Ensayo sobre la ceguera

Sobre la mía, concretamente. Tras una bronca paterno-filial generada por  una de esas travesuras que los hermanos mayores llevan a cabo para llamar la atención de sus sufridos padres, Adriana se marchó cabizbaja a su habitación.
Al día siguiente, al ir a despertarla de buena mañana, su madre y yo vimos en su pizarra un dibujo de un monigote con cara triste, difícil de identificar por lo abstracto del retazo pero con una línea en forma de U invertida en la zona de la boca muy evidente.
Le preguntamos por la identidad del personaje del dibujo, y nos contestó que era ella. El nudo en el estómago que me provocó esa respuesta y la imagen de ese dibujo es indescriptible. Adriana, triste por la regañina (seguramente desproporcionada) de su padre, plasmó su estado de ánimo en un dibujo, en unos breves trazos a tiza que no pueden ser más elocuentes y que merecen, cuanto menos, una reflexión.
A menudo somos incapaces de medir la hipersensibilidad de nuestros pequeños, les tratamos como mayores, demandamos de ellos reacciones y comportamientos que no se corresponden a su edad, a su condición de niños inocentes a los que cualquier palabra fuera de tono, cualquier grito, cualquier amenaza velada, les hace un daño tremendo que espero no sea irreparable.
Pretendemos que niños de 4 años entiendan nuestra idiosincrasia, que se pongan en nuestro lugar y permanezcan quietos y callados en un rincón porque papá está cansado o porque papá quiere tranquilidad. Eso es ceguera, de la peligrosa, de la dañina, de la que acaba convirtiendo a nuestros pequeños en blancos de nuestra ira, volcando sobre ellos frustraciones que acaban en dibujos en pizarras que se clavan como puñales.

Esta mañana, nada más levantarse, Adriana me ha dicho: “Papi, ¿me perdonas?”. Tras recibir la absolución, y sin decir nada a nadie, se ha dirigido a su habitación, ha borrado la cara triste, y ha dibujado en su lugar una sonrisa. Y a mi me ha matado de amor.
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Mi hijo me pega

Pero así, como suena. Y no de una forma cariñosa provocada por su falta de coordinación psicomotriz, no no. Me pega con la mano abierta y con cara de chino cabreado al que le han quitado los palillos a la hora de comer.
Desconozco hasta la fecha si se trata de un frustración generada por la incapacidad de verbalizar el odio que me profesa cuando me bato en duelo con él blandiendo en la diestra la cuchara, o si por el contrario canaliza en forma de guantazo rural lo mal que le caigo como padre.

Pero el caso es que me pega, apretando los cuatro dientes que tiene y frunciendo el ceño, sacando a relucir el gen de Cuenca que lleva en sus adentros. De momento la cosa no ha pasado a mayores y hemos solventado los conatos de violencia con unas cuantas cosquillas, pero por si acaso voy a ir llamando a Pedro Aguado para que me vaya haciendo un hueco.
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Mi hijo me pega

Pero así, como suena. Y no de una forma cariñosa provocada por su falta de coordinación psicomotriz, no no. Me pega con la mano abierta y con cara de chino cabreado al que le han quitado los palillos a la hora de comer.
Desconozco hasta la fecha si se trata de un frustración generada por la incapacidad de verbalizar el odio que me profesa cuando me bato en duelo con él blandiendo en la diestra la cuchara, o si por el contrario canaliza en forma de guantazo rural lo mal que le caigo como padre.

Pero el caso es que me pega, apretando los cuatro dientes que tiene y frunciendo el ceño, sacando a relucir el gen de Cuenca que lleva en sus adentros. De momento la cosa no ha pasado a mayores y hemos solventado los conatos de violencia con unas cuantas cosquillas, pero por si acaso voy a ir llamando a Pedro Aguado para que me vaya haciendo un hueco.
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No importa, papá

No importa, papá. No importa si has tenido un mal día en el trabajo y estás de mal humor. No importa si me gritas sin motivo aparente, porque estás cansado y no puedes más. No importa si no quieres jugar conmigo, ni que estés ahí sentado con cara de pocos amigos mientras me bañas. 

No importa que montes en cólera si tardo más de la cuenta en comer, o que frunzas el ceño si te pregunto cualquier cosa inoportuna. No importa que blasfemes,  que jures en arameo o que maldigas una y otra vez tu suerte por no tener tiempo para nada. 

No importa, nada importa, porque te quiero y el amor de un hijo no atiende a razones. 

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No importa, papá

No importa, papá. No importa si has tenido un mal día en el trabajo y estás de mal humor. No importa si me gritas sin motivo aparente, porque estás cansado y no puedes más. No importa si no quieres jugar conmigo, ni que estés ahí sentado con cara de pocos amigos mientras me bañas. 

No importa que montes en cólera si tardo más de la cuenta en comer, o que frunzas el ceño si te pregunto cualquier cosa inoportuna. No importa que blasfemes,  que jures en arameo o que maldigas una y otra vez tu suerte por no tener tiempo para nada. 

No importa, nada importa, porque te quiero y el amor de un hijo no atiende a razones. 

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Diferencias

Hace unos días, un familiar (sin hijos, claro) me preguntó por qué había abandonado la terapéutica actualización de este blog. Mi respuesta fue que ya no tenía nada sobre lo que escribir. Meditando sobre esto, he llegado a la conclusión de que no es del todo cierto. Las peripecias, las experiencias, los denodados intentos por comprender la mente del infante siguen ahí, intactas. Lo que ocurre es que a determinadas alturas de la paternidad, la anestesia que uno padece es tal que todo se normaliza y se contextualiza de tal forma que se le resta importancia y emotividad al día a día.
Bien, Nacho llegó a nuestras vidas hace ahora justo diez meses. Voy a intentar describir brevemente en este post las diferencias y similitudes halladas entre un bebé hembra y un bebé macho, que no son pocas.
Para empezar, no es que el niño sea más activo, más inquieto o más curioso, no. Lo que ocurre es que el niño está como una puta cabra mocha, y que me perdonen los puristas. Grita, patalea, se arrastra por el suelo como una lagartija (no gatea, eso requiere mucho esfuerzo, ha salido al padre), brama, te araña, te golpea si es menester. Mi suegra le llama terrorista chiita, pero dudo yo que muchos chiitas hayan presenciado semejantes torturas.
Come, eso sí. Pero come cuando le apetece, no cuando tú le digas. Come, sí, pero eso siempre que aciertes con la cuchara en su implacable lucha por rematar de cabeza cada acercamiento del cubierto a la boca. Lo ideal es que un progenitor le inmovilice con movimientos de yudo mientras el otro blande la cuchara e intenta que un porcentaje superior al 60% del plato acabe en el estómago. El resto, irremediablemente, acabará a partes iguales en las paredes y en el pelo y/o ropajes de los padres.
Duerme como un lirón, semejanza que cabe resaltar con su hermana. Pero aún en esto, hay diferencias. Mientras que Adriana, alías La Bendita, caía en brazos de Morfeo sin contemplaciones, Nacho pelea, Nacho llora, Nacho grita, Nacho se lamenta de su suerte por verse “obligado” y “arrastrado” a la inmisericorde labor de….. comer, dormir y cagar.
El baño, otrora momento de relajación y esparcimiento con Adri, se convierte en este caso en una pelea entre el hombre y la fiera en aguas amazónicas. Normalmente gana la fiera.

En definitiva, amigos míos mis amigos, esto es otro mundo. Dicho lo cual miradle, y decidme si no es entrañable, si no es achuchable y besable. Mirad esa cara demoníaca y angelical a partes iguales y acordaos de mí cuando ya no esté.
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Diferencias

Hace unos días, un familiar (sin hijos, claro) me preguntó por qué había abandonado la terapéutica actualización de este blog. Mi respuesta fue que ya no tenía nada sobre lo que escribir. Meditando sobre esto, he llegado a la conclusión de que no es del todo cierto. Las peripecias, las experiencias, los denodados intentos por comprender la mente del infante siguen ahí, intactas. Lo que ocurre es que a determinadas alturas de la paternidad, la anestesia que uno padece es tal que todo se normaliza y se contextualiza de tal forma que se le resta importancia y emotividad al día a día.
Bien, Nacho llegó a nuestras vidas hace ahora justo diez meses. Voy a intentar describir brevemente en este post las diferencias y similitudes halladas entre un bebé hembra y un bebé macho, que no son pocas.
Para empezar, no es que el niño sea más activo, más inquieto o más curioso, no. Lo que ocurre es que el niño está como una puta cabra mocha, y que me perdonen los puristas. Grita, patalea, se arrastra por el suelo como una lagartija (no gatea, eso requiere mucho esfuerzo, ha salido al padre), brama, te araña, te golpea si es menester. Mi suegra le llama terrorista chiita, pero dudo yo que muchos chiitas hayan presenciado semejantes torturas.
Come, eso sí. Pero come cuando le apetece, no cuando tú le digas. Come, sí, pero eso siempre que aciertes con la cuchara en su implacable lucha por rematar de cabeza cada acercamiento del cubierto a la boca. Lo ideal es que un progenitor le inmovilice con movimientos de yudo mientras el otro blande la cuchara e intenta que un porcentaje superior al 60% del plato acabe en el estómago. El resto, irremediablemente, acabará a partes iguales en las paredes y en el pelo y/o ropajes de los padres.
Duerme como un lirón, semejanza que cabe resaltar con su hermana. Pero aún en esto, hay diferencias. Mientras que Adriana, alías La Bendita, caía en brazos de Morfeo sin contemplaciones, Nacho pelea, Nacho llora, Nacho grita, Nacho se lamenta de su suerte por verse “obligado” y “arrastrado” a la inmisericorde labor de….. comer, dormir y cagar.
El baño, otrora momento de relajación y esparcimiento con Adri, se convierte en este caso en una pelea entre el hombre y la fiera en aguas amazónicas. Normalmente gana la fiera.

En definitiva, amigos míos mis amigos, esto es otro mundo. Dicho lo cual miradle, y decidme si no es entrañable, si no es achuchable y besable. Mirad esa cara demoníaca y angelical a partes iguales y acordaos de mí cuando ya no esté.
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La llave de tu vida

Ser padre es maravilloso. Sí. Es una experiencia única que todo hombre debería experimentar. También. No hay nada comparable a la sensación de tener en tus brazos por primera vez a tu vástago. Obvio.
Lo que nadie cuenta de tan maravillosa aventura es la parte negativa. Y no, no hablo de la falta de sueño, ni de la rutina de cambiar pañales, ni siquiera de las rabietas, los vómitos provocados, los pulsos que te hacen despertar instintos homicidas….. No es nada de esto, porque todo esto en general forma parte de la mágica experiencia de la paternidad.
Lo que nadie os cuenta y nadie os contará jamás, futuros padres, es la enorme cicatriz que cada paternidad deja dentro de vosotros. Y me explico antes de que me soltéis a los perros. Un hijo viene al mundo con un claro cometido: llevar a cabo una contundente catarsis en las vidas de sus progenitores que les haga resetear lo que han sido y les instale un nuevo sistema operativo que tenga como único objetivo garantiza su bienestar y su seguridad. Nada importa si antes has sido un apuesto adonis, un prolífico artista, un elegante mediocentro ofensivo o simplemente un afamado cierrabares al borde de la cirrosis. Nada importa lo que has hecho antes, lo que has intentado ser o lo que has intentado dejar de ser. Nada importa porque ahora eres padre, solo padre y nada más que padre.
Sé que vuestros colegas que ya han pasado por esto os dirán que todo es cuestión de tiempo, de amoldarse, de esforzarse por retomar amistades y rutinas pretéritas…. Mentira. Cuando llegan a sus casas, ellos también son padres, solo padres y nada más que padres.
Leí hace poco en un blog mucho más didáctico que este (donde va a parar) que un hijo nace con la gorra de chófer, se sube al coche de tu vida y lo aparca en un parking, guardando la llave en su corazón, a buen recaudo, con la promesa de devolvértela cuando tú le entregues la llave de su propia vida.
Preciosa metáfora que ilustra a las mil maravillas lo que esto supone, y que no es otra cosa que la anulación (espero que temporal) casi por completo de todo lo que has intentado ser en la vida. Nada es compatible con ser padre. O se es padre o se es abogado, o se es padre o se es periodista, o se es padre o se es médico, o se es padre o se es crápula…. Seas lo que seas, si eres padre, no serás nada más, por mucho que te empeñes en intentar demostrarte a ti mismo y al resto del mundo que puedes hacerlo.

Luchamos, lucho, por intentar mantener a flote a la persona que fui, la que me costó años y años moldear, la que me costó años y años diseñar, pero es inútil, no tiene sentido. Soy y seré lo que Adriana y Nacho quieran que sea, o al menos durante el tiempo que ellos quieran que sea. Después, cuando me devuelvan la llave de mi vida, quizá sea tarde y no arranque. O quizá simplemente necesite una revisión. Mientras tanto, no tengo otra opción que ser padre. Y en ello estamos.
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La llave de tu vida

Ser padre es maravilloso. Sí. Es una experiencia única que todo hombre debería experimentar. También. No hay nada comparable a la sensación de tener en tus brazos por primera vez a tu vástago. Obvio.
Lo que nadie cuenta de tan maravillosa aventura es la parte negativa. Y no, no hablo de la falta de sueño, ni de la rutina de cambiar pañales, ni siquiera de las rabietas, los vómitos provocados, los pulsos que te hacen despertar instintos homicidas….. No es nada de esto, porque todo esto en general forma parte de la mágica experiencia de la paternidad.
Lo que nadie os cuenta y nadie os contará jamás, futuros padres, es la enorme cicatriz que cada paternidad deja dentro de vosotros. Y me explico antes de que me soltéis a los perros. Un hijo viene al mundo con un claro cometido: llevar a cabo una contundente catarsis en las vidas de sus progenitores que les haga resetear lo que han sido y les instale un nuevo sistema operativo que tenga como único objetivo garantiza su bienestar y su seguridad. Nada importa si antes has sido un apuesto adonis, un prolífico artista, un elegante mediocentro ofensivo o simplemente un afamado cierrabares al borde de la cirrosis. Nada importa lo que has hecho antes, lo que has intentado ser o lo que has intentado dejar de ser. Nada importa porque ahora eres padre, solo padre y nada más que padre.
Sé que vuestros colegas que ya han pasado por esto os dirán que todo es cuestión de tiempo, de amoldarse, de esforzarse por retomar amistades y rutinas pretéritas…. Mentira. Cuando llegan a sus casas, ellos también son padres, solo padres y nada más que padres.
Leí hace poco en un blog mucho más didáctico que este (donde va a parar) que un hijo nace con la gorra de chófer, se sube al coche de tu vida y lo aparca en un parking, guardando la llave en su corazón, a buen recaudo, con la promesa de devolvértela cuando tú le entregues la llave de su propia vida.
Preciosa metáfora que ilustra a las mil maravillas lo que esto supone, y que no es otra cosa que la anulación (espero que temporal) casi por completo de todo lo que has intentado ser en la vida. Nada es compatible con ser padre. O se es padre o se es abogado, o se es padre o se es periodista, o se es padre o se es médico, o se es padre o se es crápula…. Seas lo que seas, si eres padre, no serás nada más, por mucho que te empeñes en intentar demostrarte a ti mismo y al resto del mundo que puedes hacerlo.

Luchamos, lucho, por intentar mantener a flote a la persona que fui, la que me costó años y años moldear, la que me costó años y años diseñar, pero es inútil, no tiene sentido. Soy y seré lo que Adriana y Nacho quieran que sea, o al menos durante el tiempo que ellos quieran que sea. Después, cuando me devuelvan la llave de mi vida, quizá sea tarde y no arranque. O quizá simplemente necesite una revisión. Mientras tanto, no tengo otra opción que ser padre. Y en ello estamos.
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Cambios

Tres meses exactos sin escribir y sin actualizar este modesto blog dan para mucho. En primer lugar, dan para que Adriana, la verdadera y primigenia protagonista de esta experiencia bloguística, se haya convertido en una niña de los pies a la cabeza. Y dan también para que su futuro hermano, Nacho, se haya erigido ya en todo un proyecto de hombrecito a juzgar por lo que se aprecia en las ecos.
Dado que me sabe mal como padre privar a Adriana de este espacio que nació como suyo en detrimento de su futuro hermano, y dado a su vez que la opción de crear un segundo blog se me antoja tan ardua como innecesaria, he decidido que a partir de este momento Peripecias de un Padre aunará en un mismo concepto ambas experiencias. Es decir, que desde el momento en el que Nacho vea la luz, comenzaré a relatar en este espacio a modo de comparativa los pormenores de los primeros meses del pequeño, enfrentándolos a aquellos que padecí como padre primerizo.
Esto, no obstante, sin menoscabo de que pueda continuar relatando los sinsabores de esta cruz que tengo como padre y marido.
De hecho, aprovecho la ocasión para lanzar un aviso a aquellos padres primerizos que se estén planteando la opción de repetir martirio chino: si la concepción de un cuarto miembro de la familia conlleva algún tipo de daño colateral del tipo reforma en casa, adquisición de mobiliario o sustitución del existente, hacedlo innegociablemente antes de que la futura madre se convierta en una noria hormonal (si es que en algún momento del embarazo deja de serlo). Vuestra salud mental os lo agradecerá.

Dicho esto, os dejo una de las últimas instantáneas tomadas a Adri, para que veáis que, diga uno lo que diga y blasfeme uno lo que blasfeme, esto es lo mejor que te puede pasar en la vida. Salvo que el Atleti gane la Champions…. Bueno ahí ahí……
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Cambios

Tres meses exactos sin escribir y sin actualizar este modesto blog dan para mucho. En primer lugar, dan para que Adriana, la verdadera y primigenia protagonista de esta experiencia bloguística, se haya convertido en una niña de los pies a la cabeza. Y dan también para que su futuro hermano, Nacho, se haya erigido ya en todo un proyecto de hombrecito a juzgar por lo que se aprecia en las ecos.
Dado que me sabe mal como padre privar a Adriana de este espacio que nació como suyo en detrimento de su futuro hermano, y dado a su vez que la opción de crear un segundo blog se me antoja tan ardua como innecesaria, he decidido que a partir de este momento Peripecias de un Padre aunará en un mismo concepto ambas experiencias. Es decir, que desde el momento en el que Nacho vea la luz, comenzaré a relatar en este espacio a modo de comparativa los pormenores de los primeros meses del pequeño, enfrentándolos a aquellos que padecí como padre primerizo.
Esto, no obstante, sin menoscabo de que pueda continuar relatando los sinsabores de esta cruz que tengo como padre y marido.
De hecho, aprovecho la ocasión para lanzar un aviso a aquellos padres primerizos que se estén planteando la opción de repetir martirio chino: si la concepción de un cuarto miembro de la familia conlleva algún tipo de daño colateral del tipo reforma en casa, adquisición de mobiliario o sustitución del existente, hacedlo innegociablemente antes de que la futura madre se convierta en una noria hormonal (si es que en algún momento del embarazo deja de serlo). Vuestra salud mental os lo agradecerá.

Dicho esto, os dejo una de las últimas instantáneas tomadas a Adri, para que veáis que, diga uno lo que diga y blasfeme uno lo que blasfeme, esto es lo mejor que te puede pasar en la vida. Salvo que el Atleti gane la Champions…. Bueno ahí ahí……
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Éramos pocos…..

Traer a un niño a este mundo con la que está cayendo es una temeridad. Traer a dos es un suicidio. Pues bien, en un alarde de autoinmolación paternal, la orgullosa mamá de Adriana y el que suscribe, su no menos orgulloso padre, queremos anunciaros que viene en camino (Dios mediante) un nuevo miembro a la familia Rubio-Gutiérrez.
Tentado me hallo de cambiar el nombre a este blog por el de “Peripecias de un padre inconsciente”, pero no, lo dejaré tal cual, aunque el protagonismo en el futuro será compartido entre el pichón y el futuro polluelo.
Sobre el nuevo inquilino del vientre materno pocos datos podemos daros. Semana 13 de gestación, todo en orden por el momento salvo la madre que está hecha unos zorros, y aún por descubrir el sexo de la criatura (muchas posibilidades de que sea un retoño).
Seguiremos informando….
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Éramos pocos…..

Traer a un niño a este mundo con la que está cayendo es una temeridad. Traer a dos es un suicidio. Pues bien, en un alarde de autoinmolación paternal, la orgullosa mamá de Adriana y el que suscribe, su no menos orgulloso padre, queremos anunciaros que viene en camino (Dios mediante) un nuevo miembro a la familia Rubio-Gutiérrez.
Tentado me hallo de cambiar el nombre a este blog por el de “Peripecias de un padre inconsciente”, pero no, lo dejaré tal cual, aunque el protagonismo en el futuro será compartido entre el pichón y el futuro polluelo.
Sobre el nuevo inquilino del vientre materno pocos datos podemos daros. Semana 13 de gestación, todo en orden por el momento salvo la madre que está hecha unos zorros, y aún por descubrir el sexo de la criatura (muchas posibilidades de que sea un retoño).
Seguiremos informando….
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¡¡¡Artista!!!

Mi hija es la más lista. No, no es un tópico, es la verdad. Nada de eso de que para los padres sus hijos siempre son los mejores, en mi caso es cierto e irrefutable. A ver si no cómo explicáis que con sólo dos añitos sea capaz de cantar el himno del Atleti con esa entonación casi perfecta. Los pelos como escarpias.
Al margen de esto, su capacidad artística es ilimitada. Lo mismo se pinta el ojo de verde con un rotulador como te llena una mesa de pegatinas o te planta las suelas de los zapatos en la pared blanca al más puro estilo “street art”.
Pero sin duda, lo más sorprendente y llamativo es su potencial como futura cantaora. Un vibrato al alcance de pocos, una capacidad para pasar del grave al agudo sin parangón, una interpretación sublime y una lírica capaz de emocionar al más pintado. Y si no me creéis, mirad, mirad…..

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¡¡¡Artista!!!

Mi hija es la más lista. No, no es un tópico, es la verdad. Nada de eso de que para los padres sus hijos siempre son los mejores, en mi caso es cierto e irrefutable. A ver si no cómo explicáis que con sólo dos añitos sea capaz de cantar el himno del Atleti con esa entonación casi perfecta. Los pelos como escarpias.
Al margen de esto, su capacidad artística es ilimitada. Lo mismo se pinta el ojo de verde con un rotulador como te llena una mesa de pegatinas o te planta las suelas de los zapatos en la pared blanca al más puro estilo “street art”.
Pero sin duda, lo más sorprendente y llamativo es su potencial como futura cantaora. Un vibrato al alcance de pocos, una capacidad para pasar del grave al agudo sin parangón, una interpretación sublime y una lírica capaz de emocionar al más pintado. Y si no me creéis, mirad, mirad…..

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Juré que nunca lo haría

Desde que tuvimos noticia del embarazo y la próxima llegada a nuestras vidas de Adriana, me prometí que yo nunca caería en esto. Veía a otros padres perder el control de sus actos en determinadas situaciones y terminar haciéndolo, pero yo me juré y me perjuré que nunca me pasaría, que jamás le haría a mi pequeña pasar por esto.
Es difícil controlar algunas situaciones de nuestras vidas que nos sobrevienen de repente y apenas podemos asumir y asimilar. Conceptos y comportamientos que pensamos que nunca tendremos y que jamás focalizaremos hacia nuestros pequeños, nos sorprenden de repente y terminamos pagándolo con ellos, sometiéndoles a situaciones como ésta que son dramáticas en definitiva.
No es justo, no es lícito y, por supuesto, no es bueno para ellos. Yo bramaba a los cuatro vientos cuando veía a otros padres hacerlo. Les criticaba, les odiaba por ello. Ahora, me he convertido en uno de ellos. Sí, yo también he caído. A mi también me ha pasado. A Adriana le gusta Bob Esponja.

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Juré que nunca lo haría

Desde que tuvimos noticia del embarazo y la próxima llegada a nuestras vidas de Adriana, me prometí que yo nunca caería en esto. Veía a otros padres perder el control de sus actos en determinadas situaciones y terminar haciéndolo, pero yo me juré y me perjuré que nunca me pasaría, que jamás le haría a mi pequeña pasar por esto.
Es difícil controlar algunas situaciones de nuestras vidas que nos sobrevienen de repente y apenas podemos asumir y asimilar. Conceptos y comportamientos que pensamos que nunca tendremos y que jamás focalizaremos hacia nuestros pequeños, nos sorprenden de repente y terminamos pagándolo con ellos, sometiéndoles a situaciones como ésta que son dramáticas en definitiva.
No es justo, no es lícito y, por supuesto, no es bueno para ellos. Yo bramaba a los cuatro vientos cuando veía a otros padres hacerlo. Les criticaba, les odiaba por ello. Ahora, me he convertido en uno de ellos. Sí, yo también he caído. A mi también me ha pasado. A Adriana le gusta Bob Esponja.

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Urgencias

Definitivamente, padres y madres no somos iguales. De hecho, si así fuera, este blog no tendría ningún sentido. Muestra inequívoca de ello es la distinta capacidad que unos y otras tenemos para afrontar los momentos complicados que se suceden en el día a día. No digo que ellas sean mejores, ojo, digo que son distintas. Qué coño, son mejores.

Entremos en situación. Padre de naturaleza resolutiva (no tiene porqué ser mi caso) y decidido, que encara con determinación los problemas del trabajo y de la vida, que tiene una capacidad innata para desenvolverse con naturalidad y firmeza en momentos peliagudos, pero que se convierte en Pepe Viyuela cuando tiene que llevar a su pequeña hija de dos años a urgencias.

La cosa se complica desde el momento en el que la niña empieza a dar muestras inequívocas de tener fiebre. El primer paso suele ser que el padre aproveche el momento preciso en el que la pequeña va a vomitar para intentar llevarla desde la cama hasta el baño, separados por una considerable distancia que se hace mayor en estos casos (os la tengo jurada, arquitectos de pacotilla). Bien, entre ambas estancias suelen situarse obstáculos tales como cómodas o alfombras, muy susceptibles de resultar considerablemente impregnadas en el caso de que intentes transportar en volandas cogida por las axilas a una niña de dos años vomitando a cascoporro.
La situación no mejora en el coche. La pobre criatura, vestida para la ocasión (en situaciones de emergencia sanitaria el papá opta, siempre, por ponerle la primera ropa que encuentre, y esto incluye normalmente ponerle el gorro del revés) realiza el viaje de ida al hospital al filo de la navaja, con ojillos de circunstancias debido a la fiebre y flipando ante el caos organizativo del padre. Éste, por su parte, conduce a toda leche con un ojo en la carretera y el otro en el retrovisor, implorándole al cielo que la próxima bocanada se demore al menos hasta llegar al destino. La tensión es máxima, se masca la tragedia.

Si finalmente las alfombrillas salen indemnes, es hora de llegar al mostrador de Urgencias y balbucear ante la atónita mirada de la administrativa. En estos momentos no se sabe bien quién de los dos, padre o hija, es el enfermo. Tampoco queda claro quién de los dos es el que está aprendiendo a hablar. Tras una ingente lucha dialéctica, finalmente al padre le queda claro que debe ir hacia las puertas blancas de su derecha y girar a la izquierda, hacia donde pone “urgencias pediátricas”.

Tras esperar un buen rato en un pasillo, el nervioso padre decide echar un vistazo (los hombres no preguntamos, ya sabéis) y localiza una sala de espera donde, por lo visto, debe sentarse a esperar. 
Cuando el pediatra nombra a la pequeña, el progenitor sale a la carrera, pisando al resto de pacientes, tropezándose con la puerta, y consigue finalmente llegar a la consulta. El galeno le ordena que desvista a la pequeña, otra ardua tarea (dónde están las madres cuando se las necesita) y procede a examinar a la enferma. El padre, mientras, se pasea por la habitación preguntando “¿está bien?”, “¿qué le pasa?” o “¿es grave doctor?” a lo que el pediatra responde con un angustioso silencio.

Finalmente, tras el diagnóstico y la emisión de recetas, toca desandar el camino, visitar la farmacia, colgar en la nevera las indicaciones del médico para no olvidarlas y rezar para que mamá vuelva pronto.

La niña está bien, gracias.

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Urgencias

Definitivamente, padres y madres no somos iguales. De hecho, si así fuera, este blog no tendría ningún sentido. Muestra inequívoca de ello es la distinta capacidad que unos y otras tenemos para afrontar los momentos complicados que se suceden en el día a día. No digo que ellas sean mejores, ojo, digo que son distintas. Qué coño, son mejores.

Entremos en situación. Padre de naturaleza resolutiva (no tiene porqué ser mi caso) y decidido, que encara con determinación los problemas del trabajo y de la vida, que tiene una capacidad innata para desenvolverse con naturalidad y firmeza en momentos peliagudos, pero que se convierte en Pepe Viyuela cuando tiene que llevar a su pequeña hija de dos años a urgencias.

La cosa se complica desde el momento en el que la niña empieza a dar muestras inequívocas de tener fiebre. El primer paso suele ser que el padre aproveche el momento preciso en el que la pequeña va a vomitar para intentar llevarla desde la cama hasta el baño, separados por una considerable distancia que se hace mayor en estos casos (os la tengo jurada, arquitectos de pacotilla). Bien, entre ambas estancias suelen situarse obstáculos tales como cómodas o alfombras, muy susceptibles de resultar considerablemente impregnadas en el caso de que intentes transportar en volandas cogida por las axilas a una niña de dos años vomitando a cascoporro.
La situación no mejora en el coche. La pobre criatura, vestida para la ocasión (en situaciones de emergencia sanitaria el papá opta, siempre, por ponerle la primera ropa que encuentre, y esto incluye normalmente ponerle el gorro del revés) realiza el viaje de ida al hospital al filo de la navaja, con ojillos de circunstancias debido a la fiebre y flipando ante el caos organizativo del padre. Éste, por su parte, conduce a toda leche con un ojo en la carretera y el otro en el retrovisor, implorándole al cielo que la próxima bocanada se demore al menos hasta llegar al destino. La tensión es máxima, se masca la tragedia.

Si finalmente las alfombrillas salen indemnes, es hora de llegar al mostrador de Urgencias y balbucear ante la atónita mirada de la administrativa. En estos momentos no se sabe bien quién de los dos, padre o hija, es el enfermo. Tampoco queda claro quién de los dos es el que está aprendiendo a hablar. Tras una ingente lucha dialéctica, finalmente al padre le queda claro que debe ir hacia las puertas blancas de su derecha y girar a la izquierda, hacia donde pone “urgencias pediátricas”.

Tras esperar un buen rato en un pasillo, el nervioso padre decide echar un vistazo (los hombres no preguntamos, ya sabéis) y localiza una sala de espera donde, por lo visto, debe sentarse a esperar. 
Cuando el pediatra nombra a la pequeña, el progenitor sale a la carrera, pisando al resto de pacientes, tropezándose con la puerta, y consigue finalmente llegar a la consulta. El galeno le ordena que desvista a la pequeña, otra ardua tarea (dónde están las madres cuando se las necesita) y procede a examinar a la enferma. El padre, mientras, se pasea por la habitación preguntando “¿está bien?”, “¿qué le pasa?” o “¿es grave doctor?” a lo que el pediatra responde con un angustioso silencio.

Finalmente, tras el diagnóstico y la emisión de recetas, toca desandar el camino, visitar la farmacia, colgar en la nevera las indicaciones del médico para no olvidarlas y rezar para que mamá vuelva pronto.

La niña está bien, gracias.

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Votad que es de gratis!

Hola a todos/as

En mi inmensa modestia, he decidido participar en los Premios 20Blogs que organiza 20 Minutos.

Como soy torpe de cojones, no soy capaz de poner el código html para que podáis votar  que me quede bonito, así que os pongo aquí un enlace por si tal.

Conste que no lo hago por el premio de 5.000 euros, porque el dinero me sobra y no es lo que me motiva en esta vida. Pero vamos, que una cenita cae si gano eh?

Las votaciones empiezan el 14 de diciembre, así que os quiero ver a todos con el dedito listo para darle al botón de votar sin compasión.

Vamos que nos vamos, dale aquí!!!

Besos!!

PD: La foto que pongo de Adriana es para daros pena, sí.

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Hola a todos/as

En mi inmensa modestia, he decidido participar en los Premios 20Blogs que organiza 20 Minutos.

Como soy torpe de cojones, no soy capaz de poner el código html para que podáis votar  que me quede bonito, así que os pongo aquí un enlace por si tal.

Conste que no lo hago por el premio de 5.000 euros, porque el dinero me sobra y no es lo que me motiva en esta vida. Pero vamos, que una cenita cae si gano eh?

Las votaciones empiezan el 14 de diciembre, así que os quiero ver a todos con el dedito listo para darle al botón de votar sin compasión.

Vamos que nos vamos, dale aquí!!!

Besos!!

PD: La foto que pongo de Adriana es para daros pena, sí.

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