Apología de la diferencia: ya no quiero caer bien

Por Olga Carmona

«Si te arrancan al niño, que llevamos por dentro, si te quitan la teta y te cambian de cuento, no te tragues la pena, porque no estamos muertos, llegaremos a tiempo, llegaremos a tiempo…»
 (Rosana Arbeló)

Me he pasado la vida entera sintiendo frustración y malestar por sentir que no encajaba en casi ningún modelo o entorno social en el que he intentado vivir.
Nada, o prácticamente nada en mi vida puede situarse en el centro de la campana de Gauss y ahora, a mis cuarenta y cinco he entendido que es hora, no sólo de dejar de intentarlo, sino que he decidido hacer apología de la diferencia, de mi diferencia.

Fui económicamente independiente desde que cumplí dieciocho, he viajado y vivido sola muchos años, me gusta el cine europeo en versión original, la playa en invierno, la literatura erótica y el sexo. Necesito el campo, el silencio y estar con  mis perros. No como carne y me siento empáticamente vinculada a las criaturas no humanas de forma natural y desde que tengo memoria. Odio salir y tomar alcohol, pero necesito viajar y tocar otros mundos y espacios. Me dan exactamente igual los días de la semana pero necesito el sol.

No puedo hacer nada sin alma porque el aburrimiento me impregna entera. Mi vínculo con mis pacientes , que trasciende la relación terapéutica, un par de amigas-hermanas, mi compañero de vida, la existencia de mis hijos y la mirada de mis perras me alcanza para sentirme plena. El resto me llega como ruido.

Mi sentido de la justicia y mi intestinal rabia por un mundo tan sádico para con los vulnerables, me llevó a trabajar en dos orfanatos de la Nicaragua más hambrienta, tragando saliva al ver los cuerpitos desnutridos o violados de niñas en los que hoy veo a mi hija.

Nunca ahorré, jamás me creí el cuento del futuro dado que soy la única superviviente de tres hermanos. El presente es lo único que existe para mi y se me antoja espantosamente frágil. En esto llevo ventaja.

Tuve a mis hijos sin vocación de madre pero les  deseé con la misma rotundidad con la que desee a su padre y enamorarme de este hombre hasta la médula fue lo que les trajo a mi mente y a mi cuerpo.

Llegaron desafiando las leyes de la medicina y la estadística. Llegaron para convertirse en la experiencia más profunda y catártica de mi vida. Ninguna palabra ni definición alcanza a transmitir  lo que su presencia me inspira.

Les crié usando como modelo a otras mamíferas humanas y no humanas, dejando que el instinto y el cuerpo hablaran. Me gusta el lenguaje del cuerpo, intuyo en él una sabiduría limpia, me conecta con todo lo vivo y puedo saborearla cuando disfruto del sexo, cuando he amamantado a mis hijos y cuando me pego a ellos en la noche mientras duermen. Me gusta olerles y mirarles , me gusta escucharles. Adoro tocarles y abrazarlos.

Ellos también traían una nota que decía que no estaban dispuestos a formar parte de la normalidad y desde el día uno dieron señales de salirse del patrón. Hoy el mayor tiene diagnóstico del sobredotación intelectual, así que no va a poder conectarse con la media mediocre y normal, por más que yo me empeñe, que ya no lo hago.

No les llevé a ninguna institución de aires colegiales y tampoco al colegio hasta que ellos lo pidieron, viajaron a lugares remotos antes de que les salieran los dientes ante las caras de desaprobación del mundo. Cocinan conmigo, vemos documentales de viajes en la cama, leemos cuentos para sentir y nos reímos de que las princesas también se tiran pedos.

No deseo que empiece el cole y me dejen en paz, ni que crezcan pronto y yo pueda “descansar”.  Me importa un pepino que anden desnudos, que no se laven el pelo siempre que yo se lo diga, que se pinten el cuerpo con un rotulador o que coman entre horas. No les llevo al zoo a ver presos deprimidos ni al circo a ver la violación brutal que me sugiere un león pasando por un aro de fuego. Odio ver la infinita y perfecta belleza de un animal, sometida al estúpido ego de un bicho humano con problemas de autoestima o de inteligencia. Les llevo a los parques naturales y ven cómo se me hincha el pecho cuando veo pasar las cigüeñas.

Ya empiezo a darme cuenta de que somos marcianos en este pequeño y elitista gueto de clase media guapa en el que viven, lleno de niños rubios bilingües que crían las filipinas y las peruanas (menos mal) porque sus madres están ausentes, cuando trabajan y cuando no.

Mis hijos juegan a viajar en una caja mágica que les transporta al Taj Mahal y los otros niños se ríen de ellos y les dicen que eso es mentira y que sólo es una caja de cartón. Lástima de infancia, pero no se lo compro. Por supuesto que una caja de cartón nos transporta en el tiempo y en el espacio y si no lo ves es porque eres tonto o estás castrado.
Mis hijos van descalzos y con los pies negros y se visten como les da su santa gana y sentido de la estética, que casi nunca coincide con el mío. Ellos me gritan en la calle que me quieren y los otros, los normales, se quedan ojipláticos y les entra una risa nerviosa, avergonzada.

En esta imperfecta casa lloramos y puteamos y nos pedimos perdón y vamos creciendo, jugando juntos.

Tengo una hipoteca, pero voy a dejar de tenerla porque la empiezo a sentir como una faja que se me ha quedado pequeña y me impide respirar con normalidad, se me clava.

Yo lo que quiero es vivir  sin nada que me atrape que no sean mis compromisos  emocionales libremente elegidos y nutrir a mis hijos de mil experiencias diferentes  y tomar su mano durante su recorrido vital y seguir enamorada del hombre brújula que me enciende y entiende, y celebrar la primavera y creer en los reyes magos y en las cajas mágicas y sacar a otra alma hermosa de la perrera y ver volar libres a los loros en Costa Rica,  mientras tomo conciencia de que la vida solo vale la pena vivirla para ser y hacer feliz, no para encajar en ningún guión.

Porque además es mentira, quienes necesitan un guión es porque no son capaces de improvisar y la vida es purita improvisación. Se llama miedo.

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Apología de la diferencia: ya no quiero caer bien

Por Olga Carmona

«Si te arrancan al niño, que llevamos por dentro, si te quitan la teta y te cambian de cuento, no te tragues la pena, porque no estamos muertos, llegaremos a tiempo, llegaremos a tiempo…»
 (Rosana Arbeló)

Me he pasado la vida entera sintiendo frustración y malestar por sentir que no encajaba en casi ningún modelo o entorno social en el que he intentado vivir.
Nada, o prácticamente nada en mi vida puede situarse en el centro de la campana de Gauss y ahora, a mis cuarenta y cinco he entendido que es hora, no sólo de dejar de intentarlo, sino que he decidido hacer apología de la diferencia, de mi diferencia.

Fui económicamente independiente desde que cumplí dieciocho, he viajado y vivido sola muchos años, me gusta el cine europeo en versión original, la playa en invierno, la literatura erótica y el sexo. Necesito el campo, el silencio y estar con  mis perros. No como carne y me siento empáticamente vinculada a las criaturas no humanas de forma natural y desde que tengo memoria. Odio salir y tomar alcohol, pero necesito viajar y tocar otros mundos y espacios. Me dan exactamente igual los días de la semana pero necesito el sol.

No puedo hacer nada sin alma porque el aburrimiento me impregna entera. Mi vínculo con mis pacientes , que trasciende la relación terapéutica, un par de amigas-hermanas, mi compañero de vida, la existencia de mis hijos y la mirada de mis perras me alcanza para sentirme plena. El resto me llega como ruido.

Mi sentido de la justicia y mi intestinal rabia por un mundo tan sádico para con los vulnerables, me llevó a trabajar en dos orfanatos de la Nicaragua más hambrienta, tragando saliva al ver los cuerpitos desnutridos o violados de niñas en los que hoy veo a mi hija.

Nunca ahorré, jamás me creí el cuento del futuro dado que soy la única superviviente de tres hermanos. El presente es lo único que existe para mi y se me antoja espantosamente frágil. En esto llevo ventaja.

Tuve a mis hijos sin vocación de madre pero les  deseé con la misma rotundidad con la que desee a su padre y enamorarme de este hombre hasta la médula fue lo que les trajo a mi mente y a mi cuerpo.

Llegaron desafiando las leyes de la medicina y la estadística. Llegaron para convertirse en la experiencia más profunda y catártica de mi vida. Ninguna palabra ni definición alcanza a transmitir  lo que su presencia me inspira.

Les crié usando como modelo a otras mamíferas humanas y no humanas, dejando que el instinto y el cuerpo hablaran. Me gusta el lenguaje del cuerpo, intuyo en él una sabiduría limpia, me conecta con todo lo vivo y puedo saborearla cuando disfruto del sexo, cuando he amamantado a mis hijos y cuando me pego a ellos en la noche mientras duermen. Me gusta olerles y mirarles , me gusta escucharles. Adoro tocarles y abrazarlos.

Ellos también traían una nota que decía que no estaban dispuestos a formar parte de la normalidad y desde el día uno dieron señales de salirse del patrón. Hoy el mayor tiene diagnóstico del sobredotación intelectual, así que no va a poder conectarse con la media mediocre y normal, por más que yo me empeñe, que ya no lo hago.

No les llevé a ninguna institución de aires colegiales y tampoco al colegio hasta que ellos lo pidieron, viajaron a lugares remotos antes de que les salieran los dientes ante las caras de desaprobación del mundo. Cocinan conmigo, vemos documentales de viajes en la cama, leemos cuentos para sentir y nos reímos de que las princesas también se tiran pedos.

No deseo que empiece el cole y me dejen en paz, ni que crezcan pronto y yo pueda “descansar”.  Me importa un pepino que anden desnudos, que no se laven el pelo siempre que yo se lo diga, que se pinten el cuerpo con un rotulador o que coman entre horas. No les llevo al zoo a ver presos deprimidos ni al circo a ver la violación brutal que me sugiere un león pasando por un aro de fuego. Odio ver la infinita y perfecta belleza de un animal, sometida al estúpido ego de un bicho humano con problemas de autoestima o de inteligencia. Les llevo a los parques naturales y ven cómo se me hincha el pecho cuando veo pasar las cigüeñas.

Ya empiezo a darme cuenta de que somos marcianos en este pequeño y elitista gueto de clase media guapa en el que viven, lleno de niños rubios bilingües que crían las filipinas y las peruanas (menos mal) porque sus madres están ausentes, cuando trabajan y cuando no.

Mis hijos juegan a viajar en una caja mágica que les transporta al Taj Mahal y los otros niños se ríen de ellos y les dicen que eso es mentira y que sólo es una caja de cartón. Lástima de infancia, pero no se lo compro. Por supuesto que una caja de cartón nos transporta en el tiempo y en el espacio y si no lo ves es porque eres tonto o estás castrado.
Mis hijos van descalzos y con los pies negros y se visten como les da su santa gana y sentido de la estética, que casi nunca coincide con el mío. Ellos me gritan en la calle que me quieren y los otros, los normales, se quedan ojipláticos y les entra una risa nerviosa, avergonzada.

En esta imperfecta casa lloramos y puteamos y nos pedimos perdón y vamos creciendo, jugando juntos.

Tengo una hipoteca, pero voy a dejar de tenerla porque la empiezo a sentir como una faja que se me ha quedado pequeña y me impide respirar con normalidad, se me clava.

Yo lo que quiero es vivir  sin nada que me atrape que no sean mis compromisos  emocionales libremente elegidos y nutrir a mis hijos de mil experiencias diferentes  y tomar su mano durante su recorrido vital y seguir enamorada del hombre brújula que me enciende y entiende, y celebrar la primavera y creer en los reyes magos y en las cajas mágicas y sacar a otra alma hermosa de la perrera y ver volar libres a los loros en Costa Rica,  mientras tomo conciencia de que la vida solo vale la pena vivirla para ser y hacer feliz, no para encajar en ningún guión.

Porque además es mentira, quienes necesitan un guión es porque no son capaces de improvisar y la vida es purita improvisación. Se llama miedo.

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En la educación está la diferencia

*Por Olga Carmona

«La no violencia lleva a la más alta ética, lo cual es la meta de la evolución. Hasta que no cesemos de dañar a otros seres vivos, somos aún salvajes» Thomas Edison




El otro día mientras preparaba la cena aparecen en la cocina mis hijos y una vecina de su misma edad con un pajarillo muerto en las manos. Se les veía claramente excitados. Querían saber si efectivamente estaba muerto o había alguna posibilidad. Lo miré con cierta angustia y efectivamente el pichón estaba aún caliente, pero muerto. Mi madre, que andaba cerca, lo cogió e hizo ademán de quitárselo a los niños y tirarlo a la basura. Ellos abrieron la boca entre el horror y la sorpresa. Yo me interpuse. Les devolví el pichón envuelto en una servilleta de papel y les dije que esperasen fuera un ratito que en seguida encontraríamos un lugar donde enterrarle y hacerle un ritual de despedida. Eso les tranquilizó y salieron cual soldados con la misión más importante de su vida. Lo pusieron con delicadeza en el suelo y se sentaron con gesto trascendente, cerquita de él, cuidándolo mientras me esperaban.

De pronto escuché una llamada angustiada de la amiga de ellos y el llanto de mi hija. Salgo y me dicen entre sollozos que un niño, más mayor que ellos, ha llegado y lo ha pisoteado. Veo el animalito flotando en sangre. El horror en los ojos de los otros. Y mi mala ostia subiendo por la garganta. Le increpé al grandullón preguntándole porqué había hecho eso. Me contestó que porqué no, si estaba muerto, que ya daba igual. No, no da igual. No da igual carajo, no. Y se lo dije, le hablé del respeto a la vida y también a la muerte. Le hablé de tratar con dignidad a los otros, le hablé de la compasión y la empatía. Le hablé del desprecio.


El pequeño monstruo me miraba como si le hablara en coreano y se fue. Al ver mi reacción, los pequeños se crecieron: “puedes irte, lo vamos a cuidar mientras te esperamos”. Y se sentaron en círculo en el suelo cerrando una frontera que protegiera al pobre pichón.


En estos días también leí espantada la noticia de un burrito apaleado y violado por unos niños, torturado hasta el borde la muerte y sino lo remataron fue porque una mujer lo evitó.


La diferencia entre unos niños y otros, está en sus casas. Está en los valores y en el ejemplo con que han sido educados, está en haber hecho de la ética y la empatía una forma de vida o no. No sirve el discurso vacuo y manufacturado que les dan en los coles, no sirve sola la palabra. Los padres tenemos  que  estar y sobre todo ser.


Tenemos que transmitir aquello en lo que creemos desde todas y cada una de las acciones cotidianas. Todas. Pagar hacienda y no colarse en el metro. No mentir ni al perro. Coherencia y consistencia transmiten y comunican, el resto se lo lleva el viento.


Estos niños, los que torturan y los que cuidan y protegen, crecerán dentro del mismo país y de la misma cultura y un día igual comparten un despacho o un hospital, es decir, serán los adultos al mando de nuestra sociedad. Esa es nuestra inexcusable responsabilidad: en la educación está la diferencia, toda la diferencia. Tanto así, que hasta la diosa genética puede ser alterada y modificada por la cultura y por el ambiente. No me duelen prendas al sostener una premisa tan tajante y tan llena de responsabilidad para nosotros, los educadores, los padres.


Le enterraron. Le escribieron un nota de despedida y le dijeron que había sido un pajarito muy bonito. Candela lloraba y yo le expliqué que ahora nadie le pisaría y que dentro de unos meses, en ese lugar donde ahora estaba el pájaro y gracias a él, nacería una flor. Sonrío, se secó las lágrimas y me preguntó:”¿ estás segura?”. Sí, lo estoy.


Yo también, a mis cuarenta y tantos, estaba triste por esa pequeña muerte. Y asustada, por esos pequeños monstruos que van creciendo sin alma.



Foto: http://www.freedigitalphotos.net/images/blue-tit-baby-in-a-hand-photo-p178770
By Tina Phillips, published on 20 June 2013 Stock Photo – image ID: 100178770
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En la educación está la diferencia

*Por Olga Carmona

«La no violencia lleva a la más alta ética, lo cual es la meta de la evolución. Hasta que no cesemos de dañar a otros seres vivos, somos aún salvajes» Thomas Edison




El otro día mientras preparaba la cena aparecen en la cocina mis hijos y una vecina de su misma edad con un pajarillo muerto en las manos. Se les veía claramente excitados. Querían saber si efectivamente estaba muerto o había alguna posibilidad. Lo miré con cierta angustia y efectivamente el pichón estaba aún caliente, pero muerto. Mi madre, que andaba cerca, lo cogió e hizo ademán de quitárselo a los niños y tirarlo a la basura. Ellos abrieron la boca entre el horror y la sorpresa. Yo me interpuse. Les devolví el pichón envuelto en una servilleta de papel y les dije que esperasen fuera un ratito que en seguida encontraríamos un lugar donde enterrarle y hacerle un ritual de despedida. Eso les tranquilizó y salieron cual soldados con la misión más importante de su vida. Lo pusieron con delicadeza en el suelo y se sentaron con gesto trascendente, cerquita de él, cuidándolo mientras me esperaban.

De pronto escuché una llamada angustiada de la amiga de ellos y el llanto de mi hija. Salgo y me dicen entre sollozos que un niño, más mayor que ellos, ha llegado y lo ha pisoteado. Veo el animalito flotando en sangre. El horror en los ojos de los otros. Y mi mala ostia subiendo por la garganta. Le increpé al grandullón preguntándole porqué había hecho eso. Me contestó que porqué no, si estaba muerto, que ya daba igual. No, no da igual. No da igual carajo, no. Y se lo dije, le hablé del respeto a la vida y también a la muerte. Le hablé de tratar con dignidad a los otros, le hablé de la compasión y la empatía. Le hablé del desprecio.


El pequeño monstruo me miraba como si le hablara en coreano y se fue. Al ver mi reacción, los pequeños se crecieron: “puedes irte, lo vamos a cuidar mientras te esperamos”. Y se sentaron en círculo en el suelo cerrando una frontera que protegiera al pobre pichón.


En estos días también leí espantada la noticia de un burrito apaleado y violado por unos niños, torturado hasta el borde la muerte y sino lo remataron fue porque una mujer lo evitó.


La diferencia entre unos niños y otros, está en sus casas. Está en los valores y en el ejemplo con que han sido educados, está en haber hecho de la ética y la empatía una forma de vida o no. No sirve el discurso vacuo y manufacturado que les dan en los coles, no sirve sola la palabra. Los padres tenemos  que  estar y sobre todo ser.


Tenemos que transmitir aquello en lo que creemos desde todas y cada una de las acciones cotidianas. Todas. Pagar hacienda y no colarse en el metro. No mentir ni al perro. Coherencia y consistencia transmiten y comunican, el resto se lo lleva el viento.


Estos niños, los que torturan y los que cuidan y protegen, crecerán dentro del mismo país y de la misma cultura y un día igual comparten un despacho o un hospital, es decir, serán los adultos al mando de nuestra sociedad. Esa es nuestra inexcusable responsabilidad: en la educación está la diferencia, toda la diferencia. Tanto así, que hasta la diosa genética puede ser alterada y modificada por la cultura y por el ambiente. No me duelen prendas al sostener una premisa tan tajante y tan llena de responsabilidad para nosotros, los educadores, los padres.


Le enterraron. Le escribieron un nota de despedida y le dijeron que había sido un pajarito muy bonito. Candela lloraba y yo le expliqué que ahora nadie le pisaría y que dentro de unos meses, en ese lugar donde ahora estaba el pájaro y gracias a él, nacería una flor. Sonrío, se secó las lágrimas y me preguntó:”¿ estás segura?”. Sí, lo estoy.


Yo también, a mis cuarenta y tantos, estaba triste por esa pequeña muerte. Y asustada, por esos pequeños monstruos que van creciendo sin alma.



Foto: http://www.freedigitalphotos.net/images/blue-tit-baby-in-a-hand-photo-p178770
By Tina Phillips, published on 20 June 2013 Stock Photo – image ID: 100178770
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En la educación está la diferencia

*Por Olga Carmona

«La no violencia lleva a la más alta ética, lo cual es la meta de la evolución. Hasta que no cesemos de dañar a otros seres vivos, somos aún salvajes» Thomas Edison




El otro día mientras preparaba la cena aparecen en la cocina mis hijos y una vecina de su misma edad con un pajarillo muerto en las manos. Se les veía claramente excitados. Querían saber si efectivamente estaba muerto o había alguna posibilidad. Lo miré con cierta angustia y efectivamente el pichón estaba aún caliente, pero muerto. Mi madre, que andaba cerca, lo cogió e hizo ademán de quitárselo a los niños y tirarlo a la basura. Ellos abrieron la boca entre el horror y la sorpresa. Yo me interpuse. Les devolví el pichón envuelto en una servilleta de papel y les dije que esperasen fuera un ratito que en seguida encontraríamos un lugar donde enterrarle y hacerle un ritual de despedida. Eso les tranquilizó y salieron cual soldados con la misión más importante de su vida. Lo pusieron con delicadeza en el suelo y se sentaron con gesto trascendente, cerquita de él, cuidándolo mientras me esperaban.

De pronto escuché una llamada angustiada de la amiga de ellos y el llanto de mi hija. Salgo y me dicen entre sollozos que un niño, más mayor que ellos, ha llegado y lo ha pisoteado. Veo el animalito flotando en sangre. El horror en los ojos de los otros. Y mi mala ostia subiendo por la garganta. Le increpé al grandullón preguntándole porqué había hecho eso. Me contestó que porqué no, si estaba muerto, que ya daba igual. No, no da igual. No da igual carajo, no. Y se lo dije, le hablé del respeto a la vida y también a la muerte. Le hablé de tratar con dignidad a los otros, le hablé de la compasión y la empatía. Le hablé del desprecio.


El pequeño monstruo me miraba como si le hablara en coreano y se fue. Al ver mi reacción, los pequeños se crecieron: “puedes irte, lo vamos a cuidar mientras te esperamos”. Y se sentaron en círculo en el suelo cerrando una frontera que protegiera al pobre pichón.


En estos días también leí espantada la noticia de un burrito apaleado y violado por unos niños, torturado hasta el borde la muerte y sino lo remataron fue porque una mujer lo evitó.


La diferencia entre unos niños y otros, está en sus casas. Está en los valores y en el ejemplo con que han sido educados, está en haber hecho de la ética y la empatía una forma de vida o no. No sirve el discurso vacuo y manufacturado que les dan en los coles, no sirve sola la palabra. Los padres tenemos  que  estar y sobre todo ser.


Tenemos que transmitir aquello en lo que creemos desde todas y cada una de las acciones cotidianas. Todas. Pagar hacienda y no colarse en el metro. No mentir ni al perro. Coherencia y consistencia transmiten y comunican, el resto se lo lleva el viento.


Estos niños, los que torturan y los que cuidan y protegen, crecerán dentro del mismo país y de la misma cultura y un día igual comparten un despacho o un hospital, es decir, serán los adultos al mando de nuestra sociedad. Esa es nuestra inexcusable responsabilidad: en la educación está la diferencia, toda la diferencia. Tanto así, que hasta la diosa genética puede ser alterada y modificada por la cultura y por el ambiente. No me duelen prendas al sostener una premisa tan tajante y tan llena de responsabilidad para nosotros, los educadores, los padres.


Le enterraron. Le escribieron un nota de despedida y le dijeron que había sido un pajarito muy bonito. Candela lloraba y yo le expliqué que ahora nadie le pisaría y que dentro de unos meses, en ese lugar donde ahora estaba el pájaro y gracias a él, nacería una flor. Sonrío, se secó las lágrimas y me preguntó:”¿ estás segura?”. Sí, lo estoy.


Yo también, a mis cuarenta y tantos, estaba triste por esa pequeña muerte. Y asustada, por esos pequeños monstruos que van creciendo sin alma.



Foto: http://www.freedigitalphotos.net/images/blue-tit-baby-in-a-hand-photo-p178770
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No me gustan los limites: La historia del palo y la zanahoria

*Por Alejandro Busto Castelli

Quiero agradecer especialmente a la periodista venezolana, Berna Iskandar de «Conoce mi mundo», que me sugirió escribir sobre el tema e inspiró a través de sus preguntas, la gran mayoría de las reflexiones de este artículo.
**
Cada día de nuestra vida, argumentamos, defendemos, explicamos o compartimos nuestra cotidianidad a través del lenguaje, de las palabras con las que construimos sin duda nuestra realidad. Desde lo más superficial hasta lo más esencial nuestro mundo cabalga a lomos de cada palabra que usamos, heredada o no, prestada o no, tal vez aprendida o incluso creativamente inventada.
Y así nos embarcamos en extrañas travesías diarias, donde ni uno solo de estos curiosos caballos que nos permiten avanzar, resulta gratis. Ninguno es casual. Quizá por eso me parece importante reflexionar sobre ellas.

En relación a la crianza y educación infantil, en mi trabajo diario con padres y madres, en mi vida como padre, aparece de forma machacona una palabra. A veces en boca de un profesional contrastado, en boca de un gurú de nuevo cuño, en el llamativo título de un libro, en una charla en el andén del metro….

Limites…

Es curioso, porque como por arte de magia a veces las palabras se encadenan. Y unas no viven sin otras. 
Sin saber muy bien su significado y glorificando nuestra más oscura mediocridad, cada vez que por ejemplo decimos “calidad”, nos vemos obligados a decir en la frase siguiente “cantidad”… y si decimos “limites”, tendremos que añadir para parecer que sabemos.. “los niños necesitan…”

La palabra límite crea en los sistemas familiares una realidad constante. La razón de ser de esta palabra tiene que ver con su origen latín, “limes” usado por los romanos para expresar  una línea real o imaginaria, una frontera que separa dos cosas. ¿A quién y de que separan los limites en educación y crianza?

Definitivamente la palabreja no me gusta y menos el uso que se hace de ella, desde algunos sectores de la psicopedagogía, en una cantinela aburrida sobre los “limites” que debemos poner a los niños.

Ahora bien, teniendo esto en cuenta, mi visión es que desde el punto de vista de la educación emocional es fundamental clarificar con argumentos cual es el marco de juego de un sistema. Un marco de juego que lo es, en esencia para todos los integrantes del mismo, sean niños o adultos.

Como líneas generales más que obvias, este marco de juego debería girar en torno a la no violencia, la gestión de emociones como la ira, la rabia o la tristeza, el cuidado individual y del otro, la integridad física y emocional. Si a esto le queremos llamar limites, por mi está bien. Pero negociemos de lo que estamos hablando.

No le debes gritar  a tu hermano, porque en este sistema ninguno de sus integrantes grita, porque ese es el acuerdo, el marco en el que nos movemos y porque en él nos sentimos emocionalmente equilibrados y respetados. Y cuando alguien lo hace, porque no ha sabido o podido hacerlo mejor, claramente está faltando al grupo y al acuerdo puesto en común. Cada uno desde su lugar, desde su pequeño o gran mundo, necesita realizar un aprendizaje en este sentido y asumir las consecuencias emocionales que sus actos o dichos tienen sobre el resto.

Así que establecer este marco de juego como padres, resulta de vital importancia, del punto de vista del desarrollo de los niños y adultos enmarcados dentro de un determinado sistema familiar.

Tengo muchas dudas respecto a que cuando se habla de limites desde ciertos sectores pretendidamente inocuos, blancos y puros, se esté haciendo desde ese lugar que toma en cuenta al niño, que empatiza con él, que negocia y termina por asumir su propia responsabilidad en el desarrollo del marco relacional del que estábamos hablando.

No puedo defender sin embargo, que establecer estos marcos sea tarea sencilla. No me gustaría que se entendiera desde la simplicidad que expresa la frase “mejor es sencillo”. Creo que es francamente difícil sin un proceso de reeducación, que nos permita cuestionar sin dolor que fuimos sometidos por gente que nos quiso o quiere bien, a límites innecesarios, sociales, culturales, heredados y poco razonados. Es difícil y agotador sin la consistencia necesaria, él no vivir pendiente de los opinólogos expertos o no, profesionales o no, farsantes o no, siempre dispuestos a recordarnos que coqueteamos con el fracaso familiar, porque “tus hijos hacen lo que quieren y cuando quieren y eso no puede ser”.

Una frase por cierto que a fuerza de ser oída ha terminado por gustarme. En el fondo y en el frente esta frase… es un canto a la libertad. Así que, “ojala!, ojalá!”…pienso una y otra vez.

En este sentido creo firmemente en la autorregulación de los niños, ya que cuando están neurológica y psicológicamente preparados y encuentran el entorno donde desarrollarse en libertad, todo fluye y de verdad no hacen falta grandes recetas ¿De eso se trata no? De libertad, por lo menos para mí y no deja de resultar cuanto menos curioso, que algunas de las acepciones de la palabra “limite” tengan que ver con la ausencia de libertad.

Y entonces el lector o lectora, me lee y resuena en su cabeza “educar sin límites, pero por favor con algún método”. Así inundados por estrategias motivadoras y recetas educacionales perpetuadoras de conductas adaptadas, es posible que ahora se pregunte ávido como encajar en este discurso los sistemas de castigos y recompensas. El palo y la zanahoria, el poli malo y el poli bueno ¿Son los premios y las recompensas eficaces para educar y criar niños? ¿Y los castigos?

Dejemos que empiece a contestar a estas preguntas, mi hijo mayor Nicolás, de casi 7 años ahora.

El año que se escolarizó, con 5 y medio, a raíz de su gusto y curiosidad por los números fue “diferenciado” por su maestra proponiéndole tareas de mayor dificultad que al resto. Esto era premiado cada día con una medalla de cartón. La primera fue recibida por él con mucho orgullo, no paraba de enseñarla. La colgó en su habitación.

Pasada una semana de cartoncitos diarios, un día no trajo medallas.

Le preguntamos, sometidos nosotros también al falso reflejo del premio, como aquel de los espejitos de colores: ¿Nico que pasó? ¿No hubo hoy medallas? Nos miró y nos dijo: “Es que hoy no quise”.

Hoy no quise. ¿Qué significa esto? ¿Qué había sucedido entonces?, ¿Acaso esas medallas no reforzarían para siempre jamás la conducta académica y aplicada del niño que puede hacer sumas y ser diferente? ¿Era tan difícil entender que hacer sumas le fascina, le moviliza, le conecta?

En un niño sometido al mandato adulto, sin poder de decisión, sin autonomía, penalizado en su sentir, quizá hubiera funcionado. Quizá hubiera acumulado medallas…. de por vida, quizá. No por la satisfacción del resultado obtenido a través de su esfuerzo, sino por la medalla en sí misma.

En un niño habituado a expresar lo que siente, a demandar sus necesidades, a elegir sus actividades o a rechazarlas, a regularse en funciones básicas como el sueño y la alimentación,  que le premien o no una actividad concreta no funciona para perpetuarla… si ese día él no quiere.

Simplemente porque ha aprendido a respetar su criterio. Y la conexión con su mundo emocional cierto es mucho más poderosa como reforzador que la efímera alegría de una o mil medallas de cartón.

No pocas veces me preguntan por métodos de castigo. Me toca opinar sobre dos tipos de castigos: El cachete y la silla de pensar.

Como primera premisa, quiero decir alto y claro que yo no creo en los castigos. Ni como profesional, ni como padre.

Los cachetes, bofetadas o nalgadas  (en algunos lugares de Latinoamérica se habla de nalgadas. En mi país de origen Uruguay, el nombre es más creativo: Zapatería en el culo), son maltrato. No son sistemas o formas de educación. Maltrato físico y psicológico en tanto en cuenta apela a la indefensión a través del miedo que provoca ser agredido. Por lo tanto no opino, o más bien si opino que el maltrato no está en el ámbito de lo educativo sino de lo penal.

Acerca de la silla de pensar, escribí en el libro “Una nueva paternidad” un capítulo entero al respecto[1] 
Es una técnica que pretende ofrecer a padres y madres una solución sobre el manejo de las rabietas infantiles y un aprendizaje emocional a los niños, a la vez que ignoramos lo que ellos y nosotros sentimos.  Es como cocinar sin comida, es intentar beber agua en un vaso vacío. Es ridículo. Padres y madres incapaces de gestionar su propia rabia, abandonan a su suerte a sus hijos, en un rincón “para pensar”, pidiéndoles que hagan lo que ellos en más de 30 años han sido incapaces de  hacer.

Digo en el libro comentando otras formas alternativas de gestión…“Y así intentándolo una y otra vez el tiempo fuera se convierte en tiempo dentro, no hay sillas o rincones para pensar, porque cada rincón es un lugar donde sentir juntos.”


Retomando el tema de los premios y recompensas, una primera reflexión es tomar conciencia que habitualmente son ofrecidas desde fuera de nosotros, por otros o por las circunstancias, o por el propio sistema en forma de salario por ejemplo. Como dije más arriba que si bien no creí nunca en el palo, dejar de creer en la zanahoria me llevo muchos más años.

.Cuando estudiaba primero en la carrera y leía y aprobaba exámenes sobre condicionamientos, todavía le veía un sentido a las recompensas mientras aprendía desde dentro del propio paradigma conductista sobre  aquellos estudios que hablaban de la ineficacia del castigo.

La llegada a mi vida de la paternidad termino de encajar el puzzle acerca de los premios, de las recompensas.

Como dice Alfie Kohn se trata de una gran verdad: “los programas basados en recompensas claro que motivan a niños, adolescentes y adultos!!… los motivan a obtener recompensas”. Y no hay más.

Si alguien quiere que su hijo en un futuro no muy lejano, no persiga sus metas y sueños, no se desarrolle más allá de la opinión del profesor o jefe de turno, su propio padre o madre, deje de investigar, curiosear, arriesgar y en definitiva vivir. Si alguien quiere que su hijo persiga enfermizamente y de por vida el juicio indulgente de una sociedad enferma. Entonces que le eduque con castigos y recompensas. Estará en el buen camino.

Y de paso que le ponga límites. De todo tipo. Acerca de lo que debe o no comer, acerca del tiempo que debe o no jugar, acerca de lo que debe o no dormir, acerca de las actividades o no que debe hacer, a quien debe decir gracias y a quien no, a quien debe besar y a quien no, acerca de lo que “está bien” sentir y lo que jamás podrá sentir. Acerca de su propio sentido de la libertad. Que lo haga… y que respete una premisa fundamental:

Que se asegure que queda bien clarito de que esos “limites”, son solo mientras siga siendo niño o niña. Son para él o ella… nunca para los adultos. Los mayores hacemos lo que queremos, que para eso somos adultos… ¿Por qué hacemos lo que queremos no?



[1] Artículo “Yo quiero escurrir lechugas” del libro “Una nueva paternidad”  Varios autores Ed. Pedagogía Blanca 2014 

** By nuchylee, published on 02 February 2011 Stock Photo – image ID: 10028902
http://www.freedigitalphotos.net/images/Security_g189-Wire_Fence__p28902.html

Sigue leyendo ->

No me gustan los limites: La historia del palo y la zanahoria

*Por Alejandro Busto Castelli

Quiero agradecer especialmente a la periodista venezolana, Berna Iskandar de «Conoce mi mundo», que me sugirió escribir sobre el tema e inspiró a través de sus preguntas, la gran mayoría de las reflexiones de este artículo.
**
Cada día de nuestra vida, argumentamos, defendemos, explicamos o compartimos nuestra cotidianidad a través del lenguaje, de las palabras con las que construimos sin duda nuestra realidad. Desde lo más superficial hasta lo más esencial nuestro mundo cabalga a lomos de cada palabra que usamos, heredada o no, prestada o no, tal vez aprendida o incluso creativamente inventada.
Y así nos embarcamos en extrañas travesías diarias, donde ni uno solo de estos curiosos caballos que nos permiten avanzar, resulta gratis. Ninguno es casual. Quizá por eso me parece importante reflexionar sobre ellas.

En relación a la crianza y educación infantil, en mi trabajo diario con padres y madres, en mi vida como padre, aparece de forma machacona una palabra. A veces en boca de un profesional contrastado, en boca de un gurú de nuevo cuño, en el llamativo título de un libro, en una charla en el andén del metro….

Limites…

Es curioso, porque como por arte de magia a veces las palabras se encadenan. Y unas no viven sin otras. 
Sin saber muy bien su significado y glorificando nuestra más oscura mediocridad, cada vez que por ejemplo decimos “calidad”, nos vemos obligados a decir en la frase siguiente “cantidad”… y si decimos “limites”, tendremos que añadir para parecer que sabemos.. “los niños necesitan…”

La palabra límite crea en los sistemas familiares una realidad constante. La razón de ser de esta palabra tiene que ver con su origen latín, “limes” usado por los romanos para expresar  una línea real o imaginaria, una frontera que separa dos cosas. ¿A quién y de que separan los limites en educación y crianza?

Definitivamente la palabreja no me gusta y menos el uso que se hace de ella, desde algunos sectores de la psicopedagogía, en una cantinela aburrida sobre los “limites” que debemos poner a los niños.

Ahora bien, teniendo esto en cuenta, mi visión es que desde el punto de vista de la educación emocional es fundamental clarificar con argumentos cual es el marco de juego de un sistema. Un marco de juego que lo es, en esencia para todos los integrantes del mismo, sean niños o adultos.

Como líneas generales más que obvias, este marco de juego debería girar en torno a la no violencia, la gestión de emociones como la ira, la rabia o la tristeza, el cuidado individual y del otro, la integridad física y emocional. Si a esto le queremos llamar limites, por mi está bien. Pero negociemos de lo que estamos hablando.

No le debes gritar  a tu hermano, porque en este sistema ninguno de sus integrantes grita, porque ese es el acuerdo, el marco en el que nos movemos y porque en él nos sentimos emocionalmente equilibrados y respetados. Y cuando alguien lo hace, porque no ha sabido o podido hacerlo mejor, claramente está faltando al grupo y al acuerdo puesto en común. Cada uno desde su lugar, desde su pequeño o gran mundo, necesita realizar un aprendizaje en este sentido y asumir las consecuencias emocionales que sus actos o dichos tienen sobre el resto.

Así que establecer este marco de juego como padres, resulta de vital importancia, del punto de vista del desarrollo de los niños y adultos enmarcados dentro de un determinado sistema familiar.

Tengo muchas dudas respecto a que cuando se habla de limites desde ciertos sectores pretendidamente inocuos, blancos y puros, se esté haciendo desde ese lugar que toma en cuenta al niño, que empatiza con él, que negocia y termina por asumir su propia responsabilidad en el desarrollo del marco relacional del que estábamos hablando.

No puedo defender sin embargo, que establecer estos marcos sea tarea sencilla. No me gustaría que se entendiera desde la simplicidad que expresa la frase “mejor es sencillo”. Creo que es francamente difícil sin un proceso de reeducación, que nos permita cuestionar sin dolor que fuimos sometidos por gente que nos quiso o quiere bien, a límites innecesarios, sociales, culturales, heredados y poco razonados. Es difícil y agotador sin la consistencia necesaria, él no vivir pendiente de los opinólogos expertos o no, profesionales o no, farsantes o no, siempre dispuestos a recordarnos que coqueteamos con el fracaso familiar, porque “tus hijos hacen lo que quieren y cuando quieren y eso no puede ser”.

Una frase por cierto que a fuerza de ser oída ha terminado por gustarme. En el fondo y en el frente esta frase… es un canto a la libertad. Así que, “ojala!, ojalá!”…pienso una y otra vez.

En este sentido creo firmemente en la autorregulación de los niños, ya que cuando están neurológica y psicológicamente preparados y encuentran el entorno donde desarrollarse en libertad, todo fluye y de verdad no hacen falta grandes recetas ¿De eso se trata no? De libertad, por lo menos para mí y no deja de resultar cuanto menos curioso, que algunas de las acepciones de la palabra “limite” tengan que ver con la ausencia de libertad.

Y entonces el lector o lectora, me lee y resuena en su cabeza “educar sin límites, pero por favor con algún método”. Así inundados por estrategias motivadoras y recetas educacionales perpetuadoras de conductas adaptadas, es posible que ahora se pregunte ávido como encajar en este discurso los sistemas de castigos y recompensas. El palo y la zanahoria, el poli malo y el poli bueno ¿Son los premios y las recompensas eficaces para educar y criar niños? ¿Y los castigos?

Dejemos que empiece a contestar a estas preguntas, mi hijo mayor Nicolás, de casi 7 años ahora.

El año que se escolarizó, con 5 y medio, a raíz de su gusto y curiosidad por los números fue “diferenciado” por su maestra proponiéndole tareas de mayor dificultad que al resto. Esto era premiado cada día con una medalla de cartón. La primera fue recibida por él con mucho orgullo, no paraba de enseñarla. La colgó en su habitación.

Pasada una semana de cartoncitos diarios, un día no trajo medallas.

Le preguntamos, sometidos nosotros también al falso reflejo del premio, como aquel de los espejitos de colores: ¿Nico que pasó? ¿No hubo hoy medallas? Nos miró y nos dijo: “Es que hoy no quise”.

Hoy no quise. ¿Qué significa esto? ¿Qué había sucedido entonces?, ¿Acaso esas medallas no reforzarían para siempre jamás la conducta académica y aplicada del niño que puede hacer sumas y ser diferente? ¿Era tan difícil entender que hacer sumas le fascina, le moviliza, le conecta?

En un niño sometido al mandato adulto, sin poder de decisión, sin autonomía, penalizado en su sentir, quizá hubiera funcionado. Quizá hubiera acumulado medallas…. de por vida, quizá. No por la satisfacción del resultado obtenido a través de su esfuerzo, sino por la medalla en sí misma.

En un niño habituado a expresar lo que siente, a demandar sus necesidades, a elegir sus actividades o a rechazarlas, a regularse en funciones básicas como el sueño y la alimentación,  que le premien o no una actividad concreta no funciona para perpetuarla… si ese día él no quiere.

Simplemente porque ha aprendido a respetar su criterio. Y la conexión con su mundo emocional cierto es mucho más poderosa como reforzador que la efímera alegría de una o mil medallas de cartón.

No pocas veces me preguntan por métodos de castigo. Me toca opinar sobre dos tipos de castigos: El cachete y la silla de pensar.

Como primera premisa, quiero decir alto y claro que yo no creo en los castigos. Ni como profesional, ni como padre.

Los cachetes, bofetadas o nalgadas  (en algunos lugares de Latinoamérica se habla de nalgadas. En mi país de origen Uruguay, el nombre es más creativo: Zapatería en el culo), son maltrato. No son sistemas o formas de educación. Maltrato físico y psicológico en tanto en cuenta apela a la indefensión a través del miedo que provoca ser agredido. Por lo tanto no opino, o más bien si opino que el maltrato no está en el ámbito de lo educativo sino de lo penal.

Acerca de la silla de pensar, escribí en el libro “Una nueva paternidad” un capítulo entero al respecto[1] 
Es una técnica que pretende ofrecer a padres y madres una solución sobre el manejo de las rabietas infantiles y un aprendizaje emocional a los niños, a la vez que ignoramos lo que ellos y nosotros sentimos.  Es como cocinar sin comida, es intentar beber agua en un vaso vacío. Es ridículo. Padres y madres incapaces de gestionar su propia rabia, abandonan a su suerte a sus hijos, en un rincón “para pensar”, pidiéndoles que hagan lo que ellos en más de 30 años han sido incapaces de  hacer.

Digo en el libro comentando otras formas alternativas de gestión…“Y así intentándolo una y otra vez el tiempo fuera se convierte en tiempo dentro, no hay sillas o rincones para pensar, porque cada rincón es un lugar donde sentir juntos.”


Retomando el tema de los premios y recompensas, una primera reflexión es tomar conciencia que habitualmente son ofrecidas desde fuera de nosotros, por otros o por las circunstancias, o por el propio sistema en forma de salario por ejemplo. Como dije más arriba que si bien no creí nunca en el palo, dejar de creer en la zanahoria me llevo muchos más años.

.Cuando estudiaba primero en la carrera y leía y aprobaba exámenes sobre condicionamientos, todavía le veía un sentido a las recompensas mientras aprendía desde dentro del propio paradigma conductista sobre  aquellos estudios que hablaban de la ineficacia del castigo.

La llegada a mi vida de la paternidad termino de encajar el puzzle acerca de los premios, de las recompensas.

Como dice Alfie Kohn se trata de una gran verdad: “los programas basados en recompensas claro que motivan a niños, adolescentes y adultos!!… los motivan a obtener recompensas”. Y no hay más.

Si alguien quiere que su hijo en un futuro no muy lejano, no persiga sus metas y sueños, no se desarrolle más allá de la opinión del profesor o jefe de turno, su propio padre o madre, deje de investigar, curiosear, arriesgar y en definitiva vivir. Si alguien quiere que su hijo persiga enfermizamente y de por vida el juicio indulgente de una sociedad enferma. Entonces que le eduque con castigos y recompensas. Estará en el buen camino.

Y de paso que le ponga límites. De todo tipo. Acerca de lo que debe o no comer, acerca del tiempo que debe o no jugar, acerca de lo que debe o no dormir, acerca de las actividades o no que debe hacer, a quien debe decir gracias y a quien no, a quien debe besar y a quien no, acerca de lo que “está bien” sentir y lo que jamás podrá sentir. Acerca de su propio sentido de la libertad. Que lo haga… y que respete una premisa fundamental:

Que se asegure que queda bien clarito de que esos “limites”, son solo mientras siga siendo niño o niña. Son para él o ella… nunca para los adultos. Los mayores hacemos lo que queremos, que para eso somos adultos… ¿Por qué hacemos lo que queremos no?



[1] Artículo “Yo quiero escurrir lechugas” del libro “Una nueva paternidad”  Varios autores Ed. Pedagogía Blanca 2014 

** By nuchylee, published on 02 February 2011 Stock Photo – image ID: 10028902
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No me gustan los limites: La historia del palo y la zanahoria

*Por Alejandro Busto Castelli

Quiero agradecer especialmente a la periodista venezolana, Berna Iskandar de «Conoce mi mundo», que me sugirió escribir sobre el tema e inspiró a través de sus preguntas, la gran mayoría de las reflexiones de este artículo.
**
Cada día de nuestra vida, argumentamos, defendemos, explicamos o compartimos nuestra cotidianidad a través del lenguaje, de las palabras con las que construimos sin duda nuestra realidad. Desde lo más superficial hasta lo más esencial nuestro mundo cabalga a lomos de cada palabra que usamos, heredada o no, prestada o no, tal vez aprendida o incluso creativamente inventada.
Y así nos embarcamos en extrañas travesías diarias, donde ni uno solo de estos curiosos caballos que nos permiten avanzar, resulta gratis. Ninguno es casual. Quizá por eso me parece importante reflexionar sobre ellas.

En relación a la crianza y educación infantil, en mi trabajo diario con padres y madres, en mi vida como padre, aparece de forma machacona una palabra. A veces en boca de un profesional contrastado, en boca de un gurú de nuevo cuño, en el llamativo título de un libro, en una charla en el andén del metro….

Limites…

Es curioso, porque como por arte de magia a veces las palabras se encadenan. Y unas no viven sin otras. 
Sin saber muy bien su significado y glorificando nuestra más oscura mediocridad, cada vez que por ejemplo decimos “calidad”, nos vemos obligados a decir en la frase siguiente “cantidad”… y si decimos “limites”, tendremos que añadir para parecer que sabemos.. “los niños necesitan…”

La palabra límite crea en los sistemas familiares una realidad constante. La razón de ser de esta palabra tiene que ver con su origen latín, “limes” usado por los romanos para expresar  una línea real o imaginaria, una frontera que separa dos cosas. ¿A quién y de que separan los limites en educación y crianza?

Definitivamente la palabreja no me gusta y menos el uso que se hace de ella, desde algunos sectores de la psicopedagogía, en una cantinela aburrida sobre los “limites” que debemos poner a los niños.

Ahora bien, teniendo esto en cuenta, mi visión es que desde el punto de vista de la educación emocional es fundamental clarificar con argumentos cual es el marco de juego de un sistema. Un marco de juego que lo es, en esencia para todos los integrantes del mismo, sean niños o adultos.

Como líneas generales más que obvias, este marco de juego debería girar en torno a la no violencia, la gestión de emociones como la ira, la rabia o la tristeza, el cuidado individual y del otro, la integridad física y emocional. Si a esto le queremos llamar limites, por mi está bien. Pero negociemos de lo que estamos hablando.

No le debes gritar  a tu hermano, porque en este sistema ninguno de sus integrantes grita, porque ese es el acuerdo, el marco en el que nos movemos y porque en él nos sentimos emocionalmente equilibrados y respetados. Y cuando alguien lo hace, porque no ha sabido o podido hacerlo mejor, claramente está faltando al grupo y al acuerdo puesto en común. Cada uno desde su lugar, desde su pequeño o gran mundo, necesita realizar un aprendizaje en este sentido y asumir las consecuencias emocionales que sus actos o dichos tienen sobre el resto.

Así que establecer este marco de juego como padres, resulta de vital importancia, del punto de vista del desarrollo de los niños y adultos enmarcados dentro de un determinado sistema familiar.

Tengo muchas dudas respecto a que cuando se habla de limites desde ciertos sectores pretendidamente inocuos, blancos y puros, se esté haciendo desde ese lugar que toma en cuenta al niño, que empatiza con él, que negocia y termina por asumir su propia responsabilidad en el desarrollo del marco relacional del que estábamos hablando.

No puedo defender sin embargo, que establecer estos marcos sea tarea sencilla. No me gustaría que se entendiera desde la simplicidad que expresa la frase “mejor es sencillo”. Creo que es francamente difícil sin un proceso de reeducación, que nos permita cuestionar sin dolor que fuimos sometidos por gente que nos quiso o quiere bien, a límites innecesarios, sociales, culturales, heredados y poco razonados. Es difícil y agotador sin la consistencia necesaria, él no vivir pendiente de los opinólogos expertos o no, profesionales o no, farsantes o no, siempre dispuestos a recordarnos que coqueteamos con el fracaso familiar, porque “tus hijos hacen lo que quieren y cuando quieren y eso no puede ser”.

Una frase por cierto que a fuerza de ser oída ha terminado por gustarme. En el fondo y en el frente esta frase… es un canto a la libertad. Así que, “ojala!, ojalá!”…pienso una y otra vez.

En este sentido creo firmemente en la autorregulación de los niños, ya que cuando están neurológica y psicológicamente preparados y encuentran el entorno donde desarrollarse en libertad, todo fluye y de verdad no hacen falta grandes recetas ¿De eso se trata no? De libertad, por lo menos para mí y no deja de resultar cuanto menos curioso, que algunas de las acepciones de la palabra “limite” tengan que ver con la ausencia de libertad.

Y entonces el lector o lectora, me lee y resuena en su cabeza “educar sin límites, pero por favor con algún método”. Así inundados por estrategias motivadoras y recetas educacionales perpetuadoras de conductas adaptadas, es posible que ahora se pregunte ávido como encajar en este discurso los sistemas de castigos y recompensas. El palo y la zanahoria, el poli malo y el poli bueno ¿Son los premios y las recompensas eficaces para educar y criar niños? ¿Y los castigos?

Dejemos que empiece a contestar a estas preguntas, mi hijo mayor Nicolás, de casi 7 años ahora.

El año que se escolarizó, con 5 y medio, a raíz de su gusto y curiosidad por los números fue “diferenciado” por su maestra proponiéndole tareas de mayor dificultad que al resto. Esto era premiado cada día con una medalla de cartón. La primera fue recibida por él con mucho orgullo, no paraba de enseñarla. La colgó en su habitación.

Pasada una semana de cartoncitos diarios, un día no trajo medallas.

Le preguntamos, sometidos nosotros también al falso reflejo del premio, como aquel de los espejitos de colores: ¿Nico que pasó? ¿No hubo hoy medallas? Nos miró y nos dijo: “Es que hoy no quise”.

Hoy no quise. ¿Qué significa esto? ¿Qué había sucedido entonces?, ¿Acaso esas medallas no reforzarían para siempre jamás la conducta académica y aplicada del niño que puede hacer sumas y ser diferente? ¿Era tan difícil entender que hacer sumas le fascina, le moviliza, le conecta?

En un niño sometido al mandato adulto, sin poder de decisión, sin autonomía, penalizado en su sentir, quizá hubiera funcionado. Quizá hubiera acumulado medallas…. de por vida, quizá. No por la satisfacción del resultado obtenido a través de su esfuerzo, sino por la medalla en sí misma.

En un niño habituado a expresar lo que siente, a demandar sus necesidades, a elegir sus actividades o a rechazarlas, a regularse en funciones básicas como el sueño y la alimentación,  que le premien o no una actividad concreta no funciona para perpetuarla… si ese día él no quiere.

Simplemente porque ha aprendido a respetar su criterio. Y la conexión con su mundo emocional cierto es mucho más poderosa como reforzador que la efímera alegría de una o mil medallas de cartón.

No pocas veces me preguntan por métodos de castigo. Me toca opinar sobre dos tipos de castigos: El cachete y la silla de pensar.

Como primera premisa, quiero decir alto y claro que yo no creo en los castigos. Ni como profesional, ni como padre.

Los cachetes, bofetadas o nalgadas  (en algunos lugares de Latinoamérica se habla de nalgadas. En mi país de origen Uruguay, el nombre es más creativo: Zapatería en el culo), son maltrato. No son sistemas o formas de educación. Maltrato físico y psicológico en tanto en cuenta apela a la indefensión a través del miedo que provoca ser agredido. Por lo tanto no opino, o más bien si opino que el maltrato no está en el ámbito de lo educativo sino de lo penal.

Acerca de la silla de pensar, escribí en el libro “Una nueva paternidad” un capítulo entero al respecto[1] 
Es una técnica que pretende ofrecer a padres y madres una solución sobre el manejo de las rabietas infantiles y un aprendizaje emocional a los niños, a la vez que ignoramos lo que ellos y nosotros sentimos.  Es como cocinar sin comida, es intentar beber agua en un vaso vacío. Es ridículo. Padres y madres incapaces de gestionar su propia rabia, abandonan a su suerte a sus hijos, en un rincón “para pensar”, pidiéndoles que hagan lo que ellos en más de 30 años han sido incapaces de  hacer.

Digo en el libro comentando otras formas alternativas de gestión…“Y así intentándolo una y otra vez el tiempo fuera se convierte en tiempo dentro, no hay sillas o rincones para pensar, porque cada rincón es un lugar donde sentir juntos.”


Retomando el tema de los premios y recompensas, una primera reflexión es tomar conciencia que habitualmente son ofrecidas desde fuera de nosotros, por otros o por las circunstancias, o por el propio sistema en forma de salario por ejemplo. Como dije más arriba que si bien no creí nunca en el palo, dejar de creer en la zanahoria me llevo muchos más años.

.Cuando estudiaba primero en la carrera y leía y aprobaba exámenes sobre condicionamientos, todavía le veía un sentido a las recompensas mientras aprendía desde dentro del propio paradigma conductista sobre  aquellos estudios que hablaban de la ineficacia del castigo.

La llegada a mi vida de la paternidad termino de encajar el puzzle acerca de los premios, de las recompensas.

Como dice Alfie Kohn se trata de una gran verdad: “los programas basados en recompensas claro que motivan a niños, adolescentes y adultos!!… los motivan a obtener recompensas”. Y no hay más.

Si alguien quiere que su hijo en un futuro no muy lejano, no persiga sus metas y sueños, no se desarrolle más allá de la opinión del profesor o jefe de turno, su propio padre o madre, deje de investigar, curiosear, arriesgar y en definitiva vivir. Si alguien quiere que su hijo persiga enfermizamente y de por vida el juicio indulgente de una sociedad enferma. Entonces que le eduque con castigos y recompensas. Estará en el buen camino.

Y de paso que le ponga límites. De todo tipo. Acerca de lo que debe o no comer, acerca del tiempo que debe o no jugar, acerca de lo que debe o no dormir, acerca de las actividades o no que debe hacer, a quien debe decir gracias y a quien no, a quien debe besar y a quien no, acerca de lo que “está bien” sentir y lo que jamás podrá sentir. Acerca de su propio sentido de la libertad. Que lo haga… y que respete una premisa fundamental:

Que se asegure que queda bien clarito de que esos “limites”, son solo mientras siga siendo niño o niña. Son para él o ella… nunca para los adultos. Los mayores hacemos lo que queremos, que para eso somos adultos… ¿Por qué hacemos lo que queremos no?



[1] Artículo “Yo quiero escurrir lechugas” del libro “Una nueva paternidad”  Varios autores Ed. Pedagogía Blanca 2014 

** By nuchylee, published on 02 February 2011 Stock Photo – image ID: 10028902
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No me obedezcas

por Olga Carmona

“La libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha trazado”. Jean Jacques Rousseau


El otro día recibí una amable invitación para asistir a una charla para padres con el pretendidamente simpático nombre: “La obediencia: esa gran desconocida”.


Seguramente la mente “preclara” de quien le puso ese título pensó que a los padres nos iba a hacer una gracia enorme porque nos sentiríamos rápidamente identificados con la falta de obediencia de nuestros hijos, porque a fin de cuentas, partimos de una premisa incuestionable: los hijos deben obedecer a sus padres.


¿Porqué? Porque son sus padres; tautología absurda que nuestra cultura ha heredado básicamente de la religión cristiana y que tiene como fundamento el agradecimiento a quien nos dio la vida. El resto de la creencia se sostiene en la otra premisa incuestionable: por tu propio bien.


Sin embargo, yo  afirmo lo contrario: los hijos no deben obedecer, ni a sus padres ni a nadie.

Las personas no deben obedecer. Y por tanto no deben ser entrenadas para hacerlo, ni educadas en la obediencia.


El Diccionario de la Real Academia Española, define obedecer de la siguiente manera: “Cumplir la voluntad de quien manda”.

Y buceando en el significado etimológico del término encuentro sin sorpresa que  “obedecer” viene del latín “oboedescere der. De oboedire: cumplir la voluntad de quien manda.


Ambos significados implican hacer lo que el otro (padre, madres, jefes, profesores, etc.) te digan, ser lo que otros pretendan que seas.


Obedecer significa no cuestionar, implica la  forma de ceguera más peligrosa y humillante: tu no existes, tu criterio no importa, tu sentir no importa,  sólo ejecuta lo que yo digo y así obtendrás mi permiso para existir.


Si yo quiero educar a mis hijos para que sean seres humanos con criterio propio, sólida autoestima, capacidad de elección y decisión, en definitiva LIBRES, no puedo educar en la obediencia, es una contradicción pura. Y no puedo tampoco enviar el mensaje de “obedece a tus padres, pero no a los demás”: es esquizofrénico.


Y no digo que sea fácil educar en la no obediencia, digo que es imprescindible.

Digo que es su derecho, digo que los otros caminos son atajos que nos llevan al cortoplacismo que nos facilita la vida, pero no les favorece.


Digo que cuando queremos que nuestros hijos hagan algo que es necesario que hagan, el camino corto es el la obediencia, porque arroja resultados inmediatos, pero en cada acto de obediencia, cortamos unos milímetros su sí mismo. Su capacidad para ser.


Inmersos en la una cultura bulímica y cortoplacista, donde nos damos atracones de estímulos que no podemos procesar y donde sólo perseguimos aquello que da resultados inmediatos, la forma en que educamos a nuestros hijos también queda impregnada de ella.


Propongo elegir rutas que favorezcan su capacidad para elegir y para decidir. La alternativa que construye nos habla de usar el  diálogo,  la negociación, la explicación razonada, la motivación, la educación. 

Hagámonos la pregunta de cómo pediríamos algo a otro adulto y seguro que aparecen rápidamente las razones por las que lo pido y una forma educada de hacerlo. Cuando yo dialogo, cuando yo explico, cuando yo negocio, cuando yo  escucho, cuando pido las cosas de forma amable,  estoy entregando todas esas herramientas de comunicación y de crecimiento a mi hijo. Sólo se puede educar a través del ejemplo y desde el respeto al otro. Sino, el mensaje no llega, no permanece y no sirve.


¿Y si, a pesar de hacerlo de todas esas maneras, sigue sin hacer lo que es necesario hacer?  Entonces, adulto civilizado, tendrás que aprender a respetarlo. Cambiar un paradigma que tenemos interiorizado, implica un ejercicio de aprendizaje por nuestra parte también. No vale sólo con predicar, hay que dar trigo.


Sin embargo, si ofrecemos a nuestros hijos un modelo de coherencia (donde cumplo lo que digo), de confianza (nunca miento), de honestidad (conmigo mismo, con él y con los demás) y de integridad (lo que hago, digo y siento están alineados), entonces  la autoridad llega sola. No la autoridad impuesta, sino la percibida: creerán en nosotros, nuestra opinión será tenida en cuenta, podremos influir y convencer. Sin imponer.


Habrá quien quiera hacer una lectura plana de este planteamiento y aduzca que no se puede convivir sin normas y todos esos argumentos tan simplotes y cansinos. Esa no es la idea: en un sistema familiar donde se van a sentar las bases de los primeros y más determinantes aprendizajes, hay normas. Pero son para todos, todos deberán respetarlas de igual manera. Si necesitamos crear nuevas formulas para el manejo de los conflictos, lo haremos de forma consensuada, buscando aquella con la que todos se sientan cómodos y partícipes. Los hijos no son los subalternos que vienen a un sistema ya estructurado y deben amoldarse a él. 

Son parte en igualdad de derechos y de obligaciones de un sistema que se construye día a día en función de las necesidades que el propio desarrollo va generando.


Esta forma de vivir, de educar, de amar, va modelando herramientas tan imprescindibles como el sentido de la autocompetencia, la creatividad, la responsabilidad, la empatía, el compromiso, la resolución de problemas, la pertenencia a un grupo, la comunicación:  son raíces y a la vez son alas.

Foto: By hinnamsaisuy, published on 15 December 2010 
Stock Photo – image ID: 10024428
http://www.freedigitalphotos.net/images/Human_body_g281-Hand_Sign_p24428.html

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No me obedezcas

por Olga Carmona

“La libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha trazado”. Jean Jacques Rousseau


El otro día recibí una amable invitación para asistir a una charla para padres con el pretendidamente simpático nombre: “La obediencia: esa gran desconocida”.


Seguramente la mente “preclara” de quien le puso ese título pensó que a los padres nos iba a hacer una gracia enorme porque nos sentiríamos rápidamente identificados con la falta de obediencia de nuestros hijos, porque a fin de cuentas, partimos de una premisa incuestionable: los hijos deben obedecer a sus padres.


¿Porqué? Porque son sus padres; tautología absurda que nuestra cultura ha heredado básicamente de la religión cristiana y que tiene como fundamento el agradecimiento a quien nos dio la vida. El resto de la creencia se sostiene en la otra premisa incuestionable: por tu propio bien.


Sin embargo, yo  afirmo lo contrario: los hijos no deben obedecer, ni a sus padres ni a nadie.

Las personas no deben obedecer. Y por tanto no deben ser entrenadas para hacerlo, ni educadas en la obediencia.


El Diccionario de la Real Academia Española, define obedecer de la siguiente manera: “Cumplir la voluntad de quien manda”.

Y buceando en el significado etimológico del término encuentro sin sorpresa que  “obedecer” viene del latín “oboedescere der. De oboedire: cumplir la voluntad de quien manda.


Ambos significados implican hacer lo que el otro (padre, madres, jefes, profesores, etc.) te digan, ser lo que otros pretendan que seas.


Obedecer significa no cuestionar, implica la  forma de ceguera más peligrosa y humillante: tu no existes, tu criterio no importa, tu sentir no importa,  sólo ejecuta lo que yo digo y así obtendrás mi permiso para existir.


Si yo quiero educar a mis hijos para que sean seres humanos con criterio propio, sólida autoestima, capacidad de elección y decisión, en definitiva LIBRES, no puedo educar en la obediencia, es una contradicción pura. Y no puedo tampoco enviar el mensaje de “obedece a tus padres, pero no a los demás”: es esquizofrénico.


Y no digo que sea fácil educar en la no obediencia, digo que es imprescindible.

Digo que es su derecho, digo que los otros caminos son atajos que nos llevan al cortoplacismo que nos facilita la vida, pero no les favorece.


Digo que cuando queremos que nuestros hijos hagan algo que es necesario que hagan, el camino corto es el la obediencia, porque arroja resultados inmediatos, pero en cada acto de obediencia, cortamos unos milímetros su sí mismo. Su capacidad para ser.


Inmersos en la una cultura bulímica y cortoplacista, donde nos damos atracones de estímulos que no podemos procesar y donde sólo perseguimos aquello que da resultados inmediatos, la forma en que educamos a nuestros hijos también queda impregnada de ella.


Propongo elegir rutas que favorezcan su capacidad para elegir y para decidir. La alternativa que construye nos habla de usar el  diálogo,  la negociación, la explicación razonada, la motivación, la educación. 

Hagámonos la pregunta de cómo pediríamos algo a otro adulto y seguro que aparecen rápidamente las razones por las que lo pido y una forma educada de hacerlo. Cuando yo dialogo, cuando yo explico, cuando yo negocio, cuando yo  escucho, cuando pido las cosas de forma amable,  estoy entregando todas esas herramientas de comunicación y de crecimiento a mi hijo. Sólo se puede educar a través del ejemplo y desde el respeto al otro. Sino, el mensaje no llega, no permanece y no sirve.


¿Y si, a pesar de hacerlo de todas esas maneras, sigue sin hacer lo que es necesario hacer?  Entonces, adulto civilizado, tendrás que aprender a respetarlo. Cambiar un paradigma que tenemos interiorizado, implica un ejercicio de aprendizaje por nuestra parte también. No vale sólo con predicar, hay que dar trigo.


Sin embargo, si ofrecemos a nuestros hijos un modelo de coherencia (donde cumplo lo que digo), de confianza (nunca miento), de honestidad (conmigo mismo, con él y con los demás) y de integridad (lo que hago, digo y siento están alineados), entonces  la autoridad llega sola. No la autoridad impuesta, sino la percibida: creerán en nosotros, nuestra opinión será tenida en cuenta, podremos influir y convencer. Sin imponer.


Habrá quien quiera hacer una lectura plana de este planteamiento y aduzca que no se puede convivir sin normas y todos esos argumentos tan simplotes y cansinos. Esa no es la idea: en un sistema familiar donde se van a sentar las bases de los primeros y más determinantes aprendizajes, hay normas. Pero son para todos, todos deberán respetarlas de igual manera. Si necesitamos crear nuevas formulas para el manejo de los conflictos, lo haremos de forma consensuada, buscando aquella con la que todos se sientan cómodos y partícipes. Los hijos no son los subalternos que vienen a un sistema ya estructurado y deben amoldarse a él. 

Son parte en igualdad de derechos y de obligaciones de un sistema que se construye día a día en función de las necesidades que el propio desarrollo va generando.


Esta forma de vivir, de educar, de amar, va modelando herramientas tan imprescindibles como el sentido de la autocompetencia, la creatividad, la responsabilidad, la empatía, el compromiso, la resolución de problemas, la pertenencia a un grupo, la comunicación:  son raíces y a la vez son alas.

Foto: By hinnamsaisuy, published on 15 December 2010 
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http://www.freedigitalphotos.net/images/Human_body_g281-Hand_Sign_p24428.html

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No me obedezcas

por Olga Carmona

“La libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha trazado”. Jean Jacques Rousseau


El otro día recibí una amable invitación para asistir a una charla para padres con el pretendidamente simpático nombre: “La obediencia: esa gran desconocida”.


Seguramente la mente “preclara” de quien le puso ese título pensó que a los padres nos iba a hacer una gracia enorme porque nos sentiríamos rápidamente identificados con la falta de obediencia de nuestros hijos, porque a fin de cuentas, partimos de una premisa incuestionable: los hijos deben obedecer a sus padres.


¿Porqué? Porque son sus padres; tautología absurda que nuestra cultura ha heredado básicamente de la religión cristiana y que tiene como fundamento el agradecimiento a quien nos dio la vida. El resto de la creencia se sostiene en la otra premisa incuestionable: por tu propio bien.


Sin embargo, yo  afirmo lo contrario: los hijos no deben obedecer, ni a sus padres ni a nadie.

Las personas no deben obedecer. Y por tanto no deben ser entrenadas para hacerlo, ni educadas en la obediencia.


El Diccionario de la Real Academia Española, define obedecer de la siguiente manera: “Cumplir la voluntad de quien manda”.

Y buceando en el significado etimológico del término encuentro sin sorpresa que  “obedecer” viene del latín “oboedescere der. De oboedire: cumplir la voluntad de quien manda.


Ambos significados implican hacer lo que el otro (padre, madres, jefes, profesores, etc.) te digan, ser lo que otros pretendan que seas.


Obedecer significa no cuestionar, implica la  forma de ceguera más peligrosa y humillante: tu no existes, tu criterio no importa, tu sentir no importa,  sólo ejecuta lo que yo digo y así obtendrás mi permiso para existir.


Si yo quiero educar a mis hijos para que sean seres humanos con criterio propio, sólida autoestima, capacidad de elección y decisión, en definitiva LIBRES, no puedo educar en la obediencia, es una contradicción pura. Y no puedo tampoco enviar el mensaje de “obedece a tus padres, pero no a los demás”: es esquizofrénico.


Y no digo que sea fácil educar en la no obediencia, digo que es imprescindible.

Digo que es su derecho, digo que los otros caminos son atajos que nos llevan al cortoplacismo que nos facilita la vida, pero no les favorece.


Digo que cuando queremos que nuestros hijos hagan algo que es necesario que hagan, el camino corto es el la obediencia, porque arroja resultados inmediatos, pero en cada acto de obediencia, cortamos unos milímetros su sí mismo. Su capacidad para ser.


Inmersos en la una cultura bulímica y cortoplacista, donde nos damos atracones de estímulos que no podemos procesar y donde sólo perseguimos aquello que da resultados inmediatos, la forma en que educamos a nuestros hijos también queda impregnada de ella.


Propongo elegir rutas que favorezcan su capacidad para elegir y para decidir. La alternativa que construye nos habla de usar el  diálogo,  la negociación, la explicación razonada, la motivación, la educación. 

Hagámonos la pregunta de cómo pediríamos algo a otro adulto y seguro que aparecen rápidamente las razones por las que lo pido y una forma educada de hacerlo. Cuando yo dialogo, cuando yo explico, cuando yo negocio, cuando yo  escucho, cuando pido las cosas de forma amable,  estoy entregando todas esas herramientas de comunicación y de crecimiento a mi hijo. Sólo se puede educar a través del ejemplo y desde el respeto al otro. Sino, el mensaje no llega, no permanece y no sirve.


¿Y si, a pesar de hacerlo de todas esas maneras, sigue sin hacer lo que es necesario hacer?  Entonces, adulto civilizado, tendrás que aprender a respetarlo. Cambiar un paradigma que tenemos interiorizado, implica un ejercicio de aprendizaje por nuestra parte también. No vale sólo con predicar, hay que dar trigo.


Sin embargo, si ofrecemos a nuestros hijos un modelo de coherencia (donde cumplo lo que digo), de confianza (nunca miento), de honestidad (conmigo mismo, con él y con los demás) y de integridad (lo que hago, digo y siento están alineados), entonces  la autoridad llega sola. No la autoridad impuesta, sino la percibida: creerán en nosotros, nuestra opinión será tenida en cuenta, podremos influir y convencer. Sin imponer.


Habrá quien quiera hacer una lectura plana de este planteamiento y aduzca que no se puede convivir sin normas y todos esos argumentos tan simplotes y cansinos. Esa no es la idea: en un sistema familiar donde se van a sentar las bases de los primeros y más determinantes aprendizajes, hay normas. Pero son para todos, todos deberán respetarlas de igual manera. Si necesitamos crear nuevas formulas para el manejo de los conflictos, lo haremos de forma consensuada, buscando aquella con la que todos se sientan cómodos y partícipes. Los hijos no son los subalternos que vienen a un sistema ya estructurado y deben amoldarse a él. 

Son parte en igualdad de derechos y de obligaciones de un sistema que se construye día a día en función de las necesidades que el propio desarrollo va generando.


Esta forma de vivir, de educar, de amar, va modelando herramientas tan imprescindibles como el sentido de la autocompetencia, la creatividad, la responsabilidad, la empatía, el compromiso, la resolución de problemas, la pertenencia a un grupo, la comunicación:  son raíces y a la vez son alas.

Foto: By hinnamsaisuy, published on 15 December 2010 
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Sillas de pensar… para nosotros…

por Olga Carmona

«… Papá…Si tú te enfadas cada vez que hago algo mal, entonces solo aprenderé cosas de agredir…»  Nicolás (6 años) 


A la hora de valorar que hacer frente a un “mal comportamiento” de un niño o niña,  invito a una primera reflexión sobre si lo ocurrido es un mal comportamiento y para quien, y después planteo no quedarnos solo en cómo intervenir para enseñarles la forma adecuada de resolver un conflicto, sino ir más allá y tratar de entender porqué se provocó y qué está detrás de un mal comportamiento.


Y digo esto porque detrás de algunas “malas” conductas lo que hay es simplemente una falta de herramientas y/o de información que hubieran permitido al niño o niña actuar de otra manera.


Otras veces, las “malas” conductas encierran emociones dolorosas a situaciones para las que no tienen otra forma de gestionar ni de expresar, ni siquiera de identificar.


Por eso, como padres, como educadores, tenemos que trabajar en las dos direcciones paralelamente: la intervención y la reflexión. Y dado que esta sobradamente demostrado que el castigo no sirve para crear aprendizajes a largo plazo, no cambia las causas que provocan la conducta inapropiada y conduce a emociones negativas hacia quien lo impone, tenemos que  habilitar otras maneras de enseñar a nuestros hijos a manejarse de formas más constructivas, tanto para ellos como para los demás. Esto exige, desde luego el empleo de una gran dosis de inteligencia emocional por nuestra parte y también de creatividad. Dejarnos llevar por el impulso, por el castigo cargado de impotencia, por la falta de alternativas, por la agresividad que algunas situaciones nos generan, es lo fácil, lo automático, para lo que estamos programados. Pero eso no es educar. Eso es reaccionar.


Educar requiere un máximo de paciencia, empatía y de creatividad. Requiere una intención voluntaria de desprogramarnos, requiere muchas veces una “silla de pensar” para nosotros. Un lugar donde, a solas y apartado de nuestro hijo, seamos capaces de calmarnos y recuperar un lugar de serenidad. A partir de ahí, podremos “accionar” en lugar de “reaccionar”, podremos conectarnos con la situación objetiva y valorar con suficiente distancia lo que de verdad ocurrió y hasta que punto era tan importante. Podremos ejercer como educadores, no como parte del problema.


Así pues, este sería el primer paso ante un conflicto que nos provoca emociones intensas de ira o agresividad: no actuar. Si se trata de una agresión entre hermanos, poner a salvo al agredido y tratar de hacer lo posible por no formar parte del círculo vicioso y añadir más agresividad y tensión. Parar. Buscar nuestra silla de pensar. Conectarnos con un lugar en calma porque es indispensable recuperar el equilibrio, por precario que sea, para poder ofrecérselo a ellos.


El siguiente paso sería neutralizar también la intensa emoción que tiene tanto el agresor, como el agredido, priorizando a éste último. Si se trata de otro tipo de mal comportamiento, también suele desatar emociones muy fuertes en ellos y cuando su cerebro está inundado de cortisol (hormona del estrés) no escucha, no ve, no aprende. Está literalmente borracho de negatividad y nuestras palabras serán incluso contraproducentes, aún en el caso de que remotamente sean escuchadas.


El abrazo, si se deja, el acompañamiento tranquilo y silencioso, las palabras calmadas que no buscan culpables ni respuestas, hacer un chiste, unas cosquillas,  ayudan a ir recuperando un estado donde sí será posible entenderse y tal vez, aprender algo.


Una vez sea posible iniciar un diálogo hay formas tóxicas, muy dañinas, a evitar:

Las etiquetas: eres… (eres agresivo, eres lento).
Los absolutismos: siempre, nunca.
Las generalizaciones: No hay una sola vez que te diga que hagas los deberes y te pongas a la primera.
Las ironías.
Las metáforas, que a determinadas edades no entienden y te alejan de ser escuchado.
Las frases hechas.


Una comunicación efectiva, tras un conflicto requiere pautas muy sencillas pero que sólo fluyen desde un estado de ánimo sereno y con ganas de construir:

Pedir al niño que describa lo ocurrido y escuchar sin corregirle, sin juzgarle.

Si no es capaz de hacerlo (por edad, por falta de recursos lingüisticos, etc), ayudarle a la reconstrucción de lo que ocurrió, tratando de bajar el lenguaje de forma que nos podamos entender.

Que intente identificar la emoción que le llevó a hacerlo y la que sintió después de haberlo hecho: “me enfadé tanto con mi hermano que le di con la caja”. 

Reconocer la emoción y darle importancia. No queremos inhibir el sentir, sino enseñarles a  identificar sus emociones para poderlas manejar. No está mal sentir cualquier cosa, es parte de la naturaleza humana y juzgarlas como malas o buenas invita a la culpa e impide su canalización.

Explicarle cómo nos hemos sentido nosotros frente a su mal comportamiento, con palabras certeras, llamando a cada emoción por su nombre: frustrado, enfadado, triste… Desde el “yo  me he sentido”, jamás  utilizaremos “me has hecho sentir”. Debes hacerte cargo de tus emociones, son tuyas, no suyas. Bastante tiene él o ella con empezar a conocerlas como para además ocuparse de las tuyas. Se supone que eres el que tiene la mayor cantidad de información. 

Ayudarle a empatizar, buscando ejemplos muy cercanos, cotidianos, que le conecten con una emoción parecida. Sirven las pelis, los dibujos animados, los cuentos, algún incidente en clase… Recordemos que para educar necesitamos altas dosis de creatividad.

Algunas veces, tal vez más de las que nos damos cuenta, el conflicto se puede evitar. Ello implica estar presente, estar atento, y ser capaz de adelantarse a la situación. Y aquí quiero hacer una aclaración : la profecía autocumplida.


Prevenir un conflicto no significa decir “cuidado porque se te va a caer el agua”, porque hay muchas más posibilidades de que se caiga después de haberlo advertido. La profecía autocumplida es  una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad.

La prevención en este caso es evitar la situación que hará más que posible que “se le caiga el agua”: acción, no reacción.

Otra cosa a tener en cuenta cuando educamos es saber que nuestro cerebro tiene serias dificultades para procesar el “No”. Por tanto, tengo muchas más opciones de ser escuchado cuando enuncio frases en positivo que en negativo: “no debes pegar a tu hermano” es mucho menos eficaz que “me gustaría que cuidaras a tu hermano un poco más”… hay mil ejemplos.

Tener conciencia de que costará una y mil veces aprenderlo, de que parecerá que no ha servido de nada. Estamos sembrando, compañeros, estamos sembrando. Grandes dosis de paciencia, dije al principio. También para no caer en la inmediatez de algo tan difícil.

Reconoceremos cada éxito, pero también ( o más) cada intento. Y, si es posible, haremos una “marcha atrás” donde le damos al botón que vuelve a empezar para darles la oportunidad de hacerlo de otra manera, con la nueva, con la recién aprendida.

El sentido el humor es un maravilloso comodín a la hora de educar. La risa desbloquea y sustituye el cortisol por endorfinas, creando un cerebro abonado para el aprendizaje, el que perdura. Solo aprendemos aquello que está asociado a una emoción. Entonces, tratemos de hacerlo en positivo.

Confía, confía, confía… si mandas el mensaje emocional de que no crees que será capaz de cambiar, de hacerlo mejor, no lo hará. Y lo peor, esa sensación le acompañará el resto de su vida. Te necesita para construirse. CONFIA, con el corazón, con honestidad. Tiene todo el potencial para hacerlo, sólo necesita tu mirada positiva.

Recuerda lo hablado o vuelve a hablarlo las veces que hagan falta, cada vez que lo necesite. Sin caer en el hastío, en el “ya te lo he dicho” o peor, en el “te lo dije”.

Es esencial también tomar conciencia de que esto es una carrera de fondo, de que somos padres y educadores 24 horas al dia 7 días a la semana y que nadie hemos aprendido en un solo ensayo. Que es más fácil enseñar a leer o a hacer un logaritmo que enseñar comunicación emocional, estrategias de aprendizaje vital, recursos para preservar y construir su autoestima, poner los andamiajes del adulto feliz y pleno que pretendemos sea algún día.

Por eso, como madre, como educadora, como psicóloga y como persona deshecho el castigo, porque aunque pueda crear la ilusión óptica y superficial que hemos conseguido cambiar una conducta, puedo certificar que lo que habremos cambiado será una sóla manifestación de una falta de recursos emocionales y de la natural falta de información sobre como vivir, que tiene cualquier niño. No debemos nunca olvidar que están aprendiendo cómo vivir y construyéndo como ser, sin apenas recursos, inundados de estímulos y de emociones intensas.

Afirmo, sin embargo, que el castigo cambiará algo. 
Y lo cambiará de forma irreversible: la calidad del vínculo hacia sí mismo y hacia nosotros. 

Pero no le enseñará lo que verdaderamente necesita para que cambie y tenga una conducta más constructiva.


El castigo le enseñará a ser como los demas esperan que sea

Le educación emocional le enseñara a ser quien quiera ser, en libertad, sin depender de los otros en su trayecto personal y vital.

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Sillas de pensar… para nosotros…

por Olga Carmona

«… Papá…Si tú te enfadas cada vez que hago algo mal, entonces solo aprenderé cosas de agredir…»  Nicolás (6 años) 


A la hora de valorar que hacer frente a un “mal comportamiento” de un niño o niña,  invito a una primera reflexión sobre si lo ocurrido es un mal comportamiento y para quien, y después planteo no quedarnos solo en cómo intervenir para enseñarles la forma adecuada de resolver un conflicto, sino ir más allá y tratar de entender porqué se provocó y qué está detrás de un mal comportamiento.


Y digo esto porque detrás de algunas “malas” conductas lo que hay es simplemente una falta de herramientas y/o de información que hubieran permitido al niño o niña actuar de otra manera.


Otras veces, las “malas” conductas encierran emociones dolorosas a situaciones para las que no tienen otra forma de gestionar ni de expresar, ni siquiera de identificar.


Por eso, como padres, como educadores, tenemos que trabajar en las dos direcciones paralelamente: la intervención y la reflexión. Y dado que esta sobradamente demostrado que el castigo no sirve para crear aprendizajes a largo plazo, no cambia las causas que provocan la conducta inapropiada y conduce a emociones negativas hacia quien lo impone, tenemos que  habilitar otras maneras de enseñar a nuestros hijos a manejarse de formas más constructivas, tanto para ellos como para los demás. Esto exige, desde luego el empleo de una gran dosis de inteligencia emocional por nuestra parte y también de creatividad. Dejarnos llevar por el impulso, por el castigo cargado de impotencia, por la falta de alternativas, por la agresividad que algunas situaciones nos generan, es lo fácil, lo automático, para lo que estamos programados. Pero eso no es educar. Eso es reaccionar.


Educar requiere un máximo de paciencia, empatía y de creatividad. Requiere una intención voluntaria de desprogramarnos, requiere muchas veces una “silla de pensar” para nosotros. Un lugar donde, a solas y apartado de nuestro hijo, seamos capaces de calmarnos y recuperar un lugar de serenidad. A partir de ahí, podremos “accionar” en lugar de “reaccionar”, podremos conectarnos con la situación objetiva y valorar con suficiente distancia lo que de verdad ocurrió y hasta que punto era tan importante. Podremos ejercer como educadores, no como parte del problema.


Así pues, este sería el primer paso ante un conflicto que nos provoca emociones intensas de ira o agresividad: no actuar. Si se trata de una agresión entre hermanos, poner a salvo al agredido y tratar de hacer lo posible por no formar parte del círculo vicioso y añadir más agresividad y tensión. Parar. Buscar nuestra silla de pensar. Conectarnos con un lugar en calma porque es indispensable recuperar el equilibrio, por precario que sea, para poder ofrecérselo a ellos.


El siguiente paso sería neutralizar también la intensa emoción que tiene tanto el agresor, como el agredido, priorizando a éste último. Si se trata de otro tipo de mal comportamiento, también suele desatar emociones muy fuertes en ellos y cuando su cerebro está inundado de cortisol (hormona del estrés) no escucha, no ve, no aprende. Está literalmente borracho de negatividad y nuestras palabras serán incluso contraproducentes, aún en el caso de que remotamente sean escuchadas.


El abrazo, si se deja, el acompañamiento tranquilo y silencioso, las palabras calmadas que no buscan culpables ni respuestas, hacer un chiste, unas cosquillas,  ayudan a ir recuperando un estado donde sí será posible entenderse y tal vez, aprender algo.


Una vez sea posible iniciar un diálogo hay formas tóxicas, muy dañinas, a evitar:

Las etiquetas: eres… (eres agresivo, eres lento).
Los absolutismos: siempre, nunca.
Las generalizaciones: No hay una sola vez que te diga que hagas los deberes y te pongas a la primera.
Las ironías.
Las metáforas, que a determinadas edades no entienden y te alejan de ser escuchado.
Las frases hechas.


Una comunicación efectiva, tras un conflicto requiere pautas muy sencillas pero que sólo fluyen desde un estado de ánimo sereno y con ganas de construir:

Pedir al niño que describa lo ocurrido y escuchar sin corregirle, sin juzgarle.

Si no es capaz de hacerlo (por edad, por falta de recursos lingüisticos, etc), ayudarle a la reconstrucción de lo que ocurrió, tratando de bajar el lenguaje de forma que nos podamos entender.

Que intente identificar la emoción que le llevó a hacerlo y la que sintió después de haberlo hecho: “me enfadé tanto con mi hermano que le di con la caja”. 

Reconocer la emoción y darle importancia. No queremos inhibir el sentir, sino enseñarles a  identificar sus emociones para poderlas manejar. No está mal sentir cualquier cosa, es parte de la naturaleza humana y juzgarlas como malas o buenas invita a la culpa e impide su canalización.

Explicarle cómo nos hemos sentido nosotros frente a su mal comportamiento, con palabras certeras, llamando a cada emoción por su nombre: frustrado, enfadado, triste… Desde el “yo  me he sentido”, jamás  utilizaremos “me has hecho sentir”. Debes hacerte cargo de tus emociones, son tuyas, no suyas. Bastante tiene él o ella con empezar a conocerlas como para además ocuparse de las tuyas. Se supone que eres el que tiene la mayor cantidad de información. 

Ayudarle a empatizar, buscando ejemplos muy cercanos, cotidianos, que le conecten con una emoción parecida. Sirven las pelis, los dibujos animados, los cuentos, algún incidente en clase… Recordemos que para educar necesitamos altas dosis de creatividad.

Algunas veces, tal vez más de las que nos damos cuenta, el conflicto se puede evitar. Ello implica estar presente, estar atento, y ser capaz de adelantarse a la situación. Y aquí quiero hacer una aclaración : la profecía autocumplida.


Prevenir un conflicto no significa decir “cuidado porque se te va a caer el agua”, porque hay muchas más posibilidades de que se caiga después de haberlo advertido. La profecía autocumplida es  una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad.

La prevención en este caso es evitar la situación que hará más que posible que “se le caiga el agua”: acción, no reacción.

Otra cosa a tener en cuenta cuando educamos es saber que nuestro cerebro tiene serias dificultades para procesar el “No”. Por tanto, tengo muchas más opciones de ser escuchado cuando enuncio frases en positivo que en negativo: “no debes pegar a tu hermano” es mucho menos eficaz que “me gustaría que cuidaras a tu hermano un poco más”… hay mil ejemplos.

Tener conciencia de que costará una y mil veces aprenderlo, de que parecerá que no ha servido de nada. Estamos sembrando, compañeros, estamos sembrando. Grandes dosis de paciencia, dije al principio. También para no caer en la inmediatez de algo tan difícil.

Reconoceremos cada éxito, pero también ( o más) cada intento. Y, si es posible, haremos una “marcha atrás” donde le damos al botón que vuelve a empezar para darles la oportunidad de hacerlo de otra manera, con la nueva, con la recién aprendida.

El sentido el humor es un maravilloso comodín a la hora de educar. La risa desbloquea y sustituye el cortisol por endorfinas, creando un cerebro abonado para el aprendizaje, el que perdura. Solo aprendemos aquello que está asociado a una emoción. Entonces, tratemos de hacerlo en positivo.

Confía, confía, confía… si mandas el mensaje emocional de que no crees que será capaz de cambiar, de hacerlo mejor, no lo hará. Y lo peor, esa sensación le acompañará el resto de su vida. Te necesita para construirse. CONFIA, con el corazón, con honestidad. Tiene todo el potencial para hacerlo, sólo necesita tu mirada positiva.

Recuerda lo hablado o vuelve a hablarlo las veces que hagan falta, cada vez que lo necesite. Sin caer en el hastío, en el “ya te lo he dicho” o peor, en el “te lo dije”.

Es esencial también tomar conciencia de que esto es una carrera de fondo, de que somos padres y educadores 24 horas al dia 7 días a la semana y que nadie hemos aprendido en un solo ensayo. Que es más fácil enseñar a leer o a hacer un logaritmo que enseñar comunicación emocional, estrategias de aprendizaje vital, recursos para preservar y construir su autoestima, poner los andamiajes del adulto feliz y pleno que pretendemos sea algún día.

Por eso, como madre, como educadora, como psicóloga y como persona deshecho el castigo, porque aunque pueda crear la ilusión óptica y superficial que hemos conseguido cambiar una conducta, puedo certificar que lo que habremos cambiado será una sóla manifestación de una falta de recursos emocionales y de la natural falta de información sobre como vivir, que tiene cualquier niño. No debemos nunca olvidar que están aprendiendo cómo vivir y construyéndo como ser, sin apenas recursos, inundados de estímulos y de emociones intensas.

Afirmo, sin embargo, que el castigo cambiará algo. 
Y lo cambiará de forma irreversible: la calidad del vínculo hacia sí mismo y hacia nosotros. 

Pero no le enseñará lo que verdaderamente necesita para que cambie y tenga una conducta más constructiva.


El castigo le enseñará a ser como los demas esperan que sea

Le educación emocional le enseñara a ser quien quiera ser, en libertad, sin depender de los otros en su trayecto personal y vital.

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El susurro de nuestra historia: reflexión en torno al "cachete a tiempo"

por Alejandro Busto Castelli

«…

Y como el lector puede adivinar, nadie está libre del susurro de su historia, nadie se escapa de ese murmullo sórdido y agotador. Ni un juez de menores más o menos mediático, ni un popular pediatra vendedor de panfletos, ni los psicólogos/as televisivos armados con sus manuales científicos. Ni siquiera un tertuliano convertido en reformista ministro de educación. Ni uno solo se escapa…»

Llevo más de 12 años impartiendo formación en empresas.

Mis alumnos, los participantes de talleres y seminarios, no son niños. Son adultos que algún día fueron niños, que se parece pero no es igual.

A través de los años, resulta curioso ver cómo evolucionan los contenidos a impartir. Es más que interesante ver cómo hemos ido  pasando poco a poco de las recetas “para parecer” a las reflexiones del “como ser”. Cada día más y más adultos, empleados en alguna de las empresas de nuestro país reciben información y formación acerca de cómo gestionar sus emociones, como comunicarse asertivamente, como influir positivamente en los demás, como afrontar la crisis de forma optimista  o como dirigir y crear equipos poderosos en su rendimiento y en su fortaleza emocional.

Y reciben esta formación básicamente por dos razones:

La empresa española despierta del letargo del autoritarismo y el abuso de poder, del ser humano como un expediente más, una nómina a pagar, a una realidad donde la propia rentabilidad empresarial, pasa por el bienestar emocional y físico de las personas que la componen. Donde cualquier tipo de violencia o agresividad, sea esta verbal, psicológica o física “no es rentable” y por lo tanto no vende.  Es un despertar por cierto muy lento, a veces demasiado.

La segunda es más obvia que la anterior. Los adultos hoy devenidos en profesionales no saben, no pueden o no quieren, aproximarse en casi nada a lo que hoy las empresas les demandan de un punto de vista de la construcción de las relaciones internas y externas de sus organizaciones. Básicamente porque son hijos de la pedagogía más negra, del adiestramiento cuasi científico, de la educación delegada o institucionalizada y por supuesto de poderosas afirmaciones como “este niño necesita un cachete a tiempo”, a mayor gloria del castigo y la falta de respeto como escuela de vida.

La paradoja es que a día de hoy mientras esto sucede en una parte de la sociedad, todavía debatimos sobre el supuesto valor pedagógico del “cachete a tiempo”, de la imposición adultocéntrica, de la norma no consensuada, de los negativos o puntos rojos en el cole, de las sillas de pensar como castigo al sentir, de la agresividad como comunicación prioritaria  si uno quiere convertirse en un “hombre o mujer de éxito”.

Sirvan de muestra la entrevista que el diario ABC realiza recientemente a Olga Carmona, mi compañera de viaje en todos los sentidos, con el sugerente título “¿Por qué la bofetada a tiempo no es un método educativo?”  y también los comentarios de algunos de los lectores de la misma.

Y es allí donde curiosamente aunque no tanto, aparecen algunos de los defensores de “a pie” de esta visión. No se me escapa que el fenómeno va más allá de los comentaristas virtuales y  fundamentalmente en el ámbito de lo infantil, todavía “la letra con sangre entra”. Y esto lo vemos bien en el sistema educativo o bien dentro de las familias, porque como he dicho, este discurso ya no se compra hace años en la formación empresarial de adultos donde ya resulta intolerable. Asimismo es perseguido social y penalmente en el mundo de la pareja y sin embargo de forma torticera a mi juicio, el discurso cala si de niños se trata, propiciando absurda pero calculadamente el disparate social en el que nos encontramos.

El siglo XXI es ya el siglo del cuestionamiento de la educación decimonónica, del desenmascaramiento de las escuelas psicopedagógicas que solo pretenden controlar conductas y anular la libertad, del principio del fin de la pedagogía negra y del surgimiento imparable de la psicología positiva y de la eco pedagogía entre otros movimientos.

Recientemente tuve el placer de asistir a una conferencia de D. Federico Mayor Zaragoza, ex Director general de la Unesco y actual presidente de la Fundación Cultura de Paz. En ella dijo sin despeinarse, “no tenemos que continuar siendo obedientes a un sistema responsable del genocidio de más de 60.000 personas diarias entre ellas  miles de niños”.  Y en eso estamos, pues seguimos siendo más que obedientes…

Entrevista a D.Federico Mayor Zaragoza en Canal Sur
Es ya el siglo del cambio social. Los que nos han traído hasta aquí, ya han demostrado de sobras el tipo de sociedad que ofrecen.

Con las cartas boca arriba… ¿Entonces que defienden los que defienden el cachete o bofetada a tiempo? O debo preguntarme mejor ¿a quién o quienes defienden?

Cada ser humano se desarrolla como adulto, se convierte en padre o madre, en profesional o no de la educación, la psicología o las ingenierías, escuchando el eco de su historia. Quiera o no quiera.

Una historia que susurra a veces de forma incómoda como fuimos queridos o no, deseados o no, aceptados o no tanto. Una historia que susurra de forma dolorosa cuantos cachetes, azotes, gritos, ausencias, incomprensiones e injusticias acumulamos de aquellos seres humanos, que en nombre del amor nos educaron.

Tengo clarísimo que detrás de los defensores de estos modelos de educación, está la profunda y cobarde negación del murmullo de sus fantasmas, parafraseando por cierto al gran Boris Cyrulnik en uno de sus más exitosos e imprescindibles libros.

Y digo cobarde porque los niños sobre los que todavía hoy se ejercen estos modelos, son indefensos, frágiles y están abiertos en canal desde el afecto incondicional a percibir como verdad incuestionable y absoluta aquello que reciben de sus padres y madres primero y de cualquier otra figura de autoridad luego.

No es un tema baladí. Es un tema vital que tiene que ver con contribuir o no a perpetuar un modelo social y familiar completamente agotado. Esa cultura de la paz de la que habla Mayor Zaragoza, parece en la España actual una falacia.

Y como el lector puede adivinar, nadie está libre del susurro de su historia, nadie se escapa de ese murmullo sórdido y agotador. Ni un juez de menores más o menos mediático, ni un popular pediatra vendedor de panfletos, ni los psicólogos/as televisivos armados con sus manuales científicos. Ni siquiera un tertuliano convertido en reformista ministro de educación. Ni uno solo se escapa.

Todos ellos, y usted y yo… fuimos niños educados probablemente desde un lugar parecido al tan cacareado panorama educativo actual.

No hay mejor forma de “salvar” a quienes han sido muy importantes en nuestras vidas, que seguir diciendo contra viento y marea, contra todas las evidencias y necesidades sociales, contra la esencia gregaria y emocional del ser humano, que “es bueno y educativo un cachete a tiempo”, amén de otras formas de menoscabo.  Créanme que no la hay.

Honestamente me resulta fácil entender este proceso en un ser humano cotidiano, algo menos desde mi punto de vista, en un profesional que trabaja con niños de una forma u otra. Quizá no sea muy complicado entender que al final defienden a aquellos que les dieron la vida y de forma consciente o inconsciente, confundidos o lúcidos, tal vez en nombre del amor contribuyeron a ser lo que son.

Sin embargo que se pueda entender y explicar no significa que sea en absoluto justificable. El propiciar una cultura que desde la base más tierna, hace de la violencia, el maltrato y la agresividad un valor social y cultural es algo completamente inaceptable.

No quiero y no me da la gana justificarlo.

Y lo digo bien claro y más alto.

Tal vez con el secreto deseo de que ellos, mis propios fantasmas, me escuchen y comiencen a callar para siempre.

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El susurro de nuestra historia: reflexión en torno al "cachete a tiempo"

por Alejandro Busto Castelli

«…

Y como el lector puede adivinar, nadie está libre del susurro de su historia, nadie se escapa de ese murmullo sórdido y agotador. Ni un juez de menores más o menos mediático, ni un popular pediatra vendedor de panfletos, ni los psicólogos/as televisivos armados con sus manuales científicos. Ni siquiera un tertuliano convertido en reformista ministro de educación. Ni uno solo se escapa…»

Llevo más de 12 años impartiendo formación en empresas.

Mis alumnos, los participantes de talleres y seminarios, no son niños. Son adultos que algún día fueron niños, que se parece pero no es igual.

A través de los años, resulta curioso ver cómo evolucionan los contenidos a impartir. Es más que interesante ver cómo hemos ido  pasando poco a poco de las recetas “para parecer” a las reflexiones del “como ser”. Cada día más y más adultos, empleados en alguna de las empresas de nuestro país reciben información y formación acerca de cómo gestionar sus emociones, como comunicarse asertivamente, como influir positivamente en los demás, como afrontar la crisis de forma optimista  o como dirigir y crear equipos poderosos en su rendimiento y en su fortaleza emocional.

Y reciben esta formación básicamente por dos razones:

La empresa española despierta del letargo del autoritarismo y el abuso de poder, del ser humano como un expediente más, una nómina a pagar, a una realidad donde la propia rentabilidad empresarial, pasa por el bienestar emocional y físico de las personas que la componen. Donde cualquier tipo de violencia o agresividad, sea esta verbal, psicológica o física “no es rentable” y por lo tanto no vende.  Es un despertar por cierto muy lento, a veces demasiado.

La segunda es más obvia que la anterior. Los adultos hoy devenidos en profesionales no saben, no pueden o no quieren, aproximarse en casi nada a lo que hoy las empresas les demandan de un punto de vista de la construcción de las relaciones internas y externas de sus organizaciones. Básicamente porque son hijos de la pedagogía más negra, del adiestramiento cuasi científico, de la educación delegada o institucionalizada y por supuesto de poderosas afirmaciones como “este niño necesita un cachete a tiempo”, a mayor gloria del castigo y la falta de respeto como escuela de vida.

La paradoja es que a día de hoy mientras esto sucede en una parte de la sociedad, todavía debatimos sobre el supuesto valor pedagógico del “cachete a tiempo”, de la imposición adultocéntrica, de la norma no consensuada, de los negativos o puntos rojos en el cole, de las sillas de pensar como castigo al sentir, de la agresividad como comunicación prioritaria  si uno quiere convertirse en un “hombre o mujer de éxito”.

Sirvan de muestra la entrevista que el diario ABC realiza recientemente a Olga Carmona, mi compañera de viaje en todos los sentidos, con el sugerente título “¿Por qué la bofetada a tiempo no es un método educativo?”  y también los comentarios de algunos de los lectores de la misma.

Y es allí donde curiosamente aunque no tanto, aparecen algunos de los defensores de “a pie” de esta visión. No se me escapa que el fenómeno va más allá de los comentaristas virtuales y  fundamentalmente en el ámbito de lo infantil, todavía “la letra con sangre entra”. Y esto lo vemos bien en el sistema educativo o bien dentro de las familias, porque como he dicho, este discurso ya no se compra hace años en la formación empresarial de adultos donde ya resulta intolerable. Asimismo es perseguido social y penalmente en el mundo de la pareja y sin embargo de forma torticera a mi juicio, el discurso cala si de niños se trata, propiciando absurda pero calculadamente el disparate social en el que nos encontramos.

El siglo XXI es ya el siglo del cuestionamiento de la educación decimonónica, del desenmascaramiento de las escuelas psicopedagógicas que solo pretenden controlar conductas y anular la libertad, del principio del fin de la pedagogía negra y del surgimiento imparable de la psicología positiva y de la eco pedagogía entre otros movimientos.

Recientemente tuve el placer de asistir a una conferencia de D. Federico Mayor Zaragoza, ex Director general de la Unesco y actual presidente de la Fundación Cultura de Paz. En ella dijo sin despeinarse, “no tenemos que continuar siendo obedientes a un sistema responsable del genocidio de más de 60.000 personas diarias entre ellas  miles de niños”.  Y en eso estamos, pues seguimos siendo más que obedientes…

Entrevista a D.Federico Mayor Zaragoza en Canal Sur
Es ya el siglo del cambio social. Los que nos han traído hasta aquí, ya han demostrado de sobras el tipo de sociedad que ofrecen.

Con las cartas boca arriba… ¿Entonces que defienden los que defienden el cachete o bofetada a tiempo? O debo preguntarme mejor ¿a quién o quienes defienden?

Cada ser humano se desarrolla como adulto, se convierte en padre o madre, en profesional o no de la educación, la psicología o las ingenierías, escuchando el eco de su historia. Quiera o no quiera.

Una historia que susurra a veces de forma incómoda como fuimos queridos o no, deseados o no, aceptados o no tanto. Una historia que susurra de forma dolorosa cuantos cachetes, azotes, gritos, ausencias, incomprensiones e injusticias acumulamos de aquellos seres humanos, que en nombre del amor nos educaron.

Tengo clarísimo que detrás de los defensores de estos modelos de educación, está la profunda y cobarde negación del murmullo de sus fantasmas, parafraseando por cierto al gran Boris Cyrulnik en uno de sus más exitosos e imprescindibles libros.

Y digo cobarde porque los niños sobre los que todavía hoy se ejercen estos modelos, son indefensos, frágiles y están abiertos en canal desde el afecto incondicional a percibir como verdad incuestionable y absoluta aquello que reciben de sus padres y madres primero y de cualquier otra figura de autoridad luego.

No es un tema baladí. Es un tema vital que tiene que ver con contribuir o no a perpetuar un modelo social y familiar completamente agotado. Esa cultura de la paz de la que habla Mayor Zaragoza, parece en la España actual una falacia.

Y como el lector puede adivinar, nadie está libre del susurro de su historia, nadie se escapa de ese murmullo sórdido y agotador. Ni un juez de menores más o menos mediático, ni un popular pediatra vendedor de panfletos, ni los psicólogos/as televisivos armados con sus manuales científicos. Ni siquiera un tertuliano convertido en reformista ministro de educación. Ni uno solo se escapa.

Todos ellos, y usted y yo… fuimos niños educados probablemente desde un lugar parecido al tan cacareado panorama educativo actual.

No hay mejor forma de “salvar” a quienes han sido muy importantes en nuestras vidas, que seguir diciendo contra viento y marea, contra todas las evidencias y necesidades sociales, contra la esencia gregaria y emocional del ser humano, que “es bueno y educativo un cachete a tiempo”, amén de otras formas de menoscabo.  Créanme que no la hay.

Honestamente me resulta fácil entender este proceso en un ser humano cotidiano, algo menos desde mi punto de vista, en un profesional que trabaja con niños de una forma u otra. Quizá no sea muy complicado entender que al final defienden a aquellos que les dieron la vida y de forma consciente o inconsciente, confundidos o lúcidos, tal vez en nombre del amor contribuyeron a ser lo que son.

Sin embargo que se pueda entender y explicar no significa que sea en absoluto justificable. El propiciar una cultura que desde la base más tierna, hace de la violencia, el maltrato y la agresividad un valor social y cultural es algo completamente inaceptable.

No quiero y no me da la gana justificarlo.

Y lo digo bien claro y más alto.

Tal vez con el secreto deseo de que ellos, mis propios fantasmas, me escuchen y comiencen a callar para siempre.

Sigue leyendo ->

El susurro de nuestra historia: reflexión en torno al "cachete a tiempo"

por Alejandro Busto Castelli

«…

Y como el lector puede adivinar, nadie está libre del susurro de su historia, nadie se escapa de ese murmullo sórdido y agotador. Ni un juez de menores más o menos mediático, ni un popular pediatra vendedor de panfletos, ni los psicólogos/as televisivos armados con sus manuales científicos. Ni siquiera un tertuliano convertido en reformista ministro de educación. Ni uno solo se escapa…»

Llevo más de 12 años impartiendo formación en empresas.

Mis alumnos, los participantes de talleres y seminarios, no son niños. Son adultos que algún día fueron niños, que se parece pero no es igual.

A través de los años, resulta curioso ver cómo evolucionan los contenidos a impartir. Es más que interesante ver cómo hemos ido  pasando poco a poco de las recetas “para parecer” a las reflexiones del “como ser”. Cada día más y más adultos, empleados en alguna de las empresas de nuestro país reciben información y formación acerca de cómo gestionar sus emociones, como comunicarse asertivamente, como influir positivamente en los demás, como afrontar la crisis de forma optimista  o como dirigir y crear equipos poderosos en su rendimiento y en su fortaleza emocional.

Y reciben esta formación básicamente por dos razones:

La empresa española despierta del letargo del autoritarismo y el abuso de poder, del ser humano como un expediente más, una nómina a pagar, a una realidad donde la propia rentabilidad empresarial, pasa por el bienestar emocional y físico de las personas que la componen. Donde cualquier tipo de violencia o agresividad, sea esta verbal, psicológica o física “no es rentable” y por lo tanto no vende.  Es un despertar por cierto muy lento, a veces demasiado.

La segunda es más obvia que la anterior. Los adultos hoy devenidos en profesionales no saben, no pueden o no quieren, aproximarse en casi nada a lo que hoy las empresas les demandan de un punto de vista de la construcción de las relaciones internas y externas de sus organizaciones. Básicamente porque son hijos de la pedagogía más negra, del adiestramiento cuasi científico, de la educación delegada o institucionalizada y por supuesto de poderosas afirmaciones como “este niño necesita un cachete a tiempo”, a mayor gloria del castigo y la falta de respeto como escuela de vida.

La paradoja es que a día de hoy mientras esto sucede en una parte de la sociedad, todavía debatimos sobre el supuesto valor pedagógico del “cachete a tiempo”, de la imposición adultocéntrica, de la norma no consensuada, de los negativos o puntos rojos en el cole, de las sillas de pensar como castigo al sentir, de la agresividad como comunicación prioritaria  si uno quiere convertirse en un “hombre o mujer de éxito”.

Sirvan de muestra la entrevista que el diario ABC realiza recientemente a Olga Carmona, mi compañera de viaje en todos los sentidos, con el sugerente título “¿Por qué la bofetada a tiempo no es un método educativo?”  y también los comentarios de algunos de los lectores de la misma.

Y es allí donde curiosamente aunque no tanto, aparecen algunos de los defensores de “a pie” de esta visión. No se me escapa que el fenómeno va más allá de los comentaristas virtuales y  fundamentalmente en el ámbito de lo infantil, todavía “la letra con sangre entra”. Y esto lo vemos bien en el sistema educativo o bien dentro de las familias, porque como he dicho, este discurso ya no se compra hace años en la formación empresarial de adultos donde ya resulta intolerable. Asimismo es perseguido social y penalmente en el mundo de la pareja y sin embargo de forma torticera a mi juicio, el discurso cala si de niños se trata, propiciando absurda pero calculadamente el disparate social en el que nos encontramos.

El siglo XXI es ya el siglo del cuestionamiento de la educación decimonónica, del desenmascaramiento de las escuelas psicopedagógicas que solo pretenden controlar conductas y anular la libertad, del principio del fin de la pedagogía negra y del surgimiento imparable de la psicología positiva y de la eco pedagogía entre otros movimientos.

Recientemente tuve el placer de asistir a una conferencia de D. Federico Mayor Zaragoza, ex Director general de la Unesco y actual presidente de la Fundación Cultura de Paz. En ella dijo sin despeinarse, “no tenemos que continuar siendo obedientes a un sistema responsable del genocidio de más de 60.000 personas diarias entre ellas  miles de niños”.  Y en eso estamos, pues seguimos siendo más que obedientes…

Entrevista a D.Federico Mayor Zaragoza en Canal Sur
Es ya el siglo del cambio social. Los que nos han traído hasta aquí, ya han demostrado de sobras el tipo de sociedad que ofrecen.

Con las cartas boca arriba… ¿Entonces que defienden los que defienden el cachete o bofetada a tiempo? O debo preguntarme mejor ¿a quién o quienes defienden?

Cada ser humano se desarrolla como adulto, se convierte en padre o madre, en profesional o no de la educación, la psicología o las ingenierías, escuchando el eco de su historia. Quiera o no quiera.

Una historia que susurra a veces de forma incómoda como fuimos queridos o no, deseados o no, aceptados o no tanto. Una historia que susurra de forma dolorosa cuantos cachetes, azotes, gritos, ausencias, incomprensiones e injusticias acumulamos de aquellos seres humanos, que en nombre del amor nos educaron.

Tengo clarísimo que detrás de los defensores de estos modelos de educación, está la profunda y cobarde negación del murmullo de sus fantasmas, parafraseando por cierto al gran Boris Cyrulnik en uno de sus más exitosos e imprescindibles libros.

Y digo cobarde porque los niños sobre los que todavía hoy se ejercen estos modelos, son indefensos, frágiles y están abiertos en canal desde el afecto incondicional a percibir como verdad incuestionable y absoluta aquello que reciben de sus padres y madres primero y de cualquier otra figura de autoridad luego.

No es un tema baladí. Es un tema vital que tiene que ver con contribuir o no a perpetuar un modelo social y familiar completamente agotado. Esa cultura de la paz de la que habla Mayor Zaragoza, parece en la España actual una falacia.

Y como el lector puede adivinar, nadie está libre del susurro de su historia, nadie se escapa de ese murmullo sórdido y agotador. Ni un juez de menores más o menos mediático, ni un popular pediatra vendedor de panfletos, ni los psicólogos/as televisivos armados con sus manuales científicos. Ni siquiera un tertuliano convertido en reformista ministro de educación. Ni uno solo se escapa.

Todos ellos, y usted y yo… fuimos niños educados probablemente desde un lugar parecido al tan cacareado panorama educativo actual.

No hay mejor forma de “salvar” a quienes han sido muy importantes en nuestras vidas, que seguir diciendo contra viento y marea, contra todas las evidencias y necesidades sociales, contra la esencia gregaria y emocional del ser humano, que “es bueno y educativo un cachete a tiempo”, amén de otras formas de menoscabo.  Créanme que no la hay.

Honestamente me resulta fácil entender este proceso en un ser humano cotidiano, algo menos desde mi punto de vista, en un profesional que trabaja con niños de una forma u otra. Quizá no sea muy complicado entender que al final defienden a aquellos que les dieron la vida y de forma consciente o inconsciente, confundidos o lúcidos, tal vez en nombre del amor contribuyeron a ser lo que son.

Sin embargo que se pueda entender y explicar no significa que sea en absoluto justificable. El propiciar una cultura que desde la base más tierna, hace de la violencia, el maltrato y la agresividad un valor social y cultural es algo completamente inaceptable.

No quiero y no me da la gana justificarlo.

Y lo digo bien claro y más alto.

Tal vez con el secreto deseo de que ellos, mis propios fantasmas, me escuchen y comiencen a callar para siempre.

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Consumo, regalos y tiempo en Navidad: Entrevista a Alejandro Busto Castelli:

«…les diría a padres y madres que abolieran el cacareado discurso que no importa tanto la cantidad de horas que pasamos con nuestros hijos como la calidad de las horas que pasamos. Este es uno de los inventos del sistema para ayudarnos a manejar la culpa mientras seguimos siendo rentables y le ayudamos a perpetuarle…»

por Cristina Saraldi

Como primer post de este año, quiero invitaros a reflexionar sobre el significado navideño en las familias gracias a la entrevista que hice a Alejandro Busto, psicólogo y padre comprometido con la infancia.

Alejandro Busto Castelli es cofundador y codirector del proyecto Psicología CEIBE de Madrid (España), un lugar de encuentro en torno a la crianza en positivo y al desarrollo consciente de las personas. CEIBE abarca el asesoramiento y terapia para padres, madres y niños/as, la realización de conferencias, talleres, seminarios y encuentros para hombres y padres, todo ello en torno a la paternidad y al desarrollo de adultos y niños en libertad. Desde hace 12 años es también profesor en empresas y universidad, formando profesionales en el mundo de las habilidades directivas. Bajo un prisma humanista, aborda temas como la comunicación emocional, la gestión de conflictos interpersonales, la creación de equipos de alto rendimiento, la creatividad, la motivación o la dirección de personas.
Es coautor del libro de reciente publicación Una nueva paternidad de la editorial PB.

Espero que la disfrutéis y, ya que los Reyes están a la vuelta de la esquina, tengáis en cuenta alguno de sus consejos.
Gracias Alejandro por tu tiempo.

PREGUNTA: Me gustaría hablar acerca del exceso que supone la Navidad en todos los niveles. Por un lado, la cantidad de reuniones familiares, por otro lado, la comida y por último, y a mí el que más me preocupa, la cantidad desmesurada de regalos que se compran. ¿Cómo puede afectar en las familias tanto consumismo?

RESPUESTA: Con independencia del tema regalos, desde mi punto de vista no es que el consumismo “nos afecte” familiarmente. Es que resulta el corazón del propio sistema, su leiv motiv, su razón de ser. No nos puede afectar más. Somos  cautivos de él.
Los regalos en estas fechas no son otra cosa que un hito más en esta carrera, por cierto programado y agendado como tantos otros momentos del año. Hablamos que algunas empresas de este país facturan el 70 % de toda su facturación anual en estas fechas, fíjate hasta qué punto afecta el consumismo a este juego capitalista y consumista al que por cierto de una forma u otra, con más o menos conciencia, todos jugamos.

Benjamin Lacombe
Déjame hacerte una observación. Regalamos, cenamos, nos queremos y cuidamos según el mercado decide que debemos hacerlo. Es una sutil manipulación calendarizada a lo largo del año, de nuestros afectos, nuestras creencias culturales y religiosas, nuestras emociones y nuestras carencias. Las llamadas “fiestas” son el punto álgido de esta manipulación, como lo demuestran las cifras. Digamos entonces que por ser el número estrella del circo, no deja de ser parte del mismo.

Ahora bien, este circo se puede vivir de diferentes maneras. Podemos ser conscientes de que somos parte de él o puedes creerte que no hay tal circo. Puedes seguir delegando tu vida o puedes intentar vivirla. En los circos hay muchos roles. ¿Tú quién eres cuando entras en una tienda en estas fechas y decides regalar algo?  Quizá no seas el dueño del circo, esto parece claro… pero ¿eres público?, ¿trapecista?, ¿el payaso? ¿el actor principal?, ¿el animal secuestrado y maltratado para que otros rían tus gracias?… Me parece importante primero definir mi rol en este jueguecito y  obviamente el resultado final, una vez definido el rol, no debería ser el mismo.
Cuando hablo de resultado final me refiero a nuestra forma de relacionarnos con cada final o comienzo de año y sus respectivas celebraciones. En resumidas cuentas y desde mi visión o lo vives haciéndote dueño de tus decisiones al respecto, o te conviertes tú en parte de la decisión de otros.


PREGUNTA: Pienso que los niños se llenan de juguetes y objetos muchas veces inservibles y que además en cantidad de ocasiones no les ayudan a desarrollar su creatividad, ¿crees que sería más interesante medir los regalos y repartirlos a lo largo del año?

RESPUESTA: Primero déjame decirte que para un niño el número de juguetes nunca es suficiente. El juego es algo muy serio y no me preocupa nada eso de “tiene muchos juguetes”. Como con los años ha dejado de preocuparme aquel “no cuida sus juguetes, porque tiene muchos y no los valora”… He aprendido que este tipo de afirmación, vivida desde la visión de un niño, tiene que ver más con su necesidad y el uso que él mismo le da al juguete, que con el descuido. Es más un “los cuida y usa de una manera útil para él”, que obviamente no es la mía, ni la que la sociedad impone. Por cierto en terapia tenemos muchísimos juguetes…, y siempre son pocos.
Sí puedo llegar a compartir que muchas veces los juguetes no son los deseables del punto de vista de la creatividad o el desarrollo del niño, pero no es una afirmación que yo haría de forma dogmática.
Un juguete es un estímulo sin más. La creatividad se puede apoyar en ello pero no puede estar determinada por él. Y un niño sin miedo a equivocarse, ni miedo a ser castigado, sin imposiciones ni limites sociales absurdos se encarga de encontrar al juguete que sea una utilidad… aunque mas no sea con la caja donde venía el trasto en cuestión.
Lo que quiero decir es que no depende del juguete, sino del niño/a y su entorno, como decíamos, del uso “permitido” que se le dé y de la rigidez o no con se juegue con él.
Por ejemplo, he disfrutado de juegos a priori competitivos aprovechados de fábula para establecer sinergias de cooperación y juegos diseñados para  la cooperación y la solidaridad que en la práctica estimulan todo lo contrario.
Si algo me preocupa de un punto de vista social y familiar, de este fenómeno  no es tanto que sean muchas las cenas, comidas o regalos. Mucho puede ser simplemente una opinión o un juicio de valor.
Para mí no es tanto la cantidad, si son dos, tres o cuatro, sino porque son dos, tres o cuatro… o ninguno/a. El cómo vivimos, percibimos, cómo nos relacionamos, las razones y el sentido que le damos a cada uno de estos acontecimientos. Esto es lo que es esencial.
En el tema de “regalos de navidad” hay todo tipo de comportamientos. Que según mi forma de verlo no se pueden juzgar por aspectos numéricos o conceptuales como juguete tradicional vs. juguete electrónico o grandes almacenes vs. juguetería didáctica.

¿Qué hay detrás de un padre o madre que decide “jugar” al chantaje con un trozo de carbón de azúcar en lugar de un regalo?
¿Y qué hay detrás del discurso “anti consumo”? que decide que no hay regalos, en una especie de rebeldía de salón contra el sistema.
Porque una familia  decide que serán todos los juguetes que el niño pida, o aquella otra que  decide que los niños no elegirán nada y todo será “sorpresa”… o lo que es lo mismo… “yo elijo por ti”.

Siempre resulta interesante analizar a aquellos seres humanos que encargan a otros lo que regalar porque no tienen tiempo y “descubren” junto a sus hijos lo que ellos han “pagado”, o por contrapartida a los que participan activamente de la compra, de la preparación, del disfrute…  obviamente nada es gratis y todo cuenta.

P: ¿Recomendarías algún regalo para disfrutar la familia al completo?

R: A mí me gustan mucho los juegos de caja cooperativos. Donde los objetivos son comunes y del trabajo de cada uno, depende el resultado global.
No te digo un regalo en particular, sin embargo creo que en estos días hay que visitar tiendas específicas de juguete “cuidado e intencionado” que se aleja de lo establecido.

www.pxleyes.com

No digo que no “escuchemos” peticiones de otro tipo, digamos más comerciales, digo que añadamos quizá otro tipo de juguete que necesita del niño para ser, y no tanto que convierte al niño en un espectador. De hecho para mí ésta es la clave. Juguetes con o sin vida… en función de la participación del niño.  Juguetes que son juguetes por que el niño les da vida o juguetes inertes para siempre en una estantería o un cajón.
Ahora bien, dicho esto… cualquier regalo se puede vivir en familia. Estoy convencido.
 Todo se puede transformar en juego si uno tiene la claridad de en qué dirección hacerlo y la voluntad de hacerlo.

P: ¿Qué trucos o consejos darías a los padres para que inviertan el tiempo en estar con sus hijos en vez de invertir principalmente el dinero en ellos?

R:Yo no creo en los trucos… ni en las recetas. Creo que las ideas iluminan otras ideas. Creo en la influencia positiva de aquello que funciona para crecer.
Quizá entonces deberíamos saber qué significa invertir tiempo en estar con los hijos, como me preguntas… lo cual me lleva a mí a preguntarme qué es “estar” con los hijos.
Desde ese punto de vista, les diría a padres y madres que abolieran el cacareado discurso que no importa tanto la cantidad de horas que pasamos con nuestros hijos como la calidad de las horas que pasamos. Este es uno de los inventos del sistema para ayudarnos a manejar la culpa mientras seguimos siendo rentables y le ayudamos a perpetuarle.
No me creo que se puedan garantizar unas pocas horas de calidad, en cuanto a presencia emocional, en aquellos que emocionalmente viven exiliados de la paternidad o maternidad. Simplemente no me lo creo.
Es de Perogrullo que un montón de horas de presencia física y ausencia emocional no sirven demasiado al vínculo y a la autoestima de nuestros hijos aunque les pongas una juguetería en el salón. Y es más de Perogrullo aún que si tu presencia es escasa a lo largo del día, será porque has estado en otro lado, y de alguna manera se te va a extrañar.
Se trata de atrapar el segundo, de vivir el presente. Es decir que cuando estás en un aquí y ahora, estás física y emocionalmente, viviendo ese instante que es tu vida.
No funciona que esté mi cuerpo físico mientras lo esencial de mí se quedó en la oficina. Simplemente no funciona y por cierto al revés tampoco.
Mientras redactas un informe o tienes una reunión con un cliente… eso también es tu vida, y de poco sirve que solo lo hagas físicamente, si tus emociones se han hecho un viaje astral al universo familiar… Esa trampa de no estar nunca donde quieres estar es demoledora para el ser humano. Luego, vive tu presente… el que sea que has elegido sin culpas y con responsabilidad.
Por cierto a los regalos se les llama “presentes”… ¿te has fijado?
Por algo será… eso me invita a pensar que cualquier día del año es bueno para hacer un regalo si tu cuerpo y corazón te lo piden. Es tu presente. Tu presente emocional ofrecido a otro.
En un adulto se entiende bien, no entiendo por qué no en un niño.

P: Por último me gustaría saber si eres de Papá Noel o de los Reyes Magos. ¿Ya les has escrito? ¿Qué te gustaría que te regalen?

R: Soy claramente de Reyes, solo en lo que a la magia y la ilusión se refiere eh? En otro tipo de reyes dejé de creer en  cuanto estudié un poco de Historia ;)
He sido un niño que ha crecido con esta tradición. En mi país, Uruguay el fenómeno “santa” o papá Noel fue tardío.
No sé cómo está en este momento, donde mi gente allí festeja “Halloween” como aquí y por cierto como “allí en el norte”… pero en los años 70 y 80, papá Noel no era más que un detalle, un juguetito… al volver de la cena de Nochebuena en el árbol. “El regalo, regalo”… eso eran los reyes.
En cuanto a pedir…. Bueno nunca hemos sido de pedir, o por lo menos no lo recuerdo. Si recuerdo con cariño que “mis reyes” nos dejaban algún regalo personal y siempre un juguete compartido para jugar los hermanos juntos. De hecho mantengo ahora esa tradición.
No crecí en una sociedad tan masivamente consumista, con catálogos de juguetes en papel, grandes superficie, campañas tan agresivas en la tele. En aquellos años los “estrenos Disney” eran las pelis de los años 50’.
Tuve la fortuna de tener reyes de juguetería o tienda especializada. Esa época en la que los balones se compraban en las tiendas de deporte y las bicicletas en la bicicletería del barrio. Creo sinceramente que “mis reyes” tuvieron más libertad que los actuales…
¿Qué quiero que me regalen? (risa)… por un momento  me siento como una miss… “la paz en el mundo”, “que se acabe el hambre y la guerra”… pero no, no haré demagogia con esto ;)
No sé si es un regalo, sin embargo sí aspiro a que mi familia y yo sigamos creciendo serenos  y conscientes, sin sobresaltos… con los ojos bien abiertos a lo que sentimos unos por otros, a fin de cuidarlo y alimentarlo día a día, muy a pesar del entorno en el que nos movemos todos.

P: ¿Quieres añadir algo más? 

R: Gracias por contar conmigo y por tu paciencia!
Un placer hacerlo y muchas gracias por tus respuestas! Me ha parecido muy interesante, sobre todo eso de desterrar mitos y ser conscientes del mundo y la época en la que vivimos. Gracias de verdad ;)

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Consumo, regalos y tiempo en Navidad: Entrevista a Alejandro Busto Castelli:

«…les diría a padres y madres que abolieran el cacareado discurso que no importa tanto la cantidad de horas que pasamos con nuestros hijos como la calidad de las horas que pasamos. Este es uno de los inventos del sistema para ayudarnos a manejar la culpa mientras seguimos siendo rentables y le ayudamos a perpetuarle…»

por Cristina Saraldi

Como primer post de este año, quiero invitaros a reflexionar sobre el significado navideño en las familias gracias a la entrevista que hice a Alejandro Busto, psicólogo y padre comprometido con la infancia.

Alejandro Busto Castelli es cofundador y codirector del proyecto Psicología CEIBE de Madrid (España), un lugar de encuentro en torno a la crianza en positivo y al desarrollo consciente de las personas. CEIBE abarca el asesoramiento y terapia para padres, madres y niños/as, la realización de conferencias, talleres, seminarios y encuentros para hombres y padres, todo ello en torno a la paternidad y al desarrollo de adultos y niños en libertad. Desde hace 12 años es también profesor en empresas y universidad, formando profesionales en el mundo de las habilidades directivas. Bajo un prisma humanista, aborda temas como la comunicación emocional, la gestión de conflictos interpersonales, la creación de equipos de alto rendimiento, la creatividad, la motivación o la dirección de personas.
Es coautor del libro de reciente publicación Una nueva paternidad de la editorial PB.

Espero que la disfrutéis y, ya que los Reyes están a la vuelta de la esquina, tengáis en cuenta alguno de sus consejos.
Gracias Alejandro por tu tiempo.

PREGUNTA: Me gustaría hablar acerca del exceso que supone la Navidad en todos los niveles. Por un lado, la cantidad de reuniones familiares, por otro lado, la comida y por último, y a mí el que más me preocupa, la cantidad desmesurada de regalos que se compran. ¿Cómo puede afectar en las familias tanto consumismo?

RESPUESTA: Con independencia del tema regalos, desde mi punto de vista no es que el consumismo “nos afecte” familiarmente. Es que resulta el corazón del propio sistema, su leiv motiv, su razón de ser. No nos puede afectar más. Somos  cautivos de él.
Los regalos en estas fechas no son otra cosa que un hito más en esta carrera, por cierto programado y agendado como tantos otros momentos del año. Hablamos que algunas empresas de este país facturan el 70 % de toda su facturación anual en estas fechas, fíjate hasta qué punto afecta el consumismo a este juego capitalista y consumista al que por cierto de una forma u otra, con más o menos conciencia, todos jugamos.

Benjamin Lacombe
Déjame hacerte una observación. Regalamos, cenamos, nos queremos y cuidamos según el mercado decide que debemos hacerlo. Es una sutil manipulación calendarizada a lo largo del año, de nuestros afectos, nuestras creencias culturales y religiosas, nuestras emociones y nuestras carencias. Las llamadas “fiestas” son el punto álgido de esta manipulación, como lo demuestran las cifras. Digamos entonces que por ser el número estrella del circo, no deja de ser parte del mismo.

Ahora bien, este circo se puede vivir de diferentes maneras. Podemos ser conscientes de que somos parte de él o puedes creerte que no hay tal circo. Puedes seguir delegando tu vida o puedes intentar vivirla. En los circos hay muchos roles. ¿Tú quién eres cuando entras en una tienda en estas fechas y decides regalar algo?  Quizá no seas el dueño del circo, esto parece claro… pero ¿eres público?, ¿trapecista?, ¿el payaso? ¿el actor principal?, ¿el animal secuestrado y maltratado para que otros rían tus gracias?… Me parece importante primero definir mi rol en este jueguecito y  obviamente el resultado final, una vez definido el rol, no debería ser el mismo.
Cuando hablo de resultado final me refiero a nuestra forma de relacionarnos con cada final o comienzo de año y sus respectivas celebraciones. En resumidas cuentas y desde mi visión o lo vives haciéndote dueño de tus decisiones al respecto, o te conviertes tú en parte de la decisión de otros.


PREGUNTA: Pienso que los niños se llenan de juguetes y objetos muchas veces inservibles y que además en cantidad de ocasiones no les ayudan a desarrollar su creatividad, ¿crees que sería más interesante medir los regalos y repartirlos a lo largo del año?

RESPUESTA: Primero déjame decirte que para un niño el número de juguetes nunca es suficiente. El juego es algo muy serio y no me preocupa nada eso de “tiene muchos juguetes”. Como con los años ha dejado de preocuparme aquel “no cuida sus juguetes, porque tiene muchos y no los valora”… He aprendido que este tipo de afirmación, vivida desde la visión de un niño, tiene que ver más con su necesidad y el uso que él mismo le da al juguete, que con el descuido. Es más un “los cuida y usa de una manera útil para él”, que obviamente no es la mía, ni la que la sociedad impone. Por cierto en terapia tenemos muchísimos juguetes…, y siempre son pocos.
Sí puedo llegar a compartir que muchas veces los juguetes no son los deseables del punto de vista de la creatividad o el desarrollo del niño, pero no es una afirmación que yo haría de forma dogmática.
Un juguete es un estímulo sin más. La creatividad se puede apoyar en ello pero no puede estar determinada por él. Y un niño sin miedo a equivocarse, ni miedo a ser castigado, sin imposiciones ni limites sociales absurdos se encarga de encontrar al juguete que sea una utilidad… aunque mas no sea con la caja donde venía el trasto en cuestión.
Lo que quiero decir es que no depende del juguete, sino del niño/a y su entorno, como decíamos, del uso “permitido” que se le dé y de la rigidez o no con se juegue con él.
Por ejemplo, he disfrutado de juegos a priori competitivos aprovechados de fábula para establecer sinergias de cooperación y juegos diseñados para  la cooperación y la solidaridad que en la práctica estimulan todo lo contrario.
Si algo me preocupa de un punto de vista social y familiar, de este fenómeno  no es tanto que sean muchas las cenas, comidas o regalos. Mucho puede ser simplemente una opinión o un juicio de valor.
Para mí no es tanto la cantidad, si son dos, tres o cuatro, sino porque son dos, tres o cuatro… o ninguno/a. El cómo vivimos, percibimos, cómo nos relacionamos, las razones y el sentido que le damos a cada uno de estos acontecimientos. Esto es lo que es esencial.
En el tema de “regalos de navidad” hay todo tipo de comportamientos. Que según mi forma de verlo no se pueden juzgar por aspectos numéricos o conceptuales como juguete tradicional vs. juguete electrónico o grandes almacenes vs. juguetería didáctica.

¿Qué hay detrás de un padre o madre que decide “jugar” al chantaje con un trozo de carbón de azúcar en lugar de un regalo?
¿Y qué hay detrás del discurso “anti consumo”? que decide que no hay regalos, en una especie de rebeldía de salón contra el sistema.
Porque una familia  decide que serán todos los juguetes que el niño pida, o aquella otra que  decide que los niños no elegirán nada y todo será “sorpresa”… o lo que es lo mismo… “yo elijo por ti”.

Siempre resulta interesante analizar a aquellos seres humanos que encargan a otros lo que regalar porque no tienen tiempo y “descubren” junto a sus hijos lo que ellos han “pagado”, o por contrapartida a los que participan activamente de la compra, de la preparación, del disfrute…  obviamente nada es gratis y todo cuenta.

P: ¿Recomendarías algún regalo para disfrutar la familia al completo?

R: A mí me gustan mucho los juegos de caja cooperativos. Donde los objetivos son comunes y del trabajo de cada uno, depende el resultado global.
No te digo un regalo en particular, sin embargo creo que en estos días hay que visitar tiendas específicas de juguete “cuidado e intencionado” que se aleja de lo establecido.

www.pxleyes.com

No digo que no “escuchemos” peticiones de otro tipo, digamos más comerciales, digo que añadamos quizá otro tipo de juguete que necesita del niño para ser, y no tanto que convierte al niño en un espectador. De hecho para mí ésta es la clave. Juguetes con o sin vida… en función de la participación del niño.  Juguetes que son juguetes por que el niño les da vida o juguetes inertes para siempre en una estantería o un cajón.
Ahora bien, dicho esto… cualquier regalo se puede vivir en familia. Estoy convencido.
 Todo se puede transformar en juego si uno tiene la claridad de en qué dirección hacerlo y la voluntad de hacerlo.

P: ¿Qué trucos o consejos darías a los padres para que inviertan el tiempo en estar con sus hijos en vez de invertir principalmente el dinero en ellos?

R:Yo no creo en los trucos… ni en las recetas. Creo que las ideas iluminan otras ideas. Creo en la influencia positiva de aquello que funciona para crecer.
Quizá entonces deberíamos saber qué significa invertir tiempo en estar con los hijos, como me preguntas… lo cual me lleva a mí a preguntarme qué es “estar” con los hijos.
Desde ese punto de vista, les diría a padres y madres que abolieran el cacareado discurso que no importa tanto la cantidad de horas que pasamos con nuestros hijos como la calidad de las horas que pasamos. Este es uno de los inventos del sistema para ayudarnos a manejar la culpa mientras seguimos siendo rentables y le ayudamos a perpetuarle.
No me creo que se puedan garantizar unas pocas horas de calidad, en cuanto a presencia emocional, en aquellos que emocionalmente viven exiliados de la paternidad o maternidad. Simplemente no me lo creo.
Es de Perogrullo que un montón de horas de presencia física y ausencia emocional no sirven demasiado al vínculo y a la autoestima de nuestros hijos aunque les pongas una juguetería en el salón. Y es más de Perogrullo aún que si tu presencia es escasa a lo largo del día, será porque has estado en otro lado, y de alguna manera se te va a extrañar.
Se trata de atrapar el segundo, de vivir el presente. Es decir que cuando estás en un aquí y ahora, estás física y emocionalmente, viviendo ese instante que es tu vida.
No funciona que esté mi cuerpo físico mientras lo esencial de mí se quedó en la oficina. Simplemente no funciona y por cierto al revés tampoco.
Mientras redactas un informe o tienes una reunión con un cliente… eso también es tu vida, y de poco sirve que solo lo hagas físicamente, si tus emociones se han hecho un viaje astral al universo familiar… Esa trampa de no estar nunca donde quieres estar es demoledora para el ser humano. Luego, vive tu presente… el que sea que has elegido sin culpas y con responsabilidad.
Por cierto a los regalos se les llama “presentes”… ¿te has fijado?
Por algo será… eso me invita a pensar que cualquier día del año es bueno para hacer un regalo si tu cuerpo y corazón te lo piden. Es tu presente. Tu presente emocional ofrecido a otro.
En un adulto se entiende bien, no entiendo por qué no en un niño.

P: Por último me gustaría saber si eres de Papá Noel o de los Reyes Magos. ¿Ya les has escrito? ¿Qué te gustaría que te regalen?

R: Soy claramente de Reyes, solo en lo que a la magia y la ilusión se refiere eh? En otro tipo de reyes dejé de creer en  cuanto estudié un poco de Historia ;)
He sido un niño que ha crecido con esta tradición. En mi país, Uruguay el fenómeno “santa” o papá Noel fue tardío.
No sé cómo está en este momento, donde mi gente allí festeja “Halloween” como aquí y por cierto como “allí en el norte”… pero en los años 70 y 80, papá Noel no era más que un detalle, un juguetito… al volver de la cena de Nochebuena en el árbol. “El regalo, regalo”… eso eran los reyes.
En cuanto a pedir…. Bueno nunca hemos sido de pedir, o por lo menos no lo recuerdo. Si recuerdo con cariño que “mis reyes” nos dejaban algún regalo personal y siempre un juguete compartido para jugar los hermanos juntos. De hecho mantengo ahora esa tradición.
No crecí en una sociedad tan masivamente consumista, con catálogos de juguetes en papel, grandes superficie, campañas tan agresivas en la tele. En aquellos años los “estrenos Disney” eran las pelis de los años 50’.
Tuve la fortuna de tener reyes de juguetería o tienda especializada. Esa época en la que los balones se compraban en las tiendas de deporte y las bicicletas en la bicicletería del barrio. Creo sinceramente que “mis reyes” tuvieron más libertad que los actuales…
¿Qué quiero que me regalen? (risa)… por un momento  me siento como una miss… “la paz en el mundo”, “que se acabe el hambre y la guerra”… pero no, no haré demagogia con esto ;)
No sé si es un regalo, sin embargo sí aspiro a que mi familia y yo sigamos creciendo serenos  y conscientes, sin sobresaltos… con los ojos bien abiertos a lo que sentimos unos por otros, a fin de cuidarlo y alimentarlo día a día, muy a pesar del entorno en el que nos movemos todos.

P: ¿Quieres añadir algo más? 

R: Gracias por contar conmigo y por tu paciencia!
Un placer hacerlo y muchas gracias por tus respuestas! Me ha parecido muy interesante, sobre todo eso de desterrar mitos y ser conscientes del mundo y la época en la que vivimos. Gracias de verdad ;)

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Consumo, regalos y tiempo en Navidad: Entrevista a Alejandro Busto Castelli:

«…les diría a padres y madres que abolieran el cacareado discurso que no importa tanto la cantidad de horas que pasamos con nuestros hijos como la calidad de las horas que pasamos. Este es uno de los inventos del sistema para ayudarnos a manejar la culpa mientras seguimos siendo rentables y le ayudamos a perpetuarle…»

por Cristina Saraldi

Como primer post de este año, quiero invitaros a reflexionar sobre el significado navideño en las familias gracias a la entrevista que hice a Alejandro Busto, psicólogo y padre comprometido con la infancia.

Alejandro Busto Castelli es cofundador y codirector del proyecto Psicología CEIBE de Madrid (España), un lugar de encuentro en torno a la crianza en positivo y al desarrollo consciente de las personas. CEIBE abarca el asesoramiento y terapia para padres, madres y niños/as, la realización de conferencias, talleres, seminarios y encuentros para hombres y padres, todo ello en torno a la paternidad y al desarrollo de adultos y niños en libertad. Desde hace 12 años es también profesor en empresas y universidad, formando profesionales en el mundo de las habilidades directivas. Bajo un prisma humanista, aborda temas como la comunicación emocional, la gestión de conflictos interpersonales, la creación de equipos de alto rendimiento, la creatividad, la motivación o la dirección de personas.
Es coautor del libro de reciente publicación Una nueva paternidad de la editorial PB.

Espero que la disfrutéis y, ya que los Reyes están a la vuelta de la esquina, tengáis en cuenta alguno de sus consejos.
Gracias Alejandro por tu tiempo.

PREGUNTA: Me gustaría hablar acerca del exceso que supone la Navidad en todos los niveles. Por un lado, la cantidad de reuniones familiares, por otro lado, la comida y por último, y a mí el que más me preocupa, la cantidad desmesurada de regalos que se compran. ¿Cómo puede afectar en las familias tanto consumismo?

RESPUESTA: Con independencia del tema regalos, desde mi punto de vista no es que el consumismo “nos afecte” familiarmente. Es que resulta el corazón del propio sistema, su leiv motiv, su razón de ser. No nos puede afectar más. Somos  cautivos de él.
Los regalos en estas fechas no son otra cosa que un hito más en esta carrera, por cierto programado y agendado como tantos otros momentos del año. Hablamos que algunas empresas de este país facturan el 70 % de toda su facturación anual en estas fechas, fíjate hasta qué punto afecta el consumismo a este juego capitalista y consumista al que por cierto de una forma u otra, con más o menos conciencia, todos jugamos.

Benjamin Lacombe
Déjame hacerte una observación. Regalamos, cenamos, nos queremos y cuidamos según el mercado decide que debemos hacerlo. Es una sutil manipulación calendarizada a lo largo del año, de nuestros afectos, nuestras creencias culturales y religiosas, nuestras emociones y nuestras carencias. Las llamadas “fiestas” son el punto álgido de esta manipulación, como lo demuestran las cifras. Digamos entonces que por ser el número estrella del circo, no deja de ser parte del mismo.

Ahora bien, este circo se puede vivir de diferentes maneras. Podemos ser conscientes de que somos parte de él o puedes creerte que no hay tal circo. Puedes seguir delegando tu vida o puedes intentar vivirla. En los circos hay muchos roles. ¿Tú quién eres cuando entras en una tienda en estas fechas y decides regalar algo?  Quizá no seas el dueño del circo, esto parece claro… pero ¿eres público?, ¿trapecista?, ¿el payaso? ¿el actor principal?, ¿el animal secuestrado y maltratado para que otros rían tus gracias?… Me parece importante primero definir mi rol en este jueguecito y  obviamente el resultado final, una vez definido el rol, no debería ser el mismo.
Cuando hablo de resultado final me refiero a nuestra forma de relacionarnos con cada final o comienzo de año y sus respectivas celebraciones. En resumidas cuentas y desde mi visión o lo vives haciéndote dueño de tus decisiones al respecto, o te conviertes tú en parte de la decisión de otros.


PREGUNTA: Pienso que los niños se llenan de juguetes y objetos muchas veces inservibles y que además en cantidad de ocasiones no les ayudan a desarrollar su creatividad, ¿crees que sería más interesante medir los regalos y repartirlos a lo largo del año?

RESPUESTA: Primero déjame decirte que para un niño el número de juguetes nunca es suficiente. El juego es algo muy serio y no me preocupa nada eso de “tiene muchos juguetes”. Como con los años ha dejado de preocuparme aquel “no cuida sus juguetes, porque tiene muchos y no los valora”… He aprendido que este tipo de afirmación, vivida desde la visión de un niño, tiene que ver más con su necesidad y el uso que él mismo le da al juguete, que con el descuido. Es más un “los cuida y usa de una manera útil para él”, que obviamente no es la mía, ni la que la sociedad impone. Por cierto en terapia tenemos muchísimos juguetes…, y siempre son pocos.
Sí puedo llegar a compartir que muchas veces los juguetes no son los deseables del punto de vista de la creatividad o el desarrollo del niño, pero no es una afirmación que yo haría de forma dogmática.
Un juguete es un estímulo sin más. La creatividad se puede apoyar en ello pero no puede estar determinada por él. Y un niño sin miedo a equivocarse, ni miedo a ser castigado, sin imposiciones ni limites sociales absurdos se encarga de encontrar al juguete que sea una utilidad… aunque mas no sea con la caja donde venía el trasto en cuestión.
Lo que quiero decir es que no depende del juguete, sino del niño/a y su entorno, como decíamos, del uso “permitido” que se le dé y de la rigidez o no con se juegue con él.
Por ejemplo, he disfrutado de juegos a priori competitivos aprovechados de fábula para establecer sinergias de cooperación y juegos diseñados para  la cooperación y la solidaridad que en la práctica estimulan todo lo contrario.
Si algo me preocupa de un punto de vista social y familiar, de este fenómeno  no es tanto que sean muchas las cenas, comidas o regalos. Mucho puede ser simplemente una opinión o un juicio de valor.
Para mí no es tanto la cantidad, si son dos, tres o cuatro, sino porque son dos, tres o cuatro… o ninguno/a. El cómo vivimos, percibimos, cómo nos relacionamos, las razones y el sentido que le damos a cada uno de estos acontecimientos. Esto es lo que es esencial.
En el tema de “regalos de navidad” hay todo tipo de comportamientos. Que según mi forma de verlo no se pueden juzgar por aspectos numéricos o conceptuales como juguete tradicional vs. juguete electrónico o grandes almacenes vs. juguetería didáctica.

¿Qué hay detrás de un padre o madre que decide “jugar” al chantaje con un trozo de carbón de azúcar en lugar de un regalo?
¿Y qué hay detrás del discurso “anti consumo”? que decide que no hay regalos, en una especie de rebeldía de salón contra el sistema.
Porque una familia  decide que serán todos los juguetes que el niño pida, o aquella otra que  decide que los niños no elegirán nada y todo será “sorpresa”… o lo que es lo mismo… “yo elijo por ti”.

Siempre resulta interesante analizar a aquellos seres humanos que encargan a otros lo que regalar porque no tienen tiempo y “descubren” junto a sus hijos lo que ellos han “pagado”, o por contrapartida a los que participan activamente de la compra, de la preparación, del disfrute…  obviamente nada es gratis y todo cuenta.

P: ¿Recomendarías algún regalo para disfrutar la familia al completo?

R: A mí me gustan mucho los juegos de caja cooperativos. Donde los objetivos son comunes y del trabajo de cada uno, depende el resultado global.
No te digo un regalo en particular, sin embargo creo que en estos días hay que visitar tiendas específicas de juguete “cuidado e intencionado” que se aleja de lo establecido.

www.pxleyes.com

No digo que no “escuchemos” peticiones de otro tipo, digamos más comerciales, digo que añadamos quizá otro tipo de juguete que necesita del niño para ser, y no tanto que convierte al niño en un espectador. De hecho para mí ésta es la clave. Juguetes con o sin vida… en función de la participación del niño.  Juguetes que son juguetes por que el niño les da vida o juguetes inertes para siempre en una estantería o un cajón.
Ahora bien, dicho esto… cualquier regalo se puede vivir en familia. Estoy convencido.
 Todo se puede transformar en juego si uno tiene la claridad de en qué dirección hacerlo y la voluntad de hacerlo.

P: ¿Qué trucos o consejos darías a los padres para que inviertan el tiempo en estar con sus hijos en vez de invertir principalmente el dinero en ellos?

R:Yo no creo en los trucos… ni en las recetas. Creo que las ideas iluminan otras ideas. Creo en la influencia positiva de aquello que funciona para crecer.
Quizá entonces deberíamos saber qué significa invertir tiempo en estar con los hijos, como me preguntas… lo cual me lleva a mí a preguntarme qué es “estar” con los hijos.
Desde ese punto de vista, les diría a padres y madres que abolieran el cacareado discurso que no importa tanto la cantidad de horas que pasamos con nuestros hijos como la calidad de las horas que pasamos. Este es uno de los inventos del sistema para ayudarnos a manejar la culpa mientras seguimos siendo rentables y le ayudamos a perpetuarle.
No me creo que se puedan garantizar unas pocas horas de calidad, en cuanto a presencia emocional, en aquellos que emocionalmente viven exiliados de la paternidad o maternidad. Simplemente no me lo creo.
Es de Perogrullo que un montón de horas de presencia física y ausencia emocional no sirven demasiado al vínculo y a la autoestima de nuestros hijos aunque les pongas una juguetería en el salón. Y es más de Perogrullo aún que si tu presencia es escasa a lo largo del día, será porque has estado en otro lado, y de alguna manera se te va a extrañar.
Se trata de atrapar el segundo, de vivir el presente. Es decir que cuando estás en un aquí y ahora, estás física y emocionalmente, viviendo ese instante que es tu vida.
No funciona que esté mi cuerpo físico mientras lo esencial de mí se quedó en la oficina. Simplemente no funciona y por cierto al revés tampoco.
Mientras redactas un informe o tienes una reunión con un cliente… eso también es tu vida, y de poco sirve que solo lo hagas físicamente, si tus emociones se han hecho un viaje astral al universo familiar… Esa trampa de no estar nunca donde quieres estar es demoledora para el ser humano. Luego, vive tu presente… el que sea que has elegido sin culpas y con responsabilidad.
Por cierto a los regalos se les llama “presentes”… ¿te has fijado?
Por algo será… eso me invita a pensar que cualquier día del año es bueno para hacer un regalo si tu cuerpo y corazón te lo piden. Es tu presente. Tu presente emocional ofrecido a otro.
En un adulto se entiende bien, no entiendo por qué no en un niño.

P: Por último me gustaría saber si eres de Papá Noel o de los Reyes Magos. ¿Ya les has escrito? ¿Qué te gustaría que te regalen?

R: Soy claramente de Reyes, solo en lo que a la magia y la ilusión se refiere eh? En otro tipo de reyes dejé de creer en  cuanto estudié un poco de Historia ;)
He sido un niño que ha crecido con esta tradición. En mi país, Uruguay el fenómeno “santa” o papá Noel fue tardío.
No sé cómo está en este momento, donde mi gente allí festeja “Halloween” como aquí y por cierto como “allí en el norte”… pero en los años 70 y 80, papá Noel no era más que un detalle, un juguetito… al volver de la cena de Nochebuena en el árbol. “El regalo, regalo”… eso eran los reyes.
En cuanto a pedir…. Bueno nunca hemos sido de pedir, o por lo menos no lo recuerdo. Si recuerdo con cariño que “mis reyes” nos dejaban algún regalo personal y siempre un juguete compartido para jugar los hermanos juntos. De hecho mantengo ahora esa tradición.
No crecí en una sociedad tan masivamente consumista, con catálogos de juguetes en papel, grandes superficie, campañas tan agresivas en la tele. En aquellos años los “estrenos Disney” eran las pelis de los años 50’.
Tuve la fortuna de tener reyes de juguetería o tienda especializada. Esa época en la que los balones se compraban en las tiendas de deporte y las bicicletas en la bicicletería del barrio. Creo sinceramente que “mis reyes” tuvieron más libertad que los actuales…
¿Qué quiero que me regalen? (risa)… por un momento  me siento como una miss… “la paz en el mundo”, “que se acabe el hambre y la guerra”… pero no, no haré demagogia con esto ;)
No sé si es un regalo, sin embargo sí aspiro a que mi familia y yo sigamos creciendo serenos  y conscientes, sin sobresaltos… con los ojos bien abiertos a lo que sentimos unos por otros, a fin de cuidarlo y alimentarlo día a día, muy a pesar del entorno en el que nos movemos todos.

P: ¿Quieres añadir algo más? 

R: Gracias por contar conmigo y por tu paciencia!
Un placer hacerlo y muchas gracias por tus respuestas! Me ha parecido muy interesante, sobre todo eso de desterrar mitos y ser conscientes del mundo y la época en la que vivimos. Gracias de verdad ;)

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Lo más leído del 2013: Nuestro Top 5


Desde Psicología Ceibe queremos agradecer a todos los que nos han seguido, nos han dedicado tiempo de lectura y reflexión y han contado de una u otra manera con nuestra visión del mundo, pero especialmente y sobre todo,  a nuestros pacientes, por permitirnos el privilegio de acompañarles por el difícil camino de sus heridas, por valientes, por generosos, por ayudarnos también a nosotros a crecer.
 

“Las palabras son pedazos de afecto que transportan a veces un poco de información”

Boris Cyrulnik

 
En las últimas horas de este año 2013, os dejamos con aquellos artículos del blog, que vosotros habeis elegido para leer, difundir, compartir o simplemente para mirarse al espejo personal y seguir creciendo juntos.

Top 5
El diván de Peter Pan por Alejandro Busto Castelli

El nacimiento de un grupo de hombres, un círculo masculino en Madrid, junto con la publicación del libro «Una nueva paternidad» dió lugar a estas líneas donde reflexionabamos sobre la importancia del sentir masculino y el nuevo rol del hombre en la sociedad actual.

Top 4
Estoy enamorada de vuestro padre por Olga Carmona

Las palabras de Silvio Rodriguez en el tema «Oleo de mujer con sombrero» sirven de introducción y tremenda metáfora de esta declaración de amor de pareja…»Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan ahí, ni el recuerdo los puede salvar…” 

Top 3
Me pica la pepa  por Olga Carmona

La maternidad más oscura, los fantasmas y la dificultad para encontrar la coherencia con la que educar en el día a día.
  
Top 2
¡Sucios, desordenados y descalzos!  por Olga Carmona 

Una reflexión sobre la ecopedagogía o pedagogía verde, una propuesta valiente de reencontrarnos con nuestra esencia y alejarnos de los modelos tradicionales, enfermos y antropocéntricos.

Top 1
Educar vs. Adiestrar: por Olga Carmona

El articulo más leído de este año y el segundo más leído desde que tenemos el blog, es una critica sin matices al actual sistema educativo, desde dentro de si mismo. Con la humildad de no haber encontrado aún el camino alternativo y con toda la fuerza para pelear cada día por encontrarlo.

¡Feliz 2014! 
Alejandro y Olga

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“Las palabras son pedazos de afecto que transportan a veces un poco de información”

Boris Cyrulnik

 
En las últimas horas de este año 2013, os dejamos con aquellos artículos del blog, que vosotros habeis elegido para leer, difundir, compartir o simplemente para mirarse al espejo personal y seguir creciendo juntos.

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El diván de Peter Pan por Alejandro Busto Castelli

El nacimiento de un grupo de hombres, un círculo masculino en Madrid, junto con la publicación del libro «Una nueva paternidad» dió lugar a estas líneas donde reflexionabamos sobre la importancia del sentir masculino y el nuevo rol del hombre en la sociedad actual.

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Estoy enamorada de vuestro padre por Olga Carmona

Las palabras de Silvio Rodriguez en el tema «Oleo de mujer con sombrero» sirven de introducción y tremenda metáfora de esta declaración de amor de pareja…»Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan ahí, ni el recuerdo los puede salvar…” 

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Me pica la pepa  por Olga Carmona

La maternidad más oscura, los fantasmas y la dificultad para encontrar la coherencia con la que educar en el día a día.
  
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Una reflexión sobre la ecopedagogía o pedagogía verde, una propuesta valiente de reencontrarnos con nuestra esencia y alejarnos de los modelos tradicionales, enfermos y antropocéntricos.

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Educar vs. Adiestrar: por Olga Carmona

El articulo más leído de este año y el segundo más leído desde que tenemos el blog, es una critica sin matices al actual sistema educativo, desde dentro de si mismo. Con la humildad de no haber encontrado aún el camino alternativo y con toda la fuerza para pelear cada día por encontrarlo.

¡Feliz 2014! 
Alejandro y Olga

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Desde Psicología Ceibe queremos agradecer a todos los que nos han seguido, nos han dedicado tiempo de lectura y reflexión y han contado de una u otra manera con nuestra visión del mundo, pero especialmente y sobre todo,  a nuestros pacientes, por permitirnos el privilegio de acompañarles por el difícil camino de sus heridas, por valientes, por generosos, por ayudarnos también a nosotros a crecer.
 

“Las palabras son pedazos de afecto que transportan a veces un poco de información”

Boris Cyrulnik

 
En las últimas horas de este año 2013, os dejamos con aquellos artículos del blog, que vosotros habeis elegido para leer, difundir, compartir o simplemente para mirarse al espejo personal y seguir creciendo juntos.

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El diván de Peter Pan por Alejandro Busto Castelli

El nacimiento de un grupo de hombres, un círculo masculino en Madrid, junto con la publicación del libro «Una nueva paternidad» dió lugar a estas líneas donde reflexionabamos sobre la importancia del sentir masculino y el nuevo rol del hombre en la sociedad actual.

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Estoy enamorada de vuestro padre por Olga Carmona

Las palabras de Silvio Rodriguez en el tema «Oleo de mujer con sombrero» sirven de introducción y tremenda metáfora de esta declaración de amor de pareja…»Los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan ahí, ni el recuerdo los puede salvar…” 

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Me pica la pepa  por Olga Carmona

La maternidad más oscura, los fantasmas y la dificultad para encontrar la coherencia con la que educar en el día a día.
  
Top 2
¡Sucios, desordenados y descalzos!  por Olga Carmona 

Una reflexión sobre la ecopedagogía o pedagogía verde, una propuesta valiente de reencontrarnos con nuestra esencia y alejarnos de los modelos tradicionales, enfermos y antropocéntricos.

Top 1
Educar vs. Adiestrar: por Olga Carmona

El articulo más leído de este año y el segundo más leído desde que tenemos el blog, es una critica sin matices al actual sistema educativo, desde dentro de si mismo. Con la humildad de no haber encontrado aún el camino alternativo y con toda la fuerza para pelear cada día por encontrarlo.

¡Feliz 2014! 
Alejandro y Olga

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PAPA NOEL, no es un chantajista…

Por Olga F. Carmona

*



Se acercan las navidades, para bien o para mal. Rito de origen cristiano, introyectado de forma tal en nuestra cultura que hasta las familias no religiosas lo celebramos.


Veo y compruebo a mi alrededor cómo los niños van comentando lo bien que deben portarse porque son “espiados” por un sujeto (Papa Noel) o varios (Reyes Magos) que todo lo ven y todo lo pueden, ya que tienen en su mano algo muy preciado por nuestros niños: regalos.


Me resulta muy cansino y triste ver como se les chantajea con “portarse bien” , porque si no serán (nuevamente) castigados con la ausencia de regalos. Se sentirían unos niños extraordinariamente marginales si el día en que casi todos los demás niños del planeta reciben regalos, ellos los malos, no obtuvieran nada. Es además de una manipulación, una mentira porque no lo haremos. No conozco ninguna familia que a pesar de haber asustado a sus hijos con el asunto de marras, haya tenido el coraje de cumplirlo.


El hecho de utilizar a estos personajes del imaginario popular, tan amorosos y cercanos, como herramientas de chantaje para nuestros hijos, se explica desde nuestra falta de autoridad y de recursos que desemboca en tener que recurrir a estos sicarios para que nos hagan el trabajo sucio. Y es también la representación a gran escala de la pedagogía basada en el premio y en el castigo: te están vigilando…, Si no te “portas bien” no habrá premio.


Y voy mas lejos, el mensaje subliminal y tóxico que estamos enviando a nuestros hijos es “pórtate bien por miedo” no por razones, valores o principios, no porque eso te ayudará a crecer y te beneficia, no porque te amamos y tratamos de transmitirte lo mejor de nosotros mismos.


“Pórtate bien” porque si te “portas mal”, el espía de la barba blanca  y los chicos de los camellos,  no pasarán por aquí.



En estos días, donde el estrés se va apoderando de las familias que ya están empezando a sentir que algo se les desubica por dentro, donde los que faltan se vuelven inmensos, donde los conflictos intrafamiliares que hemos ido esquivando el resto del año ahora se ponen encima de la mesa, donde el simple hecho de las vacaciones de los niños y la perspectiva de que tenerlos en casa a muchas familias les remueve, donde nos confrontamos con el paso del tiempo, donde los ritos nos conectan con emociones que no queremos manejar, todos nos volvemos más vulnerables, es aún más fácil recurrir a terceros mágicos que hagan de espías omnipresentes y amenazantes. 

Es humano, pero no es ético.

Y además ni construye ni educa.


Los regalos son regalos, dádivas, ofrendas, que sirven para transmitir amor, generosidad, gratitud. Yo regalo a mis hijos porque me produce y les produce felicidad, igual que lo hago con mis amigos o con mi pareja. A ninguno de ellos les digo que si no “se portan bien” no les haré un regalito por navidad o por su cumpleaños.


Propongo “utilizar” estos ritos culturales para recuperar el derecho de dar, enseñar y transmitir a nuestros hijos la satisfacción y plenitud que produce la acción de dar, no sólo la de recibir.


En una sociedad basada en la abundancia de cosas y la deprivación de contacto y presencia, reinvidico para nuestros hijos  el derecho de dar.


Las navidades son un buen pretexto, aunque no el único, para ofrecerles opciones que tengan que ver con dar a otros, seguramente menos favorecidos. O al menos, hagámoslo nosotros y seamos espejo en el que se puedan mirar.


Nunca es demasiado pronto para transmitirles el germen de la solidaridad y nunca es demasiado tarde para alejar a los sicarios del castigo, a la pedagogía negra que tiene patas muy, pero muy cortas y que, aunque nos corra por la venas, podemos combatir, desde la conciencia y desde el amor.

Feliz Navidad.



*Fotografía adaptada de: 
StockImages , publicado el 01 de diciembre 2013 

Foto de archivo – imagen ID: 100221069

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PAPA NOEL, no es un chantajista…

Por Olga F. Carmona

*



Se acercan las navidades, para bien o para mal. Rito de origen cristiano, introyectado de forma tal en nuestra cultura que hasta las familias no religiosas lo celebramos.


Veo y compruebo a mi alrededor cómo los niños van comentando lo bien que deben portarse porque son “espiados” por un sujeto (Papa Noel) o varios (Reyes Magos) que todo lo ven y todo lo pueden, ya que tienen en su mano algo muy preciado por nuestros niños: regalos.


Me resulta muy cansino y triste ver como se les chantajea con “portarse bien” , porque si no serán (nuevamente) castigados con la ausencia de regalos. Se sentirían unos niños extraordinariamente marginales si el día en que casi todos los demás niños del planeta reciben regalos, ellos los malos, no obtuvieran nada. Es además de una manipulación, una mentira porque no lo haremos. No conozco ninguna familia que a pesar de haber asustado a sus hijos con el asunto de marras, haya tenido el coraje de cumplirlo.


El hecho de utilizar a estos personajes del imaginario popular, tan amorosos y cercanos, como herramientas de chantaje para nuestros hijos, se explica desde nuestra falta de autoridad y de recursos que desemboca en tener que recurrir a estos sicarios para que nos hagan el trabajo sucio. Y es también la representación a gran escala de la pedagogía basada en el premio y en el castigo: te están vigilando…, Si no te “portas bien” no habrá premio.


Y voy mas lejos, el mensaje subliminal y tóxico que estamos enviando a nuestros hijos es “pórtate bien por miedo” no por razones, valores o principios, no porque eso te ayudará a crecer y te beneficia, no porque te amamos y tratamos de transmitirte lo mejor de nosotros mismos.


“Pórtate bien” porque si te “portas mal”, el espía de la barba blanca  y los chicos de los camellos,  no pasarán por aquí.



En estos días, donde el estrés se va apoderando de las familias que ya están empezando a sentir que algo se les desubica por dentro, donde los que faltan se vuelven inmensos, donde los conflictos intrafamiliares que hemos ido esquivando el resto del año ahora se ponen encima de la mesa, donde el simple hecho de las vacaciones de los niños y la perspectiva de que tenerlos en casa a muchas familias les remueve, donde nos confrontamos con el paso del tiempo, donde los ritos nos conectan con emociones que no queremos manejar, todos nos volvemos más vulnerables, es aún más fácil recurrir a terceros mágicos que hagan de espías omnipresentes y amenazantes. 

Es humano, pero no es ético.

Y además ni construye ni educa.


Los regalos son regalos, dádivas, ofrendas, que sirven para transmitir amor, generosidad, gratitud. Yo regalo a mis hijos porque me produce y les produce felicidad, igual que lo hago con mis amigos o con mi pareja. A ninguno de ellos les digo que si no “se portan bien” no les haré un regalito por navidad o por su cumpleaños.


Propongo “utilizar” estos ritos culturales para recuperar el derecho de dar, enseñar y transmitir a nuestros hijos la satisfacción y plenitud que produce la acción de dar, no sólo la de recibir.


En una sociedad basada en la abundancia de cosas y la deprivación de contacto y presencia, reinvidico para nuestros hijos  el derecho de dar.


Las navidades son un buen pretexto, aunque no el único, para ofrecerles opciones que tengan que ver con dar a otros, seguramente menos favorecidos. O al menos, hagámoslo nosotros y seamos espejo en el que se puedan mirar.


Nunca es demasiado pronto para transmitirles el germen de la solidaridad y nunca es demasiado tarde para alejar a los sicarios del castigo, a la pedagogía negra que tiene patas muy, pero muy cortas y que, aunque nos corra por la venas, podemos combatir, desde la conciencia y desde el amor.

Feliz Navidad.



*Fotografía adaptada de: 
StockImages , publicado el 01 de diciembre 2013 

Foto de archivo – imagen ID: 100221069

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"Yo puedo" Nutriendo resiliencia en nuestros hijos

«YO PUEDO»
NUTRIENDO RESILIENCIA EN NUESTROS HIJOS


Se sentía atraído por el reto, pero tenía miedo.
Mucha altura, agua fría en medio, lo deseaba pero el miedo le echaba para atrás.

Nosotros le observábamos. El también a nosotros buscando claves.

No le dijimos que no lo hiciera, no le dijimos que se podía hacer daño, no le dijimos que se iba a manchar de barro, no de dijimos que no podía.
Le dijimos: «si crees que puedes, puedes».

Y el gritó fuerte, muy fuerte: YO PUEDO

Y saltó.





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"Yo puedo" Nutriendo resiliencia en nuestros hijos

«YO PUEDO»
NUTRIENDO RESILIENCIA EN NUESTROS HIJOS


Se sentía atraído por el reto, pero tenía miedo.
Mucha altura, agua fría en medio, lo deseaba pero el miedo le echaba para atrás.

Nosotros le observábamos. El también a nosotros buscando claves.

No le dijimos que no lo hiciera, no le dijimos que se podía hacer daño, no le dijimos que se iba a manchar de barro, no de dijimos que no podía.
Le dijimos: «si crees que puedes, puedes».

Y el gritó fuerte, muy fuerte: YO PUEDO

Y saltó.





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Celos entre hermanos

CELOS ENTRE HERMANOS: 

la inmensa necesidad de sabernos amados



Los celos, independientemente de si son infantiles o adultos, se definen por una sensación de frustración, de tristeza y de resentimiento al creer que ya no nos quieren como nos querían, que hemos dejado de ser importantes y valiosos.
Hablamos de tres causas que suelen estar interconectadas y son, las características temperamentales del niño, 
el momento evolutivo y el estilo educativo de los padres. 

Hoy sabemos que aquellos niños que muestran un carácter sensible, con esquemas rígidos, poca tolerancia a los cambios, poca capacidad para detectar y nombrar sentimientos tendrían más posibilidades de tener celos ante la llegada de un hermano.

Sin embargo hay variables en la conducta celosa de los niños que hacen que no siempre y no en todos los casos ni con la misma intensidad, manifiesten celos.

La edad es también un factor influyente ya que la etapa más sensible de un niño es la que llamamos fase de apego y va desde los dos a los cuatro o cinco años, que suele coincidir con el momento en que los padres suelen aumentar la familia.


Por último, el estilo educativo de los padres también influye de forma clara tanto en la aparición como en el manejo y desarrollo de la conducta celosa: en familias donde existe un estilo comunicativo, de afectos compartidos, donde se trata a cada miembro con equidad sin establecer comparaciones de ningún tipo, ni positivas ni negativas, se minimiza el riesgo de aparición de celos.
En todo caso debemos pensar que los celos, aún siendo una emoción normal (estadísticamente hablando) son  muy dolorosos. Y es imprescindible hacer una parada en nuestra rutina cargada de tareas, para empatizar, para darnos cuenta, para situarnos en el universo de nuestros hijos, en su dolor, en su miedo. Los celos representan la máxima vulnerabilidad frente al mundo: la posibilidad de perder nuestro amor y nuestra atención, que es en definitiva lo que les sostiene y su razón de ser. Sólo nos tienen a nosotros y somos ni más ni menos que  su mundo. 

Propongo agacharnos, no sólo físicamente, para abrazar su miedo y contenerlo. Propongo  hacerles saber que su emoción importa, nos importa. Que vamos a tratar de hacer lo posible para devolverles la seguridad que necesitan para seguir adelante. Y esto se consigue con la no comparación, con la dedicación de tiempo en exclusiva, con la escucha activa y empática, con la atención a su demanda. Y si su demanda es una vuelta atrás, una regresión al chupete, al pañal o a lo que sea que necesiten, dárselo. Digo dárselo. No digo decirles que ya son mayores para eso, que no lo necesitan. Tenemos que entender que a veces necesitamos dar unos pasos hacia atrás para saltar hacia otra etapa evolutiva o emocional.
Muchos profesionales dirán que hay que ignorar las conductas inadecuadas. Yo digo lo contrario: El miedo no se quita ignorando a quien lo tiene. La indiferencia sólo hará que ese primer sentimiento de inseguridad a perder lo que más se quiere, se enquiste y nos acompañe por el resto de nuestra vida en cada situación que nos vuelva frágiles y vulnerables. Si, por el contrario, ante el miedo encontramos validación, contención y atención, aprenderemos que nuestras emociones son importantes y por tanto, nosotros los somos. Estaremos ayudando a nuestros hijos a construir una imagen de sí mismos valiosa y no se me ocurre que les podamos ofrecer mayor herramienta para manejarse frente a los reveses que la vida les traerá, de todas formas.
Olga Carmona

Psicóloga Clínica

Directora de Psicología CEIBE

Experta en Psicopatología Infantil y Juvenil por la Sociedad de Medicina Psicosomática y Psicología Médica, Fundación Ciencias de la Salud.

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Celos entre hermanos

CELOS ENTRE HERMANOS: 

la inmensa necesidad de sabernos amados



Los celos, independientemente de si son infantiles o adultos, se definen por una sensación de frustración, de tristeza y de resentimiento al creer que ya no nos quieren como nos querían, que hemos dejado de ser importantes y valiosos.
Hablamos de tres causas que suelen estar interconectadas y son, las características temperamentales del niño, 
el momento evolutivo y el estilo educativo de los padres. 

Hoy sabemos que aquellos niños que muestran un carácter sensible, con esquemas rígidos, poca tolerancia a los cambios, poca capacidad para detectar y nombrar sentimientos tendrían más posibilidades de tener celos ante la llegada de un hermano.

Sin embargo hay variables en la conducta celosa de los niños que hacen que no siempre y no en todos los casos ni con la misma intensidad, manifiesten celos.

La edad es también un factor influyente ya que la etapa más sensible de un niño es la que llamamos fase de apego y va desde los dos a los cuatro o cinco años, que suele coincidir con el momento en que los padres suelen aumentar la familia.


Por último, el estilo educativo de los padres también influye de forma clara tanto en la aparición como en el manejo y desarrollo de la conducta celosa: en familias donde existe un estilo comunicativo, de afectos compartidos, donde se trata a cada miembro con equidad sin establecer comparaciones de ningún tipo, ni positivas ni negativas, se minimiza el riesgo de aparición de celos.
En todo caso debemos pensar que los celos, aún siendo una emoción normal (estadísticamente hablando) son  muy dolorosos. Y es imprescindible hacer una parada en nuestra rutina cargada de tareas, para empatizar, para darnos cuenta, para situarnos en el universo de nuestros hijos, en su dolor, en su miedo. Los celos representan la máxima vulnerabilidad frente al mundo: la posibilidad de perder nuestro amor y nuestra atención, que es en definitiva lo que les sostiene y su razón de ser. Sólo nos tienen a nosotros y somos ni más ni menos que  su mundo. 

Propongo agacharnos, no sólo físicamente, para abrazar su miedo y contenerlo. Propongo  hacerles saber que su emoción importa, nos importa. Que vamos a tratar de hacer lo posible para devolverles la seguridad que necesitan para seguir adelante. Y esto se consigue con la no comparación, con la dedicación de tiempo en exclusiva, con la escucha activa y empática, con la atención a su demanda. Y si su demanda es una vuelta atrás, una regresión al chupete, al pañal o a lo que sea que necesiten, dárselo. Digo dárselo. No digo decirles que ya son mayores para eso, que no lo necesitan. Tenemos que entender que a veces necesitamos dar unos pasos hacia atrás para saltar hacia otra etapa evolutiva o emocional.
Muchos profesionales dirán que hay que ignorar las conductas inadecuadas. Yo digo lo contrario: El miedo no se quita ignorando a quien lo tiene. La indiferencia sólo hará que ese primer sentimiento de inseguridad a perder lo que más se quiere, se enquiste y nos acompañe por el resto de nuestra vida en cada situación que nos vuelva frágiles y vulnerables. Si, por el contrario, ante el miedo encontramos validación, contención y atención, aprenderemos que nuestras emociones son importantes y por tanto, nosotros los somos. Estaremos ayudando a nuestros hijos a construir una imagen de sí mismos valiosa y no se me ocurre que les podamos ofrecer mayor herramienta para manejarse frente a los reveses que la vida les traerá, de todas formas.
Olga Carmona

Psicóloga Clínica

Directora de Psicología CEIBE

Experta en Psicopatología Infantil y Juvenil por la Sociedad de Medicina Psicosomática y Psicología Médica, Fundación Ciencias de la Salud.

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Celos entre hermanos

CELOS ENTRE HERMANOS: 

la inmensa necesidad de sabernos amados



Los celos, independientemente de si son infantiles o adultos, se definen por una sensación de frustración, de tristeza y de resentimiento al creer que ya no nos quieren como nos querían, que hemos dejado de ser importantes y valiosos.
Hablamos de tres causas que suelen estar interconectadas y son, las características temperamentales del niño, 
el momento evolutivo y el estilo educativo de los padres. 

Hoy sabemos que aquellos niños que muestran un carácter sensible, con esquemas rígidos, poca tolerancia a los cambios, poca capacidad para detectar y nombrar sentimientos tendrían más posibilidades de tener celos ante la llegada de un hermano.

Sin embargo hay variables en la conducta celosa de los niños que hacen que no siempre y no en todos los casos ni con la misma intensidad, manifiesten celos.

La edad es también un factor influyente ya que la etapa más sensible de un niño es la que llamamos fase de apego y va desde los dos a los cuatro o cinco años, que suele coincidir con el momento en que los padres suelen aumentar la familia.


Por último, el estilo educativo de los padres también influye de forma clara tanto en la aparición como en el manejo y desarrollo de la conducta celosa: en familias donde existe un estilo comunicativo, de afectos compartidos, donde se trata a cada miembro con equidad sin establecer comparaciones de ningún tipo, ni positivas ni negativas, se minimiza el riesgo de aparición de celos.
En todo caso debemos pensar que los celos, aún siendo una emoción normal (estadísticamente hablando) son  muy dolorosos. Y es imprescindible hacer una parada en nuestra rutina cargada de tareas, para empatizar, para darnos cuenta, para situarnos en el universo de nuestros hijos, en su dolor, en su miedo. Los celos representan la máxima vulnerabilidad frente al mundo: la posibilidad de perder nuestro amor y nuestra atención, que es en definitiva lo que les sostiene y su razón de ser. Sólo nos tienen a nosotros y somos ni más ni menos que  su mundo. 

Propongo agacharnos, no sólo físicamente, para abrazar su miedo y contenerlo. Propongo  hacerles saber que su emoción importa, nos importa. Que vamos a tratar de hacer lo posible para devolverles la seguridad que necesitan para seguir adelante. Y esto se consigue con la no comparación, con la dedicación de tiempo en exclusiva, con la escucha activa y empática, con la atención a su demanda. Y si su demanda es una vuelta atrás, una regresión al chupete, al pañal o a lo que sea que necesiten, dárselo. Digo dárselo. No digo decirles que ya son mayores para eso, que no lo necesitan. Tenemos que entender que a veces necesitamos dar unos pasos hacia atrás para saltar hacia otra etapa evolutiva o emocional.
Muchos profesionales dirán que hay que ignorar las conductas inadecuadas. Yo digo lo contrario: El miedo no se quita ignorando a quien lo tiene. La indiferencia sólo hará que ese primer sentimiento de inseguridad a perder lo que más se quiere, se enquiste y nos acompañe por el resto de nuestra vida en cada situación que nos vuelva frágiles y vulnerables. Si, por el contrario, ante el miedo encontramos validación, contención y atención, aprenderemos que nuestras emociones son importantes y por tanto, nosotros los somos. Estaremos ayudando a nuestros hijos a construir una imagen de sí mismos valiosa y no se me ocurre que les podamos ofrecer mayor herramienta para manejarse frente a los reveses que la vida les traerá, de todas formas.
Olga Carmona

Psicóloga Clínica

Directora de Psicología CEIBE

Experta en Psicopatología Infantil y Juvenil por la Sociedad de Medicina Psicosomática y Psicología Médica, Fundación Ciencias de la Salud.

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PASIÓN y SEXO TRAS LA LLEGADA DE UN HIJO.. . ¿DONDE ESTÁ LA PAREJA RECONVERTIDA EN PADRES?

PASIÓN y SEXO TRAS LA LLEGADA DE UN HIJO..
¿DONDE ESTÁ LA PAREJA RECONVERTIDA EN PADRES?

Extraído de la entrevista realizada para BEBES Y MAS


¿Cómo mantener la pasión en la pareja cuando llegan los hijos?

En mi opinión, forma parte de la madurez de la pareja como sistema, entender que la vida en común atraviesa por diferentes etapas, está en constante cambio y evolución, por suerte. 
Somos seres humanos en construcción, sujetos al cambio que es, sinónimo de estar vivo. La llegada de los hijos marca un antes y un después en esta trayectoria, donde ambos miembros de la pareja deben entender que ahora la prioridad es el nuevo ser, con imperiosas e impostergables necesidades que sus padres deben satisfacer. Este un tiempo de respeto, de adaptación, de nuevos roles. Cuando la madre es cuidada, contenida, apoyada y no se le exige que las cosas en el terreno sexual vuelvan a ser como antes de ser padres, la pasión vuelve. Con otros tiempos, con otras formas, tal vez, pero si el lugar de partida era sexualmente afín y sólido, volverá de forma espontánea y se adaptará a la nueva situación. Solo se trata de aceptar los tiempos, acompañar los cambios y entender que es una nueva etapa en nuestro recorrido vital.


¿Cómo no descuidar la pareja?

Empatizando con ella. Entendiendo cuál es su momento y cuál su necesidad en una etapa tan delicada. Comunicarse es la clave, atender al torrente emocional que se produce en el mundo femenino y a la ruptura de esquemas que se dan en el masculino, tender puentes, conectarse con quienes éramos antes de la llegada del hijo, implicarse en el cuidado del hijo, disfrutar de la nueva situación, vivir el cansancio y las dificultades con la perspectiva de que es temporal.


Insisto en la comunicación empática como clave para que el otro sienta que no está solo, que también está siendo cuidado.



¿Los hijos matan el deseo sexual?

                                  

Los hijos no matan nada que no estuviera agónico o directamente muerto ya. 
Los hijos en todo caso dan vida, mucha vida.

Su presencia actúa como una lupa gigante donde poder ver nuestras limitaciones y nuestras sombras, pero también el potencial de todo lo bueno que tenemos para ser y dar.

Los hijos dan, los hijos potencian, los hijos nos hacen mejores sin lugar a dudas, si somos capaces de mirarnos con humildad a través de sus sabios ojos.

El deseo sexual solo lo mata el desamor, la falta de respeto hacia el otro, el querer anclarse en una etapa de la vida que ya no es, que ya fue. Lo mata el egoísmo, la inmadurez, la incapacidad de aceptar los cambios, la frivolidad, la falta de generosidad.


¿Los hijos, unen o separan?


Unen si el caldo de cultivo de la pareja es propicio.

Separan si antes de su llegada existían grietas profundas que eran tapadas con la aparente ausencia de conflicto.
La presencia de los hijos en una pareja sólida, enamorada, con visiones del mundo afines, con un proyecto de vida en común bien armado, suponen la más increíble y milagrosa representación del amor y el vínculo se estrecha a niveles difíciles de transmitir con la palabra. Trascienden la individualidad y dan un sentido esencial a la vida.

De la misma manera, en un sistema frágil, basado en las circunstancias puntuales que les unieron, con incompatibilidades vitales innegociables, la presencia de los hijos sitúa a la pareja en una zona crítica que algunas no superan.

¿Las fantasías y los juegos sexuales pueden aumentar con la maternidad al liberarnos internamente?

Durante la etapa de puerperio y lactancia, yo diría que no. La mujer está haciendo nido, está recogida sobre sí misma y su cría y la sexualidad, pasa a un segundo plano. La piel adquiere otros matices y la sensualidad se despliega sobre y para el bebé.

Una vez superada esta etapa, Si. Precisamente ahora estoy trabajando en un proyecto en el que entrevisto a mujeres, mayoritariamente madres, para saber cómo y en qué ha cambiado su sexualidad después de ser madres.

Mi percepción es que las mujeres se sienten más plenas, más fuertes, más seguras de lo que quieren y todo eso las hace más libres. Es más, muchas demandan disfrutar de una sexualidad más amplia donde las fantasías y los juegos desde luego, tienen cabida. Diría que la maternidad amplía nuestra conciencia del cuerpo y nos otorga poder.


¿Cómo recuperar el deseo si este disminuye?



Despacio. Con paciencia. Empezando por disfrutar de la sensualidad que nos ofrece la vida en pareja, sin objetivo ni prisa. Tratando de ir quitándonos el pijama poco a poco y volviendo al vestido. Reservando algún espacio para la pareja, para redescubrirse, para charlar, para mirarse a los ojos. Cuidando del otro, implicándose ambos en el cuidado de la cría.


Y el colecho, ¿es un síntoma de falta de deseo o un separador de parejas?





Si la pareja no tiene deseo, compartir la cama sin niños no se lo va a devolver. 

Y si , por el contrario, la pareja disfruta de una vida sexual activa, rica y flexible (esta palabra es clave), el colecho no se lo va a quitar.
El colecho es un placer, para quienes así lo eligen, no una obligación ni parte de un decálogo de pautas para una crianza feliz. Lo que no se hace con placer, no suele servir.

Olga Carmona
Psicóloga Clínica

 


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