Pausa

Necesito poner el blog en pausa.

Hay demasiadas cosas moviéndose y cambiando en mi vida ahora mismo, y no tengo ni tiempo ni motivación para seguir escribiendo ahora mismo. Ya lo hacía solo de pascuas a ramos, y de aquí en adelante va a ser peor. Así que lo honesto es parar ahora, poner el proyecto en pausa, y esperar a que las aguas se calmen.

Más adelante, cuando el momento sea el adecuado, tocará volver a la mesa de trabajo y estudiarse de nuevo los planos. Decidir a dónde quiero ir con el proyecto, cómo quiero hacerlo y, si hace falta, hacer borrón y cuenta nueva y empezar de cero otra vez.

Hasta entonces, gracias a todos por estar ahí, ha sido un viaje interesante. Nos vemos de nuevo cuando le vuelva a dar al play.

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Pausa

Necesito poner el blog en pausa.

Hay demasiadas cosas moviéndose y cambiando en mi vida ahora mismo, y no tengo ni tiempo ni motivación para seguir escribiendo ahora mismo. Ya lo hacía solo de pascuas a ramos, y de aquí en adelante va a ser peor. Así que lo honesto es parar ahora, poner el proyecto en pausa, y esperar a que las aguas se calmen.

Más adelante, cuando el momento sea el adecuado, tocará volver a la mesa de trabajo y estudiarse de nuevo los planos. Decidir a dónde quiero ir con el proyecto, cómo quiero hacerlo y, si hace falta, hacer borrón y cuenta nueva y empezar de cero otra vez.

Hasta entonces, gracias a todos por estar ahí, ha sido un viaje interesante. Nos vemos de nuevo cuando le vuelva a dar al play.

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¡Yo te maldigo, cambio de hora!

Hace una temporada hable por aquí de las rutinas de nuestra hija (por entonces hija única, ahora la mayor) a la hora de irse a dormir por la noche. Como es obvio, esa rutina ha cambiado considerablemente desde que escribí el post. No solo porque éste tenga casi un año y la niña haya cambiado sus gustos y pareceres media docena de veces en ese tiempo, sino porque además nos hemos mudado de casa desde entonces, lo que añade un factor extra de volatilidad.

Por resumir, pasamos una temporada en la cual la peque (bueno, la mayor… mira, para aclararnos, a partir de ahora llamaré Ab. a la mayor y Am. a la pequeña, y así todo mucho más simple) era completamente incapaz de dormirse antes de medianoche. Con una rutina estable, eso sí, pero acabando el día tardísimo. Después de discutirlo con nuestro psicólogo, empezamos un proceso por el cual conseguimos adelantar la hora de dormirse a, en general, entre las 10 y las 10:30 de la noche. Ni tan mal, considerando lo anterior.
Durante unas cuantas semanas, todo ha ido como la seda.
Pero todo se fue al garete la semana pasada con el dichoso cambio de hora. No era consciente de lo mucho que puede llegar a afectar un cambio así a las rutinas y los ritmos de un niño de dos añitos recién cumplidos. Desde el día siguiente al cambio, Ab. ha empezado a dormir fatal. Ya no es solo que le cueste más dormirse (y hayamos vuelto casi a la medianoche). Es que hemos pasado a una situación en la cual va prácticamente a berrinche por noche, se mueve más que un rabo de lagartija… Para colmo de males, ha empezado a despertarse horriblemente pronto: Antes no abría el ojo antes de las nueve y media, y ahora no hay forma de mantenerla en la cama después de las siete de la mañana. Parte de la culpa de esto puede ser de las horas de sol en Reino Unido, que a medida que se acerca el verano se alargan absurdamente: Durante el mes de junio veremos amanecer a las cinco menos cuarto de la mañana y no anochecerá hasta las nueve y media de la noche.
Así que, mientras tanto, yo me pregunto: Si el cambio de hora se sabe desde hace tiempo que no sirve para nada, y encima descuadra por completo a los más peques de la casa… ¿por qué puñetas seguimos haciéndolo?
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¡Yo te maldigo, cambio de hora!

Hace una temporada hable por aquí de las rutinas de nuestra hija (por entonces hija única, ahora la mayor) a la hora de irse a dormir por la noche. Como es obvio, esa rutina ha cambiado considerablemente desde que escribí el post. No solo porque éste tenga casi un año y la niña haya cambiado sus gustos y pareceres media docena de veces en ese tiempo, sino porque además nos hemos mudado de casa desde entonces, lo que añade un factor extra de volatilidad.

Por resumir, pasamos una temporada en la cual la peque (bueno, la mayor… mira, para aclararnos, a partir de ahora llamaré Ab. a la mayor y Am. a la pequeña, y así todo mucho más simple) era completamente incapaz de dormirse antes de medianoche. Con una rutina estable, eso sí, pero acabando el día tardísimo. Después de discutirlo con nuestro psicólogo, empezamos un proceso por el cual conseguimos adelantar la hora de dormirse a, en general, entre las 10 y las 10:30 de la noche. Ni tan mal, considerando lo anterior.
Durante unas cuantas semanas, todo ha ido como la seda.
Pero todo se fue al garete la semana pasada con el dichoso cambio de hora. No era consciente de lo mucho que puede llegar a afectar un cambio así a las rutinas y los ritmos de un niño de dos añitos recién cumplidos. Desde el día siguiente al cambio, Ab. ha empezado a dormir fatal. Ya no es solo que le cueste más dormirse (y hayamos vuelto casi a la medianoche). Es que hemos pasado a una situación en la cual va prácticamente a berrinche por noche, se mueve más que un rabo de lagartija… Para colmo de males, ha empezado a despertarse horriblemente pronto: Antes no abría el ojo antes de las nueve y media, y ahora no hay forma de mantenerla en la cama después de las siete de la mañana. Parte de la culpa de esto puede ser de las horas de sol en Reino Unido, que a medida que se acerca el verano se alargan absurdamente: Durante el mes de junio veremos amanecer a las cinco menos cuarto de la mañana y no anochecerá hasta las nueve y media de la noche.
Así que, mientras tanto, yo me pregunto: Si el cambio de hora se sabe desde hace tiempo que no sirve para nada, y encima descuadra por completo a los más peques de la casa… ¿por qué puñetas seguimos haciéndolo?
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Mentiras arriesgadas

Dicen que no eres consciente de la cantidad de gente a la que odias hasta que tienes que ponerle nombre a tu hijo.

Y es cierto. Desde el momento en que nos enteramos de que mi mujer estaba embarazada hasta que por fin encontramos un nombre que nos convenciese a los dos pasó bastante tiempo. Los nombres que a ella le gustaban a mí no, o me recordaban a imbéciles de mi pasado, o eran los de alguna de mis exes, y viceversa. Pero finalmente dimos con uno que nos gustaba a ambos:

Alaia.

Y Alaia se quedó. Y durante meses de hablar de Alaia, ese fue el nombre que se fue afianzando a fuego en nuestras cabezas. Alaia. Finalmente, nuestra hija nació el sábado pasado (un parto rápido y sin complicaciones, todo ha ido genial, la mamá y la niña están estupendamente, gracias 😉), y el martes teníamos cita en el registro para inscribirla. Una vez pasase esa fase, ya se haría oficial. No había vuelta atrás. Pero no pasa nada, aunque tardamos varios meses en dar con el nombre, ya era seguro… ¿no?

Pues…

El lunes por la tarde/noche le presentamos a la niña a una amiga británica que tenemos, y le dijimos su nombre. Ella lo repitió en su acento inglés, con sus sonidos ingleses intentando acercarse lo más posible a la pronunciación vasca del nombre. Y de repente algo hizo click en mi cabeza.

«Alaia«. Que en inglés británico suena exactamente igual que «A liar» (un mentiroso / una mentirosa).

¡Habíamos estado a punto de darle a nuestra hija un nombre que en el país donde vivimos siempre se confundiría con UNA MENTIROSA! Después del momento de pánico inicial nos pusimos a revisar listas de nombres de niña y a probar cómo sonaban. Y al poco tiempo dimos con la solución.

Nuestra segunda hija se llama (porque ya está registrada como tal) Amaia. Que se parece bastante pero no suena a acusación de ningún tipo. Todavía nos confundimos y la llamamos Alaia la mitad de las veces (al fin y al cabo han sido meses de referirnos así a ella), pero poco a poco nos vamos acostumbrando al nombre.

La cosa ha quedado en una curiosa anécdota que contarle a nuestra hija cuando crezca, pero ahora mismo la sensación que reina en casa es la de «menuda bala hemos esquivado». Y si eso nos enseña algo, amigos míos, es a que tenéis que tener mucho cuidado con los nombres que le ponéis a vuestros hijos en caso de que estéis viviendo en un país extranjero, y hacer que un nativo lo pronuncie delante de vosotros varias veces para ver si hace saltar alguna alarma.

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Mentiras arriesgadas

Dicen que no eres consciente de la cantidad de gente a la que odias hasta que tienes que ponerle nombre a tu hijo.

Y es cierto. Desde el momento en que nos enteramos de que mi mujer estaba embarazada hasta que por fin encontramos un nombre que nos convenciese a los dos pasó bastante tiempo. Los nombres que a ella le gustaban a mí no, o me recordaban a imbéciles de mi pasado, o eran los de alguna de mis exes, y viceversa. Pero finalmente dimos con uno que nos gustaba a ambos:

Alaia.

Y Alaia se quedó. Y durante meses de hablar de Alaia, ese fue el nombre que se fue afianzando a fuego en nuestras cabezas. Alaia. Finalmente, nuestra hija nació el sábado pasado (un parto rápido y sin complicaciones, todo ha ido genial, la mamá y la niña están estupendamente, gracias 😉), y el martes teníamos cita en el registro para inscribirla. Una vez pasase esa fase, ya se haría oficial. No había vuelta atrás. Pero no pasa nada, aunque tardamos varios meses en dar con el nombre, ya era seguro… ¿no?

Pues…

El lunes por la tarde/noche le presentamos a la niña a una amiga británica que tenemos, y le dijimos su nombre. Ella lo repitió en su acento inglés, con sus sonidos ingleses intentando acercarse lo más posible a la pronunciación vasca del nombre. Y de repente algo hizo click en mi cabeza.

«Alaia«. Que en inglés británico suena exactamente igual que «A liar» (un mentiroso / una mentirosa).

¡Habíamos estado a punto de darle a nuestra hija un nombre que en el país donde vivimos siempre se confundiría con UNA MENTIROSA! Después del momento de pánico inicial nos pusimos a revisar listas de nombres de niña y a probar cómo sonaban. Y al poco tiempo dimos con la solución.

Nuestra segunda hija se llama (porque ya está registrada como tal) Amaia. Que se parece bastante pero no suena a acusación de ningún tipo. Todavía nos confundimos y la llamamos Alaia la mitad de las veces (al fin y al cabo han sido meses de referirnos así a ella), pero poco a poco nos vamos acostumbrando al nombre.

La cosa ha quedado en una curiosa anécdota que contarle a nuestra hija cuando crezca, pero ahora mismo la sensación que reina en casa es la de «menuda bala hemos esquivado». Y si eso nos enseña algo, amigos míos, es a que tenéis que tener mucho cuidado con los nombres que le ponéis a vuestros hijos en caso de que estéis viviendo en un país extranjero, y hacer que un nativo lo pronuncie delante de vosotros varias veces para ver si hace saltar alguna alarma.

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Paternidad y calidad de vida


*Papá en UK abre el blog y mira la fecha del último post. Se da cuenta, con una mezcla de sorpresa y horror, de que hace casi seis meses que no publica una sola entrada. Disimulando, se pone a escribir como si acabase de publicar el post previo ayer mismo.*

Una nueva semana, una nueva polémica. ¡Lo que nos aburriríamos si no fuese por ellas! En esta ocasión le ha tocado el turno a las declaraciones de Samanta Villar para una entrevista que se publicó la semana pasada. Sobre todo con el titular donde dice que tener un hijo es perder calidad de vida. Son un tipo de declaraciones que siempre levantan mucho revuelo, así que era bastante de esperar (tanto que cuesta pensar que no lo haya buscado a propósito) que hubiese polémica.

He leído todo tipo de declaraciones, a favor y en contra. Entre ellas, me han llamado la atención los comentarios hechos desde ciertas posiciones que critican duramente a Villar y a quienes comparten su opinión. Son gente que ha vivido (o que vive) una maternidad mágica, o una maternidad idílica, para quienes todo es perfecto y positivo y maravilloso. Son gente que opina que madres como Villar son malas madres, o han sido madres a la fuerza, o simplemente que no sabe lo que dice. Es una postura con la que no estoy para nada de acuerdo: hay gente que, efectivamente, por su conjunto de circunstancias, tienen la suerte de haber vivido una experiencia absolutamente positiva. O personas para las que ser [p|m]adres era la máxima ilusión de su vida y se han encontrado completamente realizados. Pero es injusto (y equivocado) acusar a todos aquellos que no viven la paternidad como ellos de ser malos padres o de estar equivocados.

Por otra parte, está la postura que defiende Villar en su entrevista, donde también generaliza, pero en sentido contrario. Según ella, todo el mundo pierde calidad de vida y felicidad al tener un hijo, a todos nos engañan con respecto a lo que es ser padres, y considera que lo normal es poco menos que arrepentirse de haberlo hecho. Donde afirma que lo mejor es ser tíos, porque así vives los momentos buenos pero te libras de los malos. También creo que ella se equivoca.

No hay dos personas en este mundo que vivan el ser padres de la misma forma. Ni siquiera ambos progenitores tienen la misma experiencia con un mismo hijo. Todo depende del conjunto de circunstancias que rodean a cada uno, de la cantidad de hijos que se tengan, de cómo se comporten, de la propia personalidad de cada uno de nosotros… De mil y un factores más que invalidan las generalizaciones, ya sean en un sentido o en el en otro.

Lo que sí que es cierto es que la sociedad nos vende muchas veces una imagen muy idílica de la paternidad, donde todo es ideal y maravilloso, y que no te prepara para los momentos más duros y difíciles (que los hay). Como bien dicen Rufus Griscom y Alisa Volkman en su charla de TED hay una serie de temas que parecen tabú a la hora de hablar de la paternidad. Y son precisamente esos temas los que hay que dar a conocer, porque son complicaciones y dificultades que pueden estar ahí y a las que hay que saber enfrentarse. Me gusta especialmente lo que comentan a partir del minuto 11:30 sobre cómo varios estudios han encontrado que la percepción de la propia felicidad en una pareja cae en un profundo valle desde el momento en que se tiene un hijo del que no se sale hasta que tu primogénito empieza la universidad y de cómo consideran que, de haber más información disponible acerca de qué aspecto tienen los momentos complicados de la crianza, de modo que la gente estuviese más preparada para ellos, probablemtente ese valle sería bastante menos profundo.

En mi caso particular, ¿puedo decir que la paternidad me ha quitado calidad de vida? Honestamente: sí, lo ha hecho. Duermo menos, estoy sometido a más estrés y más preocupaciones en mi día a día, hago menos deporte (con el consiguiente aumento de peso), tengo mucho menos tiempo para poder dedicarlo simplemente a mi mujer y a mí mismo (sin que esté la peque de por medio)… En ese aspecto sí, mi calidad de vida ha empeorado. Ahora bien, ¿cambiaría una sola cosa de mi hija y de mi relación con ella o renunciaría aunque solo fuese a una mínima parte de mi tiempo con ella para tener alguna de las cosas que he listado antes? También lo tengo muy claro: NO. Jamás. Ni por un solo momento.

No solo eso, sino que incluso a sabiendas de lo duro que en ocasiones puede llegar a ser el ser padres, hace unos meses decidimos dar el salto e ir a por el segundo (por cierto, casi con toda seguridad va a ser otra niña). Porque no todo es tan bonito como lo pintan algunos, pero es mucho menos horrible que cómo lo pintan otros.

*Satisfecho con el resultado, Papá en UK termina de releer lo que acaba de escribir y hace click en Publicar otra vez después de todo este tiempo, mientras anota mentalmente que, algún día, tiene que explicar por qué ha pasado tanto tiempo desconectado.*

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Paternidad y calidad de vida


*Papá en UK abre el blog y mira la fecha del último post. Se da cuenta, con una mezcla de sorpresa y horror, de que hace casi seis meses que no publica una sola entrada. Disimulando, se pone a escribir como si acabase de publicar el post previo ayer mismo.*

Una nueva semana, una nueva polémica. ¡Lo que nos aburriríamos si no fuese por ellas! En esta ocasión le ha tocado el turno a las declaraciones de Samanta Villar para una entrevista que se publicó la semana pasada. Sobre todo con el titular donde dice que tener un hijo es perder calidad de vida. Son un tipo de declaraciones que siempre levantan mucho revuelo, así que era bastante de esperar (tanto que cuesta pensar que no lo haya buscado a propósito) que hubiese polémica.

He leído todo tipo de declaraciones, a favor y en contra. Entre ellas, me han llamado la atención los comentarios hechos desde ciertas posiciones que critican duramente a Villar y a quienes comparten su opinión. Son gente que ha vivido (o que vive) una maternidad mágica, o una maternidad idílica, para quienes todo es perfecto y positivo y maravilloso. Son gente que opina que madres como Villar son malas madres, o han sido madres a la fuerza, o simplemente que no sabe lo que dice. Es una postura con la que no estoy para nada de acuerdo: hay gente que, efectivamente, por su conjunto de circunstancias, tienen la suerte de haber vivido una experiencia absolutamente positiva. O personas para las que ser [p|m]adres era la máxima ilusión de su vida y se han encontrado completamente realizados. Pero es injusto (y equivocado) acusar a todos aquellos que no viven la paternidad como ellos de ser malos padres o de estar equivocados.

Por otra parte, está la postura que defiende Villar en su entrevista, donde también generaliza, pero en sentido contrario. Según ella, todo el mundo pierde calidad de vida y felicidad al tener un hijo, a todos nos engañan con respecto a lo que es ser padres, y considera que lo normal es poco menos que arrepentirse de haberlo hecho. Donde afirma que lo mejor es ser tíos, porque así vives los momentos buenos pero te libras de los malos. También creo que ella se equivoca.

No hay dos personas en este mundo que vivan el ser padres de la misma forma. Ni siquiera ambos progenitores tienen la misma experiencia con un mismo hijo. Todo depende del conjunto de circunstancias que rodean a cada uno, de la cantidad de hijos que se tengan, de cómo se comporten, de la propia personalidad de cada uno de nosotros… De mil y un factores más que invalidan las generalizaciones, ya sean en un sentido o en el en otro.

Lo que sí que es cierto es que la sociedad nos vende muchas veces una imagen muy idílica de la paternidad, donde todo es ideal y maravilloso, y que no te prepara para los momentos más duros y difíciles (que los hay). Como bien dicen Rufus Griscom y Alisa Volkman en su charla de TED hay una serie de temas que parecen tabú a la hora de hablar de la paternidad. Y son precisamente esos temas los que hay que dar a conocer, porque son complicaciones y dificultades que pueden estar ahí y a las que hay que saber enfrentarse. Me gusta especialmente lo que comentan a partir del minuto 11:30 sobre cómo varios estudios han encontrado que la percepción de la propia felicidad en una pareja cae en un profundo valle desde el momento en que se tiene un hijo del que no se sale hasta que tu primogénito empieza la universidad y de cómo consideran que, de haber más información disponible acerca de qué aspecto tienen los momentos complicados de la crianza, de modo que la gente estuviese más preparada para ellos, probablemtente ese valle sería bastante menos profundo.

En mi caso particular, ¿puedo decir que la paternidad me ha quitado calidad de vida? Honestamente: sí, lo ha hecho. Duermo menos, estoy sometido a más estrés y más preocupaciones en mi día a día, hago menos deporte (con el consiguiente aumento de peso), tengo mucho menos tiempo para poder dedicarlo simplemente a mi mujer y a mí mismo (sin que esté la peque de por medio)… En ese aspecto sí, mi calidad de vida ha empeorado. Ahora bien, ¿cambiaría una sola cosa de mi hija y de mi relación con ella o renunciaría aunque solo fuese a una mínima parte de mi tiempo con ella para tener alguna de las cosas que he listado antes? También lo tengo muy claro: NO. Jamás. Ni por un solo momento.

No solo eso, sino que incluso a sabiendas de lo duro que en ocasiones puede llegar a ser el ser padres, hace unos meses decidimos dar el salto e ir a por el segundo (por cierto, casi con toda seguridad va a ser otra niña). Porque no todo es tan bonito como lo pintan algunos, pero es mucho menos horrible que cómo lo pintan otros.

*Satisfecho con el resultado, Papá en UK termina de releer lo que acaba de escribir y hace click en Publicar otra vez después de todo este tiempo, mientras anota mentalmente que, algún día, tiene que explicar por qué ha pasado tanto tiempo desconectado.*

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#ElTemaDeLaSemana: El deseo de los hombres por ser padres

Nuevamente ha llegado ese fantástico momento de la semana en que tratamos el tema que @PapásBlogueros nos propone cada siete días, #ElTemaDeLaSemana. Esta vez se trata de un tema de lo más interesante, y algo sobre lo que suelen asumirse cosas muchas veces de forma incorrecta.

El tema de esta semana es: El deseo de los hombres por ser padres

Y es que en este mundo en el que los bebés son cosas de mujeres, la idea preconcebida que se tiene es que son ellas las que siempre insisten en querer hijos. Que nos tienen que perseguir, presionar y dar la tabarra constantemente hasta que nosotros cedemos y accedemos a tener descendencia. No sin antes una fase de negociación donde imponemos una serie de condiciones y ventajas a cambio de sacrificar nuestro viril espíritu libre e hipotecar nuestro futuro con un bebé.

Vale, vale, igual he exagerado y dramatizado un poco… Pero lo esencial sí que es una idea demasiado extendida: si tienes (o vas a tener) un hijo es porque ella quería. Nosotros, simplemente, aceptamos.

Pero esa no es la realidad que yo he vivido ni la de (creo) ninguno de los padres que conozco. Nosotros sí queríamos tener hijos. También deseábamos vivir la experiencia de tener un hijo, de verle crecer, tratar de educarle para que sea la mejor persona posible, y disfrutar del proceso junto a nuestras parejas. Queríamos vivir la paternidad y somos felices haciéndolo.

En mi caso, de hecho, fui yo el que desde el principio sabía que deseaba tener hijos. Mi mujer, en cambio, no estaba del todo segura de querer o no. No lo tenía claro, y fue algo que hablamos en diversas ocasiones. Mi postura siempre fue la misma: Yo quería tener hijos, pero solo si era algo que queríamos ambos. Si finalmente ella decidía que no quería ser madre, yo lo respetaría y no los tendríamos. ¿Me hubiese dado pena? Pues sí. Pero creo que ser padres es algo demasiado importante como para que una de las dos partes lo haga en plan «Bueno, venga, vale, pero porque tú quieres». No es como ir a ver una película de acción al cine cuando lo que te apetece es quedarte en casa leyendo. Es algo que te cambia la vida de arriba abajo y no es una decisión que tomar a la ligera.

Al final ella decidió que también quería tenerlos, y aquí estamos. La peque está ahora mismo jugando en la habitación con su yayo mientras yo escribo esto, y mi mujer está sentada a mi lado en el sofá, llevando a nuestro futuro segundo hijo en su interior.

Ser padres es una de las cosas más alucinantes, aterradoras, emocionantes, agotadoras y divertidas que he vivido jamás. Y no cambiaría esa mirada de felicidad que me lanza mi hija cuando llego a casa del trabajo por nada del mundo entero. Es algo que he querido de siempre. Por mucho que parte de la sociedad haya intentado durante años bombardearme con una idea diferente.

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#ElTemaDeLaSemana: El deseo de los hombres por ser padres

Nuevamente ha llegado ese fantástico momento de la semana en que tratamos el tema que @PapásBlogueros nos propone cada siete días, #ElTemaDeLaSemana. Esta vez se trata de un tema de lo más interesante, y algo sobre lo que suelen asumirse cosas muchas veces de forma incorrecta.

El tema de esta semana es: El deseo de los hombres por ser padres

Y es que en este mundo en el que los bebés son cosas de mujeres, la idea preconcebida que se tiene es que son ellas las que siempre insisten en querer hijos. Que nos tienen que perseguir, presionar y dar la tabarra constantemente hasta que nosotros cedemos y accedemos a tener descendencia. No sin antes una fase de negociación donde imponemos una serie de condiciones y ventajas a cambio de sacrificar nuestro viril espíritu libre e hipotecar nuestro futuro con un bebé.

Vale, vale, igual he exagerado y dramatizado un poco… Pero lo esencial sí que es una idea demasiado extendida: si tienes (o vas a tener) un hijo es porque ella quería. Nosotros, simplemente, aceptamos.

Pero esa no es la realidad que yo he vivido ni la de (creo) ninguno de los padres que conozco. Nosotros sí queríamos tener hijos. También deseábamos vivir la experiencia de tener un hijo, de verle crecer, tratar de educarle para que sea la mejor persona posible, y disfrutar del proceso junto a nuestras parejas. Queríamos vivir la paternidad y somos felices haciéndolo.

En mi caso, de hecho, fui yo el que desde el principio sabía que deseaba tener hijos. Mi mujer, en cambio, no estaba del todo segura de querer o no. No lo tenía claro, y fue algo que hablamos en diversas ocasiones. Mi postura siempre fue la misma: Yo quería tener hijos, pero solo si era algo que queríamos ambos. Si finalmente ella decidía que no quería ser madre, yo lo respetaría y no los tendríamos. ¿Me hubiese dado pena? Pues sí. Pero creo que ser padres es algo demasiado importante como para que una de las dos partes lo haga en plan «Bueno, venga, vale, pero porque tú quieres». No es como ir a ver una película de acción al cine cuando lo que te apetece es quedarte en casa leyendo. Es algo que te cambia la vida de arriba abajo y no es una decisión que tomar a la ligera.

Al final ella decidió que también quería tenerlos, y aquí estamos. La peque está ahora mismo jugando en la habitación con su yayo mientras yo escribo esto, y mi mujer está sentada a mi lado en el sofá, llevando a nuestro futuro segundo hijo en su interior.

Ser padres es una de las cosas más alucinantes, aterradoras, emocionantes, agotadoras y divertidas que he vivido jamás. Y no cambiaría esa mirada de felicidad que me lanza mi hija cuando llego a casa del trabajo por nada del mundo entero. Es algo que he querido de siempre. Por mucho que parte de la sociedad haya intentado durante años bombardearme con una idea diferente.

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12 semanas, 18 meses

Parece mentira lo rápido que pasa el tiempo. Prácticamente fue ayer cuando publicaba una entrada donde le escribía una carta a la peque acerca de cómo había vivido y sentido sus primeros diez meses de vida. Y ya estamos hoy aquí, celebrando los 18 meses.

Es alucinante ver el ritmo al que crece y cambia la peque. Tanto, que siempre tengo la impresión de estar perdiéndome algo. Es increíble, emocionante y un poco aterrador. Pero no lo cambiaría por nada del mundo. La veo trepando las escaleras cada día mejor, interactuando más y más con su entorno y la gente que la rodea, y no puedo sino maravillarme día a día. Sigue siendo mi bebé, pero a la vez la veo poco a poco convirtiéndose en una niña mayor. Y estoy deseando salir de la oficina a lo Pedro Picapiedra cuanto antes para volver a casa y estar con ella.

Un año y medio que se ha pasado en un suspiro, y que celebramos solo un día después de otro gran evento en nuestras vidas: La primera ecografía del renacuajo, la de las 12 semanas, que tuvimos ayer mismo. La primera vez que podemos ver al que será nuestro segundo hijo y que, si todo va bien, se llevará dos años casi exactos con la peque.

¡Saludad todos al renacuajo!

De momento nos han confirmado que todo marcha bien: la prueba de la translucencia nucal ha salido dentro de los márgenes normales, todo parece estar en su sitio, y nos han asegurado que solo hay un bebé en camino. La única pena es que no nos pudieron decir si va a ser un niño o una niña… Aunque todavía andamos dudando sobre si queremos saberlo antes del nacimiento o no.

El mes que viene tenemos vacaciones y mudanza, así que va a ser una temporada movidita. Pero de momento hoy podemos relajarnos un poco y disfrutar de dos hitos muy importantes en nuestras vidas y las de nuestros hijos.

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12 semanas, 18 meses

Parece mentira lo rápido que pasa el tiempo. Prácticamente fue ayer cuando publicaba una entrada donde le escribía una carta a la peque acerca de cómo había vivido y sentido sus primeros diez meses de vida. Y ya estamos hoy aquí, celebrando los 18 meses.

Es alucinante ver el ritmo al que crece y cambia la peque. Tanto, que siempre tengo la impresión de estar perdiéndome algo. Es increíble, emocionante y un poco aterrador. Pero no lo cambiaría por nada del mundo. La veo trepando las escaleras cada día mejor, interactuando más y más con su entorno y la gente que la rodea, y no puedo sino maravillarme día a día. Sigue siendo mi bebé, pero a la vez la veo poco a poco convirtiéndose en una niña mayor. Y estoy deseando salir de la oficina a lo Pedro Picapiedra cuanto antes para volver a casa y estar con ella.

Un año y medio que se ha pasado en un suspiro, y que celebramos solo un día después de otro gran evento en nuestras vidas: La primera ecografía del renacuajo, la de las 12 semanas, que tuvimos ayer mismo. La primera vez que podemos ver al que será nuestro segundo hijo y que, si todo va bien, se llevará dos años casi exactos con la peque.

¡Saludad todos al renacuajo!

De momento nos han confirmado que todo marcha bien: la prueba de la translucencia nucal ha salido dentro de los márgenes normales, todo parece estar en su sitio, y nos han asegurado que solo hay un bebé en camino. La única pena es que no nos pudieron decir si va a ser un niño o una niña… Aunque todavía andamos dudando sobre si queremos saberlo antes del nacimiento o no.

El mes que viene tenemos vacaciones y mudanza, así que va a ser una temporada movidita. Pero de momento hoy podemos relajarnos un poco y disfrutar de dos hitos muy importantes en nuestras vidas y las de nuestros hijos.

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#ElTemaDeLaSemana: ¿Qué legado quieres dejar?

¡Feliz domingo, papás y mamás del mundo! Una vez más, casi sobre la bocina, llega el momento de responder a la pregunta que nos plantea @PapásBlogueros en #ElTemaDeLaSemana.
El tema de esta semana es: ¿Qué legado quieres dejar?

Decía mi padre en alguna ocasión que una de las cosas que él consideraba como un éxito a la hora de criar a unos hijos es que puedan alcanzar un mayor nivel de educación y formación de la que tuvo la generación anterior. Para él, uno de los legados más importantes que nos podía dejar era el que tuviésemos acceso a la mejor educación posible. Y es una meta que alcanzaron «with flying colors», que dicen por estas tierras.  Dos hijos, uno de ellos con un máster y el otro (yo) con un doctorado en telecomunicaciones.

Y reconozco que el legado que quiero dejarles a mis hijos está muy influenciado por ese punto de vista de mis padres.

Quiero darles a mis hijos el acceso a la mejor educación posible. Que si deciden que quieren estudiar medicina, una ingeniería, alguna filología o, líbreme dios, Bellas Artes [1], puedan hacerlo de la mejor manera posible. Pero también quiero que sean lo suficientemente autónomos y fuertes como para poder decidir por ellos mismos lo que quieren hacer con sus vidas. Ya sea estudiar, o trabajar, o lo que sea. Quiero poder dejarle a su disposición todas las herramientas posibles para que tomen el timón y sean dueños de sus propias vidas. Que sean personas decentes y responsables, que vivirán sus buenos y sus malos momentos, con sus equivocaciones y sus aciertos, como todo el mundo, pero que siempre sean ellos los que tengan la última palabra sobre lo que hacen y a dónde van con su vida. Que sean capaces de caer y levantarse. Que tengan conciencia social, que sean feministas.

Y sobre todo, sobre todo, que sean felices.

¿Que legado quiero dejar a mis hijos? Es fácil: La posibilidad de que vivan una vida feliz. No hay nada más alto a lo que aspirar.

[1] ¡¡Es broma, es broma!! ¡Bellas Artes me parece una opción tan válida como cualquiera de las anteriores!

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#ElTemaDeLaSemana: ¿Qué legado quieres dejar?

¡Feliz domingo, papás y mamás del mundo! Una vez más, casi sobre la bocina, llega el momento de responder a la pregunta que nos plantea @PapásBlogueros en #ElTemaDeLaSemana.
El tema de esta semana es: ¿Qué legado quieres dejar?

Decía mi padre en alguna ocasión que una de las cosas que él consideraba como un éxito a la hora de criar a unos hijos es que puedan alcanzar un mayor nivel de educación y formación de la que tuvo la generación anterior. Para él, uno de los legados más importantes que nos podía dejar era el que tuviésemos acceso a la mejor educación posible. Y es una meta que alcanzaron «with flying colors», que dicen por estas tierras.  Dos hijos, uno de ellos con un máster y el otro (yo) con un doctorado en telecomunicaciones.

Y reconozco que el legado que quiero dejarles a mis hijos está muy influenciado por ese punto de vista de mis padres.

Quiero darles a mis hijos el acceso a la mejor educación posible. Que si deciden que quieren estudiar medicina, una ingeniería, alguna filología o, líbreme dios, Bellas Artes [1], puedan hacerlo de la mejor manera posible. Pero también quiero que sean lo suficientemente autónomos y fuertes como para poder decidir por ellos mismos lo que quieren hacer con sus vidas. Ya sea estudiar, o trabajar, o lo que sea. Quiero poder dejarle a su disposición todas las herramientas posibles para que tomen el timón y sean dueños de sus propias vidas. Que sean personas decentes y responsables, que vivirán sus buenos y sus malos momentos, con sus equivocaciones y sus aciertos, como todo el mundo, pero que siempre sean ellos los que tengan la última palabra sobre lo que hacen y a dónde van con su vida. Que sean capaces de caer y levantarse. Que tengan conciencia social, que sean feministas.

Y sobre todo, sobre todo, que sean felices.

¿Que legado quiero dejar a mis hijos? Es fácil: La posibilidad de que vivan una vida feliz. No hay nada más alto a lo que aspirar.

[1] ¡¡Es broma, es broma!! ¡Bellas Artes me parece una opción tan válida como cualquiera de las anteriores!

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La rutina de antes de ir a dormir

Tener rutinas con los peques es bueno y necesario, todos sabemos eso. Lo que he descubierto con la peque es que las rutinas son algo muy peculiar. Se podría decir que son siempre las mismas (por algo son rutinas, ¿no?), pero a la vez cambian mucho en muy poco tiempo. A veces de golpe, a veces poco a poco, en ocasiones para pasar a ser algo completamente nuevo, otras para volver al punto de partida.

Hoy estoy pensando, en concreto, en la rutina de antes de ir a dormir. Ese ritual en el que preparamos a los peques para poder disfrutar (ellos y nosotros) de unas merecidas horas de sueño reparador. En casa, desde hace ya bastante, soy yo el que se hace cargo de esa rutina. Supongo que vuestra rutina de antes de ir a dormir no será muy distinta a la nuestra: cena (en nuestro caso, normalmente preparada por mamá), baño, preparativos para dormir, y a la cama. Son sobre todo esos preparativos para dormir los que parecen cambiar, por plena voluntad de la peque, casi de semana en semana.

Desde el momento en que salimos del baño, y mientras subimos las escaleras para ir al dormitorio [1] ya le empiezo a hablar en un tono mucho más bajito y calmado, para ir induciendo ese estado de «relax absoluto pre-sueño». Secarla bien, lavarle los dientes (lo cual casi siempre acaba en llantos), darle aceite por todo el cuerpo para hidratarla bien, y ponerle el pijama. Mientras tanto, mi mujer aprovecha para recoger los cacharros de la cena y poner un poco de orden en la planta de abajo.

Hasta ahí, todo bien.

Hasta hace un par de meses, el paso siguiente a ponerle el pijama era meterla en la cama, acurrucarme a su lado con un cuento, leerlo juntos, apagar la luz y estar pegado a ella hasta que se dormía.

Pero más o menos a la vez de enterarnos de que íbamos a tener un segundo bebé, la rutina cambió. La peque ya no quería leer un cuento conmigo. Tan pronto como poníamos el pijama exigía estar con su madre. Ella tenía que dejar lo que estuviese haciendo, subir a la habitación, enganchar a la peque al pecho, y solo así la enana se calmaba y se quedaba dormida.

Hasta hace un par de semanas, cuando decidió que cama, mamá y teta no eran suficientes. A pesar de estar relajada y mamando, no había forma de que la peque cerrase los ojos y se fuese a dormir. Si pasaba demasiado tiempo así, en vez de dormirse se revolucionaba y empezaba a trepar por encima de su madre. Así que la solución fue que yo la cogiese en brazos, me la llevase al piso de abajo y solo así, a oscuras y en brazos de papá, conseguíamos que se durmiese.

Ahora, desde hace un par de días, estoy intentando retomar el leerle un cuento antes de dormir. Pero se niega a meterse en la cama para escucharlo. En vez de eso, ahora lo que quiere es que yo la pasee en brazos por la habitación mientras le leo el cuento. Una vez terminamos, viene mamá, le da el pecho un rato, me pasa a la peque, me la llevo para abajo, y una vez se duerme volvemos a subir al dormitorio.

Ayer se volvió a quedar dormida al pecho de mamá, pero esta vez habiendo leído un cuento… ¿Será el inicio de una nueva fase de la rutina? ¿Habrá sido un «one time only»? ¿Qué nuevo elemento incorporaremos a la rutina la semana que viene?

Y sobre todo… ¿a vosotros os pasa lo mismo con vuestros peques? ¿Son igual de flexibles en su rutina de irse a dormir?

[1] Hasta finales de septiembre vivimos en la típica casa inglesa de dos plantas con los dormitorios en la planta de arriba, el resto de habitaciones en la de abajo y unas escaleras empinadas como un demonio en el centro. Un auténtico coñazo (y un peligro) si tienes un bebé, pero hay que reconocer que la peque ha aprendido a subir y bajar escaleras a una velocidad pasmosa para su edad.

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La rutina de antes de ir a dormir

Tener rutinas con los peques es bueno y necesario, todos sabemos eso. Lo que he descubierto con la peque es que las rutinas son algo muy peculiar. Se podría decir que son siempre las mismas (por algo son rutinas, ¿no?), pero a la vez cambian mucho en muy poco tiempo. A veces de golpe, a veces poco a poco, en ocasiones para pasar a ser algo completamente nuevo, otras para volver al punto de partida.

Hoy estoy pensando, en concreto, en la rutina de antes de ir a dormir. Ese ritual en el que preparamos a los peques para poder disfrutar (ellos y nosotros) de unas merecidas horas de sueño reparador. En casa, desde hace ya bastante, soy yo el que se hace cargo de esa rutina. Supongo que vuestra rutina de antes de ir a dormir no será muy distinta a la nuestra: cena (en nuestro caso, normalmente preparada por mamá), baño, preparativos para dormir, y a la cama. Son sobre todo esos preparativos para dormir los que parecen cambiar, por plena voluntad de la peque, casi de semana en semana.

Desde el momento en que salimos del baño, y mientras subimos las escaleras para ir al dormitorio [1] ya le empiezo a hablar en un tono mucho más bajito y calmado, para ir induciendo ese estado de «relax absoluto pre-sueño». Secarla bien, lavarle los dientes (lo cual casi siempre acaba en llantos), darle aceite por todo el cuerpo para hidratarla bien, y ponerle el pijama. Mientras tanto, mi mujer aprovecha para recoger los cacharros de la cena y poner un poco de orden en la planta de abajo.

Hasta ahí, todo bien.

Hasta hace un par de meses, el paso siguiente a ponerle el pijama era meterla en la cama, acurrucarme a su lado con un cuento, leerlo juntos, apagar la luz y estar pegado a ella hasta que se dormía.

Pero más o menos a la vez de enterarnos de que íbamos a tener un segundo bebé, la rutina cambió. La peque ya no quería leer un cuento conmigo. Tan pronto como poníamos el pijama exigía estar con su madre. Ella tenía que dejar lo que estuviese haciendo, subir a la habitación, enganchar a la peque al pecho, y solo así la enana se calmaba y se quedaba dormida.

Hasta hace un par de semanas, cuando decidió que cama, mamá y teta no eran suficientes. A pesar de estar relajada y mamando, no había forma de que la peque cerrase los ojos y se fuese a dormir. Si pasaba demasiado tiempo así, en vez de dormirse se revolucionaba y empezaba a trepar por encima de su madre. Así que la solución fue que yo la cogiese en brazos, me la llevase al piso de abajo y solo así, a oscuras y en brazos de papá, conseguíamos que se durmiese.

Ahora, desde hace un par de días, estoy intentando retomar el leerle un cuento antes de dormir. Pero se niega a meterse en la cama para escucharlo. En vez de eso, ahora lo que quiere es que yo la pasee en brazos por la habitación mientras le leo el cuento. Una vez terminamos, viene mamá, le da el pecho un rato, me pasa a la peque, me la llevo para abajo, y una vez se duerme volvemos a subir al dormitorio.

Ayer se volvió a quedar dormida al pecho de mamá, pero esta vez habiendo leído un cuento… ¿Será el inicio de una nueva fase de la rutina? ¿Habrá sido un «one time only»? ¿Qué nuevo elemento incorporaremos a la rutina la semana que viene?

Y sobre todo… ¿a vosotros os pasa lo mismo con vuestros peques? ¿Son igual de flexibles en su rutina de irse a dormir?

[1] Hasta finales de septiembre vivimos en la típica casa inglesa de dos plantas con los dormitorios en la planta de arriba, el resto de habitaciones en la de abajo y unas escaleras empinadas como un demonio en el centro. Un auténtico coñazo (y un peligro) si tienes un bebé, pero hay que reconocer que la peque ha aprendido a subir y bajar escaleras a una velocidad pasmosa para su edad.

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#ElTemaDeLaSemana: Un viaje pendiente que hacer con los peques

¡Woah! ¿El Tema de la Semana ya va por su tema número 15? ¿Cuándo ha pasado todo este tiempo? ¡La última vez que contribuí a la iniciativa fue con el #3! Bueno, desde luego hay que ponerse las pilas…

¡Hola qué tal! ¿Cómo estáis? Aprovechemos que la peque está dormida para actualizar el blog con #ElTemaDeLaSemana de @PapásBlogueros. El tema de esta semana es: Un viaje pendiente que hacer con los peques.

En nuestro caso, ¿viajes pendientes? ¡Todos los del mundo! La peque todavía no tiene año y medio y, viviendo en Reino Unido, todos los viajes que hemos hecho hasta el momento han sido a España a visitar a los abuelos y resto de familia, ya sea a Madrid o a Tenerife. Pero todavía no hemos tenido la oportunidad de marcarnos un viaje familiar en plan vacaciones para nosotros solos. Y lo vamos echando en falta, la verdad.

Pero hay que escoger uno, ¿no? Elegir un único viaje de entre todos los que queremos hacer… Hay uno que queremos hacer sí o sí cuando los peques sean un poco más mayores (¡lo que para el segundo significa también nacer, así que tiene trabajo por delante!) y es irnos de acampada. Donde sea, ya sea al sur de Inglaterra, al norte de Francia, o en algún sitio por España. Puede que nosotros, ya como adultos, prefiramos la comodidad de un hotel, con sus camas blanditas, su baño con taza del váter y bañera, y un restaurante con buffet en la planta de abajo. Pero para unos niños de entre 4 y 8 años una acampada tiene que ser una experiencia mágica y plagada de emoción y aventuras. Nosotros lo experimentamos en su momento, y queremos que nuestros peques tenga la oportunidad de disfrutar de ello también.

Todavía faltan años para que podamos hacer el viaje, pero estamos convencidos de que los peques se lo pasarán en grande.

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#ElTemaDeLaSemana: Un viaje pendiente que hacer con los peques

¡Woah! ¿El Tema de la Semana ya va por su tema número 15? ¿Cuándo ha pasado todo este tiempo? ¡La última vez que contribuí a la iniciativa fue con el #3! Bueno, desde luego hay que ponerse las pilas…

¡Hola qué tal! ¿Cómo estáis? Aprovechemos que la peque está dormida para actualizar el blog con #ElTemaDeLaSemana de @PapásBlogueros. El tema de esta semana es: Un viaje pendiente que hacer con los peques.

En nuestro caso, ¿viajes pendientes? ¡Todos los del mundo! La peque todavía no tiene año y medio y, viviendo en Reino Unido, todos los viajes que hemos hecho hasta el momento han sido a España a visitar a los abuelos y resto de familia, ya sea a Madrid o a Tenerife. Pero todavía no hemos tenido la oportunidad de marcarnos un viaje familiar en plan vacaciones para nosotros solos. Y lo vamos echando en falta, la verdad.

Pero hay que escoger uno, ¿no? Elegir un único viaje de entre todos los que queremos hacer… Hay uno que queremos hacer sí o sí cuando los peques sean un poco más mayores (¡lo que para el segundo significa también nacer, así que tiene trabajo por delante!) y es irnos de acampada. Donde sea, ya sea al sur de Inglaterra, al norte de Francia, o en algún sitio por España. Puede que nosotros, ya como adultos, prefiramos la comodidad de un hotel, con sus camas blanditas, su baño con taza del váter y bañera, y un restaurante con buffet en la planta de abajo. Pero para unos niños de entre 4 y 8 años una acampada tiene que ser una experiencia mágica y plagada de emoción y aventuras. Nosotros lo experimentamos en su momento, y queremos que nuestros peques tenga la oportunidad de disfrutar de ello también.

Todavía faltan años para que podamos hacer el viaje, pero estamos convencidos de que los peques se lo pasarán en grande.

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Ius sanguinis, ius soli

Tener un hijo mientras vives en el extranjero es una fuente inagotable de preguntas de todo tipo por parte de amigos y familiares, muchas de las cuales apuntan hacia las peculiaridades de habitar un país distinto al de tu nacimiento. En concreto, hay una pregunta (bueno, y una docena de variantes) que se repite una, y otra, y otra, y otra vez:

«Bueno,  ¿y cómo llevas eso de que tu hija sea británica?»

El problema es que la pregunta parte de una premisa equivocada. Mi hija no es británica, es española. Sí, aunque haya nacido en Reino Unido. Cuando digo eso, siempre hay caras de asombro. Y mucho entendido que te suelta un «No, no, es inglesa porque ha nacido en Inglaterra» como si nosotros, sus padres, supiésemos menos que él sobre nuestra propia hija.

Así que para aclararlo del todo hoy vamos a hablar del ius sanguinis y el ius soli.

Ius sanguinis (derecho de sangre) es la modalidad de regulación de nacionalidad según la cual una persona, al nacer, hereda la nacionalidad de los padres. Es el tipo de formato de nacionalidad que hay en España, Portugal, Italia, y en buena parte de los países a este lado del Atlántico. Si eres español y tus hijos nacen en un país con ius sanguinis, tus hijos son españoles.

Ius soli (derecho de suelo), por su parte, es la forma de regulación en la que adquieres la nacionalidad del país en el que has nacido. ¿Por qué está tan extendida la creencia de que el ius soli se aplica en todo el mundo? Porque, amigos míos, uno de los países que lo aplica es Estados Unidos, y ya sea por las noticias o por el poder de Hollywood, es la idea que nos entra por los ojos constantemente. Y es el que acabamos creyendo que se aplica universalmente.

En el siguiente mapa (fuente: Wikipedia) podéis ver en gris los países en los que se aplica el ius sanguinis y en azul oscuro aquellos con ius soli.

¿Y qué sucede con los países en distintos tonos de azul claro como, por ejemplo, Reino Unido? Pues que son países con ius soli restringido [1]. Esto significa que los nacidos en estos países pueden obtener esa nacionalidad una vez cumplan una serie de condiciones. Por ejemplo, nuestra peque es española por tener padres españoles pero podrá solicitar la nacionalidad inglesa una vez haya pasado cinco años viviendo aquí. De hacerlo, se la concederían de inmediato [2]. Mi mujer y yo, sin embargo, que nacimos en España, después de cinco años podemos optar a la nacionalidad inglesa pero tendremos que superar un examen de ciudadanía y pagar las correspondientes tasas… que suman unas 1500 libras por cabeza (unos 1800 euros al cambio).

¡Espero haber despejado las dudas que tuvieseis acerca de la nacionalidad de los peques nacidos en el extranjero!

[1] Excepto India, que tiene un tono distinto para indicar que allí fue abolido.
[2] Y ni siquiera tendría que renunciar a su nacionalidad española. Podría tener dos nacionalidades… que no la doble nacionalidad. De eso, si queréis, hablamos otro día.

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Ius sanguinis, ius soli

Tener un hijo mientras vives en el extranjero es una fuente inagotable de preguntas de todo tipo por parte de amigos y familiares, muchas de las cuales apuntan hacia las peculiaridades de habitar un país distinto al de tu nacimiento. En concreto, hay una pregunta (bueno, y una docena de variantes) que se repite una, y otra, y otra, y otra vez:

«Bueno,  ¿y cómo llevas eso de que tu hija sea británica?»

El problema es que la pregunta parte de una premisa equivocada. Mi hija no es británica, es española. Sí, aunque haya nacido en Reino Unido. Cuando digo eso, siempre hay caras de asombro. Y mucho entendido que te suelta un «No, no, es inglesa porque ha nacido en Inglaterra» como si nosotros, sus padres, supiésemos menos que él sobre nuestra propia hija.

Así que para aclararlo del todo hoy vamos a hablar del ius sanguinis y el ius soli.

Ius sanguinis (derecho de sangre) es la modalidad de regulación de nacionalidad según la cual una persona, al nacer, hereda la nacionalidad de los padres. Es el tipo de formato de nacionalidad que hay en España, Portugal, Italia, y en buena parte de los países a este lado del Atlántico. Si eres español y tus hijos nacen en un país con ius sanguinis, tus hijos son españoles.

Ius soli (derecho de suelo), por su parte, es la forma de regulación en la que adquieres la nacionalidad del país en el que has nacido. ¿Por qué está tan extendida la creencia de que el ius soli se aplica en todo el mundo? Porque, amigos míos, uno de los países que lo aplica es Estados Unidos, y ya sea por las noticias o por el poder de Hollywood, es la idea que nos entra por los ojos constantemente. Y es el que acabamos creyendo que se aplica universalmente.

En el siguiente mapa (fuente: Wikipedia) podéis ver en gris los países en los que se aplica el ius sanguinis y en azul oscuro aquellos con ius soli.

¿Y qué sucede con los países en distintos tonos de azul claro como, por ejemplo, Reino Unido? Pues que son países con ius soli restringido [1]. Esto significa que los nacidos en estos países pueden obtener esa nacionalidad una vez cumplan una serie de condiciones. Por ejemplo, nuestra peque es española por tener padres españoles pero podrá solicitar la nacionalidad inglesa una vez haya pasado cinco años viviendo aquí. De hacerlo, se la concederían de inmediato [2]. Mi mujer y yo, sin embargo, que nacimos en España, después de cinco años podemos optar a la nacionalidad inglesa pero tendremos que superar un examen de ciudadanía y pagar las correspondientes tasas… que suman unas 1500 libras por cabeza (unos 1800 euros al cambio).

¡Espero haber despejado las dudas que tuvieseis acerca de la nacionalidad de los peques nacidos en el extranjero!

[1] Excepto India, que tiene un tono distinto para indicar que allí fue abolido.
[2] Y ni siquiera tendría que renunciar a su nacionalidad española. Podría tener dos nacionalidades… que no la doble nacionalidad. De eso, si queréis, hablamos otro día.

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75 consejos…

Probablemente os hayáis enterado de la gran polémica de esta semana en Twitter: El libro de María Frisa «75 consejos para sobrevivir en el colegio» ha sido puesto en el punto de mira e incluso ha habido una petición en change.org para que su editorial, Alfaguara, lo retirase de las librerías. Su argumento era que los contenidos del libro eran machistas e incitaban al bullying.

Viendo las fotografías del libro que empezaron a circular por internet, efectivamente daba la impresión de que el tipo de contenido que promovía el libro era el que se denunciaba. Como no podría ser de otra forma, hubo polémica, discusión, opiniones a favor y en contra, insultos… El día a día en la red del pájaro azul, vamos. Las respuestas a la denuncia daban a entender que las fotos estaban descontextualizadas, y que el libro no promovía el bullying o el machismo.

Nosotros en casa decidimos que la mejor manera de posicionarnos en el debate era leernos el libro. Nos lo compramos, y pasamos por la penitencia de leerlo [1] para poder así opinar. Y oye, si me he gastado mis cinco libras en este libro, por lo menos que dé para un post.

«75 consejos para sobrevivir en el colegio» no es ni tan espantoso como lo pintan unos, ni tan inocuo como lo pintan otros. Sara, protagonista del libro, ofrece una serie de consejos a los pequeños lectores con los que pueden hacer «su vida más fácil y popular». Para ello, va contando la historia de su paso por 6º de primaria [2] y aprovecha lo que le pasa para ir intercalando los consejitos en cuestión.

De entre las cosas que cuenta he reconocido muchos patrones de comportamiento habituales en mi colegio cuando yo tenía 11-12 años. Supongo que hay cosas que no cambian de un día para otro. En ese aspecto, sí que es cierto el «75 consejos…» no descubre nada nuevo. Incluso hay unas cuantas ocasiones en las que, realmente, las cosas son injustas para Sara. Y sí, es más que probable que haya niños de 11 años que se sientan identificados con la protagonista.

Por otra parte, veo dos problemas principales en el libro:

  1. La relación de Sara con absolutamente el resto del mundo a su alrededor es siempre negativa. Aconseja que tu mejor amigo sea más tonto que tú para que así quedes de inteligente. Los adultos solo están ahí para castigarte, gritarte, mandarte deberes o soltarte charlas. Y siempre hay que mentirles, ya sea para que no te castiguen o para que te den dinero. El resto de compañeros son competidores o «golfas» [sic]. Y a ser posible, ojalá algunas de las personas de su mundo se muriesen.
  2. Se supone que Sara es la buena del libro, el personaje con el que empatizar y sentirse identificado. Y, a pesar de todo, a lo largo de todo el libro no aprende nada, no mejora en forma alguna, ni hay ningún tipo de moraleja. Sara empieza siendo mezquina, interesada, sin empatía alguna, y termina el libro exactamente igual.
A la vista de todo esto, ¿pediría prohibir el libro? No, ni por asomo. Tampoco me parece normal, eso sí, que «75 consejos…» se promueva como lectura de curso en el colegio.
Y lo más importante… ¿le daría este libro a leer a mi hija? Pues la verdad es que sí, pero solo para poder luego discutir con ella por qué la forma de ser y relacionarse de Sara no es buena, ni ejemplar, ni remotamente aceptable.Para saber qué piensa mi hija de Sara y de sus consejos, y poder poner los medios necesarios para corregir las cosas que detectemos que no van bien. Creo que puede servir como una lectura que, hecha de forma crítica, puede ser enriquecedora.
Pero vamos, que igual me equivoco de cabo a rabo. Ya os contaré dentro de 10 años.

[1] Porque sinceramente, el libro es un tostón para un adulto de 31 años.
[2] Nota mental: Enterarme de a qué equivale 6º de primaria en el sistema educativo inglés.

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75 consejos…

Probablemente os hayáis enterado de la gran polémica de esta semana en Twitter: El libro de María Frisa «75 consejos para sobrevivir en el colegio» ha sido puesto en el punto de mira e incluso ha habido una petición en change.org para que su editorial, Alfaguara, lo retirase de las librerías. Su argumento era que los contenidos del libro eran machistas e incitaban al bullying.

Viendo las fotografías del libro que empezaron a circular por internet, efectivamente daba la impresión de que el tipo de contenido que promovía el libro era el que se denunciaba. Como no podría ser de otra forma, hubo polémica, discusión, opiniones a favor y en contra, insultos… El día a día en la red del pájaro azul, vamos. Las respuestas a la denuncia daban a entender que las fotos estaban descontextualizadas, y que el libro no promovía el bullying o el machismo.

Nosotros en casa decidimos que la mejor manera de posicionarnos en el debate era leernos el libro. Nos lo compramos, y pasamos por la penitencia de leerlo [1] para poder así opinar. Y oye, si me he gastado mis cinco libras en este libro, por lo menos que dé para un post.

«75 consejos para sobrevivir en el colegio» no es ni tan espantoso como lo pintan unos, ni tan inocuo como lo pintan otros. Sara, protagonista del libro, ofrece una serie de consejos a los pequeños lectores con los que pueden hacer «su vida más fácil y popular». Para ello, va contando la historia de su paso por 6º de primaria [2] y aprovecha lo que le pasa para ir intercalando los consejitos en cuestión.

De entre las cosas que cuenta he reconocido muchos patrones de comportamiento habituales en mi colegio cuando yo tenía 11-12 años. Supongo que hay cosas que no cambian de un día para otro. En ese aspecto, sí que es cierto el «75 consejos…» no descubre nada nuevo. Incluso hay unas cuantas ocasiones en las que, realmente, las cosas son injustas para Sara. Y sí, es más que probable que haya niños de 11 años que se sientan identificados con la protagonista.

Por otra parte, veo dos problemas principales en el libro:

  1. La relación de Sara con absolutamente el resto del mundo a su alrededor es siempre negativa. Aconseja que tu mejor amigo sea más tonto que tú para que así quedes de inteligente. Los adultos solo están ahí para castigarte, gritarte, mandarte deberes o soltarte charlas. Y siempre hay que mentirles, ya sea para que no te castiguen o para que te den dinero. El resto de compañeros son competidores o «golfas» [sic]. Y a ser posible, ojalá algunas de las personas de su mundo se muriesen.
  2. Se supone que Sara es la buena del libro, el personaje con el que empatizar y sentirse identificado. Y, a pesar de todo, a lo largo de todo el libro no aprende nada, no mejora en forma alguna, ni hay ningún tipo de moraleja. Sara empieza siendo mezquina, interesada, sin empatía alguna, y termina el libro exactamente igual.
A la vista de todo esto, ¿pediría prohibir el libro? No, ni por asomo. Tampoco me parece normal, eso sí, que «75 consejos…» se promueva como lectura de curso en el colegio.
Y lo más importante… ¿le daría este libro a leer a mi hija? Pues la verdad es que sí, pero solo para poder luego discutir con ella por qué la forma de ser y relacionarse de Sara no es buena, ni ejemplar, ni remotamente aceptable.Para saber qué piensa mi hija de Sara y de sus consejos, y poder poner los medios necesarios para corregir las cosas que detectemos que no van bien. Creo que puede servir como una lectura que, hecha de forma crítica, puede ser enriquecedora.
Pero vamos, que igual me equivoco de cabo a rabo. Ya os contaré dentro de 10 años.

[1] Porque sinceramente, el libro es un tostón para un adulto de 31 años.
[2] Nota mental: Enterarme de a qué equivale 6º de primaria en el sistema educativo inglés.

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Dos rayas

Estas últimas semanas han sido un tanto caóticas, de ahí que no haya aparecido por las redes ni haya actualizado el blog en una buena temporada. De hecho, me da bastante pena haberme perdido varios de los Temas de la Semana, porque algunos de los temas han sido muy interesantes. Pero bueno, hoy he venido a hablar de algo distinto.

Cuando vivía en España recuerdo ver anuncios de predictores de embarazo de todo tipo y condición. Desde palitos sencillos que simplemente te indican si «hay bicho» o no hasta aparatos súper refinados que te dicen, desde cinco minutos después de que hayáis tenido sexo, hasta los gustos musicales que tendrá vuestro hijo cuando llegue a la adolescencia. Y sin embargo son estos últimos, los más complejos y refinados, de los que más veces he leído historias en las que la predicción de embarazo ha fallado. En concreto, conozco el caso de una chica cuyos negativos (reiterados) en predictores «de gama alta» se llaman Paula y Enrique. Casi nada.

Nosotros, sin embargo, aquí en Inglaterra recurrimos a la opción más barata de todas. En el PoundLand [1] venden la mínima expresión de predictor de embarazo: La fina tira que podéis ver en la foto que encabeza este post, hecha de entre papel y plástico (o algo así). Una libra (poco más de un euro) por tres tests de embarazo. Y he de decir que son totalmente fiables, y que aciertan: Una raya, no hay embarazo. Dos rayas, bebé en el horizonte. Nuestra peque, que mientras escribo este post está sentada en el suelo viendo Pocoyó, fue un positivo total.

¿A qué viene esta perorata sobre tests de embarazo baratos pero fiables?, os estaréis preguntando. Bueno, pues viene a cuenta de que la foto de la cabecera de este post es de ayer. Y como podéis ver, las dos rayas están ahí, con toda nitidez. Resulta que voy a ser papá de nuevo 🙂

[1] Una tienda donde te venden de todo, desde chocolatinas a ketchup, galletas, fregonas, libros o macetas por una libra la unidad.

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Dos rayas

Estas últimas semanas han sido un tanto caóticas, de ahí que no haya aparecido por las redes ni haya actualizado el blog en una buena temporada. De hecho, me da bastante pena haberme perdido varios de los Temas de la Semana, porque algunos de los temas han sido muy interesantes. Pero bueno, hoy he venido a hablar de algo distinto.

Cuando vivía en España recuerdo ver anuncios de predictores de embarazo de todo tipo y condición. Desde palitos sencillos que simplemente te indican si «hay bicho» o no hasta aparatos súper refinados que te dicen, desde cinco minutos después de que hayáis tenido sexo, hasta los gustos musicales que tendrá vuestro hijo cuando llegue a la adolescencia. Y sin embargo son estos últimos, los más complejos y refinados, de los que más veces he leído historias en las que la predicción de embarazo ha fallado. En concreto, conozco el caso de una chica cuyos negativos (reiterados) en predictores «de gama alta» se llaman Paula y Enrique. Casi nada.

Nosotros, sin embargo, aquí en Inglaterra recurrimos a la opción más barata de todas. En el PoundLand [1] venden la mínima expresión de predictor de embarazo: La fina tira que podéis ver en la foto que encabeza este post, hecha de entre papel y plástico (o algo así). Una libra (poco más de un euro) por tres tests de embarazo. Y he de decir que son totalmente fiables, y que aciertan: Una raya, no hay embarazo. Dos rayas, bebé en el horizonte. Nuestra peque, que mientras escribo este post está sentada en el suelo viendo Pocoyó, fue un positivo total.

¿A qué viene esta perorata sobre tests de embarazo baratos pero fiables?, os estaréis preguntando. Bueno, pues viene a cuenta de que la foto de la cabecera de este post es de ayer. Y como podéis ver, las dos rayas están ahí, con toda nitidez. Resulta que voy a ser papá de nuevo 🙂

[1] Una tienda donde te venden de todo, desde chocolatinas a ketchup, galletas, fregonas, libros o macetas por una libra la unidad.

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#NiUnPequeMásEnPeligro, la seguridad no es un juego

El sábado pasado no publiqué post de #SábadoDeYouTube. Andaba ocupado preparando un viaje a Madrid para ver a la familia. Pero hoy recupero la imagen de cabecera para llamaros la atención sobre un vídeo que, si todavía no conocéis cuán distinta puede ser la efectividad de una sillita de coche a favor de la marcha y una a contramarcha, necesitáis ver sin falta.

Y es que hoy, 19 de mayo, las redes sociales están bullendo con un mensaje de concienciación: Ni Un Peque Más En Peligro. Está plenamente demostrado que las sillas de coche a contramarcha son muchísimo más seguras y eficaces a la hora de proteger a nuestros hijos que las sillas a favor de la marcha (y ya ni hablemos que de las sillitas con escudo…).

Os resalto aquí algunos fragmentos del post de Una Mamá de Otro Planeta, que es el cerebro detrás de esta campaña:

Las leyes de la física no van a esquivar a tu hijo porque tú las desconozcas. Si tienes un choque a 50 km/h, no hace falta más, sólo 50 míseros km/h que alcanzas, con toda probabilidad, CADA VEZ que coges el coche para esas seis manzanas que te separan de la guarde o del Carrefour, el cuello de tu hijo se puede romper.


Te lo repetiré: con un choque a sólo 50 km/h, tu hijo puede morir, puede quedar paralítico, puede sufrir lesiones cerebrales severas. El estado de maduración de su columna vertebral (lo “duras” que son las vértebras a esa edad temprana) y el nivel de desarrollo de su musculatura no le van a proteger todavía de una tracción fuerte. En este caso, de una tracción de nada menos que 320 kg. Eso es lo que se lleva su cuellecito con un impacto como el que estamos hablando. La médula puede llegar a estirarse más de cinco centímetros y, créeme, las consecuencias de algo así son aterradoras.

[…]


Y no hace falta un choque, en realidad. Con una deceleración brusca, la fuerza de tracción puede llegar a ser similar. Un niño que sale corriendo tras un balón, un coche que se salta un STOP, un animal que cruza repentinamente una carretera secundaria… Hay demasiadas variables al volante que hacen que nunca tengamos todo bajo control y pueden ponernos en una situación de peligro inesperada. Aunque seamos buenos conductores. Aunque seamos prudentes. Aunque creamos ir pendientes de todo cuando llevamos a los peques en el coche.

[…]


Una vez leí en un libro acerca de la teoría de los noventa y nueve soldados. Te la resumo: si la noche antes de una batalla un adivino vaticinase a las tropas que de los cien soldados que son, sólo uno va a sobrevivir, todos pensarían para sus adentros “vaya, lo siento por los otros noventa y nueve”. Por favor, no te arriesgues confiando en ser el número cien.
Y aquí con otro fragmento de un post de Mamis y bebés realmente interesante donde desmonta mitos con claridad meridiana:

«Se les van a romper las piernas”

En un accidente con la silla mirando al frente se toma en consideración la línea de los asientos (línea roja). Para que algo se homologue la cabeza (repito, SÓLO LA CABEZA) no ha de pasar esta línea. Como veis, las piernas pasan de sobra la línea y chocan con el asiento delantero. Por eso en accidentes frontales con sillas mirando al frente es tan común que los niños se rompan las piernas. En cambio cuando las sillas van mirando a contramarcha la silla apenas se desplaza y las piernas están mucho más protegidas.

Y para acabar, como he comentado al principio, estos días pasados hemos estado de visita por Madrid. Y no ha habido viaje que hiciésemos en coches en el que nuestra peque no haya ido tan segura como nos ha sido posible… a contramarcha, por supuesto.

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#NiUnPequeMásEnPeligro, la seguridad no es un juego

El sábado pasado no publiqué post de #SábadoDeYouTube. Andaba ocupado preparando un viaje a Madrid para ver a la familia. Pero hoy recupero la imagen de cabecera para llamaros la atención sobre un vídeo que, si todavía no conocéis cuán distinta puede ser la efectividad de una sillita de coche a favor de la marcha y una a contramarcha, necesitáis ver sin falta.

Y es que hoy, 19 de mayo, las redes sociales están bullendo con un mensaje de concienciación: Ni Un Peque Más En Peligro. Está plenamente demostrado que las sillas de coche a contramarcha son muchísimo más seguras y eficaces a la hora de proteger a nuestros hijos que las sillas a favor de la marcha (y ya ni hablemos que de las sillitas con escudo…).

Os resalto aquí algunos fragmentos del post de Una Mamá de Otro Planeta, que es el cerebro detrás de esta campaña:

Las leyes de la física no van a esquivar a tu hijo porque tú las desconozcas. Si tienes un choque a 50 km/h, no hace falta más, sólo 50 míseros km/h que alcanzas, con toda probabilidad, CADA VEZ que coges el coche para esas seis manzanas que te separan de la guarde o del Carrefour, el cuello de tu hijo se puede romper.


Te lo repetiré: con un choque a sólo 50 km/h, tu hijo puede morir, puede quedar paralítico, puede sufrir lesiones cerebrales severas. El estado de maduración de su columna vertebral (lo “duras” que son las vértebras a esa edad temprana) y el nivel de desarrollo de su musculatura no le van a proteger todavía de una tracción fuerte. En este caso, de una tracción de nada menos que 320 kg. Eso es lo que se lleva su cuellecito con un impacto como el que estamos hablando. La médula puede llegar a estirarse más de cinco centímetros y, créeme, las consecuencias de algo así son aterradoras.

[…]


Y no hace falta un choque, en realidad. Con una deceleración brusca, la fuerza de tracción puede llegar a ser similar. Un niño que sale corriendo tras un balón, un coche que se salta un STOP, un animal que cruza repentinamente una carretera secundaria… Hay demasiadas variables al volante que hacen que nunca tengamos todo bajo control y pueden ponernos en una situación de peligro inesperada. Aunque seamos buenos conductores. Aunque seamos prudentes. Aunque creamos ir pendientes de todo cuando llevamos a los peques en el coche.

[…]


Una vez leí en un libro acerca de la teoría de los noventa y nueve soldados. Te la resumo: si la noche antes de una batalla un adivino vaticinase a las tropas que de los cien soldados que son, sólo uno va a sobrevivir, todos pensarían para sus adentros “vaya, lo siento por los otros noventa y nueve”. Por favor, no te arriesgues confiando en ser el número cien.
Y aquí con otro fragmento de un post de Mamis y bebés realmente interesante donde desmonta mitos con claridad meridiana:

«Se les van a romper las piernas”

En un accidente con la silla mirando al frente se toma en consideración la línea de los asientos (línea roja). Para que algo se homologue la cabeza (repito, SÓLO LA CABEZA) no ha de pasar esta línea. Como veis, las piernas pasan de sobra la línea y chocan con el asiento delantero. Por eso en accidentes frontales con sillas mirando al frente es tan común que los niños se rompan las piernas. En cambio cuando las sillas van mirando a contramarcha la silla apenas se desplaza y las piernas están mucho más protegidas.

Y para acabar, como he comentado al principio, estos días pasados hemos estado de visita por Madrid. Y no ha habido viaje que hiciésemos en coches en el que nuestra peque no haya ido tan segura como nos ha sido posible… a contramarcha, por supuesto.

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#ElTemaDeLaSemana: Figuras inspiradoras en tu vida

Tercera semana de #ElTemaDeLaSemana de los @PapásBlogueros. Esta semana, uno de esos temas que te tocan la patata de cerca. Y esta vez, como no podría ser de otra forma, va a ser algo más largo que un micropost.
El tema de la semana es: Figuras inspiradoras en tu vida.

E inmediatamente y sin dudarlo ni un segundo, respondo con facilidad: Mis padres. Tanto mi madre como mi padre han sido y son las dos figuras que más me han inspirado. Son buenos, amables, cariñosos y comprometidos. Son dos de las personas a las que más quiero en el mundo, y estaba claro que un post como este iba a ser dedicado a ellos sí o sí.

De mi padre hay una anécdota que siempre me gusta recordar, creo que resume a la perfección su forma de ser y el cariño con el que me crió. Retrospectiva, imagen en sepia. Entro por la puerta llorando, un pequeño yo de nueve o diez años llegando a casa con un par de lagrimones rodándole por las mejillas.

Mi padre, preocupado, me pregunta qué me sucede, y yo se lo cuento. Durante los últimos días en el patio del colegio un grupo de chicos habíamos formado un club en el que corríamos nuestras aventuras imaginarias jugando y brincando de un lado para otro. Éramos los Halcones Negros. Yo estaba especialmente orgulloso porque la idea y el nombre habían sido míos. No siendo el tipo de chico que solía ser el líder de la clase, que media docena de compañeros se hubiesen subido al carro me parecía un logro sin precedentes. Todo iba sobre ruedas hasta que un día, vaya usted a saber cómo o por qué, los otros chicos decidieron echarme. ¡De mi propio club! Y yo, bobo de mí, lloré desconsoladamente.

 Al momento mi padre me dio la solución: Si me habían expulsado de los Halcones Negros, lo que tenía que hacer era formar un nuevo club. Uno más grande, más imponente. Las Águilas de Acero. Los halcones son unas aves de presa imponentes, pero las águilas son más grandes, más fuertes, vuelan más alto y en una pelea un halcón, por muy negro que fuese, nunca podría ganar a un águila con garras de acero. Esos fueron los argumentos que me dio. Y me parecieron tan convincentes que la tristeza se me pasó del todo. Incluso cogimos papel y pinturas y me ayudó a dibujar un logo para mi nuevo club.

Al día siguiente aparecí en el patio con mi emblema de las Águilas de Acero. Los chicos de los Halcones Negros se rieron de mí y me dijeron una y otra vez que era una mala copia de los Halcones Negros, algo que había hecho solo porque ya no me dejaban ser de su club. Pero me dio completamente igual. Era mi club. Y mi padre me había ayudado a fundarlo con todo su cariño y buena intención.

A mi madre tengo que agradecerle también no solo su cariño y cuidado, sino la fuerza y tenacidad con la que cuidó de mí y de mi hermano, como siempre estuvo ahí para lo que hiciese falta. Lo fácil que es tratar con ella, y la ilusión con la que se vuelca siempre en aquello que tiene que hacer.

Ella nació en Bilbao y pasó allí toda su infancia y juventud. Dos años después de que yo naciese, mis padres se mudaron a Madrid. Cinco años después de eso nació mi hermano. Y más o menos sobre aquellas fechas mi padre tuvo que irse a trabajar a Santander. Se plantearon mudarse para allá, pero mis alergias lo hicieron inviable, así que durante unos cuantos años (hasta que mi padre consiguió un traslado de vuelta a Madrid), mi padre pasaba los días de diario allí y venía a casa los fines de semana. Durante varios años, fue mi madre la que durante cinco días a la semana se hizo cargo en solitario de mí y de mi hermano recién nacido. Ahora que somos mi mujer y yo los que vivimos lejos de los abuelos (y de cualquier otro miembro de la familia, en realidad), no puedo sino maravillarme de la fuerza de voluntad de mi madre, y de su capacidad para organizar y salir adelante en el día a día con dos niños pequeños ella sola. Nosotros aquí somos dos adultos, un solo bebé, y a veces nos vemos desbordados por los acontecimientos.

Y así, por cosas como estas que menciono aquí, es por lo que definitivamente mis padres son las figuras influyentes a las que va dedicado este post. Papá, mamá, os quiero.

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#ElTemaDeLaSemana: Figuras inspiradoras en tu vida

Tercera semana de #ElTemaDeLaSemana de los @PapásBlogueros. Esta semana, uno de esos temas que te tocan la patata de cerca. Y esta vez, como no podría ser de otra forma, va a ser algo más largo que un micropost.
El tema de la semana es: Figuras inspiradoras en tu vida.

E inmediatamente y sin dudarlo ni un segundo, respondo con facilidad: Mis padres. Tanto mi madre como mi padre han sido y son las dos figuras que más me han inspirado. Son buenos, amables, cariñosos y comprometidos. Son dos de las personas a las que más quiero en el mundo, y estaba claro que un post como este iba a ser dedicado a ellos sí o sí.

De mi padre hay una anécdota que siempre me gusta recordar, creo que resume a la perfección su forma de ser y el cariño con el que me crió. Retrospectiva, imagen en sepia. Entro por la puerta llorando, un pequeño yo de nueve o diez años llegando a casa con un par de lagrimones rodándole por las mejillas.

Mi padre, preocupado, me pregunta qué me sucede, y yo se lo cuento. Durante los últimos días en el patio del colegio un grupo de chicos habíamos formado un club en el que corríamos nuestras aventuras imaginarias jugando y brincando de un lado para otro. Éramos los Halcones Negros. Yo estaba especialmente orgulloso porque la idea y el nombre habían sido míos. No siendo el tipo de chico que solía ser el líder de la clase, que media docena de compañeros se hubiesen subido al carro me parecía un logro sin precedentes. Todo iba sobre ruedas hasta que un día, vaya usted a saber cómo o por qué, los otros chicos decidieron echarme. ¡De mi propio club! Y yo, bobo de mí, lloré desconsoladamente.

 Al momento mi padre me dio la solución: Si me habían expulsado de los Halcones Negros, lo que tenía que hacer era formar un nuevo club. Uno más grande, más imponente. Las Águilas de Acero. Los halcones son unas aves de presa imponentes, pero las águilas son más grandes, más fuertes, vuelan más alto y en una pelea un halcón, por muy negro que fuese, nunca podría ganar a un águila con garras de acero. Esos fueron los argumentos que me dio. Y me parecieron tan convincentes que la tristeza se me pasó del todo. Incluso cogimos papel y pinturas y me ayudó a dibujar un logo para mi nuevo club.

Al día siguiente aparecí en el patio con mi emblema de las Águilas de Acero. Los chicos de los Halcones Negros se rieron de mí y me dijeron una y otra vez que era una mala copia de los Halcones Negros, algo que había hecho solo porque ya no me dejaban ser de su club. Pero me dio completamente igual. Era mi club. Y mi padre me había ayudado a fundarlo con todo su cariño y buena intención.

A mi madre tengo que agradecerle también no solo su cariño y cuidado, sino la fuerza y tenacidad con la que cuidó de mí y de mi hermano, como siempre estuvo ahí para lo que hiciese falta. Lo fácil que es tratar con ella, y la ilusión con la que se vuelca siempre en aquello que tiene que hacer.

Ella nació en Bilbao y pasó allí toda su infancia y juventud. Dos años después de que yo naciese, mis padres se mudaron a Madrid. Cinco años después de eso nació mi hermano. Y más o menos sobre aquellas fechas mi padre tuvo que irse a trabajar a Santander. Se plantearon mudarse para allá, pero mis alergias lo hicieron inviable, así que durante unos cuantos años (hasta que mi padre consiguió un traslado de vuelta a Madrid), mi padre pasaba los días de diario allí y venía a casa los fines de semana. Durante varios años, fue mi madre la que durante cinco días a la semana se hizo cargo en solitario de mí y de mi hermano recién nacido. Ahora que somos mi mujer y yo los que vivimos lejos de los abuelos (y de cualquier otro miembro de la familia, en realidad), no puedo sino maravillarme de la fuerza de voluntad de mi madre, y de su capacidad para organizar y salir adelante en el día a día con dos niños pequeños ella sola. Nosotros aquí somos dos adultos, un solo bebé, y a veces nos vemos desbordados por los acontecimientos.

Y así, por cosas como estas que menciono aquí, es por lo que definitivamente mis padres son las figuras influyentes a las que va dedicado este post. Papá, mamá, os quiero.

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#SábadoDeYouTube: Educar con humor

Repasando mi TL en Twitter leo con envidia que estos días se celebra en Madrid la jornadas de Gestionando Hijos. Y se me ponen los dientes más largos aún al leer que Carles Capdevila estaba esta mañana allí, sobre el escenario, arrancándole una sonrisa a los asistentes.

Hoy aprovecho para empezar una nueva colección de posts, #SábadoDeYouTube, donde semanalmente enlazaré vídeos que me hayan gustado especialmente. Y la arranco con una de las charlas que más me han gustado sobre lo que significa ser padres, de la mano de Carles en las jornadas de Gestionando Hijos del año pasado. ¡Espero que lo disfrutéis!

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#SábadoDeYouTube: Educar con humor

Repasando mi TL en Twitter leo con envidia que estos días se celebra en Madrid la jornadas de Gestionando Hijos. Y se me ponen los dientes más largos aún al leer que Carles Capdevila estaba esta mañana allí, sobre el escenario, arrancándole una sonrisa a los asistentes.

Hoy aprovecho para empezar una nueva colección de posts, #SábadoDeYouTube, donde semanalmente enlazaré vídeos que me hayan gustado especialmente. Y la arranco con una de las charlas que más me han gustado sobre lo que significa ser padres, de la mano de Carles en las jornadas de Gestionando Hijos del año pasado. ¡Espero que lo disfrutéis!

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