan el deseo sexual?

                                  

Los hijos no matan nada que no estuviera agónico o directamente muerto ya. 
Los hijos en todo caso dan vida, mucha vida.

Su presencia actúa como una lupa gigante donde poder ver nuestras limitaciones y nuestras sombras, pero también el potencial de todo lo bueno que tenemos para ser y dar.

Los hijos dan, los hijos potencian, los hijos nos hacen mejores sin lugar a dudas, si somos capaces de mirarnos con humildad a través de sus sabios ojos.

El deseo sexual solo lo mata el desamor, la falta de respeto hacia el otro, el querer anclarse en una etapa de la vida que ya no es, que ya fue. Lo mata el egoísmo, la inmadurez, la incapacidad de aceptar los cambios, la frivolidad, la falta de generosidad.


¿Los hijos, unen o separan?


Unen si el caldo de cultivo de la pareja es propicio.

Separan si antes de su llegada existían grietas profundas que eran tapadas con la aparente ausencia de conflicto.
La presencia de los hijos en una pareja sólida, enamorada, con visiones del mundo afines, con un proyecto de vida en común bien armado, suponen la más increíble y milagrosa representación del amor y el vínculo se estrecha a niveles difíciles de transmitir con la palabra. Trascienden la individualidad y dan un sentido esencial a la vida.

De la misma manera, en un sistema frágil, basado en las circunstancias puntuales que les unieron, con incompatibilidades vitales innegociables, la presencia de los hijos sitúa a la pareja en una zona crítica que algunas no superan.

¿Las fantasías y los juegos sexuales pueden aumentar con la maternidad al liberarnos internamente?

Durante la etapa de puerperio y lactancia, yo diría que no. La mujer está haciendo nido, está recogida sobre sí misma y su cría y la sexualidad, pasa a un segundo plano. La piel adquiere otros matices y la sensualidad se despliega sobre y para el bebé.

Una vez superada esta etapa, Si. Precisamente ahora estoy trabajando en un proyecto en el que entrevisto a mujeres, mayoritariamente madres, para saber cómo y en qué ha cambiado su sexualidad después de ser madres.

Mi percepción es que las mujeres se sienten más plenas, más fuertes, más seguras de lo que quieren y todo eso las hace más libres. Es más, muchas demandan disfrutar de una sexualidad más amplia donde las fantasías y los juegos desde luego, tienen cabida. Diría que la maternidad amplía nuestra conciencia del cuerpo y nos otorga poder.


¿Cómo recuperar el deseo si este disminuye?



Despacio. Con paciencia. Empezando por disfrutar de la sensualidad que nos ofrece la vida en pareja, sin objetivo ni prisa. Tratando de ir quitándonos el pijama poco a poco y volviendo al vestido. Reservando algún espacio para la pareja, para redescubrirse, para charlar, para mirarse a los ojos. Cuidando del otro, implicándose ambos en el cuidado de la cría.


Y el colecho, ¿es un síntoma de falta de deseo o un separador de parejas?





Si la pareja no tiene deseo, compartir la cama sin niños no se lo va a devolver. 

Y si , por el contrario, la pareja disfruta de una vida sexual activa, rica y flexible (esta palabra es clave), el colecho no se lo va a quitar.
El colecho es un placer, para quienes así lo eligen, no una obligación ni parte de un decálogo de pautas para una crianza feliz. Lo que no se hace con placer, no suele servir.

Olga Carmona
Psicóloga Clínica

 


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Crianza sin apellidos: Ser o parecer

*por Olga Carmona

«…Percibo que somos percibidos como padres caóticos, por momentos negligentes, que no educan, que favorecen una suerte de libertinaje infantil, que nos tiranizan ahora o más adelante, que nuestras vidas se han llenado de nuestros hijos porque estaban huecas y vacías, y que éstos  serán seres marginales del sistema por culpa de estos padres que a nada les obligan  ni enseñan respeto.»

**


Ibamos en el coche, una tarde noche cualquiera, todos muy cansados. Los niños atrás gritando como poseídos, evidentemente sobreexcitados por el cansancio, su padre y yo no podíamos articular una sola palabra que pudiera ser escuchada por el otro, ni por ellos. En un alarde de rebajar ese nivel de estrés sin aumentarlo ni dejarnos llevar por él, planteamos el siguiente intercambio de roles a los niños: “atención, nosotros vamos a ser los hijos y vosotros los padres”, así que ni cortos ni perezosos, su padre y yo nos pusimos a chillar, lloriquerar, pedir cosas, reclamar atención, pelearnos… todo esto aliñado con unos considerables niveles de decibelios.  

En la parte de atrás del coche se hizo un silencio absoluto, aunque corto. Ella, con 4 años, empieza a intentar calmarnos y comunicarse con claros signos de impotencia. El, rompe a llorar desconsolado. Llora y verbaliza entre lágrimas y mocos: “no quiero jugar a esto, si vosotros sois los hijos, quien nos cuidará, quienes serán nuestros padres,  somos niños, no quiero jugar a esto, me asusta.”

Nuestros hijos no son nuestros amigos. Y no quieren serlo.


Crianza positiva, crianza respetuosa, crianza humanizada, crianza de apego… no me gustan los apellidos, aunque sean estos. CRIANZA es CRIANZA y efectivamente debe ser respetuosa, debe ser humana, debe ser basada en el apego. Lo otro es adiestramiento, lo otro es despotismo ilustrado, lo otro es abuso de poder.


Tampoco me gusta el pack, como si los padres que educamos y criamos desde este lugar debiéramos someternos a una serie de requisitos de toda índole para encajar dentro de la ortodoxia respetuosa, que de mediocridad y tópicos también va servida.



Percibo que somos percibidos como padres caóticos, por momentos negligentes, que no educan, que favorecen una suerte de libertinaje infantil, que nos tiranizan ahora o más adelante, que nuestras vidas se han llenado de nuestros hijos porque estaban huecas y vacías, y que éstos  serán seres marginales del sistema por culpa de estos padres que a nada les obligan  ni enseñan respeto.


Suponen que confundimos contener con consentir. Si, señores, yo contengo a mis hijos cuando necesitan ser contenidos en su decepción, en su frustración, en su miedo, en su soledad, en su incomprensión del mundo, los contengo con el abrazo, con el silencio o con la palabra, con la caricia, con la presencia, con la mirada. Y no, no les consiento aquello que demandan y no necesitan, aquello que quieren pero considero que les daña, aquello que me piden y no les ayuda a crecer. No, no les consiento que falten al respeto a otro ser vivo, que tiren un papel al suelo o levante la voz a nadie. No, no les consiento que callen una agresión y no busquen ayuda. Contener no es consentir.


Suponen que confundimos firmeza con severidad. La severidad, es verdad, no forma parte de nuestro planteamiento vital y muchos menos con aquellos a quienes amamos. Firmeza como coherencia, sí. Firmeza cuando he dado mi palabra para bien o para mal, si. Firmeza cuando he tomando una decisión y la mantengo. Firmeza porque con ella estoy transmitiendo consistencia y coherencia. Firmeza en lo que hago y digo porque de ella depende, también, su seguridad. ¿Severidad no es el eufemismo de sadismo?

Suponen que ser flexible es ser permisivo.
 

Suponen que ser seguro es ser autoritario.


Suponen que sin castigos no hay aprendizaje.


Suponen que el respeto nace del miedo, no del amor y la tolerancia y la admiración.


Suponen que la libertad se ejerce, cuando uno es mayor, como si de una ciencia infusa se tratara, como si no se aprendiera desde la cuna, como si no se ensayara, como si no consistiera en años de aprendizaje y consecuencias.


Suponen que reconocer nuestros errores nos debilita y descalifica ante su mirada, como si tuviéramos que ser el padre todopoderoso más divino que humano y por tanto más inaccesible, más alejado, más intocable, menos verdad.


La CRIANZA desde este lugar de empatía, respeto e igualdad responde a una profunda filosofía de vida que se extiende más allá de los hijos, que nos define como seres humanos y filtra nuestra forma de ver y aprehender el mundo. Si esta mirada empática, sensible, respetuosa y humilde de ver la vida y su magia no nos empapa y no nos corre por las venas, no hay paradigma educativo que sirva, simplemente porque no lo vamos a poder transmitir. 

Esto no es un decálogo de buenas prácticas en crianza, esto es una forma de vivir, una forma de sentir que, cuando llegan los hijos, se convierte entonces, en una forma de amar.


**Fotografía By Danilo Rizzuti, published on 19 April 2010
Stock Image – image ID: 10015035

http://www.freedigitalphotos.net/images/Gestures_g185-Child_Asks_Help_Mum_Mother_2_p15035.html

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Crianza sin apellidos: Ser o parecer

*por Olga Carmona

«…Percibo que somos percibidos como padres caóticos, por momentos negligentes, que no educan, que favorecen una suerte de libertinaje infantil, que nos tiranizan ahora o más adelante, que nuestras vidas se han llenado de nuestros hijos porque estaban huecas y vacías, y que éstos  serán seres marginales del sistema por culpa de estos padres que a nada les obligan  ni enseñan respeto.»

**


Ibamos en el coche, una tarde noche cualquiera, todos muy cansados. Los niños atrás gritando como poseídos, evidentemente sobreexcitados por el cansancio, su padre y yo no podíamos articular una sola palabra que pudiera ser escuchada por el otro, ni por ellos. En un alarde de rebajar ese nivel de estrés sin aumentarlo ni dejarnos llevar por él, planteamos el siguiente intercambio de roles a los niños: “atención, nosotros vamos a ser los hijos y vosotros los padres”, así que ni cortos ni perezosos, su padre y yo nos pusimos a chillar, lloriquerar, pedir cosas, reclamar atención, pelearnos… todo esto aliñado con unos considerables niveles de decibelios.  

En la parte de atrás del coche se hizo un silencio absoluto, aunque corto. Ella, con 4 años, empieza a intentar calmarnos y comunicarse con claros signos de impotencia. El, rompe a llorar desconsolado. Llora y verbaliza entre lágrimas y mocos: “no quiero jugar a esto, si vosotros sois los hijos, quien nos cuidará, quienes serán nuestros padres,  somos niños, no quiero jugar a esto, me asusta.”

Nuestros hijos no son nuestros amigos. Y no quieren serlo.


Crianza positiva, crianza respetuosa, crianza humanizada, crianza de apego… no me gustan los apellidos, aunque sean estos. CRIANZA es CRIANZA y efectivamente debe ser respetuosa, debe ser humana, debe ser basada en el apego. Lo otro es adiestramiento, lo otro es despotismo ilustrado, lo otro es abuso de poder.


Tampoco me gusta el pack, como si los padres que educamos y criamos desde este lugar debiéramos someternos a una serie de requisitos de toda índole para encajar dentro de la ortodoxia respetuosa, que de mediocridad y tópicos también va servida.



Percibo que somos percibidos como padres caóticos, por momentos negligentes, que no educan, que favorecen una suerte de libertinaje infantil, que nos tiranizan ahora o más adelante, que nuestras vidas se han llenado de nuestros hijos porque estaban huecas y vacías, y que éstos  serán seres marginales del sistema por culpa de estos padres que a nada les obligan  ni enseñan respeto.


Suponen que confundimos contener con consentir. Si, señores, yo contengo a mis hijos cuando necesitan ser contenidos en su decepción, en su frustración, en su miedo, en su soledad, en su incomprensión del mundo, los contengo con el abrazo, con el silencio o con la palabra, con la caricia, con la presencia, con la mirada. Y no, no les consiento aquello que demandan y no necesitan, aquello que quieren pero considero que les daña, aquello que me piden y no les ayuda a crecer. No, no les consiento que falten al respeto a otro ser vivo, que tiren un papel al suelo o levante la voz a nadie. No, no les consiento que callen una agresión y no busquen ayuda. Contener no es consentir.


Suponen que confundimos firmeza con severidad. La severidad, es verdad, no forma parte de nuestro planteamiento vital y muchos menos con aquellos a quienes amamos. Firmeza como coherencia, sí. Firmeza cuando he dado mi palabra para bien o para mal, si. Firmeza cuando he tomando una decisión y la mantengo. Firmeza porque con ella estoy transmitiendo consistencia y coherencia. Firmeza en lo que hago y digo porque de ella depende, también, su seguridad. ¿Severidad no es el eufemismo de sadismo?

Suponen que ser flexible es ser permisivo.
 

Suponen que ser seguro es ser autoritario.


Suponen que sin castigos no hay aprendizaje.


Suponen que el respeto nace del miedo, no del amor y la tolerancia y la admiración.


Suponen que la libertad se ejerce, cuando uno es mayor, como si de una ciencia infusa se tratara, como si no se aprendiera desde la cuna, como si no se ensayara, como si no consistiera en años de aprendizaje y consecuencias.


Suponen que reconocer nuestros errores nos debilita y descalifica ante su mirada, como si tuviéramos que ser el padre todopoderoso más divino que humano y por tanto más inaccesible, más alejado, más intocable, menos verdad.


La CRIANZA desde este lugar de empatía, respeto e igualdad responde a una profunda filosofía de vida que se extiende más allá de los hijos, que nos define como seres humanos y filtra nuestra forma de ver y aprehender el mundo. Si esta mirada empática, sensible, respetuosa y humilde de ver la vida y su magia no nos empapa y no nos corre por las venas, no hay paradigma educativo que sirva, simplemente porque no lo vamos a poder transmitir. 

Esto no es un decálogo de buenas prácticas en crianza, esto es una forma de vivir, una forma de sentir que, cuando llegan los hijos, se convierte entonces, en una forma de amar.


**Fotografía By Danilo Rizzuti, published on 19 April 2010
Stock Image – image ID: 10015035

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Crianza sin apellidos: Ser o parecer

*por Olga Carmona

«…Percibo que somos percibidos como padres caóticos, por momentos negligentes, que no educan, que favorecen una suerte de libertinaje infantil, que nos tiranizan ahora o más adelante, que nuestras vidas se han llenado de nuestros hijos porque estaban huecas y vacías, y que éstos  serán seres marginales del sistema por culpa de estos padres que a nada les obligan  ni enseñan respeto.»

**


Ibamos en el coche, una tarde noche cualquiera, todos muy cansados. Los niños atrás gritando como poseídos, evidentemente sobreexcitados por el cansancio, su padre y yo no podíamos articular una sola palabra que pudiera ser escuchada por el otro, ni por ellos. En un alarde de rebajar ese nivel de estrés sin aumentarlo ni dejarnos llevar por él, planteamos el siguiente intercambio de roles a los niños: “atención, nosotros vamos a ser los hijos y vosotros los padres”, así que ni cortos ni perezosos, su padre y yo nos pusimos a chillar, lloriquerar, pedir cosas, reclamar atención, pelearnos… todo esto aliñado con unos considerables niveles de decibelios.  

En la parte de atrás del coche se hizo un silencio absoluto, aunque corto. Ella, con 4 años, empieza a intentar calmarnos y comunicarse con claros signos de impotencia. El, rompe a llorar desconsolado. Llora y verbaliza entre lágrimas y mocos: “no quiero jugar a esto, si vosotros sois los hijos, quien nos cuidará, quienes serán nuestros padres,  somos niños, no quiero jugar a esto, me asusta.”

Nuestros hijos no son nuestros amigos. Y no quieren serlo.


Crianza positiva, crianza respetuosa, crianza humanizada, crianza de apego… no me gustan los apellidos, aunque sean estos. CRIANZA es CRIANZA y efectivamente debe ser respetuosa, debe ser humana, debe ser basada en el apego. Lo otro es adiestramiento, lo otro es despotismo ilustrado, lo otro es abuso de poder.


Tampoco me gusta el pack, como si los padres que educamos y criamos desde este lugar debiéramos someternos a una serie de requisitos de toda índole para encajar dentro de la ortodoxia respetuosa, que de mediocridad y tópicos también va servida.



Percibo que somos percibidos como padres caóticos, por momentos negligentes, que no educan, que favorecen una suerte de libertinaje infantil, que nos tiranizan ahora o más adelante, que nuestras vidas se han llenado de nuestros hijos porque estaban huecas y vacías, y que éstos  serán seres marginales del sistema por culpa de estos padres que a nada les obligan  ni enseñan respeto.


Suponen que confundimos contener con consentir. Si, señores, yo contengo a mis hijos cuando necesitan ser contenidos en su decepción, en su frustración, en su miedo, en su soledad, en su incomprensión del mundo, los contengo con el abrazo, con el silencio o con la palabra, con la caricia, con la presencia, con la mirada. Y no, no les consiento aquello que demandan y no necesitan, aquello que quieren pero considero que les daña, aquello que me piden y no les ayuda a crecer. No, no les consiento que falten al respeto a otro ser vivo, que tiren un papel al suelo o levante la voz a nadie. No, no les consiento que callen una agresión y no busquen ayuda. Contener no es consentir.


Suponen que confundimos firmeza con severidad. La severidad, es verdad, no forma parte de nuestro planteamiento vital y muchos menos con aquellos a quienes amamos. Firmeza como coherencia, sí. Firmeza cuando he dado mi palabra para bien o para mal, si. Firmeza cuando he tomando una decisión y la mantengo. Firmeza porque con ella estoy transmitiendo consistencia y coherencia. Firmeza en lo que hago y digo porque de ella depende, también, su seguridad. ¿Severidad no es el eufemismo de sadismo?

Suponen que ser flexible es ser permisivo.
 

Suponen que ser seguro es ser autoritario.


Suponen que sin castigos no hay aprendizaje.


Suponen que el respeto nace del miedo, no del amor y la tolerancia y la admiración.


Suponen que la libertad se ejerce, cuando uno es mayor, como si de una ciencia infusa se tratara, como si no se aprendiera desde la cuna, como si no se ensayara, como si no consistiera en años de aprendizaje y consecuencias.


Suponen que reconocer nuestros errores nos debilita y descalifica ante su mirada, como si tuviéramos que ser el padre todopoderoso más divino que humano y por tanto más inaccesible, más alejado, más intocable, menos verdad.


La CRIANZA desde este lugar de empatía, respeto e igualdad responde a una profunda filosofía de vida que se extiende más allá de los hijos, que nos define como seres humanos y filtra nuestra forma de ver y aprehender el mundo. Si esta mirada empática, sensible, respetuosa y humilde de ver la vida y su magia no nos empapa y no nos corre por las venas, no hay paradigma educativo que sirva, simplemente porque no lo vamos a poder transmitir. 

Esto no es un decálogo de buenas prácticas en crianza, esto es una forma de vivir, una forma de sentir que, cuando llegan los hijos, se convierte entonces, en una forma de amar.


**Fotografía By Danilo Rizzuti, published on 19 April 2010
Stock Image – image ID: 10015035

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¡Sucios, desordenados y descalzos!

* Por Olga Carmona

«Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la naturaleza» Jean-Jacques Rousseau



Soy mujer, soy madre, soy psicóloga. 

Aburrida, profundamente aburrida de la psicología convencional y de la pedagogía con la que adiestran a nuestros hijos, en la escuela y fuera de ella. La escuela no es más que un reflejo autorizado por la cultura colectiva, mediocre y asustada. Y creo que, cuando el sistema y la cultura están tan caducos y enfermos como yo los percibo, de su seno nacen voces limpias que abogan y plantean otros caminos, otras alternativas que nos permiten seguir evolucionando, como si necesitáramos primero tocar fondo para con ello, darnos impulso. Es por eso, entiendo, que nace la Ecopsicología y la Pedagogía Verde, para combatir una cultura depredadora y solitaria que atenta contra la condición humana y no humana y en la que yo, mujer y madre, no quiero educar a mis hijos.


La educación tradicional sólo ha hecho hincapié en los aspectos cognitivos de los niños, llegando incluso a creer que había un solo tipo de inteligencia y que este podía medirse y resumirse en un número, en un afán de clasificación que nos permitiera tener la ilusión de que controlamos todo, incluso algo tan mágico y complejo como el ser humano en desarrollo.


La ecopedagogía cultiva especialmente otras capacidades humanas tales como la intuición, la imaginación, la creatividad, la estimulación sensorial y la sensibilidad a través de  la experiencia. Con ello, estimula un profundo sentido de conexión con la vida, consigo mismo y con los demás que fomenta y desarrolla la capacidad de empatía y de responsabilidad.


Este nuevo enfoque cambia la filosofía de origen en la que hemos ido creciendo donde el ser humano es el centro del universo y la Tierra es una gran masa inerte, desprovista de vida, como una ingente despensa de víveres y riquezas materiales. 


Desde este lugar, estamos sólos, aislados, profundamente desconectados y esto, no nos ha salido gratis.

Intuyo y defiendo para mis hijos un cambio de paradigma donde la Tierra y todo lo que comprende es nuestro espacio compartido de vida y es un organismo vivo del que formamos parte, una unidad donde todo está interrelacionado y dado que todos dependemos de todos, nadie se encuentra aislado.

Nuestros niños van creciendo como pueden en burbujas casi herméticas con universos  muy limitados y artificiales formados por pantallas, teclas y hormigón  generando trastornos físicos y emocionales a los que damos respuesta con fármacos. Niños enfermos de una sociedad enferma, representan la consecuencia y el síntoma a la vez.

Como el resto de mamíferos, nuestros cerebros están  diseñados para lo que se conoce como “Biofilia”, es decir para relacionarnos con las demás especies, animales o vegetales. Se trata de una atracción genética por la vida, una tendencia innata a dar valor a lo que nos rodea y percibimos como vivo.

Educar y criar alejando a los niños de lo que es innato en ellos, es ir contra su esencia, requiere de un entrenamiento largo y minucioso que solemos llamar “educación”. 


Las consecuencias son fácilmente reconocibles aunque no por ellos menos trágicas: nuestros niños han perdido espontaneidad, suelen tener biorritmos alterados, problemas de sueño, sensibilidad limitada, fatiga sensorial y falta de movimiento, entre otros que suelen derivar en alteraciones de conducta y problemas de concentración, el famoso TDAH por ejemplo.


La naturaleza cura. 
La naturaleza protege.



Por ejemplo, Los pediatras recomiendan exponer a los bebés a la luz solar al menos 15 minutos diarios, ya que es la mejor fuente de Vitamina D, imprescindible para el desarrollo.

Numerosos estudios e investigaciones demuestran que la actividad no estructurada al aire libre actúa como un potente preventivo en trastornos de conducta y el TDAH mejora.


En la primera infancia, es decir desde el nacimiento hasta aproximadamente los siete años, los niños son poseedores aún de una conciencia mental pura, no necesitan proyectar, ni clasificar ni etiquetar, ni juzgar: son capaces de relacionarse directamente  a través de los sentidos: tocar, oler, saborear, escuchar, respirar… se trata de absorber el mundo de una forma más fluida y amplía, sin imposiciones artificiales que nada aportan pero sí limitan, como el aprendizaje de la lectoescritura antes de esa edad, típico de nuestra cultura.


“Los niños necesitan dominar el lenguaje de las cosas antes que el de las palabras”, dice el psicólogo evolutivo David Elking.


Antes de los siete años, los niños deben correr, saltar, escalar, cuidar plantas y animales, jugar con agua y arena, pintar, escuchar e inventar canciones, no aprender signos estructurados inmóviles entre paredes con pantallas digitales.


Los entornos naturales son idóneos como marco para el desarrollo de la creatividad, la impulsan desde su diversidad de materiales, texturas, colores,  y su ausencia de indicaciones sobre cómo deben usarse o jugar con ellos. Y la creatividad no sólo es eso que se necesita para pintar un cuadro o escribir un libro, es una capacidad imprescindible en el desarrollo de nuestros hijos porque les prepara para tolerar la ambigüedad, asumir riesgos y ser flexibles, es decir para una sana adaptación a los cambios y avatares de la vida, nada más y nada menos.


Nosotros, los padres, tenemos una irrenunciable responsabilidad en ello, tratando de educar desde la libertad y la humildad de saber, de sentir y transmitir  que somos parte, no el todo.


Nuestro papel debiera ser más el de la aceptación serena e incondicional, la confianza en que cuentan con los recursos que necesitan para ser quienes quieran ser, interesarnos honestamente por sus cosas, asegurar que cada día disponen de tiempo libre para jugar, dejar que se aburran sin caer en la pantalla, darles muchas, muchas posibilidades de conexión con la naturaleza, con los otros (humanos, no humanos, plantas, minerales…), evitar organizar su tiempo como si la  agenda de un ministro se tratara, no interferir  ni dirigir sus juegos, no impedirles que se sienten en el suelo, que caminen descalzos, que toquen, que se manchen, que desordenen… para construir su mundo, primero necesitan “destruir” el nuestro. Sino, se limitarán a copiarlo desde la obediente sumisión, dejándose a sí mismos por el camino.


Seamos facilitadores, no adiestradores. Devolvamos a nuestros niños lo que les pertenece, su conexión con la Tierra de la que son hijos, su innata curiosidad  por lo vivo, su tendencia humana al cuidado de otro, a  la generosidad, a la empatía, despertando sus sentidos a una sensibilidad diferente, plena, conectada, responsable.


Y de paso, dejémonos llevar nosotros también por esa energía no contaminada que cada día  nos regalan tan generosa y abundantemente.

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¡Sucios, desordenados y descalzos!

* Por Olga Carmona

«Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la naturaleza» Jean-Jacques Rousseau



Soy mujer, soy madre, soy psicóloga. 

Aburrida, profundamente aburrida de la psicología convencional y de la pedagogía con la que adiestran a nuestros hijos, en la escuela y fuera de ella. La escuela no es más que un reflejo autorizado por la cultura colectiva, mediocre y asustada. Y creo que, cuando el sistema y la cultura están tan caducos y enfermos como yo los percibo, de su seno nacen voces limpias que abogan y plantean otros caminos, otras alternativas que nos permiten seguir evolucionando, como si necesitáramos primero tocar fondo para con ello, darnos impulso. Es por eso, entiendo, que nace la Ecopsicología y la Pedagogía Verde, para combatir una cultura depredadora y solitaria que atenta contra la condición humana y no humana y en la que yo, mujer y madre, no quiero educar a mis hijos.


La educación tradicional sólo ha hecho hincapié en los aspectos cognitivos de los niños, llegando incluso a creer que había un solo tipo de inteligencia y que este podía medirse y resumirse en un número, en un afán de clasificación que nos permitiera tener la ilusión de que controlamos todo, incluso algo tan mágico y complejo como el ser humano en desarrollo.


La ecopedagogía cultiva especialmente otras capacidades humanas tales como la intuición, la imaginación, la creatividad, la estimulación sensorial y la sensibilidad a través de  la experiencia. Con ello, estimula un profundo sentido de conexión con la vida, consigo mismo y con los demás que fomenta y desarrolla la capacidad de empatía y de responsabilidad.


Este nuevo enfoque cambia la filosofía de origen en la que hemos ido creciendo donde el ser humano es el centro del universo y la Tierra es una gran masa inerte, desprovista de vida, como una ingente despensa de víveres y riquezas materiales. 


Desde este lugar, estamos sólos, aislados, profundamente desconectados y esto, no nos ha salido gratis.

Intuyo y defiendo para mis hijos un cambio de paradigma donde la Tierra y todo lo que comprende es nuestro espacio compartido de vida y es un organismo vivo del que formamos parte, una unidad donde todo está interrelacionado y dado que todos dependemos de todos, nadie se encuentra aislado.

Nuestros niños van creciendo como pueden en burbujas casi herméticas con universos  muy limitados y artificiales formados por pantallas, teclas y hormigón  generando trastornos físicos y emocionales a los que damos respuesta con fármacos. Niños enfermos de una sociedad enferma, representan la consecuencia y el síntoma a la vez.

Como el resto de mamíferos, nuestros cerebros están  diseñados para lo que se conoce como “Biofilia”, es decir para relacionarnos con las demás especies, animales o vegetales. Se trata de una atracción genética por la vida, una tendencia innata a dar valor a lo que nos rodea y percibimos como vivo.

Educar y criar alejando a los niños de lo que es innato en ellos, es ir contra su esencia, requiere de un entrenamiento largo y minucioso que solemos llamar “educación”. 


Las consecuencias son fácilmente reconocibles aunque no por ellos menos trágicas: nuestros niños han perdido espontaneidad, suelen tener biorritmos alterados, problemas de sueño, sensibilidad limitada, fatiga sensorial y falta de movimiento, entre otros que suelen derivar en alteraciones de conducta y problemas de concentración, el famoso TDAH por ejemplo.


La naturaleza cura. 
La naturaleza protege.



Por ejemplo, Los pediatras recomiendan exponer a los bebés a la luz solar al menos 15 minutos diarios, ya que es la mejor fuente de Vitamina D, imprescindible para el desarrollo.

Numerosos estudios e investigaciones demuestran que la actividad no estructurada al aire libre actúa como un potente preventivo en trastornos de conducta y el TDAH mejora.


En la primera infancia, es decir desde el nacimiento hasta aproximadamente los siete años, los niños son poseedores aún de una conciencia mental pura, no necesitan proyectar, ni clasificar ni etiquetar, ni juzgar: son capaces de relacionarse directamente  a través de los sentidos: tocar, oler, saborear, escuchar, respirar… se trata de absorber el mundo de una forma más fluida y amplía, sin imposiciones artificiales que nada aportan pero sí limitan, como el aprendizaje de la lectoescritura antes de esa edad, típico de nuestra cultura.


“Los niños necesitan dominar el lenguaje de las cosas antes que el de las palabras”, dice el psicólogo evolutivo David Elking.


Antes de los siete años, los niños deben correr, saltar, escalar, cuidar plantas y animales, jugar con agua y arena, pintar, escuchar e inventar canciones, no aprender signos estructurados inmóviles entre paredes con pantallas digitales.


Los entornos naturales son idóneos como marco para el desarrollo de la creatividad, la impulsan desde su diversidad de materiales, texturas, colores,  y su ausencia de indicaciones sobre cómo deben usarse o jugar con ellos. Y la creatividad no sólo es eso que se necesita para pintar un cuadro o escribir un libro, es una capacidad imprescindible en el desarrollo de nuestros hijos porque les prepara para tolerar la ambigüedad, asumir riesgos y ser flexibles, es decir para una sana adaptación a los cambios y avatares de la vida, nada más y nada menos.


Nosotros, los padres, tenemos una irrenunciable responsabilidad en ello, tratando de educar desde la libertad y la humildad de saber, de sentir y transmitir  que somos parte, no el todo.


Nuestro papel debiera ser más el de la aceptación serena e incondicional, la confianza en que cuentan con los recursos que necesitan para ser quienes quieran ser, interesarnos honestamente por sus cosas, asegurar que cada día disponen de tiempo libre para jugar, dejar que se aburran sin caer en la pantalla, darles muchas, muchas posibilidades de conexión con la naturaleza, con los otros (humanos, no humanos, plantas, minerales…), evitar organizar su tiempo como si la  agenda de un ministro se tratara, no interferir  ni dirigir sus juegos, no impedirles que se sienten en el suelo, que caminen descalzos, que toquen, que se manchen, que desordenen… para construir su mundo, primero necesitan “destruir” el nuestro. Sino, se limitarán a copiarlo desde la obediente sumisión, dejándose a sí mismos por el camino.


Seamos facilitadores, no adiestradores. Devolvamos a nuestros niños lo que les pertenece, su conexión con la Tierra de la que son hijos, su innata curiosidad  por lo vivo, su tendencia humana al cuidado de otro, a  la generosidad, a la empatía, despertando sus sentidos a una sensibilidad diferente, plena, conectada, responsable.


Y de paso, dejémonos llevar nosotros también por esa energía no contaminada que cada día  nos regalan tan generosa y abundantemente.

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El diván de Peter Pan

«…Y Si los hombres tuviéramos un espacio, un lugar físico, un sitio entre iguales donde vomitar nuestras miedos o celebrar nuestras emociones proscriptas…»

*por Alejandro Busto Castelli

¿Y entonces a los padres, quién los sostiene? … la pregunta resonando en el aula, mi cabeza buscando con la mirada a la voz que preguntaba.

Era Rosa Sorribas de Crianza Natural, en el turno de preguntas de mi conferencia “En busca del perro verde”,  en la I Jornada de Crianza en red organizada por la Editorial Obstare, (Barcelona, marzo 2012)

Mis alumno/as de los talleres de hablar en público, generalmente comparten entre sus miedos, aquella ansiedad anticipatoria que generan las preguntas de la audiencia. Siempre he pensado que las mejores preguntas son aquellas para las cuales uno no tiene respuestas. Esas preguntas oportunidad, indagación, cuestionamiento, esas preguntas de revisión del discurso.

Yo no tenía respuesta, por lo menos no una habitual, ya ensayada, antigua, esperada. En un microsegundo pensé… cierto y a nosotros quien cojones nos contiene, quien nos escucha, con quien vomitamos…nuestras miserias, nuestras sombras y dudas. 

Respondí a Rosa. No sé desde que lugar, no puedo saber porque tan rápido. Dije: “en mi caso mi Madre”.

Fue con ella con quien hablé de  mi despertar sexual, a ella a la que llamé a los cinco minutos de ver el predictor, aunque le había jurado a mi pareja que no lo diría hasta pasar las temidas 12 semanas.

En aquella conferencia un círculo mágico se cerró, cuando Ileana Medina dijo tras mi respuesta, que esa era la clave, ya los nuevos padres tendrían que haber sido hijos bien maternados.

Y sí… mi primer contenedor emocional, mi madre ¿Y después? ¿Y cuando no este? ¿Y el resto de los hombres, no podrían en algún momento cubrir ese hueco?

Y Si los hombres tuviéramos un espacio, un lugar físico, un sitio entre iguales donde vomitar nuestras miedos o celebrar nuestras emociones proscriptas…

Si ese lugar existiera… quizá nuestras relaciones de pareja y los vínculos con nuestros hijos e hijas contarían otra historia… solo quizá.

Durante el 2012 y lo que va del 2013 en cada curso o taller donde un chico me  escuchaba, fue creciendo la idea de que no podía permanecer mucho tiempo más sin hacer algo al respecto. Quieto, inmóvil, esperando a que tal vez otros, a que por fin se produzca un cambio.

Es bien cierto que al calor de los círculos de mujeres o madres, algunos hombres nos hemos acercado. Me contaba la psicóloga GabriellaAviva en un correo hace más de un año largo, su dificultad para darles a los hombres que se acercaban a su grupo, lo que ellos pedían o quizá mejor expresado: lo que ellos necesitaban.

Copio textualmente con su autorización (Gracias Gabriella!)


“…Los papás siempre me reclamaron (desde la primera edición del grupo!) un espacio también para ellos! Y yo siempre me he disculpado con ellos, porque sentía (y siento) que no se lo puedo proporcionar…mi energía masculina se vio ciertamente debilitada tras mi maternidad y siento que no puedo ser la profesional que coordina un grupo (terapéutico) con 10 hombres..! Les he animado siempre a que buscaran un hombre -psicólogo y psicoterapeuta- preparado y que pudiera y deseara coordinar el espacio que estaban buscando, pero nunca encontraron a nadie ni nadie se ofreció. Tampoco ellos se animaron nunca a autogestionar uno…”


Sin duda que ante la ausencia de espacios, que nos “cedan” un trocito de los lugares que ellas han creado es importante. Pero vuelvo sobre la necesidad: No sé si lo que necesitamos.


Debo recordar con gratitud que yo mismo fui escuchado en mi despertar de paternidad por otras mujeres, no tenía muchos hombres cerca que  quisieran compartir  sobre embarazo, vómitos, dolores de espalda, miedos y frustraciones. Y los que me escuchaban por respeto cinco minutos después me apodaban “la madre” o sonreían con disimulo…


En los últimos tiempos  parece reclamarse espacios para los padres, hacemos alguna conferencia más que antes, escribimos libros y algunos de nosotros aparecemos en congresos de maternidad, así que con calma  empiezan a aparecer estos círculos de hombres tan necesarios.


He visto iniciativas por toda España. En algunos casos están dirigidas e imaginadas por mujeres, que quizá desde la experiencia, la demanda hecha en los propios círculos de mujeres sumado a la poca oferta, quieren apoyar a los hombres a construir un presente más consciente y comprometido.  


Quizá por eso tres de los autores del libro “Una nueva Paternidad” (Editorial Pedagogía Blanca) hemos soñado en un lugar para hombres pero también de la mano de otros hombres, a su vez  padres. Se trata de José Ernesto Juan, presidente de la asociación Besos y Brazos, Ramón Soler codirector de la Revista Mente Libre y un servidor.  


Confieso en este comienzo que aún me hace ruido y no me termina de convencer del todo la idea esta de “exclusividad”, del  “solo para hombres”. Quizá solo dure un tiempo y los círculos puedan ser de familias.


Sin embargo creo que estamos en un momento social y vital, donde no sé cuántos de nosotros podemos vencer y tirar abajo ciertos prejuicios si no nos dejan solos por fin. Siento por momentos que este camino de piedras, de lo emocional y la sensibilidad desnudada es un camino solo para nosotros.


Creo que en el comienzo y  en este momentos debemos construir una masculinidad distinta sin mirarnos en el espejo de ellas. Probablemente no son sus filtros los que hoy necesitamos, no sé qué valor tendría emprender este viaje para de regreso solo satisfacer la imagen que el espejo femenino nos devolvió y nos reclamo.


Regresar si, reconstruidos y repensados en primer lugar por nosotros mismos y porque socialmente no se sostiene un tipo de hombre al servicio de un sistema egoísta, individualista e insolidario. Regresar para ser parte de la solución y no del problema.


Por estas razones nace “El diván de Peter pan”, para escucharnos, para hablar lejos del Bar y sin trivializar de nuestras relaciones de pareja. Para compartir entre lágrimas si hace falta nuestra infinita y reiterada desconexión con nuestros hijos e hijas. Con nuestros filtros, con nuestras sombras y nuestra historia pasada.


Y por encima de todo con el futuro por construir, decididamente en nuestras manos.


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