Tener rutinas con los peques es bueno y necesario, todos sabemos eso. Lo que he descubierto con la peque es que las rutinas son algo muy peculiar. Se podría decir que son siempre las mismas (por algo son rutinas, ¿no?), pero a la vez cambian mucho en muy poco tiempo. A veces de golpe, a veces poco a poco, en ocasiones para pasar a ser algo completamente nuevo, otras para volver al punto de partida.
Hoy estoy pensando, en concreto, en la rutina de antes de ir a dormir. Ese ritual en el que preparamos a los peques para poder disfrutar (ellos y nosotros) de unas merecidas horas de sueño reparador. En casa, desde hace ya bastante, soy yo el que se hace cargo de esa rutina. Supongo que vuestra rutina de antes de ir a dormir no será muy distinta a la nuestra: cena (en nuestro caso, normalmente preparada por mamá), baño, preparativos para dormir, y a la cama. Son sobre todo esos preparativos para dormir los que parecen cambiar, por plena voluntad de la peque, casi de semana en semana.
Desde el momento en que salimos del baño, y mientras subimos las escaleras para ir al dormitorio [1] ya le empiezo a hablar en un tono mucho más bajito y calmado, para ir induciendo ese estado de «relax absoluto pre-sueño». Secarla bien, lavarle los dientes (lo cual casi siempre acaba en llantos), darle aceite por todo el cuerpo para hidratarla bien, y ponerle el pijama. Mientras tanto, mi mujer aprovecha para recoger los cacharros de la cena y poner un poco de orden en la planta de abajo.
Hasta ahí, todo bien.
Hasta hace un par de meses, el paso siguiente a ponerle el pijama era meterla en la cama, acurrucarme a su lado con un cuento, leerlo juntos, apagar la luz y estar pegado a ella hasta que se dormía.
Pero más o menos a la vez de enterarnos de que íbamos a tener un segundo bebé, la rutina cambió. La peque ya no quería leer un cuento conmigo. Tan pronto como poníamos el pijama exigía estar con su madre. Ella tenía que dejar lo que estuviese haciendo, subir a la habitación, enganchar a la peque al pecho, y solo así la enana se calmaba y se quedaba dormida.
Hasta hace un par de semanas, cuando decidió que cama, mamá y teta no eran suficientes. A pesar de estar relajada y mamando, no había forma de que la peque cerrase los ojos y se fuese a dormir. Si pasaba demasiado tiempo así, en vez de dormirse se revolucionaba y empezaba a trepar por encima de su madre. Así que la solución fue que yo la cogiese en brazos, me la llevase al piso de abajo y solo así, a oscuras y en brazos de papá, conseguíamos que se durmiese.
Ahora, desde hace un par de días, estoy intentando retomar el leerle un cuento antes de dormir. Pero se niega a meterse en la cama para escucharlo. En vez de eso, ahora lo que quiere es que yo la pasee en brazos por la habitación mientras le leo el cuento. Una vez terminamos, viene mamá, le da el pecho un rato, me pasa a la peque, me la llevo para abajo, y una vez se duerme volvemos a subir al dormitorio.
Ayer se volvió a quedar dormida al pecho de mamá, pero esta vez habiendo leído un cuento… ¿Será el inicio de una nueva fase de la rutina? ¿Habrá sido un «one time only»? ¿Qué nuevo elemento incorporaremos a la rutina la semana que viene?
Y sobre todo… ¿a vosotros os pasa lo mismo con vuestros peques? ¿Son igual de flexibles en su rutina de irse a dormir?
[1] Hasta finales de septiembre vivimos en la típica casa inglesa de dos plantas con los dormitorios en la planta de arriba, el resto de habitaciones en la de abajo y unas escaleras empinadas como un demonio en el centro. Un auténtico coñazo (y un peligro) si tienes un bebé, pero hay que reconocer que la peque ha aprendido a subir y bajar escaleras a una velocidad pasmosa para su edad.
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