La odisea para ir a Varsovia (3 y fin)

¿Mola o no este estadio y sus colores?
Entramos en el Estadio Nacional (me gustó mucho y los colores son los del Sevilla … ¿o es la bandera polaca?) tras pasar dos controles y nos dirigimos a nuestros asientos. ¡Vaya!, muy cerca de los sevillistas, pero con los ucranianos. Al cabo de un rato llegó un seguidor del Dnipro con cara de pocos amigos y señalando su entrada y con gestos nos vino a decir que estábamos ocupando su asiento. Cierto, tenía razón, nos disculpamos (ni un solo músculo de su cara se inmutó) y nos fuimos a nuestra «nueva» ubicación. Bueno, más cerca del sector sevillista, aunque seguíamos en territorio «enemigo».

El partido ya sabéis todo cómo acabó. Empezó mal, pero acabó muy bien. En cuanto acabó, nos levantamos y nos mezclamos con los nuestros. Gritamos, cantamos (el Himno del Centenario cantado a capella, de verdad, impresiona), hicimos fotos, vídeos … Cuando llevábamos ya un rato -la fiesta parecía no tener fin- les dije a P. y Mi. que ya era hora de ir saliendo, que debíamos llegar al coche y recorrer 148 km hasta el hotel. Abandonamos el estadio siguiendo a la afición del Sevilla y, claro, no deshicimos el camino anterior. «No pasa nada«, decían mis hijos, «Ahora seguimos por aquí y después giramos a la derecha y llegamos al coche«. Yo no estaba muy convencido, la verdad, pero les hice caso. Seguimos andando y no encontrábamos ninguna de las referencias que teníamos: ni río, ni puente, ni ná de ná. Seguía yo quejándome y diciéndoles que debíamos volver al Estadio y coger el camino correcto, cuando llegamos a un barrio dejado de la mano de Dios (no había nadie) y aparecieron -como de repente- cuatro tipos que rápidamente se dirigieron hacia nosotros y uno de ellos (el más alto y fuerte) le dijo a P. que le diera la bufanda del Sevilla que llevaba al cuello. Pensamos en un primer momento que eran seguidores del Dnipro que querían «intercambiar» las bufandas, aunque, eso sí, sin muy buenos modales. Enseguida vimos que no, que sus intenciones eran otras, pues uno de ellos, con un rápido movimiento le quitó la suya a Mi., mientras el que exigía a P. la bufanda le decía (en inglés) «Aquí, en Polonia, solo queremos equipos polacos» P. le dio la bufanda y el individuo le dijo «Ahora la camiseta» P. llevaba tres camisetas del Sevilla (una encima de otra) y vimos que al ir viéndolas le pediría todas. En ese momento, instintivamente, puse el brazo entre los dos en un intento de apartarlo, cuando un tercero me lo cogió y me lo apartó mientras hacía un gesto llevándose el dedo índice a sus labios. No os mentiré, me asusté y vi a mis hijos asustados, así que pensé lo peor. No tenía ni idea de si nos podían sacar una navaja o -por qué no- una pistola. Yo que sé. Pensaba también que me iban a pedir dinero (no teníamos ni un mísero zloty) o la tarjeta de crédito (nos habríamos quedado tirados. Todo esto pasaba muy rápido. El cuarto integrante del grupo, algo más apartado, iba mirando de lado comprobando que no venía nadie.

A lo lejos vi venir un coche y empecé a mover los brazos y gritar (en español) que viniera a ayudarnos. El coche ralentizó su marcha (supongo que no entendió nada) y los 4 machotes se fueron corriendo. Nos quedamos allí quietos y sin decir palabra. Esperamos un poco y decidimos volver al estadio (debíamos ir por el mismo sitio por el que habían huido). Una vez allí, recorrimos el camino hecho a la ida y llegamos al coche. Seguía allí y sin ningún daño (no sé, quizá ya estaba yo un poco paranoico). Nos montamos rápidamente en él y salimos dirección a Lodz. Se me encajó un notable dolor de cabeza que, para ser positivos, evitaba que me durmiera conduciendo. Mi., el copiloto, se sentó y a los pocos minutos cayó contra la puerta en un profundo sueño. P. ma daba conversación como podía. Paramos en un Mc Donalds porque a los muchachos les entró hambre y aproveché para despejarme.

Llegamos al desvío de Lodz y recorrimos los últimos km detrás de un camión por una carretera lo más parecido a una comarcal. Una vez allí no teníamos ni idea de dónde podía estar el hotel. P. y Mi. preguntaron en una gasolinera y el tipo que la atendía, tras consultar su móvil, les dijo que estábamos a tres calles. Perfecto, el dolor de cabeza era ya más fuerte y ya eran las 02:30 h aprox. Nos volvimos a perder (o ese tipo nos mintió), así que paramos en un Carrefour Exprés. Yo desde el coche veía cómo el empleado le «entregaba» a P. un plano y le daba explicaciones. Vino P. con el plano lleno de rayas de bolígrafo e indicando el lugar de destino. «Me ha cobrado 2 €» (joé, solo zloties, pero para esto te cobro en € y el cambio te lo doy en zl), dice P. «Vale, de coña, pero ¿y dónde estamos nosotros?» «Ah, ni idea«, fue la respuesta de P. Mientras él preguntaba, Mi. y yo conseguimos (aún no sabemos cómo) introducir los datos de la calle en la que se encontraba el hotel. Digo que no sabemos cómo porque las grafías polacas no las aceptaba el ordenador de a bordo. Da lo mismo, seguimos las indicaciones a través de calles y avenidas en obras. «Gire a la derecha» … y había una valla. «Siga recto» y un socavón te hacía desistir de obedecer a la máquina. Llegamos a una carretera normal y nos dice que sigamos por ahí ¡14 km! «¡Pero si estábamos a 3 calles según el de la gasolinera!»

Fue ése el momento más crítico. Me planteé (y así se lo dije a mis hijos) olvidarnos del hotel e intentar dormir un poco en el coche. Desistí de esa idea e hicimos caso a las indicaciones. Tras pasar por más obras y llegar a un polígono industrial ¡en obras!, encontramos el hotel. La señorita de recepción me preguntó si era Paterfamilias (creo que éramos los últimos en llegar). Nos entregó la llave y la tarjeta (las 2 cosas) para acceder a la habitación. Nos metíamos en el sobre a las 03:41 h, después de haberme tomado un sobre de ibuprofeno con ¡agua con gasl! (creyendo que era mineral). A la hora de acostarnos ya empezaba a amanecer (lo que hace estar tan al norte y tan al Este).

Nos despertamos a las 08:00 h porque alguien entró en la habitación. Me levanté rápidamente (los señores, como dormimos con pijama, estamos glamourosos en cualquier momento) y ví que un señor y una empleada del hotel me decían que se habían encontrado la llave puesta en la puerta ¡y por fuera!. Eso prueba el estado en el que llegamos unas horas antes. Vamos, que ni un borracho.

Desayunamos en el hotel, cogimos el coche y nos fuimos dirección Berlín. Aún nos quedaban más de 400 km. Todo transcurrió perfectamente y llegamos puntualmente para devolver el coche (antes lo limpiamos en un túnel de lavado y ante la reacción del empleado de la empresa de alquiler de coches comprobamos que eso no se estila mucho porque soltó un «Ohh, very nice», que, traducido al español, viene a ser «Pero qué primos sois«). Bueno, da lo mismo, dejando el pabellón español por todo lo alto. Cogimos el vuelo en una de esas compañías de cutre low cost y llegamos a Barcelona … sanos y salvos y con cara de felicidad por la nueva victoria europea del Sevilla.
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La odisea para ir a Varsovia (2)

Ceremonia inaugural
 (foto tomada con el móvil)
Pues eso, nos levantamos, desayunamos un poco, cogimos del congelador los bocadillos preparados la noche antes, algo para comer en el estadio y nos fuimos al aeropuerto de Barcelona.

Había resultado imposible poder sacar online las tarjetas de embarque, por lo que hubo que madrugar un poco más porque después de haber perdido con Q. un avión a Sevilla y la movida (y gasto) que eso conlleva, me juré que, además de no volver a pasar hambre, no volvería a pasar.

Al llegar a los mostradores de Norwegian vimos que solo había una persona en la cola y, al ponernos, se nos acercó una empleada que nos explicó cómo sacar la tarjeta de embarque a través de unas máquinas. Fue inmediato y pudimos acceder a la zona de embarque. Llegó la hora y accedimos al avión, que se demoró en despegar 40′ sobre el horario previsto. Ahí ya empecé a preocuparme un poco porque mentalmente pensaba en lo que había que hacer (alquilar el coche al llegar al aeropuerto de Berlín, conducir 550 km para llegar a Varsovia, buscar el estadio, aparcar … para ver el partido a las 20:45 h y sabiendo que, una vez empezado, se cerraban los accesos al estadio). La preocupación disminuyó al comprobar que -como si fuera por arte de birlibirloque- esos 40′ se quedaron finalmente en 10′. ¿Vuela más rápido?, ¿se salta algún semáforo?, ¿atraviesa alguna nube prohibida? No lo sé, pero ya nos estaba bien.

Al llegar a Berlín, la temperatura era de 9º … y nosotros en manguita corta como unos campeones. Tras atravesar (¡andando!) la pista, llegamos a la terminal y de ahí a localizar la empresa de alquiler de coches donde tenía ya mi reserva. Cuando estábamos tramitando los papeles y advertí (así me dijeron que debía hacerlo) que pensaba cruzar la frontera para ir a Varsovia, la chica nos preguntó si íbamos «al fútbol«. ¡Síííí!, contestamos. Entonces ella dijo «sois los últimos» (gracias por los ánimos). Me dijo que debía pagar una tasa de 20 € por pasar la frontera (me habían dicho por teléfono que serían 10 €, pero bueno) y una vez rechazados todos los seguros posibles e ir con la mínima cobertura, me dice que me bloquearán 1.000 € de mi tarjeta de crédito como depósito de seguridad. Me negué en redondo porque habría alcanzado el límite de crédito y debía pagar peajes, gasolina, hotel y cualquier imprevisto. La única solución era concertar un seguro por el que debía abonar 20 € por día. Total, que después de pagar 60 € extras, ya me dieron la llave del coche y me indicaron en qué plaza del aparcamiento se encontraba. Era un cochazo, un Ford C-Max nuevo (solo tenía 10 km) y que se encendía apretando un botón (sí, para muchos de vosotros será normal, pero un pobre padre de familia numerosa como yo no había tenido la oportunidad de conducir algo así) y con ordenador de a bordo.

Subimos al coche, lo arranqué (no sé cómo por lo que luego veréis) y con Mi. de copiloto llevando entre las manos todas aquellas hojas que había impreso de la web ViaMichelin, iniciamos el viaje. Llegamos a la frontera y, sin solución de continuidad, entramos en Polonia. La frontera es lo más parecido a un peaje desmantelado por lo que me asaltó la duda de que qué habría pasado si no hubiera informado de mis intenciones al retirar el vehículo de alquiler. En Polonia, el límite de velocidad en autopista es de 140 km/h y las rectas son impresionantes. Me recordaba a aquellas películas en las que una larguísima recta atraviesa un desierto.

Decidimos parar en un área de servicio y nos comimos los bocadillos que nos habíamos preparado la noche anterior. No sé si leí en algún sitio o alguien me informó de que, si bien en Polonia la moneda es el zloty, con euros se funciona perfectamente. EIIIINNNNN, error! Así que en el McDonalds de ese área de servicio no compramos bebida por no pagar con tarjeta un importe tan ridículo. Subimos al coche, aprieto el botón y … no se enciende. Segundo intento, tercer, cuarto, quinto … cada vez más nervioso sigo apretando el maldito botón con el mismo resultado: nada, que no se enciende. Como se encendían muchas luces del cuadro y, entre ellos el símbolo de la batería, v¡creía que ése era el problema. Ya me veía llamando a una grúa, que nos llevara al taller más cercano y … Ya me imaginaba viendo el partido en un bar de un pueblo polaco próximo a la frontera con Alemania. Un planón, vamos. Mis hijos deciden salir en busca de ayuda y yo empiezo a comprobar las matrículas de los numerosos camiones allí estacionados hasta que -milagro- detecto uno con matrícula española. Doy unas voces y tras un trapo que hace las veces de cortinilla, aparece ¡Danny de Vito! Bueno, un tipo clavadito a él. Le empiezo a contar nuestro problema con el coche y me dice que es búlgaro, que solo habla un poco de español (¡qué suerte la mía). Al poco, aparecen P. y Mi. con dos tíos con la camiseta del Sevilla que me dicen «¿Qué pasa, illo?» Eran dos ángeles aparecidos para ayudarnos. Ahí llegó el momento lerdo del viaje. Resulta que a la vez que se aprieta el botón de encendido del coche, hay que pisar el embrague. ¿Que cómo lo saqué del aeropuerto? Todavía hoy me lo pregunto yo. Dimos las gracias a esos ángeles y nos despedimos -mis hijos todavía muertos de vergüenza- de ellos. Reanudamos el viaje.

Llegamos a Varsovia sobre las 17:45 h aproximadamente. Pero no teníamos ni idea de dónde estaría el Estadio Nacional, escenario de la gran final. Confiábamos en la información que teníamos en el sentido de que estaría lleno de letreros señalizando los aparcamientos que al parecer se habilitaron y de voluntarios que nos guiarían. Pues nada de eso. Lo único que encontramos al llegar a Varsovia fue un atasco monumental. Otra vez los nervios y esa sensación de poder «morir en la orilla». A la hora punta -supongo- se le unieron unas obras que hicieron que circuláramos a paso de tortuga. Cansado de esperar, en la primera ocasión que tuve giré a la derecha y cogí una amplia avenida, pero que sospechosamente no tenía casi tráfico. Seguía yo comiéndome el coco, cuando a lo lejos vemos el Estadio Nacional. Conseguimos aparcar relativamente cerca, eso sí, con el corazón en un puño porque un tipo con mal aspecto no paraba de mirar el coche. Intentamos dejarlo en un parking subterráneo, pero de su tartamudo y bizco vigilante y cuantos cuantos policías que hacían de traductores, vimos que no estaba claro que lo encontráramos abierto al acabar el partido y que no permitía el pago con tarjeta de crédito ni con euros. Pues nada, hemos venido a jugar, ¿no? Pues eso, que sea lo que Dios quiera.

A medida que nos acercábamos aumentaba el números de hinchas del Dnipro, un equipo del que nadie sabía (ni sabe) nada y cuyos seguidores (ucranianos) dan algo de miedo, no solo por su aspecto, sino por su lengua, tono y afición al alcohol. Tres de esos seguidores se nos acercaron y uno de ellos, que hablaba español, nos gritaba para que nos hiciéramos una foto con ellos. Su aliento desprendía un fortísimo olor a alcohol y lo que, en principio, solo era una foto, se convirtió en unas cuantas. Muy amablemente nos alejamos de ellos y llegamos a los alrededores del Estadio. Allí ya había muchos sevillistas. Vimos llegar el autocar con el equipo y nos dirigimos a nuestro punto de acceso.

(seguirá)
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La odisea para ir a Varsovia (2)

Ceremonia inaugural
 (foto tomada con el móvil)
Pues eso, nos levantamos, desayunamos un poco, cogimos del congelador los bocadillos preparados la noche antes, algo para comer en el estadio y nos fuimos al aeropuerto de Barcelona.

Había resultado imposible poder sacar online las tarjetas de embarque, por lo que hubo que madrugar un poco más porque después de haber perdido con Q. un avión a Sevilla y la movida (y gasto) que eso conlleva, me juré que, además de no volver a pasar hambre, no volvería a pasar.

Al llegar a los mostradores de Norwegian vimos que solo había una persona en la cola y, al ponernos, se nos acercó una empleada que nos explicó cómo sacar la tarjeta de embarque a través de unas máquinas. Fue inmediato y pudimos acceder a la zona de embarque. Llegó la hora y accedimos al avión, que se demoró en despegar 40′ sobre el horario previsto. Ahí ya empecé a preocuparme un poco porque mentalmente pensaba en lo que había que hacer (alquilar el coche al llegar al aeropuerto de Berlín, conducir 550 km para llegar a Varsovia, buscar el estadio, aparcar … para ver el partido a las 20:45 h y sabiendo que, una vez empezado, se cerraban los accesos al estadio). La preocupación disminuyó al comprobar que -como si fuera por arte de birlibirloque- esos 40′ se quedaron finalmente en 10′. ¿Vuela más rápido?, ¿se salta algún semáforo?, ¿atraviesa alguna nube prohibida? No lo sé, pero ya nos estaba bien.

Al llegar a Berlín, la temperatura era de 9º … y nosotros en manguita corta como unos campeones. Tras atravesar (¡andando!) la pista, llegamos a la terminal y de ahí a localizar la empresa de alquiler de coches donde tenía ya mi reserva. Cuando estábamos tramitando los papeles y advertí (así me dijeron que debía hacerlo) que pensaba cruzar la frontera para ir a Varsovia, la chica nos preguntó si íbamos «al fútbol«. ¡Síííí!, contestamos. Entonces ella dijo «sois los últimos» (gracias por los ánimos). Me dijo que debía pagar una tasa de 20 € por pasar la frontera (me habían dicho por teléfono que serían 10 €, pero bueno) y una vez rechazados todos los seguros posibles e ir con la mínima cobertura, me dice que me bloquearán 1.000 € de mi tarjeta de crédito como depósito de seguridad. Me negué en redondo porque habría alcanzado el límite de crédito y debía pagar peajes, gasolina, hotel y cualquier imprevisto. La única solución era concertar un seguro por el que debía abonar 20 € por día. Total, que después de pagar 60 € extras, ya me dieron la llave del coche y me indicaron en qué plaza del aparcamiento se encontraba. Era un cochazo, un Ford C-Max nuevo (solo tenía 10 km) y que se encendía apretando un botón (sí, para muchos de vosotros será normal, pero un pobre padre de familia numerosa como yo no había tenido la oportunidad de conducir algo así) y con ordenador de a bordo.

Subimos al coche, lo arranqué (no sé cómo por lo que luego veréis) y con Mi. de copiloto llevando entre las manos todas aquellas hojas que había impreso de la web ViaMichelin, iniciamos el viaje. Llegamos a la frontera y, sin solución de continuidad, entramos en Polonia. La frontera es lo más parecido a un peaje desmantelado por lo que me asaltó la duda de que qué habría pasado si no hubiera informado de mis intenciones al retirar el vehículo de alquiler. En Polonia, el límite de velocidad en autopista es de 140 km/h y las rectas son impresionantes. Me recordaba a aquellas películas en las que una larguísima recta atraviesa un desierto.

Decidimos parar en un área de servicio y nos comimos los bocadillos que nos habíamos preparado la noche anterior. No sé si leí en algún sitio o alguien me informó de que, si bien en Polonia la moneda es el zloty, con euros se funciona perfectamente. EIIIINNNNN, error! Así que en el McDonalds de ese área de servicio no compramos bebida por no pagar con tarjeta un importe tan ridículo. Subimos al coche, aprieto el botón y … no se enciende. Segundo intento, tercer, cuarto, quinto … cada vez más nervioso sigo apretando el maldito botón con el mismo resultado: nada, que no se enciende. Como se encendían muchas luces del cuadro y, entre ellos el símbolo de la batería, v¡creía que ése era el problema. Ya me veía llamando a una grúa, que nos llevara al taller más cercano y … Ya me imaginaba viendo el partido en un bar de un pueblo polaco próximo a la frontera con Alemania. Un planón, vamos. Mis hijos deciden salir en busca de ayuda y yo empiezo a comprobar las matrículas de los numerosos camiones allí estacionados hasta que -milagro- detecto uno con matrícula española. Doy unas voces y tras un trapo que hace las veces de cortinilla, aparece ¡Danny de Vito! Bueno, un tipo clavadito a él. Le empiezo a contar nuestro problema con el coche y me dice que es búlgaro, que solo habla un poco de español (¡qué suerte la mía). Al poco, aparecen P. y Mi. con dos tíos con la camiseta del Sevilla que me dicen «¿Qué pasa, illo?» Eran dos ángeles aparecidos para ayudarnos. Ahí llegó el momento lerdo del viaje. Resulta que a la vez que se aprieta el botón de encendido del coche, hay que pisar el embrague. ¿Que cómo lo saqué del aeropuerto? Todavía hoy me lo pregunto yo. Dimos las gracias a esos ángeles y nos despedimos -mis hijos todavía muertos de vergüenza- de ellos. Reanudamos el viaje.

Llegamos a Varsovia sobre las 17:45 h aproximadamente. Pero no teníamos ni idea de dónde estaría el Estadio Nacional, escenario de la gran final. Confiábamos en la información que teníamos en el sentido de que estaría lleno de letreros señalizando los aparcamientos que al parecer se habilitaron y de voluntarios que nos guiarían. Pues nada de eso. Lo único que encontramos al llegar a Varsovia fue un atasco monumental. Otra vez los nervios y esa sensación de poder «morir en la orilla». A la hora punta -supongo- se le unieron unas obras que hicieron que circuláramos a paso de tortuga. Cansado de esperar, en la primera ocasión que tuve giré a la derecha y cogí una amplia avenida, pero que sospechosamente no tenía casi tráfico. Seguía yo comiéndome el coco, cuando a lo lejos vemos el Estadio Nacional. Conseguimos aparcar relativamente cerca, eso sí, con el corazón en un puño porque un tipo con mal aspecto no paraba de mirar el coche. Intentamos dejarlo en un parking subterráneo, pero de su tartamudo y bizco vigilante y cuantos cuantos policías que hacían de traductores, vimos que no estaba claro que lo encontráramos abierto al acabar el partido y que no permitía el pago con tarjeta de crédito ni con euros. Pues nada, hemos venido a jugar, ¿no? Pues eso, que sea lo que Dios quiera.

A medida que nos acercábamos aumentaba el números de hinchas del Dnipro, un equipo del que nadie sabía (ni sabe) nada y cuyos seguidores (ucranianos) dan algo de miedo, no solo por su aspecto, sino por su lengua, tono y afición al alcohol. Tres de esos seguidores se nos acercaron y uno de ellos, que hablaba español, nos gritaba para que nos hiciéramos una foto con ellos. Su aliento desprendía un fortísimo olor a alcohol y lo que, en principio, solo era una foto, se convirtió en unas cuantas. Muy amablemente nos alejamos de ellos y llegamos a los alrededores del Estadio. Allí ya había muchos sevillistas. Vimos llegar el autocar con el equipo y nos dirigimos a nuestro punto de acceso.

(seguirá)
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