Dédalo: Hacer lo imposible por un hijo

¿Conoces a Dédalo? ¿Recuerdas quién era? ¿y recuerdas quién era su hijo?. Fernando Vidal ha querido compartir su historia con #mesPADRE. En Dédalo: Hacer lo imposible por un hijo, Fernando nos presenta la historia de Dédalo, una de las cuatro primeras grandes referencias de paternidad en la historia.

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DÉDALO: HACER LO IMPOSIBLE POR UN HIJO

La sabiduría clásica grecorromana nos ofrece diversas reflexiones sobre paternidad, pero la mayor es la de Dédalo, en donde se cruzan también las paternidades de Minos y Egeo. En este querido blog de Papás Blogueros, solamente hay espacio para contaros algunos rasgos, pero suficiente para emocionar. El relato entero lo tenéis en “El día del padre”.

Dédalo expresa el amor paterno, el acompañamiento al hijo a la vez que da libertad y el impulso a lanzar a los hijos a la vida. De hecho, tan importante ha sido como figura paterna que la imagen Dédalo-Ícaro está presente en numerosas estelas funerarias romanas de niños y jóvenes para recordar la relación padre-hijo.

La vida de Dédalo sucede alrededor del año 1275. Es la generación intermedia entre los Argonautas y el ciclo de Troya. En este mito del Laberinto se cruza la forma de ser padres protagonizadas por tres hombres: el rey Egeo (desde Grecia), el rey Minos (en Creta) y el arquitecto Dédalo (que trabaja para el rey Minos en Creta construyéndole el famoso laberinto).

En ese laberinto, los padres acabaron encerrando a sus tres hijos.

  • Minos encierra voluntariamente a su hijo Acterión, el Minotauro.
  • Dédalo ve cómo su hijo Ícaro queda involuntariamente encerrado con él en el laberinto que él construyó y se siente culpable.
  • Egeo envía a su hijo Teseo al laberinto para el sacrificio o vencer la prueba que liberará a todo el reino de la maldición de Poseidón. Tres hijos en el laberinto del padre.

Cada padre reaccionó de forma muy diferente:

  • Minos convertirá el encierro de su hijo en una maldición para todos los demás.
  • Egeo aceptará el sacrificio de su hijo y acabará desesperándose hasta la muerte.
  • Dédalo, en cambio, tomó una decisión de gran alcance para la relación entre todo padre y todo hijo desde entonces hasta nuestro siglo XXI: le dio alas a su hijo para volar.

Aportaciones de Dédalo a la paternidad:

Compartir el laberinto con el hijo

  • Dédalo fue el único de los tres padres de la historia que estuvo en el laberinto con el hijo. Egeo aceptó el sacrificio de Teseo, quien se metió en laberinto para liberar a su padre y su reino de la maldición del Minotauro. Minos encerró a su hijo el minotauro Acterión en el laberinto y le dio todo lo que su furia le pedía, pero no entró con él. Dédalo fue el único que entró y permaneció con su hijo dentro del laberinto de la vida.

Dar alas

  • Dédalo ayudó a su hijo a formar las alas para emprender el vuelo. No solamente le dejó a su aire sino que hizo posible el sueño de volar que tuvo su hijo, construyó con él las alas para alzar el vuelo solo y le dio todos los consejos necesarios. Se comprometió con la emancipación del hijo.

Confiar en Ícaro

  • Y Dédalo confió en su hijo aunque parece que era torpe para las cosas prácticas –en realidad le gustaba la música- y no suficientemente maduro. Pero Dédalo confió y puso todos los medios para que su hijo saliera adelante. Y no se equivocó en los primeros 300 kilómetros de vuelo. Luego, fue cuando el entusiasmo y la imprudencia de Ícaro le hizo caerse con todo el equipo. Seguramente Dédalo a lo largo de la todavía alarga vida que le quedaba, se reprocharía muchas cosas y se sentiría culpable por la muerte de su hijo. Pero seguro que nunca se arrepintió de haberle dado alas y poner toda su confianza en él.

No es difícil imaginar a Dédalo con Ícaro en el laberinto en el que le había metido. Hay un cierto contraste entre el Dédalo de la vida pública y el Dédalo que el arte ha representado en el laberinto. Como comerciante y hombre de obras públicas, la tradición lo presenta como un buen negociante, astuto, tenaz, algo aprovechado y muy atrevido, irascible y arrogante.

Sin embargo, en el Laberinto aparece como un padre solícito y humilde, preocupado por su hijo, amable y delicado, que cuida a su hijo y le aconseja con prudencia. Siguiendo la lógica del relato, podemos suponer que lo más probable es que ese cambio haya sucedido al ver a su hijo en el Laberinto, sufriendo un castigo por su culpa. El mal del padre cayó sobre Ícaro. Sin embargo, del hijo no sale el menor reproche en ningún momento. No queremos señalar eso sino cómo el padre toma conciencia de que yerra y lo convierte en dedicación y amor por su hijo.

Que fallamos a nuestros hijos es una evidencia. Lo hicimos y lo volveremos a hacer. Es una intimidad demasiado profunda como para que no estén en contacto con lo peor de nosotros, con nuestros límites y a donde no alcanzamos a hacer el bien siempre. Lo interesante no es el mal que arrecia sobre nuestros hijos, sino qué hacemos con ello. Dédalo supo convertirlo en amor por su hijo. El mal que hacemos –queriendo o sin querer- puede ser humus sobre el que nazca algo nuevo y algo mejor.

Pero para eso debemos tomar primero conciencia de ese mal o esos límites en los que nuestros hijos están por el medio o lo sufren directamente. Y debemos dejar que se nos rompa el corazón. Del centro de ese quebranto surge lo mejor. El perdón no solamente repara lo roto sino que nos hace crecer. Hay alturas del bien que solamente alcanzaremos por el perdón que damos y recibimos.

Dédalo hace lo imposible por su hijo: ¡volar! Pero en el fondo, su hijo Ícaro motivó que hiciera algo que a veces es todavía mucho más imposible: el perdón.

Espero que disfrutéis de esta y otras historias en “El día del padre”. Necesitamos referencias de buena paternidad. Ser buenos padres es lo mejor que podemos hacer por el mundo. Gracias por ser una de esas referencias de padres que construyen una nueva humanidad. Estamos en el día del padre.

Gracias a ti Fernando!!!

Fernando Vidal y su nuevo libro El día del padre

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