La Central de Abasto: Alternativa económica

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Hace ya unos 5 años, requerimos emprender un negocio temporal para pagar la renta de un departamento en Copilco destinado para la enseñanza de la Biblia a universitarios de la UNAM.

Debido a que necesitábamos algo que nos permitiera estar cerca de C.U., trabajando juntos en una actividad en la que todos tuviéramos una capacidad empírica para colaborar y nos dejara el suficiente tiempo como para continuar nuestros estudios, otros trabajos y actividades en la iglesia, optamos por la venta de fruta.

Tras haber decidido esto, el mejor lugar que se nos vino a la cabeza fue comprar todo lo necesario en la Central de Abasto (FICEDA que significa Fideicomiso para la construcción y operación de la Central de Abasto de la Ciudad de México), creada en 1982 e inaugurada por el presidente José López Portillo.

Nunca habíamos puesto un pie en ese lugar; sin embargo, sin pensarlo dos veces y con el vocho de mi esposa que en ese momento no le pidió nada a un camión de redilas, un sábado nos dirigimos dos de nosotros a la Central.

Al llegar, nos dimos cuenta de que se trataba de un lugar inmenso, similar al ecosistema que se siente cuando uno ingresa a C.U. y se da cuenta de por qué le llaman Ciudad Universitaria.

La entrada se realiza a través de una serie de casetas como si se tratara de una carretera, donde cobran 5 pesos la entrada para autos compactos (desconozco la tarifa para camionetas o camiones). Dentro de la Central, existen circuitos en dos sentidos que rodean y pasan por en medio de las diferentes secciones que van desde frutas y verduras, hasta lácteos, flores y carne (pollo, res y cerdo), sin olvidar las famosas subastas, donde se puede encontrar todo lo que nadie quiso o se encuentra en un estado un poco deteriorado con un precio más barato aún.

Para el caso de las frutas y verduras, la mayoría se encuentran distribuidas en los pasillos de más de 500 metros de largo indexados de con letras y números a lo largo de 327 hectáreas (50 veces la superficie sobre la cual está construido el Estadio Azteca por ejemplo).

Comparando precios, ventajas y desventajas, nosotros nos decidimos por las jícamas, el pepino y el mango. De estos tres, las jícamas nos dejaban el mayor margen de ganancia (un costal de 80 kilos con un precio de 250 pesos podía convertirse fácilmente en unos 160 vasos con jícama de medio kilo cada uno [que obviamente podía disminuir hasta unos 400 gramos aumentando la ganancia] que vendíamos a 10 pesos, es decir $1,600 pesos dándonos un margen aproximado de 540%).

El pepino en su caso también es muy fácil de manejar y cortar, es fresco y combina bien con el chile y el limón, además de que era muy barato en ese tiempo y una caja de 25 kilos de buenos pepinos podíamos comprarla en 80 pesos (equivalente a 50 vasos de medio kilo o $500 pesos con un margen de 525%).

El mango era el más complicado, fácil de manejar ya que con cualquier golpe se echaba a perder o de escogerlo mal nos tocaba muy verde (y podía tardar hasta dos semanas en estar listo por lo que requería de estar envuelto en periódico durante ese tiempo para estar perfecto dejándonos sin materia prima para la venta y sin más dinero para invertir en otra fruta); sin embargo y a pesar de que una caja de 25 kilos nos podía costar hasta $250 pesos en sus máximos de temporada (50 vasos o $500 pesos, con un margen de 200%), era de los que mejor se vendían.

A todo esto, le añadíamos vasos, tenedores y bolsas para empacar grupos de 300 unidades, sal, limones ($50 pesos 20 kilos), chile (piquín y marca Miguelito o Changuito), redes para el cabello, guantes y gasolina para el transporte.

Tras la compra de fin de semana, llegaba el lunes y cada mañana a partir de las 7 de la mañana, comenzábamos a lavar y desinfectar la fruta. Una persona las lavaba y un par más las cortaba, otro par las acomodaba dentro de cada vaso que posteriormente se colocaba dentro de una bolsa de plástico para mantenerla fresca y fuera del contacto de manos el ambiente hasta su venta.

Al terminar al cabo de unas 2 horas de trabajo, un par de nosotros se dirigía al interior de C.U. (cuando aún permitían este tipo de comercio informal dentro de la universidad) con ayuda de un carrito de mandado (de esos de metal y rejillas) y se ubicaba en el pasillo entre la Facultad de Medicina y Odontología, junto a las canchas.

Cada día laboral que concluía en el peor de los casos a las 4 de la tarde hasta que el último vaso se vendía, la meta era vender un mínimo de 50 vasos, pero algunos días llegábamos hasta los 80. Las mejores ventas se hacían en época de calor y cuando los estudiantes salían a comer a eso de las 2 de la tarde.

Finalmente, en números aproximados, obteníamos $2,500 semanales libres (ya que cada visita a la Central se realizaba cada semana o semana y media) para el pago de la renta, luz, agua, teléfono e Internet, además del desayuno y comida de todos los que trabajábamos (unos seis o siete en total que al concluir con su tarea como picar o lavar la fruta, salían para continuar con sus actividades en la universidad o trabajo o incluso continuar enseñando la Biblia en diferentes facultades, lo cual permitía que cada uno en realidad invirtiera alternadamente entre 3 y 4 horas de trabajo de las 9 que se requerían para cubrir el horario de 7 am a 4 pm).

Esta experiencia (a pesar de que nuestra motivación fue pagar la renta para tener un lugar donde enseñar de la Biblia sin un sueldo de por medio), nos permitió ver que existe una alternativa muy buena para la compra de los alimentos y abarrotes que consumimos cada semana.

Así, podemos ponernos de acuerdo con un grupo de familiares y amigos y cada uno aportar un porcentaje de acuerdo a lo que queremos, comprar a precio de mayoreo y obtener cantidades de menudeo. A esto se le conoce como sociedad cooperativa de consumo, y sus beneficios los abordaré en otro artículo.

En la página de la Central pueden revisar los precios al mayoreo, menudeo y comparativos de frutas, verduras, hortalizas, pollo y huevo del día para darse una idea de cuánto requerirán. Muchos de los precios que mencioné aquí ya no son los mismos por razones obvias del tiempo en el que realizábamos nuestras compras y muchos también no indican la realidad de lo que está pasando dentro de los pasillos, donde se pueden encontrar precios aún más bajos pero también calidades menores.

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Closet a la medida

Amueblar y adaptar nuestra casa con un estilo propio suele ser algo muy costoso y que nos deja tan endeudados durante algunos “meses sin intereses” como para poder continuar con remodelaciones y nuevas compras.

En nuestro caso, llegamos a la fase de los closets, por lo que los cotizamos con un par de carpinteros (los cuales nos dieron precios de $8 mil y 13 mil pesos por cada closet) y finalmente nos decidimos por hacer una visita al pueblo de San Mateo Atenco en Toluca, lugar que únicamente convoca a todos estos comerciantes cada domingo a partir del medio día en un terreno enorme en la esquina de Av. Buenavista y Francisco Javier Mina.

Un buen amigo nos aconsejó visitar este lugar donde nos prometió encontraríamos muebles hechos realmente de madera (a elegir con o sin acabados) a un muy buen precio.

El pasado 26 de mayo fuimos al comentado mercado de muebles y comenzamos la búsqueda.

Al inicio creímos que encontraríamos exhibido y a la vista lo que estábamos buscando. Sin embargo, muchos de los muebles que ahí vimos eran de estilo rústico o “acabado chocolate”, que para muchos de nosotros ya están pasados de moda.

Más tarde y un poco desilusionados, nos dimos cuenta que muchas personas vendían fotografías de muebles. Tras haber preguntado la razón, nos explicaron que los visitantes las compran para utilizarlas como “modelo” del mueble que desean que algún fabricante local haga a la medida con las especificaciones deseadas (medidas, acabado, estilo, número de cajones, forma, etc).

Así, decidimos comenzar a cotizar los closets con ayuda de uno de los muebles que ya tenían hechos.

“Tres mil quinientos cada closet con marco y puertas armados, cajones con rieles pero sin acabados, sin agarraderas y sin pintar,” dijo uno de ellos. “Mil quinientos más por pintar cada uno con laca blanca.”

El mueble de ejemplo nos había gustado y el precio que nos dieron para las medidas de nuestro espacio era perfecto, por lo que decidimos hacer el trato por los closets más austeros.

Una semana más tarde, regresamos con las medidas exactas, ángulos (ya que el espacio del closet no posee ángulos rectos perfectos) y un adelanto de $1,200 pesos.

Otra semana más tarde, los closets ya estaban listos y regresamos al mercado a recoger el pedido, mismo lugar donde también conseguimos quien nos hiciera el flete.

Preguntando, nos dimos cuenta que los fletes varíaban muy poco y que la mayoría se situaba entre los $1,000 y $1,200 de San Mateo al Distrito Federal por una camioneta que fácilmente transportó los dos closets de 2.4 metros de alto por 1.70 metros de ancho por 60 centímetros de fondo, además de 6 sillas que nos animamos a comprar.

Con los closets en casa, el siguiente paso fue “presentarlos” colocándolos en los espacios para asegurarnos que no requerirían de un recorte o ajuste (afortunadamente encajaron perfecto). Posteriormente llegó la tarea de lijar un poco más (los muebles son entregados con un acabado muy fino pero con algunos detalles como astillas) con una lija de agua (la más fina y que tiene un costo de 6 pesos por una hoja de tamaño carta) todas las piezas para posteriormente resanarlas y finalmente pintarlas con un rodillo de esponja ($27), guantes de hule ($19), charola ($18), brocha y esmalte alquidálico blanco (de los cuales requerimos dos litros con un precio por litro de 100 pesos y un par de litros de thinner – 22 pesos por litro – para adelgazar un poco la pintura y que también es muy barato).

A ésta tarea que nos llevó la mayor parte de los dos meses que tardamos, le siguió el ensamble del mueble en el espacio que está formado por una pared de ladrillo y un par de paredes de tabla roca.

Atornillar el marco de las puertas y colocar el tubo para colgar ropa sólo requirió de unas 16 pijas para tabla roca y madera de 1 pulgada y media sin necesidad de taladrar la pared sino únicamente la madera del propio mueble, ya que la pija al ser atornillada perfora fácilmente la tabla roca (importante es saber en dónde están los postes de aluminio internos sobre los que se colocó la tabla roca, ya que servirán de mayor soporte si las pijas se atornillan justo sobre ellos).

Estos postes se ubican usualmente cada 60 centímetros (que es el ancho de cada hoja de tabla roca que posee también unos 2.4 metros de alto) así como en las esquinas donde por seguro debe llevar una escuadra de aluminio formada por la unión de dos de estos postes.

Finalmente, aspiramos y limpiamos el interior de los cajones para colocar la ropa.

El costo total aproximado fue de 4 mil 500 pesos por closet (materiales y flete incluidos) con un ahorro de 3 mil 500 pesos por closet.

Muchas mueblerías modernas con diseños eclécticos o minimalistas, compran a los carpinteros, ebanistas y comerciantes de San Mateo. Recuerdo haber visto varias camionetas con logotipos de estas mueblerías, estacionadas en los alrededores.

El trabajo del acabado de los muebles es pesado y tiene su chiste; sin embargo, las mueblerías (hasta los que venden en el mercado de muebles CREA en frente del Parque Ecológico Loreto y Peña Pobre en Insurgentes Sur) que se proveen en San Mateo, compran muy barato, venden hasta 4 veces por encima del precio de compra y muchas veces son muebles muy básicos construidos a medida y por pedido (a los expertos de San Mateo) con materiales como triplay muy delgado y sin refuerzos en diversos puntos clave de los muebles.

Espero que ésta publicación haya sido de utilidad para aquellos que quieran amueblar su hogar. Como detalle adicional, en el pueblo de San Pedro, un kilómetro antes de llegar a San Mateo si vienen del D.F., la especialidad de la casa son las salas.

Aquí les dejo una fotografía de cómo quedó uno de los closets ya instalado y pintado.

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