James-Hetherington |
No hay mejor cosa para conocerse a uno mismo que perderse en el desierto o a falta de arena bien puede valer, ser padre.
Nada mejor para poner a prueba tus cualidades como ser humano, como ser humano responsable queremos decir ( y medianamente cuerdo debería añadir), que la paternidad o maternidad (dependiendo del lado donde les pille).
Porque eso es otra de las miles de cosas que tus padres no te cuentan cuando eres adulto y tienes algo de capacidad para escucharles, que ya sabemos que de pequeño el canal por el que emitía tu madre pasaba directo a través de tus oídos, es decir, entraba por uno y salía por el otro, igualico que con los rubios en este momento y con la diferencia de que quien está al otro lado del dial es un servidor.
Decía que nadie te cuenta que es muy recomendable llegar a esta etapa del desarrollo, educación y doma de bichos de metro a metro y medio con cierta dosis mínima de cordura. Y no se confíen porque ese mínimo tiene que ser bastante alto (por su bien), ya que en el proceso se va a perder gran parte de ella, junto con los pelos, los pectorales y las ganas de levantarse otro día.
Todo en su conjunto nos devuelve una imagen de nosotros difícil de reconocer y asociar a aquello que un buen día fuimos y desde luego, nada que ver con aquello que un día allá cuando decidimos eso de dejar de ser dos para ser más, nos imaginábamos ser.
Malos tiempos para los superpadres
No esta siendo una buena temporada, muchas cosas en la lobocueva han cambiado, los peques crecen (por desgracia) y con ellos la complejidad de los problemas. Llevamos ya tiempo, quizás demasiado, perdidos intentando encontrar nuestro lugar de nuevo, ese sitio desde donde veíamos pasar los días y saludábamos a los demás. Ahora, los días simplemente pasan, uno detrás del otro, sin siquiera detenerse a saludar o preguntar cómo ha ido. Si hace tiempo mi capacidad de planificación se reducía a una semana como
mucho, a día de hoy puedo decir que empieza ya a ser preocupante las horas a las que comienzo a preparar la cena o las horas que, en general, se duermen en esta casa.
Hace tiempo ya que no hay capitán en el barco, que hemos soltado velas y nos dejamos llevar por la corriente del sur, si sopla, y quizás mañana sea vendaval del noroeste, quien sabe. Es posible incluso que hayamos naufragado hace tiempo y que cada uno viajemos a la deriva en nuestro propio resto del naufragio.
Nunca, en toda mi vida, he estado tan cerca de sentir en mis propias carnes aquellas frases de nuestra infancia que tanto le oía a mi madre: «cuando seas padre me entenderás», «me vais a volver loca», «yo ya no se que hacer con vosotros». Si, por desgracia a sido «por las malas» como he aprendido lo que es intentar criar a dos, por las malas he visto como mi cordura se va reduciendo día a día. Me he mirado en el mismo espejo que mis padres y no me ha gustado lo que este me ha devuelto, no me ha gustado esa sombra que he visto entre el tipo del espejo y yo. Porque he mirado y me ha devuelto ese lado oscuro que nunca nos gusto, ese «nosotros» que sabemos está ahí, vigilando, esperando su oportunidad para salir.
Hoy no me gustó lo que he visto, no sé si porque había idealizado mi imagen en el espejo y esperaba ver algo muy diferente o porque lo que veo se parece mucho a lo que ya viví en otra época, en otro papel. La misma obra caótica sin director ni guionista, en un teatro que huele a rancio y que necesita un lavado a fondo.
Hoy he comprendido esa parte de quienes son mis padres, esa parte que sólo se entiende cuando eres padre y llegas a ciertos límites, esa parte que no quiero ser. Hoy sé que llevo un equipaje que creía haber dejado atrás hace tiempo, hace mucho tiempo. Un equipaje que no necesito pero del que nunca podré deshacerme.
Debo hacer algo con esa imagen que veo en el espejo, pero sinceramente ya no sé que era lo que tenía que cambiar y como se hacía, tan solo sigo remando de espaldas.
Viewminder |