LA CACHETADA DUELE, PERO NO FUNCIONA

Un cachete, una bofetada, un azote, una colleja, un capón, un zapatillazo… Son términos clásicos, con connotaciones no demasiado negativas y que muchos españoles tienen asociados a la educación de sus hijos. Utilizados de forma muy puntual, como último recurso, para marcar claramente un límite a un niño o a un preadolescente, un buen número de personas lo ven como algo eficaz.

«Si no lo justificamos en pareja, ¿por qué sí con los niños?»,

dicen los expertos

Otros, entre ellos multitud de pedagogos y psicólogos, no están de acuerdo; insisten en no criminalizar a los padres que los usan (hay que dejar claro que no estamos hablando de violencia gratuita o de malos tratos graves, como palizas), pero rechazan tajantemente ese comportamiento como herramienta válida o adecuada para educar a los niños, primero, por reprobable en sí mismo -«Si no lo justificamos en el ámbito de la pareja, ¿por qué sí con los niños, que están indefensos?»- y, segundo, porque no funciona, al menos a largo plazo, asegura el profesor de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid Manuel Gámez Guadix.

Este profesor ha vuelto a traer el debate al primer plano con un estudio que ha dirigido sobre la prevalencia del castigo físico de los menores en el ámbito familiar. Ha tomado una muestra de 1.067 alumnos universitarios de su campus y les ha preguntado si a la edad de 10 años les pegaron algún cachete: le había ocurrido al 60% de ellos, una cifra absolutamente consistente con el de una encuesta del CIS de 2005, que dijo que en torno al 60% de los adultos cree que «un azote o una bofetada a tiempo puede evitar más tarde problemas más graves». En otros estudios hechos en Estados Unidos con la misma metodología, dice Gámez, la cifra está entre el 23% (para los padres) y el 25% (madres).

La pregunta era, recalca el profesor, sobre cachetes o azotes, quedando fuera cualquier acción que pueda causar alguna lesión o marcas. De hecho, se excluyó de la muestra a los jóvenes que habían sufrido algún tipo de violencia más grave para no confundir el ámbito de la investigación. Y en este punto aparece otro dato llamativo: el número de alumnos excluidos por haber sufrido golpes más severos (por ejemplo, del que cumple la amenaza de quitarse el cinturón para dar una reprimenda, agarra por el cuello o da un puñetazo) fue «una cifra considerable», en torno al «15% del total de la muestra».

Estas últimas actitudes sí están condenadas y casi nadie las defiende, al menos en voz alta. Pero las otras, la del pequeño cachete cuando la niña de seis años no deja de gritar y molestar en medio de un restaurante abarrotado, o cuando el niño acaba de romper el jarrón de la abuela después de que le dijeran infinidad de veces que en el salón no se juega a la pelota, esas «están ampliamente aceptadas a nivel social», dice Gámez.

El 60% de los adultos cree eficaz el bofetón «a tiempo».

Idéntica tasa de niños lo sufre

Lo que pasa es que los contornos son difusos. ¿Cuándo ha llegado el límite? ¿Cuándo la hora de utilizar el último recurso? ¿Cómo se sabe que no ha sido demasiado? Hay muchísimos matices que conviene tener en cuenta, ya que no es lo mismo el coscorrón puntual que tomarlo como norma cada que vez que se quiera conducir al menor.

Según el filósofo José Antonio Marina, la brújula es el «sentido común». «Hay que diferenciar» entre un maltrato físico fuera del marco educativo o que, dentro del proceso educativo, de forma puntual y para marcar límites, se pueda dar un cachete «siempre en un contexto de cariño y no en un arrebato de nervios», sobre todo en edades tempranas y para impedir conductas, no para fomentar buenos comportamientos, dice el responsable de la Universidad de Padres.

El juez de menores de Granada Emilio Calatayud ha dicho en numerosas ocasiones que el azote se puede dar siempre que sea en el momento oportuno y con la intensidad adecuada. Lo del momento y la intensidad adecuados pueden resultar conceptos un poco etéreos, pero, en general, quien defiende o, al menos, no rechaza de plano el azote desde un punto de vista estrictamente pedagógico dice que ha de ser el último recurso, que debe ir acompañado de calma, de reflexión, de cariño y de diálogo.

El problema es que es muy difícil que esos contextos se den. Según el trabajo de Gámez, los cachetes suelen ir acompañados -en nueve de cada 10 casos- de «agresiones psicológicas», es decir, de «gritos, de amenazas, de intentos de humillar al menor», dice el investigador.

«El cachete explicita la impotencia y la incapacidad del adulto», dice el pedagogo y doctor en Ciencias de la Educación Joan Josep Sarrado. Así lo percibe el niño y, por lo tanto, lo vive como una «venganza» del padre o de la madre, y no puede tener efectos educativos positivos, asegura. Otra cuestión, aparte del desahogo, es la eficacia inmediata que puede tener el capón. Gámez explica que pueden tener unos resultados a corto plazo de mayor obediencia, pero «a largo plazo, lo que ocurrirá es que probablemente el padre tendrá que aplicarlo cada vez con más frecuencia para obtener el mismo resultado», añade.

Además, también hablan muchos expertos de los efectos negativos a largo plazo -insensibilizarle ante el dolor ajeno y enseñarle a resolver sus problemas con violencia-, y a corto, causarle una enorme desorientación si el padre o la madre se sienten tan culpables después que tratan de compensarlo de manera exagerada.

En el lado contrario, muchas veces el argumento es: conmigo funcionó, no me he traumatizado y tengo una vida normal, así que no está tan mal. Para Gámez, alguien al que le dieron azotes tiene más posibilidad de dárselos a sus hijos y, por otro lado, también tiene sentido que se justifique si se utilizan por falta de estrategias alternativas o para justificar el comportamiento familiar que tuvieron con él.

El profesor de Psicología de la Universidad de Navarra Gerardo Aguado asegura que «se exagera, ya que tampoco se traumatiza a los niños para toda la vida». La cuestión, sin embargo, es que conviene descartar castigos físicos, simplemente, porque «son innecesarios, no tienen ningún objetivo educativo», y «no funcionan», es decir, no van a corregir el comportamiento del menor.

Pero las otras herramientas requieren tiempo, esfuerzo y paciencia. «En educación, nada se improvisa», dice Sarrado. Los procesos de diálogo, de comunicación, de respeto deben empezar muy pronto, cuanto antes, añade. Y también la utilización de castigos no físicos o no agresivos. Es muy importante poner límites, acostumbrar a los niños también a lidiar con la frustración, porque las familias tienden a «sobregratificar» a los menores, añade.

Mucho se ha hablado, cuando se trata de educación, de que el final de una sociedad represiva en España dio paso a otra mucho más permisiva que ha acabado experimentando graves problemas a la hora de ejercer la autoridad y de poner límites a los niños. Pero la respuesta, dice Pedro Rascón, presidente de la confederación de padres de alumnos Ceapa, nunca puede ser volver a fórmulas autoritarias y represivas del pasado.

Así, esas alternativas pueden incluir castigos no agresivos -aunque sobre el tema del castigo también hay muchas teorías encontradas- que van desde quitar algún privilegio (te quedas sin televisión o sin juguete), a arreglar el daño causado (pedir perdón, arreglar o pagar con los ahorros lo que se ha roto). Pero siempre debe ser, según Sarrado, un castigo inmediato, coherente -es bastante malo que los padres se contradigan-, justo, ajustado y mantenerse en el tiempo. «Puede que alguien llegue a la conclusión de que se ha equivocado con la respuesta al hijo, pero no debe cambiar de criterio hasta que el niño o la niña deje de presionar», para que no piense que el cambio se debe a esa presión. Y añade que solo si se han establecido antes unos hábitos de diálogo y unos compromisos funcionará en la adolescencia la vía de la negociación.

Gámez, por su parte, también insiste en que todas esas pautas deben establecerse desde el principio. Pero también habla de la necesidad de manejar la atención parental, es decir, no es una buena idea que el niño perciba que su padre o su madre solo le hacen caso cuando hace las cosas mal, y nunca cuando hace las cosas bien, dice el profesor.

La cuestión es que los padres no tienen por qué ser pedagogos y todas esas herramientas no son fáciles. «Hoy en día hay muchos recursos, hay escuelas de padres, se puede hacer un seguimiento muy de cerca con los profesores de los centros educativos», contesta Sarrado.

El castigo físico puede llegar a insensibilizar ante el dolor ajeno.

Los especialistas recomiendan evitar la pena corporal, pero poner límites

El debate sigue y seguirá abierto y los padres también tienen derecho a equivocarse sin que se les culpabilice, lo cual no quiere decir que, como señala Sarrado, «cuanto menos cachetes, mejor, y si puede ser, nada». Y así, sin fórmulas que den respuestas exactas, lo que queda es un enorme espacio entre el sentido común al que apela Marina y las respuestas científicas. Gámez admite que alguien al que le han dado cachetes es muy posible que no quede traumatizado, que no le queden secuelas en su autoestima, que no golpee a su vez a su hijo cuando sea mayor, que no genere conductas que incluyan la violencia en la resolución de conflictos… Puede que eso no le ocurra, dice, pero desde luego, según numerosos estudios científicos, tiene muchas más posibilidades que un chaval que no recibió cachetes.

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LA CACHETADA DUELE, PERO NO FUNCIONA

Un cachete, una bofetada, un azote, una colleja, un capón, un zapatillazo… Son términos clásicos, con connotaciones no demasiado negativas y que muchos españoles tienen asociados a la educación de sus hijos. Utilizados de forma muy puntual, como último recurso, para marcar claramente un límite a un niño o a un preadolescente, un buen número de personas lo ven como algo eficaz.

«Si no lo justificamos en pareja, ¿por qué sí con los niños?»,

dicen los expertos

Otros, entre ellos multitud de pedagogos y psicólogos, no están de acuerdo; insisten en no criminalizar a los padres que los usan (hay que dejar claro que no estamos hablando de violencia gratuita o de malos tratos graves, como palizas), pero rechazan tajantemente ese comportamiento como herramienta válida o adecuada para educar a los niños, primero, por reprobable en sí mismo -«Si no lo justificamos en el ámbito de la pareja, ¿por qué sí con los niños, que están indefensos?»- y, segundo, porque no funciona, al menos a largo plazo, asegura el profesor de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid Manuel Gámez Guadix.

Este profesor ha vuelto a traer el debate al primer plano con un estudio que ha dirigido sobre la prevalencia del castigo físico de los menores en el ámbito familiar. Ha tomado una muestra de 1.067 alumnos universitarios de su campus y les ha preguntado si a la edad de 10 años les pegaron algún cachete: le había ocurrido al 60% de ellos, una cifra absolutamente consistente con el de una encuesta del CIS de 2005, que dijo que en torno al 60% de los adultos cree que «un azote o una bofetada a tiempo puede evitar más tarde problemas más graves». En otros estudios hechos en Estados Unidos con la misma metodología, dice Gámez, la cifra está entre el 23% (para los padres) y el 25% (madres).

La pregunta era, recalca el profesor, sobre cachetes o azotes, quedando fuera cualquier acción que pueda causar alguna lesión o marcas. De hecho, se excluyó de la muestra a los jóvenes que habían sufrido algún tipo de violencia más grave para no confundir el ámbito de la investigación. Y en este punto aparece otro dato llamativo: el número de alumnos excluidos por haber sufrido golpes más severos (por ejemplo, del que cumple la amenaza de quitarse el cinturón para dar una reprimenda, agarra por el cuello o da un puñetazo) fue «una cifra considerable», en torno al «15% del total de la muestra».

Estas últimas actitudes sí están condenadas y casi nadie las defiende, al menos en voz alta. Pero las otras, la del pequeño cachete cuando la niña de seis años no deja de gritar y molestar en medio de un restaurante abarrotado, o cuando el niño acaba de romper el jarrón de la abuela después de que le dijeran infinidad de veces que en el salón no se juega a la pelota, esas «están ampliamente aceptadas a nivel social», dice Gámez.

El 60% de los adultos cree eficaz el bofetón «a tiempo».

Idéntica tasa de niños lo sufre

Lo que pasa es que los contornos son difusos. ¿Cuándo ha llegado el límite? ¿Cuándo la hora de utilizar el último recurso? ¿Cómo se sabe que no ha sido demasiado? Hay muchísimos matices que conviene tener en cuenta, ya que no es lo mismo el coscorrón puntual que tomarlo como norma cada que vez que se quiera conducir al menor.

Según el filósofo José Antonio Marina, la brújula es el «sentido común». «Hay que diferenciar» entre un maltrato físico fuera del marco educativo o que, dentro del proceso educativo, de forma puntual y para marcar límites, se pueda dar un cachete «siempre en un contexto de cariño y no en un arrebato de nervios», sobre todo en edades tempranas y para impedir conductas, no para fomentar buenos comportamientos, dice el responsable de la Universidad de Padres.

El juez de menores de Granada Emilio Calatayud ha dicho en numerosas ocasiones que el azote se puede dar siempre que sea en el momento oportuno y con la intensidad adecuada. Lo del momento y la intensidad adecuados pueden resultar conceptos un poco etéreos, pero, en general, quien defiende o, al menos, no rechaza de plano el azote desde un punto de vista estrictamente pedagógico dice que ha de ser el último recurso, que debe ir acompañado de calma, de reflexión, de cariño y de diálogo.

El problema es que es muy difícil que esos contextos se den. Según el trabajo de Gámez, los cachetes suelen ir acompañados -en nueve de cada 10 casos- de «agresiones psicológicas», es decir, de «gritos, de amenazas, de intentos de humillar al menor», dice el investigador.

«El cachete explicita la impotencia y la incapacidad del adulto», dice el pedagogo y doctor en Ciencias de la Educación Joan Josep Sarrado. Así lo percibe el niño y, por lo tanto, lo vive como una «venganza» del padre o de la madre, y no puede tener efectos educativos positivos, asegura. Otra cuestión, aparte del desahogo, es la eficacia inmediata que puede tener el capón. Gámez explica que pueden tener unos resultados a corto plazo de mayor obediencia, pero «a largo plazo, lo que ocurrirá es que probablemente el padre tendrá que aplicarlo cada vez con más frecuencia para obtener el mismo resultado», añade.

Además, también hablan muchos expertos de los efectos negativos a largo plazo -insensibilizarle ante el dolor ajeno y enseñarle a resolver sus problemas con violencia-, y a corto, causarle una enorme desorientación si el padre o la madre se sienten tan culpables después que tratan de compensarlo de manera exagerada.

En el lado contrario, muchas veces el argumento es: conmigo funcionó, no me he traumatizado y tengo una vida normal, así que no está tan mal. Para Gámez, alguien al que le dieron azotes tiene más posibilidad de dárselos a sus hijos y, por otro lado, también tiene sentido que se justifique si se utilizan por falta de estrategias alternativas o para justificar el comportamiento familiar que tuvieron con él.

El profesor de Psicología de la Universidad de Navarra Gerardo Aguado asegura que «se exagera, ya que tampoco se traumatiza a los niños para toda la vida». La cuestión, sin embargo, es que conviene descartar castigos físicos, simplemente, porque «son innecesarios, no tienen ningún objetivo educativo», y «no funcionan», es decir, no van a corregir el comportamiento del menor.

Pero las otras herramientas requieren tiempo, esfuerzo y paciencia. «En educación, nada se improvisa», dice Sarrado. Los procesos de diálogo, de comunicación, de respeto deben empezar muy pronto, cuanto antes, añade. Y también la utilización de castigos no físicos o no agresivos. Es muy importante poner límites, acostumbrar a los niños también a lidiar con la frustración, porque las familias tienden a «sobregratificar» a los menores, añade.

Mucho se ha hablado, cuando se trata de educación, de que el final de una sociedad represiva en España dio paso a otra mucho más permisiva que ha acabado experimentando graves problemas a la hora de ejercer la autoridad y de poner límites a los niños. Pero la respuesta, dice Pedro Rascón, presidente de la confederación de padres de alumnos Ceapa, nunca puede ser volver a fórmulas autoritarias y represivas del pasado.

Así, esas alternativas pueden incluir castigos no agresivos -aunque sobre el tema del castigo también hay muchas teorías encontradas- que van desde quitar algún privilegio (te quedas sin televisión o sin juguete), a arreglar el daño causado (pedir perdón, arreglar o pagar con los ahorros lo que se ha roto). Pero siempre debe ser, según Sarrado, un castigo inmediato, coherente -es bastante malo que los padres se contradigan-, justo, ajustado y mantenerse en el tiempo. «Puede que alguien llegue a la conclusión de que se ha equivocado con la respuesta al hijo, pero no debe cambiar de criterio hasta que el niño o la niña deje de presionar», para que no piense que el cambio se debe a esa presión. Y añade que solo si se han establecido antes unos hábitos de diálogo y unos compromisos funcionará en la adolescencia la vía de la negociación.

Gámez, por su parte, también insiste en que todas esas pautas deben establecerse desde el principio. Pero también habla de la necesidad de manejar la atención parental, es decir, no es una buena idea que el niño perciba que su padre o su madre solo le hacen caso cuando hace las cosas mal, y nunca cuando hace las cosas bien, dice el profesor.

La cuestión es que los padres no tienen por qué ser pedagogos y todas esas herramientas no son fáciles. «Hoy en día hay muchos recursos, hay escuelas de padres, se puede hacer un seguimiento muy de cerca con los profesores de los centros educativos», contesta Sarrado.

El castigo físico puede llegar a insensibilizar ante el dolor ajeno.

Los especialistas recomiendan evitar la pena corporal, pero poner límites

El debate sigue y seguirá abierto y los padres también tienen derecho a equivocarse sin que se les culpabilice, lo cual no quiere decir que, como señala Sarrado, «cuanto menos cachetes, mejor, y si puede ser, nada». Y así, sin fórmulas que den respuestas exactas, lo que queda es un enorme espacio entre el sentido común al que apela Marina y las respuestas científicas. Gámez admite que alguien al que le han dado cachetes es muy posible que no quede traumatizado, que no le queden secuelas en su autoestima, que no golpee a su vez a su hijo cuando sea mayor, que no genere conductas que incluyan la violencia en la resolución de conflictos… Puede que eso no le ocurra, dice, pero desde luego, según numerosos estudios científicos, tiene muchas más posibilidades que un chaval que no recibió cachetes.

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CEMENTERIOS

Como tantas y tantas veces tienes que estar fuera para valorar muchas de las cosas que tienes muy cerca, y una de ellas son los unos de Noviembre de cada año, que casi como rutina pasaron a ser un puente festivo más en el calendario, y una excusa más para salir de la rutina de cada uno

.En España es el día de los record en cuanto a la venta de flores, y es cierto que mucha gente aun viaja a sus lugares de origen para recordar in situ a los familiares fallecidos. Quizás es una sensación personal, pero ese día ha tenido siempre un punto triste en parte adornado por toda una influencia de un fuerte catolicismo contra el que nos posicionamos en nuestra generación.

En Hungria como en tantos otros paises se celebra ese mismo día visitando a los familiares desaparecidos en los cementerios y es igualmente fiesta nacional, así que muchos aprovechan el posible puente para descansar.Lo que a mí me ha gustado en especial es el ambiente que se respira en los cementerios, abarrotados de gente en su mayoría familias en las que se juntan todas las generaciones vivas, y en un ambiente muy natural colocan velas al atardecer en las tumbas de sus familiares y conocidos mientras los niños preguntan por sus antepasados y los mayores explican las anecdotas de las vidas de padres y abuelos, dándose de este modo un traspaso oral de información que crea una tarde mágica.


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CEMENTERIOS

Como tantas y tantas veces tienes que estar fuera para valorar muchas de las cosas que tienes muy cerca, y una de ellas son los unos de Noviembre de cada año, que casi como rutina pasaron a ser un puente festivo más en el calendario, y una excusa más para salir de la rutina de cada uno

.En España es el día de los record en cuanto a la venta de flores, y es cierto que mucha gente aun viaja a sus lugares de origen para recordar in situ a los familiares fallecidos. Quizás es una sensación personal, pero ese día ha tenido siempre un punto triste en parte adornado por toda una influencia de un fuerte catolicismo contra el que nos posicionamos en nuestra generación.

En Hungria como en tantos otros paises se celebra ese mismo día visitando a los familiares desaparecidos en los cementerios y es igualmente fiesta nacional, así que muchos aprovechan el posible puente para descansar.Lo que a mí me ha gustado en especial es el ambiente que se respira en los cementerios, abarrotados de gente en su mayoría familias en las que se juntan todas las generaciones vivas, y en un ambiente muy natural colocan velas al atardecer en las tumbas de sus familiares y conocidos mientras los niños preguntan por sus antepasados y los mayores explican las anecdotas de las vidas de padres y abuelos, dándose de este modo un traspaso oral de información que crea una tarde mágica.


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Grandes avances

Qué os voy a contar que no sepáis, que voy como una moto, que el otoño ha empezado sin tregua y que no me queda tiempo ni para escribir -con lo importante que es para mí escribir-. En fin, en titulares: -Nico se adaptó perfectamente a su escuela. -Se disfrazó de murciélago el día de […]

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Añoranzas

Allí donde vivimos suficiente tiempo y donde podemos desarrollarnos lo sentimos nuestra  casa. Es por ello que nunca creí demasiado en nacionalismos ni fronteras que no sean las puramente naturales, pero es cierto que al viajar y pasar el  tiempo necesario para sentirme en casa sientes algo muy especial cada vez que ocurre alguna situación que despierta tus recuerdos de allí donde naciste, aparecen las añoranzas de tu tierra. Acaban de pasar unas fechas importantes en Zaragoza, las fiestas del Pilar, y su recuerdo me sirve para hablar de algo que  muchos habreis sentido en más de una ocasión, las añoranzas.
En los nueves meses que pasé en el pueblecito de Vaunieres en Francia, el lugar tenía tal encanto que sólo extrañaba como es normal a las personas, pero me sentía tan a gusto que ya pasó por mi cabeza el quedarme. En el Otoño como cada año la mágia surgió, se fueron los veraneantes, el paisaje cambió de color, y como se trataba de un pequeño valle, la berrea de los ciervos ponía la música ideal.Quiero decir que me sentia realmente bien desayunando al solecito viendo como cada día la montaña cambiaba, pero así llegó el 12 de Octubre y de repente cual embarazada con antojos empecé a añorar muchísimo la jota, el olor a churros, el frío, la gente por la calle, las vaquillas, y tantas y tantas cosas…sentía mi tierra y me emocionaba en la distancia. Momentos parecidos viví en Inglaterra, Kenia, Chile, Japón…e incluso en la que considero mi casa, en Sabiñánigo. Al volver al pueblo, a esas tierras entre Erla y Luna, sacar la cabeza por la ventanilla, y sentir el olor a tierra, a humo, los tejados…el campo..Pensar que generaciones y generaciones de mis antepasados vivieron tantas cosas en ese mismo lugar…hay algo que no entiende de ideas, ni fronteras, ni posesiones, pero que te hace sentir que eres de ahí y que esos son tus orígenes.
Desde la distancia, viviendo en un lugar donde me siento a gusto y no me cuesta sentir una parte de mi vida, en algunos momentos siento como esa añoranza me estremece y valoro lugares y acontecimientos que en el día a día en  España apenas les das importancia, y fechas señaladas como el Pilar o Todos los Santos sean recuerdos muy vivos de años pasados.
Me gusta sentir mis orígenes y que su ausencia me produzca esta nostalgia con la que mirar todo sabiendo de donde soy.

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Añoranzas

Allí donde vivimos suficiente tiempo y donde podemos desarrollarnos lo sentimos nuestra  casa. Es por ello que nunca creí demasiado en nacionalismos ni fronteras que no sean las puramente naturales, pero es cierto que al viajar y pasar el  tiempo necesario para sentirme en casa sientes algo muy especial cada vez que ocurre alguna situación que despierta tus recuerdos de allí donde naciste, aparecen las añoranzas de tu tierra. Acaban de pasar unas fechas importantes en Zaragoza, las fiestas del Pilar, y su recuerdo me sirve para hablar de algo que  muchos habreis sentido en más de una ocasión, las añoranzas.
En los nueves meses que pasé en el pueblecito de Vaunieres en Francia, el lugar tenía tal encanto que sólo extrañaba como es normal a las personas, pero me sentía tan a gusto que ya pasó por mi cabeza el quedarme. En el Otoño como cada año la mágia surgió, se fueron los veraneantes, el paisaje cambió de color, y como se trataba de un pequeño valle, la berrea de los ciervos ponía la música ideal.Quiero decir que me sentia realmente bien desayunando al solecito viendo como cada día la montaña cambiaba, pero así llegó el 12 de Octubre y de repente cual embarazada con antojos empecé a añorar muchísimo la jota, el olor a churros, el frío, la gente por la calle, las vaquillas, y tantas y tantas cosas…sentía mi tierra y me emocionaba en la distancia. Momentos parecidos viví en Inglaterra, Kenia, Chile, Japón…e incluso en la que considero mi casa, en Sabiñánigo. Al volver al pueblo, a esas tierras entre Erla y Luna, sacar la cabeza por la ventanilla, y sentir el olor a tierra, a humo, los tejados…el campo..Pensar que generaciones y generaciones de mis antepasados vivieron tantas cosas en ese mismo lugar…hay algo que no entiende de ideas, ni fronteras, ni posesiones, pero que te hace sentir que eres de ahí y que esos son tus orígenes.
Desde la distancia, viviendo en un lugar donde me siento a gusto y no me cuesta sentir una parte de mi vida, en algunos momentos siento como esa añoranza me estremece y valoro lugares y acontecimientos que en el día a día en  España apenas les das importancia, y fechas señaladas como el Pilar o Todos los Santos sean recuerdos muy vivos de años pasados.
Me gusta sentir mis orígenes y que su ausencia me produzca esta nostalgia con la que mirar todo sabiendo de donde soy.

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Nueva web de Alicia Torres – Belenes Artesanos

El año pasado por estas fechas os mostré la web de mi madre, artesana creadora de belenes.

Este año hemos (he) renovado la web, con un sistema mucho más visual, más bonito, práctico y lo que es más importante, con carrito de la compra (una tienda online sin carrito de la compra no es una tienda online).

El caso es que dicha web es la que me ha tenido, y me sigue teniendo, apartado tanto de el blog como de Bebés y más, donde hace más de un mes que no escribo nada.

Lo echo de menos y tengo ganas de volver a plasmar letras pensando en los bebés y los niños, pero oye, madre no hay más que una y la web merecía ser renovada.

Para quien interese el mundo de los belenes y pesebres o quieran apreciar el arte de una mujer que hace maravillas con sus manos (o incluso comprar cosas con otros fines, que hay quien utiliza los accesorios para casas de muñecas, por ejemplo), os dejo con su página web: www.aliciatorres.es.

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Nueva web de Alicia Torres – Belenes Artesanos

El año pasado por estas fechas os mostré la web de mi madre, artesana creadora de belenes.

Este año hemos (he) renovado la web, con un sistema mucho más visual, más bonito, práctico y lo que es más importante, con carrito de la compra (una tienda online sin carrito de la compra no es una tienda online).

El caso es que dicha web es la que me ha tenido, y me sigue teniendo, apartado tanto de el blog como de Bebés y más, donde hace más de un mes que no escribo nada.

Lo echo de menos y tengo ganas de volver a plasmar letras pensando en los bebés y los niños, pero oye, madre no hay más que una y la web merecía ser renovada.

Para quien interese el mundo de los belenes y pesebres o quieran apreciar el arte de una mujer que hace maravillas con sus manos (o incluso comprar cosas con otros fines, que hay quien utiliza los accesorios para casas de muñecas, por ejemplo), os dejo con su página web: www.aliciatorres.es.

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La vida en la Capital

Sí, ya sé que muchos vivís en grandes ciudades, y no resulta muy interesante de primeras que nos cuenten como vive un urbanita más, pero no es ese mi proposito, sino contaros mis impresiones desde el punto de vista de alguién que voluntariamente dejó la vida de una ciudad media y relativamente cómoda para irse a vivir a un pueblo grande de primeras nada atractivo aunque idealmente situado.
Ahora aunque sea solo por unos meses vivo en una gran capital y desde su corazón, disfrutando de todas sus ventajas e inconvenientes.

Puente de las Cadenas el día del cáncer de mama

Budapest tiene algo más de 1 millón setecientasmil personas viviendo en la ciudad, y si juntamos toda su área metropolitana nos acercamos a los dos millones y medio de personas. A mí las aglomeraciones nunca me gustaron en exceso, pero la cosa cambia si no te ves obligado a diario a desplazarte en coche (por cierto la palabra coche es de origen hungaro y viene de kocsi) y puedes pasear, bicicletear y o combinar esto con los transportes públicos.

Estatua de Nagy Imre mirando al Parlamento 

Los transportes públicos son un tema aparte, aquí el servicio en general es bueno ya que no está saturado y cubre todas las zonas, su principal inconveniente es el precio de más de un euro que no permite combinar unos con otros con el mismo billete. La línea 1 del metro es la segunda más antigua del mundo y tiene un encanto que merece la visita por si sola.Yo sinceramente prefiero siempre los tranvías en contacto con la luz natural, pero los largos desplazamientos son prácticos con metro.

Puente de la libertad

Desde luego la bici en cualquier caso me parece la reina si los carriles bici y la orografia lo permiten y en eso aunque sea lento parece que está cambiando en todos los paises. Cada vez hay más gente concienciada de los beneficios generales (básicamente ausencia de contaminación) y particulares (salud), así como la ausencia de inconvenientes si las condiciones son las adecuadas pudiendose solucionar con ingenio y avances técnicos como todo. En este último viaje crucé por algunos de los paises más desarrollados del mundo y el número de ciclistas en las ciudades es proporcional a su posición socioeconómica. Paises con la orografia y climatologia desfavorable comparativamente a España como son Suiza o Austria usan en porcentajes altísimos la bicicleta como medio  de transporte de manera masiva, eso sí, con unos carriles bici prioritarios, funcionales y bien señalizados.La bicicleta como deporte tiene sus ventajas e inconvenietes, pero como medio de transporte todo son ventajas y es labor de nuestra generación potenciar su uso.

Carril bici en Budapest

Indudablemente la principal ventaja de vivir en una capital son las posibilidades culturales casi infinitas y para eso Budapest no se queda atrás. Conciertos, exposiciones,museos, charlas, cine, restaurantes, mercados, arquitectura… En este ya mes y medio, y una vez que dejé de sentirme turista el primer día que crucé con mi bici el Puente de la Libertad para ir a clase, las actividades culturales se suceden a diario, unas veces de manera premeditada y otras totalmente fortuitas simplemente al moverte por la ciudad.
Mi primer contacto con Budapest sucedió tras un viaje por Bulgaria y su capital Sofia (que recomiendo encarecidamente a cualquiera), y la sensación fué la de visitar otra de las tantas ciudades europeas que yo ya calificaba según el número de hamburgueserías americanas enontradas, siendo estas el indicativo de occidentalización. Tráfico, atascos y lugares bonitos aislados engullidos por la ciudad. También entonces yo me sentía más crítico con todo, pero el caso es que tras el encanto y autenticidad de Bulgaria no ví más que una ciudad occidental más. Como siempre la ignorancia es muy lanzada y poco a poco con el conocimiento he ido descubriendo la autenticidad a veces escondida apenas una callecita más allá.
El centro cada vez mira más al ciudadano y en unos años las calles peatonales se han multiplicado lo mismo que los carriles bici y ya no solo las zonás turísticas gozan de los cuidados municipales.

Trolibusz

Lugares bonitos que merezcan la visita hay muchos ya que hablamos de una ciudad con una historia muy rica, y en cualquier oficina de turismo os podrán informar, yo en una próxima entrada os voy a destacar algunos de mis sitios preferidos fuera de las rutas más oficiales

El tráfico en la ciudad
Paseando cerca de casa
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La vida en la Capital

Sí, ya sé que muchos vivís en grandes ciudades, y no resulta muy interesante de primeras que nos cuenten como vive un urbanita más, pero no es ese mi proposito, sino contaros mis impresiones desde el punto de vista de alguién que voluntariamente dejó la vida de una ciudad media y relativamente cómoda para irse a vivir a un pueblo grande de primeras nada atractivo aunque idealmente situado.
Ahora aunque sea solo por unos meses vivo en una gran capital y desde su corazón, disfrutando de todas sus ventajas e inconvenientes.

Puente de las Cadenas el día del cáncer de mama

Budapest tiene algo más de 1 millón setecientasmil personas viviendo en la ciudad, y si juntamos toda su área metropolitana nos acercamos a los dos millones y medio de personas. A mí las aglomeraciones nunca me gustaron en exceso, pero la cosa cambia si no te ves obligado a diario a desplazarte en coche (por cierto la palabra coche es de origen hungaro y viene de kocsi) y puedes pasear, bicicletear y o combinar esto con los transportes públicos.

Estatua de Nagy Imre mirando al Parlamento 

Los transportes públicos son un tema aparte, aquí el servicio en general es bueno ya que no está saturado y cubre todas las zonas, su principal inconveniente es el precio de más de un euro que no permite combinar unos con otros con el mismo billete. La línea 1 del metro es la segunda más antigua del mundo y tiene un encanto que merece la visita por si sola.Yo sinceramente prefiero siempre los tranvías en contacto con la luz natural, pero los largos desplazamientos son prácticos con metro.

Puente de la libertad

Desde luego la bici en cualquier caso me parece la reina si los carriles bici y la orografia lo permiten y en eso aunque sea lento parece que está cambiando en todos los paises. Cada vez hay más gente concienciada de los beneficios generales (básicamente ausencia de contaminación) y particulares (salud), así como la ausencia de inconvenientes si las condiciones son las adecuadas pudiendose solucionar con ingenio y avances técnicos como todo. En este último viaje crucé por algunos de los paises más desarrollados del mundo y el número de ciclistas en las ciudades es proporcional a su posición socioeconómica. Paises con la orografia y climatologia desfavorable comparativamente a España como son Suiza o Austria usan en porcentajes altísimos la bicicleta como medio  de transporte de manera masiva, eso sí, con unos carriles bici prioritarios, funcionales y bien señalizados.La bicicleta como deporte tiene sus ventajas e inconvenietes, pero como medio de transporte todo son ventajas y es labor de nuestra generación potenciar su uso.

Carril bici en Budapest

Indudablemente la principal ventaja de vivir en una capital son las posibilidades culturales casi infinitas y para eso Budapest no se queda atrás. Conciertos, exposiciones,museos, charlas, cine, restaurantes, mercados, arquitectura… En este ya mes y medio, y una vez que dejé de sentirme turista el primer día que crucé con mi bici el Puente de la Libertad para ir a clase, las actividades culturales se suceden a diario, unas veces de manera premeditada y otras totalmente fortuitas simplemente al moverte por la ciudad.
Mi primer contacto con Budapest sucedió tras un viaje por Bulgaria y su capital Sofia (que recomiendo encarecidamente a cualquiera), y la sensación fué la de visitar otra de las tantas ciudades europeas que yo ya calificaba según el número de hamburgueserías americanas enontradas, siendo estas el indicativo de occidentalización. Tráfico, atascos y lugares bonitos aislados engullidos por la ciudad. También entonces yo me sentía más crítico con todo, pero el caso es que tras el encanto y autenticidad de Bulgaria no ví más que una ciudad occidental más. Como siempre la ignorancia es muy lanzada y poco a poco con el conocimiento he ido descubriendo la autenticidad a veces escondida apenas una callecita más allá.
El centro cada vez mira más al ciudadano y en unos años las calles peatonales se han multiplicado lo mismo que los carriles bici y ya no solo las zonás turísticas gozan de los cuidados municipales.

Trolibusz

Lugares bonitos que merezcan la visita hay muchos ya que hablamos de una ciudad con una historia muy rica, y en cualquier oficina de turismo os podrán informar, yo en una próxima entrada os voy a destacar algunos de mis sitios preferidos fuera de las rutas más oficiales

El tráfico en la ciudad
Paseando cerca de casa
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Niños solos en el coche y llamadita al 112

Este domingo pasado nos sucedió una de esas inexplicables situaciones en que, caminando por la calle, te encuentras un coche cerrado, al sol, con niños dentro.

El coche estaba aparcado en la calle, no demasiado bien en cuanto a posición (muestra de que alguien los dejó «un momento», ya que un par de maniobras más lo habría dejado perfecto) y los niños estaban dentro con el cinturón de seguridad hablando, sonriendo y jugando (muestra de que no llevaban mucho rato dentro).

Sin embargo observé en el techo unas llaves y ambas situaciones me hicieron poca gracia. Nos detuvimos para ver si venía alguien al vernos merodear cerca del coche y al ver que nada sucedía decidí llamar al 112.

Mientras realizaba la llamada, sonó la alarma del coche sin que nadie viniera, hecho que me reafirmó en la decisión de alertar de que dos niños estaban solos dentro de un coche.

Hablé con la operadora, que me preguntó las edades de los niños, dónde se encontraban, qué coche era, etc. y mientras le explicaba la situación apareció una mujer que se acercaba al vehículo con bolsas en las manos.

– «Perdona, que ya está, que ya ha aparecido la madre».
– ¿Ya ha venido la madre?
– Sí, sí, ya ha venido la madre – repetí delante de ella para que me oyera.

– ¿Pasa alguna cosa? – me preguntó la mujer.
– No, que he llamado a la policía porque como he visto a dos niños solos dentro de un coche al sol y no me ha parecido muy normal…
– Ah, bueno…, es que, he ido tres minutos aquí, a la panadería.
– No, si yo no te juzgo. Yo solo he visto dos niños solos en un coche y nadie alrededor, con unas llaves encima del techo, ha sonado la alarma y nadie aparece…
– Bueno, gracias – me dijo semiasustada por la situación.
– Bueno, coge las llaves, que las tienes ahí (la señora ya se metía en el coche sin ellas).
– Vale, uhmmm, gracias,…

Probablemente la señora se asustó un poco al oír «he llamado a la policía». No era mi intención asustarla, pero sí hacerle saber que dejar a los niños solos dentro de un coche no es algo demasiado normal (o al menos no demasiado recomendable) y sí era mi intención velar por la seguridad de esos niños (llamé pensando en ellos).

Al final pasó lo que era más probable que pasara, que apareciera la madre, se montara en el coche y se fueran todos tan contentos. Ahora bien, lo más probable no es lo que sucede siempre y son varias las ocasiones en que hemos oído en las noticias que un niño fallece al quedar olvidado dentro del coche.

En este caso no parecían estar olvidados ya que, como he comentado, la posición del coche demostraba que era un aparcamiento circunstancial.

Sin embargo los accidentes no saben de hechos circunstanciales y pueden ocurrir en el preciso momento en que menos lo esperas (bueno, de hecho ocurren cuando menos los esperas) y dejar un coche solo con niños dentro es peligroso por diversos motivos:

Cabe la posibilidad de que alguien trate de robar el coche (difícil y peliculero, con los niños dentro, pero no imposible), cabe la posibilidad de que un coche pierda el control y le de un golpe al coche aparcado con los niños dentro (no es tan difícil, es mucha casualidad, pero no es imposible), cabe la posibilidad de que alguien trate de secuestrar a los niños (peliculero también, pero vete a saber…) y sobretodo, cabe la posibilidad de que a la madre le pase algo allí donde esté.

La mamá podría desmayarse en la panadería, podría ser asaltada por el camino por algún ladrón de bolsos que la tirara al suelo o podría sufrir un atropello al correr con las bolsas cruzando la calle hacia el coche porque sabe que sus hijos están solos (además de muchas otras situaciones). En caso de que algo le sucediera a la madre nadie tendría por qué saber que ha dejado a sus hijos solos dentro de un coche, cerrado y al sol de la tarde.

Sé que todo ello son sucesos poco probables, sin embargo, no son imposibles y no me parece una acción responsable dejar a los niños dentro del coche encerrados y por ello, cada vez que vea dicha situación, avisaré al 112.

Foto | Ken Wilcox en Flickr

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Niños solos en el coche y llamadita al 112

Este domingo pasado nos sucedió una de esas inexplicables situaciones en que, caminando por la calle, te encuentras un coche cerrado, al sol, con niños dentro.

El coche estaba aparcado en la calle, no demasiado bien en cuanto a posición (muestra de que alguien los dejó «un momento», ya que un par de maniobras más lo habría dejado perfecto) y los niños estaban dentro con el cinturón de seguridad hablando, sonriendo y jugando (muestra de que no llevaban mucho rato dentro).

Sin embargo observé en el techo unas llaves y ambas situaciones me hicieron poca gracia. Nos detuvimos para ver si venía alguien al vernos merodear cerca del coche y al ver que nada sucedía decidí llamar al 112.

Mientras realizaba la llamada, sonó la alarma del coche sin que nadie viniera, hecho que me reafirmó en la decisión de alertar de que dos niños estaban solos dentro de un coche.

Hablé con la operadora, que me preguntó las edades de los niños, dónde se encontraban, qué coche era, etc. y mientras le explicaba la situación apareció una mujer que se acercaba al vehículo con bolsas en las manos.

– «Perdona, que ya está, que ya ha aparecido la madre».
– ¿Ya ha venido la madre?
– Sí, sí, ya ha venido la madre – repetí delante de ella para que me oyera.

– ¿Pasa alguna cosa? – me preguntó la mujer.
– No, que he llamado a la policía porque como he visto a dos niños solos dentro de un coche al sol y no me ha parecido muy normal…
– Ah, bueno…, es que, he ido tres minutos aquí, a la panadería.
– No, si yo no te juzgo. Yo solo he visto dos niños solos en un coche y nadie alrededor, con unas llaves encima del techo, ha sonado la alarma y nadie aparece…
– Bueno, gracias – me dijo semiasustada por la situación.
– Bueno, coge las llaves, que las tienes ahí (la señora ya se metía en el coche sin ellas).
– Vale, uhmmm, gracias,…

Probablemente la señora se asustó un poco al oír «he llamado a la policía». No era mi intención asustarla, pero sí hacerle saber que dejar a los niños solos dentro de un coche no es algo demasiado normal (o al menos no demasiado recomendable) y sí era mi intención velar por la seguridad de esos niños (llamé pensando en ellos).

Al final pasó lo que era más probable que pasara, que apareciera la madre, se montara en el coche y se fueran todos tan contentos. Ahora bien, lo más probable no es lo que sucede siempre y son varias las ocasiones en que hemos oído en las noticias que un niño fallece al quedar olvidado dentro del coche.

En este caso no parecían estar olvidados ya que, como he comentado, la posición del coche demostraba que era un aparcamiento circunstancial.

Sin embargo los accidentes no saben de hechos circunstanciales y pueden ocurrir en el preciso momento en que menos lo esperas (bueno, de hecho ocurren cuando menos los esperas) y dejar un coche solo con niños dentro es peligroso por diversos motivos:

Cabe la posibilidad de que alguien trate de robar el coche (difícil y peliculero, con los niños dentro, pero no imposible), cabe la posibilidad de que un coche pierda el control y le de un golpe al coche aparcado con los niños dentro (no es tan difícil, es mucha casualidad, pero no es imposible), cabe la posibilidad de que alguien trate de secuestrar a los niños (peliculero también, pero vete a saber…) y sobretodo, cabe la posibilidad de que a la madre le pase algo allí donde esté.

La mamá podría desmayarse en la panadería, podría ser asaltada por el camino por algún ladrón de bolsos que la tirara al suelo o podría sufrir un atropello al correr con las bolsas cruzando la calle hacia el coche porque sabe que sus hijos están solos (además de muchas otras situaciones). En caso de que algo le sucediera a la madre nadie tendría por qué saber que ha dejado a sus hijos solos dentro de un coche, cerrado y al sol de la tarde.

Sé que todo ello son sucesos poco probables, sin embargo, no son imposibles y no me parece una acción responsable dejar a los niños dentro del coche encerrados y por ello, cada vez que vea dicha situación, avisaré al 112.

Foto | Ken Wilcox en Flickr

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Mi niño

Ay, madre mía, qué nervios. El primer día de escuela para Nico. Su ropa preparada desde el día anterior, su paquete de pañales con el nombre escrito, su baby reservado… Hoy jueves 2 de septiembre Nico deja de ser un bebé y empieza a ser un niño. Uno de tantos que empieza el cole. Ayer […]

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Actualización

Como hace mucho que no actualizamos y tenemos tantas cosas que contar que ya ni nos acordamos, vamos a hacer primero una sección de titulares y nos ponemos al día. 1. La mantita se perdió en Nerja en junio. Sí, es cierto, es triste. La mantita que nos ha acompañado como a Linus durante quince […]

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Novedades personales

Madre mía, acabo de coger vacaciones y las novedades se suceden en mi humilde familia.

Como veis en la foto, hemos vuelto a Eurodisney, esta vez con Aran fuera de la barriga (la otra vez llevaba siete meses dentro).

Ha vuelto a ser genial y de nuevo han vuelto a avisarme de que uno de ellos no se enteraría de nada. La primera vez, teniendo Jon 3 años, nos avisaron de que no se enteraría de nada. Es cierto que durmió sus siestas e incluso alguna más, ya que se cansaba también más, pero alucinó con muchas cosas y, la verdad, siempre hemos considerado que para él fue muy divertido.

Como además hicimos muchísimas fotos y vídeos, ha tenido una referencia visual para hacer memoria que ha ayudado a no olvidar nada e incluso a redescubrir cosas que en el viaje se perdió.

Esta vez se lo ha pasado como un enano y Aran ha pillado lo que ha podido. «El pequeño no se va a enterar» me dijeron. «No pasa nada. Volveremos», contesté.

Bueno, a lo que iba… una amiga que sigue mis andanzas lleva tiempo diciéndome que debería escribir un libro recopilando todo lo escrito. Cree tanto en mis capacidades para ello que ha creado un grupo en Facebook: «Quiero que Armando de «El mundo de Armandilio» escriba un libro!«, que lleva en 3 días 93 personas apoyándolo.

A raíz de dicho grupo se han puesto en contacto conmigo de una editorial apoyando el proyecto y esto ha sido el colofón para empezar a hablar de ello como si fuera un «y por qué no?».

Así que «habemus proyecto de libro». No sé cuándo me pondré a ello, porque ahora mismo no veo el momento casi ni de ir a mear, pero bueno. Gusta saber que quizás con el tiempo pueda tener muchas de las cosas que pienso encuadernaditas y que, dentro de unos cuantos años, pueda decir a mis nietos: «Mirad, el abuelo escribió un libro cuando era joven (o no tan joven)».

Por otro lado, han contactado conmigo de Criatures.cat, un portal sobre bebés y embarazo de Catalunya, que están buscando padres y madres para grabar algunos programas para las televisiones locales y hemos accedido, Miriam y yo, a que nos graben un ratillo y nos entrevisten.

Vamos, que ni en vacaciones paramos…

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Novedades personales

Madre mía, acabo de coger vacaciones y las novedades se suceden en mi humilde familia.

Como veis en la foto, hemos vuelto a Eurodisney, esta vez con Aran fuera de la barriga (la otra vez llevaba siete meses dentro).

Ha vuelto a ser genial y de nuevo han vuelto a avisarme de que uno de ellos no se enteraría de nada. La primera vez, teniendo Jon 3 años, nos avisaron de que no se enteraría de nada. Es cierto que durmió sus siestas e incluso alguna más, ya que se cansaba también más, pero alucinó con muchas cosas y, la verdad, siempre hemos considerado que para él fue muy divertido.

Como además hicimos muchísimas fotos y vídeos, ha tenido una referencia visual para hacer memoria que ha ayudado a no olvidar nada e incluso a redescubrir cosas que en el viaje se perdió.

Esta vez se lo ha pasado como un enano y Aran ha pillado lo que ha podido. «El pequeño no se va a enterar» me dijeron. «No pasa nada. Volveremos», contesté.

Bueno, a lo que iba… una amiga que sigue mis andanzas lleva tiempo diciéndome que debería escribir un libro recopilando todo lo escrito. Cree tanto en mis capacidades para ello que ha creado un grupo en Facebook: «Quiero que Armando de «El mundo de Armandilio» escriba un libro!«, que lleva en 3 días 93 personas apoyándolo.

A raíz de dicho grupo se han puesto en contacto conmigo de una editorial apoyando el proyecto y esto ha sido el colofón para empezar a hablar de ello como si fuera un «y por qué no?».

Así que «habemus proyecto de libro». No sé cuándo me pondré a ello, porque ahora mismo no veo el momento casi ni de ir a mear, pero bueno. Gusta saber que quizás con el tiempo pueda tener muchas de las cosas que pienso encuadernaditas y que, dentro de unos cuantos años, pueda decir a mis nietos: «Mirad, el abuelo escribió un libro cuando era joven (o no tan joven)».

Por otro lado, han contactado conmigo de Criatures.cat, un portal sobre bebés y embarazo de Catalunya, que están buscando padres y madres para grabar algunos programas para las televisiones locales y hemos accedido, Miriam y yo, a que nos graben un ratillo y nos entrevisten.

Vamos, que ni en vacaciones paramos…

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¿Cuándo deben empezar a estudiar inglés los niños?

De un tiempo a esta parte la mayor parte de los padres están solicitando que sus hijos aprendan inglés desde una edad temprana en los centros escolares.

El motivo debe ser (creo yo) el ofrecer a los pequeños la oportunidad de aprender un idioma que la mayoría de adultos desconocemos y que supondría un plus a la hora de comunicarnos con otras poblaciones y de entendernos en un mundo cada vez más global.

Por todos es sabido que los niños tienen una capacidad de aprendizaje asombrosa y es por eso que se está adelantando la edad en que reciben clases de inglés. Sin embargo cabe hacernos las siguientes preguntas: ¿Es esto adecuado?, ¿Cuándo deben empezar a estudiar inglés los niños?

La Unión Europea considera que aprender idiomas a una edad temprana puede ser muy beneficioso para los niños. En un estudio presentado en el 2006 concluyeron que al aprender nuevos idiomas desarrollan su competencia lingüística, asimilan mejor todas las lenguas (incluida la materna) y conocen otras culturas y modos de pensar que pueden ayudar en su desarrollo general.

El conocimiento de otros idiomas, y en particular del inglés, permite a las personas comunicarse con otras gentes y obtener información que hasta ahora ha estado “vetada” para los españoles, simplemente, porque desconocemos la lengua.

Un niño puede aprender sin problemas una segunda (o tercera) lengua desde pequeñito y, aunque suelen tener más problemas para iniciar el habla, pronto diversifican las palabras según la lengua que estén hablando.

Ahora bien, un niño puede aprender inglés de forma natural si tiene esa lengua como un idioma familiar (que lo hable el padre o la madre), si vive en un país donde hablen el idioma durante un par de años o más, si es cuidado por una canguro que habla inglés durante varias horas al día o si asiste a un colegio en que se impartan gran cantidad de materias (por no decir la mayoría) en esta lengua.

En cambio, un niño progresa muy despacio con el modelo de enseñanza actual en que los niños reciben una o dos clases de inglés por semana.

La misma UE, en el estudio que comento, afirma que “la evidencia sugiere que para el aprendizaje temprano, para que sea adecuado, no puede dejarse solamente en manos de los profesores y las escuelas”.

Os cuento una vivencia personal: En una visita a un colegio hace un año cuando buscábamos cole para Jon nos explicaron que los niños iniciaban las clases de inglés a los 4 años. Una madre se quejó al director de la escuela de que no empezaran a los 3 años, pues su hija iba a perder la continuidad de las clases de inglés que había iniciado en la guardería. A mí se me quedó cara de pajarito, claro.

El director respondió que la realidad es que este año empezaban inglés a esa edad por petición de los padres (antes empezaban en primaria), pero no porque aprendieran realmente demasiado.

En un estudio publicado hace dos años y realizado por la Universitat de Barcelona valoraron el nivel de inglés alcanzado en niños que habían iniciado las clases a los ocho años y en niños que habían empezado a los once años. El resultado fue que los de once años tenían un mayor nivel tanto en escritura como en conversación.

La directora del estudio concluyó que “en condiciones de inmersión los niños pequeños son como las esponjas, que absorben la lengua a su alrededor. Pero en condiciones de aprendizaje escolar su contacto con la lengua es tan reducido que no pueden absorberla”.

Resumiendo: aprender inglés es beneficioso para el léxico general de los niños, ayuda al conocimiento de otras culturas y permite entender la información que nos llega desde la mayor parte de rincones del mundo y, cuanto antes se empiece, mejor. Sin embargo para aprenderlo se necesita vivir con el inglés, como si fuera un idioma más con el que comunicarse.

Las clases semanales que tanto están solicitando los padres y que tanto publicitan algunas escuelas no son el método adecuado para aprender inglés.

Personalmente no veo ningún problema en que los niños pequeños hagan inglés si estas clases son divertidas y las hacen jugando, pero si no son así casi preferiría (yo, personalmente) que aprovecharan sus altas capacidades de aprendizaje para jugar (y aprender jugando).

Más información: Europa.eu, David Kornegay, Universitat de Barcelona

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¿Cuándo deben empezar a estudiar inglés los niños?

De un tiempo a esta parte la mayor parte de los padres están solicitando que sus hijos aprendan inglés desde una edad temprana en los centros escolares.

El motivo debe ser (creo yo) el ofrecer a los pequeños la oportunidad de aprender un idioma que la mayoría de adultos desconocemos y que supondría un plus a la hora de comunicarnos con otras poblaciones y de entendernos en un mundo cada vez más global.

Por todos es sabido que los niños tienen una capacidad de aprendizaje asombrosa y es por eso que se está adelantando la edad en que reciben clases de inglés. Sin embargo cabe hacernos las siguientes preguntas: ¿Es esto adecuado?, ¿Cuándo deben empezar a estudiar inglés los niños?

La Unión Europea considera que aprender idiomas a una edad temprana puede ser muy beneficioso para los niños. En un estudio presentado en el 2006 concluyeron que al aprender nuevos idiomas desarrollan su competencia lingüística, asimilan mejor todas las lenguas (incluida la materna) y conocen otras culturas y modos de pensar que pueden ayudar en su desarrollo general.

El conocimiento de otros idiomas, y en particular del inglés, permite a las personas comunicarse con otras gentes y obtener información que hasta ahora ha estado “vetada” para los españoles, simplemente, porque desconocemos la lengua.

Un niño puede aprender sin problemas una segunda (o tercera) lengua desde pequeñito y, aunque suelen tener más problemas para iniciar el habla, pronto diversifican las palabras según la lengua que estén hablando.

Ahora bien, un niño puede aprender inglés de forma natural si tiene esa lengua como un idioma familiar (que lo hable el padre o la madre), si vive en un país donde hablen el idioma durante un par de años o más, si es cuidado por una canguro que habla inglés durante varias horas al día o si asiste a un colegio en que se impartan gran cantidad de materias (por no decir la mayoría) en esta lengua.

En cambio, un niño progresa muy despacio con el modelo de enseñanza actual en que los niños reciben una o dos clases de inglés por semana.

La misma UE, en el estudio que comento, afirma que “la evidencia sugiere que para el aprendizaje temprano, para que sea adecuado, no puede dejarse solamente en manos de los profesores y las escuelas”.

Os cuento una vivencia personal: En una visita a un colegio hace un año cuando buscábamos cole para Jon nos explicaron que los niños iniciaban las clases de inglés a los 4 años. Una madre se quejó al director de la escuela de que no empezaran a los 3 años, pues su hija iba a perder la continuidad de las clases de inglés que había iniciado en la guardería. A mí se me quedó cara de pajarito, claro.

El director respondió que la realidad es que este año empezaban inglés a esa edad por petición de los padres (antes empezaban en primaria), pero no porque aprendieran realmente demasiado.

En un estudio publicado hace dos años y realizado por la Universitat de Barcelona valoraron el nivel de inglés alcanzado en niños que habían iniciado las clases a los ocho años y en niños que habían empezado a los once años. El resultado fue que los de once años tenían un mayor nivel tanto en escritura como en conversación.

La directora del estudio concluyó que “en condiciones de inmersión los niños pequeños son como las esponjas, que absorben la lengua a su alrededor. Pero en condiciones de aprendizaje escolar su contacto con la lengua es tan reducido que no pueden absorberla”.

Resumiendo: aprender inglés es beneficioso para el léxico general de los niños, ayuda al conocimiento de otras culturas y permite entender la información que nos llega desde la mayor parte de rincones del mundo y, cuanto antes se empiece, mejor. Sin embargo para aprenderlo se necesita vivir con el inglés, como si fuera un idioma más con el que comunicarse.

Las clases semanales que tanto están solicitando los padres y que tanto publicitan algunas escuelas no son el método adecuado para aprender inglés.

Personalmente no veo ningún problema en que los niños pequeños hagan inglés si estas clases son divertidas y las hacen jugando, pero si no son así casi preferiría (yo, personalmente) que aprovecharan sus altas capacidades de aprendizaje para jugar (y aprender jugando).

Más información: Europa.eu, David Kornegay, Universitat de Barcelona

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LECTURAS DE LA RED

Cómo evitamos salirnos de nuestras casillas

FERRAN RAMON-CORTÉS 28/03/2010

A veces explotamos emocionalmente diciendo y haciendo cosas de las que nos arrepentimos en muy poco tiempo. ¿Qué nos provoca? ¿Podemos controlar nuestros impulsos?

Teníamos en la oficina un compañero que era dado a las explosiones emocionales. Las discusiones con él (legítimas discusiones de trabajo, nada personal) solían terminar con manifiestas pérdidas de papeles, en las que los reproches, las salidas de tono y hasta los insultos se sucedían sin control. Lo sabíamos, y conocíamos la señal: un temblor en el labio y en las manos que indicaban que estaba a punto de explotar.

“Reaccionar ante algo inmediatamente es una mala estrategia. Quedárselo dentro es otra estrategia igual de mala o peor”

Él no lo pasaba bien, y me consta que hacía lo posible (como hacemos todos los que somos dados a este tipo de explosiones) por controlarse. Lo cierto es que poco a poco la gente dejó de sentirse cómoda trabajando con él. Porque lo dicho en una explosión emocional, por más que entendamos que lo es, dicho queda. Y en ningún caso es neutro para las relaciones. En su caso, los que habían vivido sus explosiones en directo no tenían ganas de repetir la experiencia, y esto hizo que renunciaran a trabajar con él a pesar de su sobrado talento, y que con el tiempo se fuera quedando solo.

El “efecto gaseosa”. Todos sabemos lo que ocurre cuando agitamos violentamente una botella de gaseosa y seguidamente abrimos el tapón. No hay forma humana de controlar el pegajoso líquido que sale a presión salpicándolo todo. El estropicio (desastre) está servido.

Nuestras emociones son como la gaseosa. Si algo las agita y de forma inmediata dejamos que salgan fuera, saltan por los aires causando estropicios. Cuando discutimos, cuando recibimos mensajes que nos remueven, nuestro interior se convierte en un cúmulo de sentimientos agitados, que si abrimos la botella provocamos desastres de los que nos arrepentimos de inmediato y que causan daños en nuestras relaciones.

Las respuestas en caliente nunca van a ser ni mesuradas ni constructivas. Es esencial encontrar mecanismos que nos ayuden a mantener el control y a posponer la réplica inmediata. Una gaseosa agitada no puede abrirse al instante. Si la dejamos reposar, al cabo de un cierto tiempo podremos abrirla. Mantendrá todavía cierta presión, pero si lo hacemos con cuidado no pasará nada. Así, ante algo que nos agita debemos intentar evitar las reacciones inmediatas. Hay que tomarse un poco de tiempo y dejar que “baje un poco la presión” para, recuperada la serenidad, responder cuidadosamente. Sólo así evitaremos palabras que desearíamos no haber pronunciado y daños irreversibles en nuestras relaciones. Hay que contar hasta 10 antes de responder, como decían las abuelas. O hasta 100, o hasta 1.000 si es necesario.

Una reacción natural

“Enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”(Aristóteles)

Sería deseable poder siempre actuar con serenidad ante las palabras de los demás. Pero lo cierto es que muchas veces las circunstancias “nos pueden”. Esto es así porque cuando nos sentimos atacados, dejamos de actuar conscientemente y es nuestro cerebro límbico quien toma el control. El cerebro límbico es como un piloto automático que actúa para defendernos cuando estamos en peligro, y como tal sólo sabe hacer dos cosas: atacar o huir. Éstas son las dos clases de reacciones que tenemos generalmente con los prontos (arrebatos, impulsos): o reaccionamos violentamente con toda clase de reproches (atacar) o dejamos plantado al otro sin más explicaciones (huir). En cualquiera de los dos casos es importante entender que no acabamos de ser conscientes de nuestro comportamiento. El piloto automático (el cerebro límbico) nos conduce más allá de nuestra voluntad. Por esto, cuando recuperamos la serenidad y volvemos al control consciente en nuestro cerebro, la mayoría de las veces nos sorprendemos nosotros mismos de las reacciones que hemos tenido, y pagaríamos por no haber dicho o hecho lo que acabamos de decir o hacer.

Entendido este proceso, la clave no está en limitar nuestras respuestas automáticas, cosa que está fuera de nuestras posibilidades. La clave está en reconocer los estadios previos a la pérdida de control consciente para que ésta no se produzca. Es en este instante anterior, en el que aún podemos tomar nuestras decisiones, cuando debemos actuar y evitar el desastre. El autocontrol debe producirse en fase de alarma, porque cruzado el límite ya no lo podremos ejercer.

No “quedarse las cosas dentro”

“Los sentimientos son como el vapor que se acumula en el interior de una olla. Si se guardan dentro, pueden acabar haciendo saltar la tapadera” (John Powell)

Podemos controlar los prontos en esta fase de alarma, evitando nuestra reacción descontrolada. Pero ello no significa que nos quedemos dentro los sentimientos. Que nos los traguemos sin ninguna acción por nuestra parte. Porque los sentimientos que no se comunican, que no salen fuera, se van acumulando. Y cuando salen –es inevitable que lo hagan tarde o temprano–, lo hacen en el peor momento y del modo más inoportuno. Es, por tanto, aconsejable abrir la botella de vez en cuando y dejar que salga la presión acumulada. Encontrar el momento y la disposición mental para poder hablar las cosas y no guardárselas. Para dialogar con quienes nos han herido, o para responder serenamente a quienes nos han atacado. No es bueno hacer como si nada hubiera pasado y pasar página, porque las emociones no se extinguen por sí solas. Al contrario: les damos vueltas y más vueltas, las alimentamos interiormente, hasta el punto de crear pequeños monstruos que saldrán a la luz el día menos pensado. Así como ante algo que nos hiere la inmediatez en la reacción es siempre una mala estrategia, el no hablar del tema nunca y quedárselo dentro es una estrategia igual de mala o peor.

El trabajo de fondo. Podemos trabajar en el autocontrol para evitar las explosiones emocionales, identificando nuestros síntomas de alarma y tomando las decisiones oportunas antes de la explosión. Pero para superarlas definitivamente tenemos que ir un paso más allá y aprender de ellas. En el origen de una explosión emocional, o de un pronto (arrebato, impulso), siempre encontraremos algo que nos hiere. Un reproche, un insulto, un comentario malintencionado…, alguna cosa que vivimos como una agresión. Es importante, además de no perder el control, analizar y entender por qué este comentario nos hiere, y trabajar intensamente sobre ello. Éste es el trabajo que de verdad erradicará nuestra tendencia a las explosiones emocionales y el que supondrá el verdadero crecimiento.

Lo que nos hace vulnerables a las explosiones emocionales no es sólo la falta de autocontrol. Es sobre todo la percepción de sentirnos atacados, y en donde nos sentimos especialmente atacados es en aquellas cosas en que nos sentimos inseguros. Así, el reproche que nos hace saltar nos está dando una inequívoca pista de unas áreas de nuestra vida en las que nos sentimos inseguros y sobre las que debemos trabajar.

Podemos aprender mucho de los prontos (arrebatos, impulsos), porque nos están enseñando nuestras vulnerabilidades y nos muestran los aspectos en los que como personas todavía podemos crecer.

Para evitar las explosiones emocionales

Las explosiones no son buenas ni para quien las recibe ni para quien cae en ellas. Esto es lo que podemos hacer para llegar a controlarlas:

1. Descubra los síntomas de agitación: cada uno tenemos nuestros síntomas de alarma: acaloramiento, respiración entrecortada, aceleración del ritmo cardiaco… Si aprendemos a reconocerlos, podemos identificarlos a tiempo.

2. Busque “mecanismos de escape”: si identificamos que estamos a punto de estallar, hemos de buscar salidas rápidas que nos aparten emocionalmente de lo que nos agita. Con cualquier excusa, podemos salir a la calle, salir del despacho, abandonar un minuto una reunión y respirar hondo, beber algo… son pequeños trucos para no reaccionar inmediatamente.

3. Gestione el tiempo de respuesta: la respuesta inmediata tiene muchas posibilidades de resultar desmesurada. Planifique la respuesta dando tiempo para que “baje la presión”.

4. Analice lo que le remueve: cuando algo nos afecta es por alguna razón. Además de controlar puntualmente el comportamiento, es importante buscar la razón oculta de esta afectación y resolverla. El trabajo no termina en el autocontrol. Hay que buscar el crecimiento.

Comentario:

Buscar la razón oculta pasa por hacer un trabajo personal de “desahogo emocional”. Cuando nos enfocamos al autocontrol o a la reflexión, caemos en la intelectualización” de las emociones; si practicamos de manera consistente la “escucha emocional”, buscamos a alguien quien nos de acompañamiento, nos escuche de manera especial, sin criticas ni juicios y sintiéndonos seguros para desahogar las emociones que nos invaden y afectan, el proceso de sanación podrá ser más efectivo y prolongado.

Tomado de http://www.elpais.com/articulo/portada/evitamos/perder/papeles/elpepusoceps/20100328elpepspor_5/Tes

Modificado y ampliado por Hugo Rocha

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LECTURAS DE LA RED

Cómo evitamos salirnos de nuestras casillas

FERRAN RAMON-CORTÉS 28/03/2010

A veces explotamos emocionalmente diciendo y haciendo cosas de las que nos arrepentimos en muy poco tiempo. ¿Qué nos provoca? ¿Podemos controlar nuestros impulsos?

Teníamos en la oficina un compañero que era dado a las explosiones emocionales. Las discusiones con él (legítimas discusiones de trabajo, nada personal) solían terminar con manifiestas pérdidas de papeles, en las que los reproches, las salidas de tono y hasta los insultos se sucedían sin control. Lo sabíamos, y conocíamos la señal: un temblor en el labio y en las manos que indicaban que estaba a punto de explotar.

“Reaccionar ante algo inmediatamente es una mala estrategia. Quedárselo dentro es otra estrategia igual de mala o peor”

Él no lo pasaba bien, y me consta que hacía lo posible (como hacemos todos los que somos dados a este tipo de explosiones) por controlarse. Lo cierto es que poco a poco la gente dejó de sentirse cómoda trabajando con él. Porque lo dicho en una explosión emocional, por más que entendamos que lo es, dicho queda. Y en ningún caso es neutro para las relaciones. En su caso, los que habían vivido sus explosiones en directo no tenían ganas de repetir la experiencia, y esto hizo que renunciaran a trabajar con él a pesar de su sobrado talento, y que con el tiempo se fuera quedando solo.

El “efecto gaseosa”. Todos sabemos lo que ocurre cuando agitamos violentamente una botella de gaseosa y seguidamente abrimos el tapón. No hay forma humana de controlar el pegajoso líquido que sale a presión salpicándolo todo. El estropicio (desastre) está servido.

Nuestras emociones son como la gaseosa. Si algo las agita y de forma inmediata dejamos que salgan fuera, saltan por los aires causando estropicios. Cuando discutimos, cuando recibimos mensajes que nos remueven, nuestro interior se convierte en un cúmulo de sentimientos agitados, que si abrimos la botella provocamos desastres de los que nos arrepentimos de inmediato y que causan daños en nuestras relaciones.

Las respuestas en caliente nunca van a ser ni mesuradas ni constructivas. Es esencial encontrar mecanismos que nos ayuden a mantener el control y a posponer la réplica inmediata. Una gaseosa agitada no puede abrirse al instante. Si la dejamos reposar, al cabo de un cierto tiempo podremos abrirla. Mantendrá todavía cierta presión, pero si lo hacemos con cuidado no pasará nada. Así, ante algo que nos agita debemos intentar evitar las reacciones inmediatas. Hay que tomarse un poco de tiempo y dejar que “baje un poco la presión” para, recuperada la serenidad, responder cuidadosamente. Sólo así evitaremos palabras que desearíamos no haber pronunciado y daños irreversibles en nuestras relaciones. Hay que contar hasta 10 antes de responder, como decían las abuelas. O hasta 100, o hasta 1.000 si es necesario.

Una reacción natural

“Enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”(Aristóteles)

Sería deseable poder siempre actuar con serenidad ante las palabras de los demás. Pero lo cierto es que muchas veces las circunstancias “nos pueden”. Esto es así porque cuando nos sentimos atacados, dejamos de actuar conscientemente y es nuestro cerebro límbico quien toma el control. El cerebro límbico es como un piloto automático que actúa para defendernos cuando estamos en peligro, y como tal sólo sabe hacer dos cosas: atacar o huir. Éstas son las dos clases de reacciones que tenemos generalmente con los prontos (arrebatos, impulsos): o reaccionamos violentamente con toda clase de reproches (atacar) o dejamos plantado al otro sin más explicaciones (huir). En cualquiera de los dos casos es importante entender que no acabamos de ser conscientes de nuestro comportamiento. El piloto automático (el cerebro límbico) nos conduce más allá de nuestra voluntad. Por esto, cuando recuperamos la serenidad y volvemos al control consciente en nuestro cerebro, la mayoría de las veces nos sorprendemos nosotros mismos de las reacciones que hemos tenido, y pagaríamos por no haber dicho o hecho lo que acabamos de decir o hacer.

Entendido este proceso, la clave no está en limitar nuestras respuestas automáticas, cosa que está fuera de nuestras posibilidades. La clave está en reconocer los estadios previos a la pérdida de control consciente para que ésta no se produzca. Es en este instante anterior, en el que aún podemos tomar nuestras decisiones, cuando debemos actuar y evitar el desastre. El autocontrol debe producirse en fase de alarma, porque cruzado el límite ya no lo podremos ejercer.

No “quedarse las cosas dentro”

“Los sentimientos son como el vapor que se acumula en el interior de una olla. Si se guardan dentro, pueden acabar haciendo saltar la tapadera” (John Powell)

Podemos controlar los prontos en esta fase de alarma, evitando nuestra reacción descontrolada. Pero ello no significa que nos quedemos dentro los sentimientos. Que nos los traguemos sin ninguna acción por nuestra parte. Porque los sentimientos que no se comunican, que no salen fuera, se van acumulando. Y cuando salen –es inevitable que lo hagan tarde o temprano–, lo hacen en el peor momento y del modo más inoportuno. Es, por tanto, aconsejable abrir la botella de vez en cuando y dejar que salga la presión acumulada. Encontrar el momento y la disposición mental para poder hablar las cosas y no guardárselas. Para dialogar con quienes nos han herido, o para responder serenamente a quienes nos han atacado. No es bueno hacer como si nada hubiera pasado y pasar página, porque las emociones no se extinguen por sí solas. Al contrario: les damos vueltas y más vueltas, las alimentamos interiormente, hasta el punto de crear pequeños monstruos que saldrán a la luz el día menos pensado. Así como ante algo que nos hiere la inmediatez en la reacción es siempre una mala estrategia, el no hablar del tema nunca y quedárselo dentro es una estrategia igual de mala o peor.

El trabajo de fondo. Podemos trabajar en el autocontrol para evitar las explosiones emocionales, identificando nuestros síntomas de alarma y tomando las decisiones oportunas antes de la explosión. Pero para superarlas definitivamente tenemos que ir un paso más allá y aprender de ellas. En el origen de una explosión emocional, o de un pronto (arrebato, impulso), siempre encontraremos algo que nos hiere. Un reproche, un insulto, un comentario malintencionado…, alguna cosa que vivimos como una agresión. Es importante, además de no perder el control, analizar y entender por qué este comentario nos hiere, y trabajar intensamente sobre ello. Éste es el trabajo que de verdad erradicará nuestra tendencia a las explosiones emocionales y el que supondrá el verdadero crecimiento.

Lo que nos hace vulnerables a las explosiones emocionales no es sólo la falta de autocontrol. Es sobre todo la percepción de sentirnos atacados, y en donde nos sentimos especialmente atacados es en aquellas cosas en que nos sentimos inseguros. Así, el reproche que nos hace saltar nos está dando una inequívoca pista de unas áreas de nuestra vida en las que nos sentimos inseguros y sobre las que debemos trabajar.

Podemos aprender mucho de los prontos (arrebatos, impulsos), porque nos están enseñando nuestras vulnerabilidades y nos muestran los aspectos en los que como personas todavía podemos crecer.

Para evitar las explosiones emocionales

Las explosiones no son buenas ni para quien las recibe ni para quien cae en ellas. Esto es lo que podemos hacer para llegar a controlarlas:

1. Descubra los síntomas de agitación: cada uno tenemos nuestros síntomas de alarma: acaloramiento, respiración entrecortada, aceleración del ritmo cardiaco… Si aprendemos a reconocerlos, podemos identificarlos a tiempo.

2. Busque “mecanismos de escape”: si identificamos que estamos a punto de estallar, hemos de buscar salidas rápidas que nos aparten emocionalmente de lo que nos agita. Con cualquier excusa, podemos salir a la calle, salir del despacho, abandonar un minuto una reunión y respirar hondo, beber algo… son pequeños trucos para no reaccionar inmediatamente.

3. Gestione el tiempo de respuesta: la respuesta inmediata tiene muchas posibilidades de resultar desmesurada. Planifique la respuesta dando tiempo para que “baje la presión”.

4. Analice lo que le remueve: cuando algo nos afecta es por alguna razón. Además de controlar puntualmente el comportamiento, es importante buscar la razón oculta de esta afectación y resolverla. El trabajo no termina en el autocontrol. Hay que buscar el crecimiento.

Comentario:

Buscar la razón oculta pasa por hacer un trabajo personal de “desahogo emocional”. Cuando nos enfocamos al autocontrol o a la reflexión, caemos en la intelectualización” de las emociones; si practicamos de manera consistente la “escucha emocional”, buscamos a alguien quien nos de acompañamiento, nos escuche de manera especial, sin criticas ni juicios y sintiéndonos seguros para desahogar las emociones que nos invaden y afectan, el proceso de sanación podrá ser más efectivo y prolongado.

Tomado de http://www.elpais.com/articulo/portada/evitamos/perder/papeles/elpepusoceps/20100328elpepspor_5/Tes

Modificado y ampliado por Hugo Rocha

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