Los retos de educar a un hijo con altas capacidades

Educar a un hijo o hija con altas capacidades puede ser muchas veces, un desafío. No sólo por la singular manera con la que estos niños procesan el mundo sino también por nuestras propias creencias acerca de ello. Probablemente hayamos fantaseado con cómo seríamos como padres antes de serlo, pero de lo que estoy segura es que prácticamente ninguno de nosotros se imaginó siendo el padre o madre de un niño superdotado.  Es esta  una experiencia desconcertante para quien la tiene que vivir y que añade un gran plus de responsabilidad en tanto la mayoría de estos niños plantean conflictos cotidianos muchas veces difíciles de afrontar a la vez que  se enfrentan a una sociedad que les desconoce por completo, que no les entiende, y que se maneja a caballo entre la envidia y el prejuicio.

Y más allá de los pasos, pequeños, lentos y muy tímidos que se van dando para adaptarles académicamente, hay un reto para los padres infinitamente superior, que es apoyarles emocionalmente desde una crianza y una educación donde se respete su excepcionalidad y se canalice su potencial para que sean niños felices, integrando su diferencia sin asomo de marginalidad.

El desconocimiento social de esta realidad ha generalizado una serie de prejuicios tales como que Alta Capacidad equivale a Alto Rendimiento, lo que queda claramente desmentido por el doloroso índice de fracaso escolar de este colectivo, que se estima en más de un 50% superior al de la población normal. También se desconoce su vulnerabilidad psíquica así como su hipersensibilidad, cuyo manejo inadecuado se acabará traduciendo en una autoestima frágil y una visión dolorosa del mundo que en muchas ocasiones les llevará a replegarse sobre si mismos, cercenando cualquier posibilidad de alcanzar una vida significativamente feliz.

La mayor influencia y responsabilidad de que esto no ocurra es nuestra, de los padres. Después podrán o no apoyarnos el resto de agentes sociales, pero en primera y última instancia somos nosotros su filtro y su espejo, que les devolverá una mirada crítica u optimista, agotada o constructiva, en definitiva y como decía un profesor mío de la facultad “somos lo que percibimos que los demás perciben que somos”.

Algunos de los retos cotidianos más comunes que plantean los niños superdotados son problemas con las rutinas, dificultad para escuchar instrucciones, la brutal intensidad emocional, la hipersensibilidad sensorial (ropa, etiquetas, texturas, ruidos, luces…), la falta de sincronización en el desarrollo social, afectivo, físico y motor (síndrome de disincronía evolutiva) lo que les lleva a intensos arranques de ira y frustración, también la rebeldía, la actitud muchas veces desafiante, el cuestionamiento crónico, el perfeccionismo, la autocrítica, la dificultad para dormir, la demanda estimular constante y la dificultad para manejar los códigos sociales y de interacción, serían a groso modo los más comunes. Obviamente, cada niño es distinto así como lo es cada sistema familiar, pero a grandes rasgos podemos afirmar que a mayor rigidez y autoritarismo en su educación, mayor probabilidad de fracaso vital y académico: un niño superdotado no funciona con imposiciones, sólo con razones que tengan sentido para él. El desafío de la autoridad sólo por el hecho de ostentar el poder es parte de su mirada genuina y distinta.

En Psicología Ceibe impartimos un taller para padres donde proponemos un paradigma educativo basado en el vínculo (madre/padre-hijo) y en la reestructuración de las creencias de los padres en cuanto a lo que son e implican las Altas Capacidades en el día a día con nuestros hijos, con el objetivo de facilitar su desarrollo y su adaptación a fin de que puedan disfrutar de su condición, tanto padres como hijos.

Lo basamos en la construcción y nutrición de un vínculo seguro y sólido entre padres e hijos porque esta será la base que sirva de trampolín para el despegue del potencial de nuestros hijos. Los niños con Altas Capacidades son sobre todo emoción, están gobernados por el hemisferio cerebral derecho y por tanto si esta variable no está ajustada, ellos no funcionan. Cuando un niño se siente emocionalmente seguro y contenido es mucho más receptivo a corregir conductas y más proactivo a hacer su mejor jugada.

Y la revisión y cambio de creencias que no nos apoyan en la gestión de hijos diferentes a la norma nos parece imprescindible. Es necesario revisar cómo fui educado y desechar lo que no me sirve aquí y ahora, reflexionar acerca de si vivo la diferencia de mi hijo como una carga añadida o como una preciosa oportunidad de crecimiento para ambos, afrontar los miedos, manejar las expectativas, dejar la futurología para los echadores de cartas y centrarnos en el hoy sin pensamientos catastrofistas, poner el foco en lo que tienen de luz que es la mayoría y no en sus zonas oscuras, informarme todo lo posible para romper mis propios prejuicios absorbidos por una sociedad que los percibe como raros por puro desconocimiento y ponerme las orejeras frente a los opinólogos que saben de todo y especialmente de cómo debe tratarse a un niño superdotado. En mi camino de crianza la prioridad es mi hijo y el mundo se va a dividir entre los que son parte de la solución o son parte del problema. Sin ambigüedades.

Nosotros planteamos apoyarnos en cuatro pilares básicos:

·         Detectar la necesidad que “se esconde” detrás de la conducta inadecuada: generalmente la mala conducta sólo es el síntoma, la punta de iceberg de un deseo o necesidad muy diferente a lo que aparenta. Si nos quedamos sólo en atajar el síntoma no estamos trabajando en la base y no producirá ningún aprendizaje a medio ni a largo plazo.

·         Equilibrio entre flexibilidad y firmeza.  Es necesario establecer un marco de juego donde los límites vienen a ser las normas necesarias para poder vivir en comunidad. Ahora bien, el establecimiento de estos debe ser lo más negociado posible, válidos para todos (no sólo para los niños), flexibles y siempre argumentados. Se puede y se debe ser firme y amable a la vez, no es necesario levantar la voz ni enfadarse para recordar un límite o repetir un no. Un niño  superdotado no acatará nunca algo que no tiene sentido para él.

·         La comunicación emocional debe predominar por encima de cualquier otro tipo: hay que aprender a incluir dentro del lenguaje cotidiano las emociones porque son el motor de la mayoría de nuestras acciones y porque el manejo de este lenguaje es piedra angular para el desarrollo de la inteligencia emocional.

·         Los padres tenemos que intentar funcionar como un equipo de trabajo, coherente y sólido. Los niños con Altas Capacidades son especialmente frágiles a nivel emocional por lo que la contención y la percepción de consistencia de quienes  educan le van a proporcionar la seguridad de la que ellos carecen.  El constante intento de adaptación a un mundo hecho a la medida del percentil cincuenta hace que soporten altos niveles de ansiedad y que necesiten de forma imprescindible apoyarse en unos padres que formen equipo, sin fisuras.

Educar no es adiestrar. Educar es estimular la construcción de las herramientas emocionales que les permitan alcanzar una vida adulta constructiva, significativa y libre.

Hoy por hoy sabemos que el éxito se debe en un 70% a factores emocionales y sólo el 30% restante a factores cognitivos.  

“Los niños superdotados son el fruto más hermoso del árbol de la humanidad. A la vez son los que corren más grande peligro, pues cuelgan de sus ramas más frágiles y con frecuencia se rompen”.

Carl G. Jung, médico, psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo.


Publicado en El País: http://elpais.com/elpais/2017/03/23/mamas_papas/1490256914_614182.htmlPublicado en El País

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Los retos de educar a un hijo con altas capacidades

Educar a un hijo o hija con altas capacidades puede ser muchas veces, un desafío. No sólo por la singular manera con la que estos niños procesan el mundo sino también por nuestras propias creencias acerca de ello. Probablemente hayamos fantaseado con cómo seríamos como padres antes de serlo, pero de lo que estoy segura es que prácticamente ninguno de nosotros se imaginó siendo el padre o madre de un niño superdotado.  Es esta  una experiencia desconcertante para quien la tiene que vivir y que añade un gran plus de responsabilidad en tanto la mayoría de estos niños plantean conflictos cotidianos muchas veces difíciles de afrontar a la vez que  se enfrentan a una sociedad que les desconoce por completo, que no les entiende, y que se maneja a caballo entre la envidia y el prejuicio.

Y más allá de los pasos, pequeños, lentos y muy tímidos que se van dando para adaptarles académicamente, hay un reto para los padres infinitamente superior, que es apoyarles emocionalmente desde una crianza y una educación donde se respete su excepcionalidad y se canalice su potencial para que sean niños felices, integrando su diferencia sin asomo de marginalidad.

El desconocimiento social de esta realidad ha generalizado una serie de prejuicios tales como que Alta Capacidad equivale a Alto Rendimiento, lo que queda claramente desmentido por el doloroso índice de fracaso escolar de este colectivo, que se estima en más de un 50% superior al de la población normal. También se desconoce su vulnerabilidad psíquica así como su hipersensibilidad, cuyo manejo inadecuado se acabará traduciendo en una autoestima frágil y una visión dolorosa del mundo que en muchas ocasiones les llevará a replegarse sobre si mismos, cercenando cualquier posibilidad de alcanzar una vida significativamente feliz.

La mayor influencia y responsabilidad de que esto no ocurra es nuestra, de los padres. Después podrán o no apoyarnos el resto de agentes sociales, pero en primera y última instancia somos nosotros su filtro y su espejo, que les devolverá una mirada crítica u optimista, agotada o constructiva, en definitiva y como decía un profesor mío de la facultad “somos lo que percibimos que los demás perciben que somos”.

Algunos de los retos cotidianos más comunes que plantean los niños superdotados son problemas con las rutinas, dificultad para escuchar instrucciones, la brutal intensidad emocional, la hipersensibilidad sensorial (ropa, etiquetas, texturas, ruidos, luces…), la falta de sincronización en el desarrollo social, afectivo, físico y motor (síndrome de disincronía evolutiva) lo que les lleva a intensos arranques de ira y frustración, también la rebeldía, la actitud muchas veces desafiante, el cuestionamiento crónico, el perfeccionismo, la autocrítica, la dificultad para dormir, la demanda estimular constante y la dificultad para manejar los códigos sociales y de interacción, serían a groso modo los más comunes. Obviamente, cada niño es distinto así como lo es cada sistema familiar, pero a grandes rasgos podemos afirmar que a mayor rigidez y autoritarismo en su educación, mayor probabilidad de fracaso vital y académico: un niño superdotado no funciona con imposiciones, sólo con razones que tengan sentido para él. El desafío de la autoridad sólo por el hecho de ostentar el poder es parte de su mirada genuina y distinta.

En Psicología Ceibe impartimos un taller para padres donde proponemos un paradigma educativo basado en el vínculo (madre/padre-hijo) y en la reestructuración de las creencias de los padres en cuanto a lo que son e implican las Altas Capacidades en el día a día con nuestros hijos, con el objetivo de facilitar su desarrollo y su adaptación a fin de que puedan disfrutar de su condición, tanto padres como hijos.

Lo basamos en la construcción y nutrición de un vínculo seguro y sólido entre padres e hijos porque esta será la base que sirva de trampolín para el despegue del potencial de nuestros hijos. Los niños con Altas Capacidades son sobre todo emoción, están gobernados por el hemisferio cerebral derecho y por tanto si esta variable no está ajustada, ellos no funcionan. Cuando un niño se siente emocionalmente seguro y contenido es mucho más receptivo a corregir conductas y más proactivo a hacer su mejor jugada.

Y la revisión y cambio de creencias que no nos apoyan en la gestión de hijos diferentes a la norma nos parece imprescindible. Es necesario revisar cómo fui educado y desechar lo que no me sirve aquí y ahora, reflexionar acerca de si vivo la diferencia de mi hijo como una carga añadida o como una preciosa oportunidad de crecimiento para ambos, afrontar los miedos, manejar las expectativas, dejar la futurología para los echadores de cartas y centrarnos en el hoy sin pensamientos catastrofistas, poner el foco en lo que tienen de luz que es la mayoría y no en sus zonas oscuras, informarme todo lo posible para romper mis propios prejuicios absorbidos por una sociedad que los percibe como raros por puro desconocimiento y ponerme las orejeras frente a los opinólogos que saben de todo y especialmente de cómo debe tratarse a un niño superdotado. En mi camino de crianza la prioridad es mi hijo y el mundo se va a dividir entre los que son parte de la solución o son parte del problema. Sin ambigüedades.

Nosotros planteamos apoyarnos en cuatro pilares básicos:

·         Detectar la necesidad que “se esconde” detrás de la conducta inadecuada: generalmente la mala conducta sólo es el síntoma, la punta de iceberg de un deseo o necesidad muy diferente a lo que aparenta. Si nos quedamos sólo en atajar el síntoma no estamos trabajando en la base y no producirá ningún aprendizaje a medio ni a largo plazo.

·         Equilibrio entre flexibilidad y firmeza.  Es necesario establecer un marco de juego donde los límites vienen a ser las normas necesarias para poder vivir en comunidad. Ahora bien, el establecimiento de estos debe ser lo más negociado posible, válidos para todos (no sólo para los niños), flexibles y siempre argumentados. Se puede y se debe ser firme y amable a la vez, no es necesario levantar la voz ni enfadarse para recordar un límite o repetir un no. Un niño  superdotado no acatará nunca algo que no tiene sentido para él.

·         La comunicación emocional debe predominar por encima de cualquier otro tipo: hay que aprender a incluir dentro del lenguaje cotidiano las emociones porque son el motor de la mayoría de nuestras acciones y porque el manejo de este lenguaje es piedra angular para el desarrollo de la inteligencia emocional.

·         Los padres tenemos que intentar funcionar como un equipo de trabajo, coherente y sólido. Los niños con Altas Capacidades son especialmente frágiles a nivel emocional por lo que la contención y la percepción de consistencia de quienes  educan le van a proporcionar la seguridad de la que ellos carecen.  El constante intento de adaptación a un mundo hecho a la medida del percentil cincuenta hace que soporten altos niveles de ansiedad y que necesiten de forma imprescindible apoyarse en unos padres que formen equipo, sin fisuras.

Educar no es adiestrar. Educar es estimular la construcción de las herramientas emocionales que les permitan alcanzar una vida adulta constructiva, significativa y libre.

Hoy por hoy sabemos que el éxito se debe en un 70% a factores emocionales y sólo el 30% restante a factores cognitivos.  

“Los niños superdotados son el fruto más hermoso del árbol de la humanidad. A la vez son los que corren más grande peligro, pues cuelgan de sus ramas más frágiles y con frecuencia se rompen”.

Carl G. Jung, médico, psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo.


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Psicologia CEIBE 2017-05-12 12:32:00

«Este ansia irracional de dominio, de control y de poder sobre la otra persona es la fuerza principal que alimenta la violencia doméstica entre las parejas». Luis Rojas Marcos
El maltrato psicológico en la pareja es un tipo de violencia, yo diría que el más generalizado y sobre todo, el más normalizado. Es este un tipo de violencia apenas detectable, difícil de probar aunque su poder lesivo puede ser infinitamente superior al de la violencia física, mucho más obvia y donde la víctima acaba por tomar medidas para defenderse o protegerse. Es sutil, intermitente pero constante, lo que deriva en una gran dependencia emocional en quien lo sufre de la mano de una lenta, pero segura destrucción de la autoestima de la víctima. Y es este su mayor poder de agresión, la progresiva anulación de la persona maltratada quien ya duda incluso de su propio valor como ser humano. La desvalorización y la culpa son los protagonistas emocionales de un fino trabajo de distorsión de la realidad donde la persona llega a creer que lo merece, que quién la va a querer a ella y qué ese es el precio por no estar sola o por no asumir el estigma de fracaso que contiene un divorcio.

Algunas pistas para poder identificarlo son ocultar algunas cosas por miedo a la reacción despreciativa o desproporcionada del otro: temor a contradecirlo, toma decisiones por ti, accedes a tener sexo sin querer, evitas opinar en público delante de él o ella, minimiza tus logros mientras que genera culpa por los errores, ocupa el rol de madre o padre que sabe lo que es bueno para ti sin ti, organiza tu tiempo libre sin consultar, mira tu móvil, sientes tensión o miedo a equivocarte, juzga lo que haces o dices o te pones, te responsabiliza de su estado de ánimo, te aparta poco a poco de aquellas relaciones que son solo tuyas (amigos, familia), en definitiva, vas dejando de ser tú para convertirte en una especie de fantasma que intenta encajar en un presunto modelo hecho a la medida de los deseos de la otra persona. Es terrorismo íntimo.
La mayoría de los estudios epidemiológicos son concluyentes, habiendo muchas más mujeres víctimas de violencia psicológica en el contexto de las relaciones de pareja. Algunas de las conclusiones extraídas por el primer estudio sobre violencia doméstica realizado por la OMS en el año 2005 son que la violencia más habitual en la vida de las mujeres es ejercida por la pareja, superando el índice de aquellas agresiones consumadas por conocidos o extraños.
Las consecuencias del maltrato psicológico sostenido son de toda índole, ya que somete a la persona a estrés crónico, lo que propiciará la aparición de enfermedades físicas o servirá como detonante de aquellas que solo estaban en estado latente. Algunos síntomas visibles que responden a la somatización de estrés emocional son ansiedad, problemas con el sueño y/o con la alimentación, cansancio crónico, cefaleas, tristeza, apatía, depresión, consumo de psicofármacos y alto riesgo de abuso del alcohol.
No hay un perfil específico de persona más vulnerable al maltrato, se da en todas las culturas y contextos socioeconómicos. Lo que sí que hay es un perfil de persona maltratada psicológicamente ya que el maltrato va configurando cambios en la personalidad de quien lo sufre, tales como inseguridad y baja o nula autoestima, percepción de impotencia para manejar el entorno, culpabilidad, sensación de fracaso vital, sentimientos ambivalentes, se subestima la gravedad del maltrato incluso justificándolo, se adopta la visión de la realidad de quien agrede, no se es consciente en muchos casos de ser víctima de maltrato psicológico. Esto es más frecuente de lo que se cree: hay grandes dosis de violencia normalizada en las relaciones, y especialmente en las de pareja.
Se van tolerando pequeñas humillaciones, sutiles desprecios, se permiten la violaciones de la intimidad mediante el permiso explícito o no de mirar mi móvil o mis redes sociales, me someto a tu juicio sobre mí, empiezo a pedir permiso (que no opinión) para tomar decisiones, aguanto tus estallidos de irritabilidad para no empeorarlos, acepto una y otra vez las disculpas y todo ello sostenido por la creencia de que el amor todo lo puede y si queremos que dure, es necesario ser flexible. Cuando nosotros decimos en terapia de pareja que el amor es condición necesaria pero no suficiente, las personas se sorprenden. Nos han hecho creer que una vez que uno ama, el resto está hecho y vamos a transitar durante el resto de nuestra vida por un fluido camino de rosas. Cuando aparecen formas tóxicas de vincularse, muchas personas las soportan en nombre del amor, y en nombre de ese presunto amor (que no lo es) se va degradando al otro, se le va anulando hasta el punto de que hay un día en que ese otro ya no sabe ni quién es ni en qué se ha convertido su vida.
En cuanto al perfil de la persona que maltrata psicológicamente, es paradójicamente alguien en extremo dependiente e inseguro, con escasa capacidad empática, muy controlador.
Es verdad que se recoge en las estadísticas un alto índice de maltratadores psicológicos que proceden de hogares donde fueron educados bajo modelos de relación basados en el maltrato y en el control, así como también el uso y abuso del alcohol favorecen la aparición de este patrón de conducta. Sin embargo, son algunas de las variables que explicarían solo parcialmente un patrón de comportamiento tóxico, ya que en última instancia todos somos libres de elegir cómo queremos ser y qué tipo de relaciones queremos construir.
Insisto en que las circunstancias influyen pero no determinan, luego nada justifica el maltrato hacia otros aún habiendo sido ellos mismos víctimas del mismo.
Olga Carmona


El País: 
http://elpais.com/elpais/2017/03/30/mamas_papas/1490879725_914376.html
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Psicologia CEIBE 2017-05-12 12:32:00

«Este ansia irracional de dominio, de control y de poder sobre la otra persona es la fuerza principal que alimenta la violencia doméstica entre las parejas». Luis Rojas Marcos
El maltrato psicológico en la pareja es un tipo de violencia, yo diría que el más generalizado y sobre todo, el más normalizado. Es este un tipo de violencia apenas detectable, difícil de probar aunque su poder lesivo puede ser infinitamente superior al de la violencia física, mucho más obvia y donde la víctima acaba por tomar medidas para defenderse o protegerse. Es sutil, intermitente pero constante, lo que deriva en una gran dependencia emocional en quien lo sufre de la mano de una lenta, pero segura destrucción de la autoestima de la víctima. Y es este su mayor poder de agresión, la progresiva anulación de la persona maltratada quien ya duda incluso de su propio valor como ser humano. La desvalorización y la culpa son los protagonistas emocionales de un fino trabajo de distorsión de la realidad donde la persona llega a creer que lo merece, que quién la va a querer a ella y qué ese es el precio por no estar sola o por no asumir el estigma de fracaso que contiene un divorcio.

Algunas pistas para poder identificarlo son ocultar algunas cosas por miedo a la reacción despreciativa o desproporcionada del otro: temor a contradecirlo, toma decisiones por ti, accedes a tener sexo sin querer, evitas opinar en público delante de él o ella, minimiza tus logros mientras que genera culpa por los errores, ocupa el rol de madre o padre que sabe lo que es bueno para ti sin ti, organiza tu tiempo libre sin consultar, mira tu móvil, sientes tensión o miedo a equivocarte, juzga lo que haces o dices o te pones, te responsabiliza de su estado de ánimo, te aparta poco a poco de aquellas relaciones que son solo tuyas (amigos, familia), en definitiva, vas dejando de ser tú para convertirte en una especie de fantasma que intenta encajar en un presunto modelo hecho a la medida de los deseos de la otra persona. Es terrorismo íntimo.
La mayoría de los estudios epidemiológicos son concluyentes, habiendo muchas más mujeres víctimas de violencia psicológica en el contexto de las relaciones de pareja. Algunas de las conclusiones extraídas por el primer estudio sobre violencia doméstica realizado por la OMS en el año 2005 son que la violencia más habitual en la vida de las mujeres es ejercida por la pareja, superando el índice de aquellas agresiones consumadas por conocidos o extraños.
Las consecuencias del maltrato psicológico sostenido son de toda índole, ya que somete a la persona a estrés crónico, lo que propiciará la aparición de enfermedades físicas o servirá como detonante de aquellas que solo estaban en estado latente. Algunos síntomas visibles que responden a la somatización de estrés emocional son ansiedad, problemas con el sueño y/o con la alimentación, cansancio crónico, cefaleas, tristeza, apatía, depresión, consumo de psicofármacos y alto riesgo de abuso del alcohol.
No hay un perfil específico de persona más vulnerable al maltrato, se da en todas las culturas y contextos socioeconómicos. Lo que sí que hay es un perfil de persona maltratada psicológicamente ya que el maltrato va configurando cambios en la personalidad de quien lo sufre, tales como inseguridad y baja o nula autoestima, percepción de impotencia para manejar el entorno, culpabilidad, sensación de fracaso vital, sentimientos ambivalentes, se subestima la gravedad del maltrato incluso justificándolo, se adopta la visión de la realidad de quien agrede, no se es consciente en muchos casos de ser víctima de maltrato psicológico. Esto es más frecuente de lo que se cree: hay grandes dosis de violencia normalizada en las relaciones, y especialmente en las de pareja.
Se van tolerando pequeñas humillaciones, sutiles desprecios, se permiten la violaciones de la intimidad mediante el permiso explícito o no de mirar mi móvil o mis redes sociales, me someto a tu juicio sobre mí, empiezo a pedir permiso (que no opinión) para tomar decisiones, aguanto tus estallidos de irritabilidad para no empeorarlos, acepto una y otra vez las disculpas y todo ello sostenido por la creencia de que el amor todo lo puede y si queremos que dure, es necesario ser flexible. Cuando nosotros decimos en terapia de pareja que el amor es condición necesaria pero no suficiente, las personas se sorprenden. Nos han hecho creer que una vez que uno ama, el resto está hecho y vamos a transitar durante el resto de nuestra vida por un fluido camino de rosas. Cuando aparecen formas tóxicas de vincularse, muchas personas las soportan en nombre del amor, y en nombre de ese presunto amor (que no lo es) se va degradando al otro, se le va anulando hasta el punto de que hay un día en que ese otro ya no sabe ni quién es ni en qué se ha convertido su vida.
En cuanto al perfil de la persona que maltrata psicológicamente, es paradójicamente alguien en extremo dependiente e inseguro, con escasa capacidad empática, muy controlador.
Es verdad que se recoge en las estadísticas un alto índice de maltratadores psicológicos que proceden de hogares donde fueron educados bajo modelos de relación basados en el maltrato y en el control, así como también el uso y abuso del alcohol favorecen la aparición de este patrón de conducta. Sin embargo, son algunas de las variables que explicarían solo parcialmente un patrón de comportamiento tóxico, ya que en última instancia todos somos libres de elegir cómo queremos ser y qué tipo de relaciones queremos construir.
Insisto en que las circunstancias influyen pero no determinan, luego nada justifica el maltrato hacia otros aún habiendo sido ellos mismos víctimas del mismo.
Olga Carmona


El País: 
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Fomentar la verdadera autonomía en nuestros hijos

Los padres podemos y debemos fomentar la autonomía en nuestros hijos desde que son capaces de ir alcanzando retos evolutivos. Resulta obvio pensar que el recién nacido no tiene autonomía salvo para respirar, ni siquiera controla sus propios movimientos. Es extremadamente vulnerable y dependiente. Poco a poco irá madurando su cerebro y será capaz de ir manejando su cuerpo y su voluntad. La autonomía se expresa por dos caminos que confluyen: uno más físico, donde debemos permitir que el niño haga aquello que puede hacer o cree que puede hacer y otro más psicológico que tiene que ver con desarrollar la independencia de criterio, la toma de decisiones y asumir sus consecuencias.

Cuando los padres permitimos que un niño haga algo que puede hacer, necesitamos trabajarnos la tolerancia al error, a la imperfección y al fracaso.También a la paciencia. Muchas veces hacemos cosas por ellos porque las hacemos más rápido y no les permitimos ensayar, practicar, experimentar y en definitiva poner a prueba sus herramientas. Priorizamos el resultado y no el aprendizaje que solo se produce durante el proceso
El día a día ofrece muchas oportunidades para favorecer que los niños habiliten estrategias y habilidades, que de otro modo, no aprenderán.
En cuanto a favorecer la autonomía en el ámbito más emocional y psicológico, también debemos hacer un ejercicio de soltar un poco el control y permitir que el niño elija todo aquello que pueda elegir (y que suele ser más de lo que creemos), y que tome decisiones.
Cuando un niño es capaz de hacer cosas por sí mismo estamos fortaleciendo su autoestima, su percepción de competencia, reforzando una autoimagen de seguridad, enseñándole a manejar la tolerancia a la frustración, desarrollando la perseverancia, entre otras cosas.
Por otra parte, educar hijos implica sobre todo que sean capaces de devenir en adultos competentes y seguros sin nosotros. Educar es una tarea a largo plazo, donde nuestra labor fundamental es facilitar que nuestros hijos desarrollen herramientas por sí mismos, porque eso es lo que les servirá para enfrentar la vida y para tomar decisiones encaminadas a la construcción de una existencia significativa y feliz.
En mi opinión la sobreprotección es perjudicial porque coarta la posibilidad de desarrollar estrategias de aprendizaje y les deja desprotegidos e ineptos para enfrentar los reveses vitales. Además, cuando llega la adolescencia, los padres perdemos influencia y autoridad y si no han desarrollado un criterio sólido, serán vulnerables a las exigencias del grupo de iguales. Y esta es una labor “hormiga” que se hace día a día y desde el principio.

¿Por qué nos cuesta favorecer su autonomía?

En general, a los padres nos cuesta favorecer su autonomía por varias razones. Las más básicas tienen que ver con las exigencias de tiempo actuales: siempre vamos con prisa, con horarios muy exigentes para todo. Eso hace que muchas veces no podamos esperar a que hagan ellos las cosas. Nos impacientamos y lo hacemos nosotros.
Pero también creo que hay otras más profundas, como la necesidad de que sigan dependiendo de nosotros o la falta de confianza en que pueden hacerlo por sí mismos. También nos cuesta tolerar el error y el fracaso. Es difícil dejar fracasar a un hijo, aunque imprescindible.
Tenemos también una gran necesidad de controlarlo todo, porque ello nos da seguridad y además estamos terriblemente condicionados a las presiones externas. Si yo dejo que mi hijo o hija elija lo que se quiere poner, me expongo a la crítica externa. Nos han enseñado que educar es igual a controlar y el juicio externo aún nos pesa mucho.
Para tratar de contrarrestar esta tendencia hay que tener presente de forma muy consciente que los beneficios de favorecer autonomía en los niños, son esenciales en la formación de una personalidad sana y sólida. Que merece la pena invertir un poco de tiempo y de paciencia permitiendo que hagan los aprendizajes necesarios para su edad. Que la responsabilidad debe ser compartida así como respetado el criterio. Pero que no fuercen las cosas.
Tan negativo es dar a nuestros hijos responsabilidades cuando aún no pueden asumirlas como no dárselas cuando aún están listos para ello y la única forma de saberlo es probar puesto que cada niño evoluciona de forma diferente.
Olga Carmona
Publicado en «El País» el 27 de abril de 2017
http://elpais.com/elpais/2017/04/24/mamas_papas/1493021002_268544.htmlhttp://elpais.com/elpais/2017/04/24/mamas_papas/1493021002_268544.html
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Fomentar la verdadera autonomía en nuestros hijos

Los padres podemos y debemos fomentar la autonomía en nuestros hijos desde que son capaces de ir alcanzando retos evolutivos. Resulta obvio pensar que el recién nacido no tiene autonomía salvo para respirar, ni siquiera controla sus propios movimientos. Es extremadamente vulnerable y dependiente. Poco a poco irá madurando su cerebro y será capaz de ir manejando su cuerpo y su voluntad. La autonomía se expresa por dos caminos que confluyen: uno más físico, donde debemos permitir que el niño haga aquello que puede hacer o cree que puede hacer y otro más psicológico que tiene que ver con desarrollar la independencia de criterio, la toma de decisiones y asumir sus consecuencias.

Cuando los padres permitimos que un niño haga algo que puede hacer, necesitamos trabajarnos la tolerancia al error, a la imperfección y al fracaso.También a la paciencia. Muchas veces hacemos cosas por ellos porque las hacemos más rápido y no les permitimos ensayar, practicar, experimentar y en definitiva poner a prueba sus herramientas. Priorizamos el resultado y no el aprendizaje que solo se produce durante el proceso
El día a día ofrece muchas oportunidades para favorecer que los niños habiliten estrategias y habilidades, que de otro modo, no aprenderán.
En cuanto a favorecer la autonomía en el ámbito más emocional y psicológico, también debemos hacer un ejercicio de soltar un poco el control y permitir que el niño elija todo aquello que pueda elegir (y que suele ser más de lo que creemos), y que tome decisiones.
Cuando un niño es capaz de hacer cosas por sí mismo estamos fortaleciendo su autoestima, su percepción de competencia, reforzando una autoimagen de seguridad, enseñándole a manejar la tolerancia a la frustración, desarrollando la perseverancia, entre otras cosas.
Por otra parte, educar hijos implica sobre todo que sean capaces de devenir en adultos competentes y seguros sin nosotros. Educar es una tarea a largo plazo, donde nuestra labor fundamental es facilitar que nuestros hijos desarrollen herramientas por sí mismos, porque eso es lo que les servirá para enfrentar la vida y para tomar decisiones encaminadas a la construcción de una existencia significativa y feliz.
En mi opinión la sobreprotección es perjudicial porque coarta la posibilidad de desarrollar estrategias de aprendizaje y les deja desprotegidos e ineptos para enfrentar los reveses vitales. Además, cuando llega la adolescencia, los padres perdemos influencia y autoridad y si no han desarrollado un criterio sólido, serán vulnerables a las exigencias del grupo de iguales. Y esta es una labor “hormiga” que se hace día a día y desde el principio.

¿Por qué nos cuesta favorecer su autonomía?

En general, a los padres nos cuesta favorecer su autonomía por varias razones. Las más básicas tienen que ver con las exigencias de tiempo actuales: siempre vamos con prisa, con horarios muy exigentes para todo. Eso hace que muchas veces no podamos esperar a que hagan ellos las cosas. Nos impacientamos y lo hacemos nosotros.
Pero también creo que hay otras más profundas, como la necesidad de que sigan dependiendo de nosotros o la falta de confianza en que pueden hacerlo por sí mismos. También nos cuesta tolerar el error y el fracaso. Es difícil dejar fracasar a un hijo, aunque imprescindible.
Tenemos también una gran necesidad de controlarlo todo, porque ello nos da seguridad y además estamos terriblemente condicionados a las presiones externas. Si yo dejo que mi hijo o hija elija lo que se quiere poner, me expongo a la crítica externa. Nos han enseñado que educar es igual a controlar y el juicio externo aún nos pesa mucho.
Para tratar de contrarrestar esta tendencia hay que tener presente de forma muy consciente que los beneficios de favorecer autonomía en los niños, son esenciales en la formación de una personalidad sana y sólida. Que merece la pena invertir un poco de tiempo y de paciencia permitiendo que hagan los aprendizajes necesarios para su edad. Que la responsabilidad debe ser compartida así como respetado el criterio. Pero que no fuercen las cosas.
Tan negativo es dar a nuestros hijos responsabilidades cuando aún no pueden asumirlas como no dárselas cuando aún están listos para ello y la única forma de saberlo es probar puesto que cada niño evoluciona de forma diferente.
Olga Carmona
Publicado en «El País» el 27 de abril de 2017
http://elpais.com/elpais/2017/04/24/mamas_papas/1493021002_268544.htmlhttp://elpais.com/elpais/2017/04/24/mamas_papas/1493021002_268544.html
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Entendiendo a un hijo con Altas Capacidades

Últimamente se habla cada vez más de niños con Altas Capacidades, parece que la sociedad, los centros educativos y las familias, empiezan a tener  más conciencia de la existencia de estos niños y aunque estamos lejos, muy lejos de reconocer y aceptar  a ese mínimo porcentaje de la población infantil cuya inteligencia se sale de la normalidad, se van abriendo lentamente caminos que abogan por la detección temprana y exigen una respuesta a la demanda educativa que necesitan, tanto como el aire que respiran.

Ahora bien, cuando una familia recibe la noticia de que su hijo es Alta Capacidad se hace la siguiente pregunta “¿Y ahora qué ?

Si tenemos suerte, mucha suerte, el  Centro Educativo atenderá parcialmente las necesidades académicas, lo cual es necesario, pero no suficiente.  Queda por cubrir la parte más esencial de la vida de un niño con alta capacidad que es la psicoafectiva. Un superdotado que no es gestionado adecuadamente desde lo emocional está abocado a fracasar en lo cognitivo. El riesgo es sensiblemente más alto que en la población normal, porque son más vulnerables emocionalmente.

Un hijo con alta capacidad puede ser muy desestabilizador en el sistema familiar porque tiene necesidades afectivas y emocionales que la mayoría de los padres no entienden. Existe la creencia de que un superdotado es alguien que va sobrado de inteligencia y que no tiene que tener ningún tipo de problema ni académico ni psicológico. Esta es una creencia falsa que hace mucho daño en las familias que lo sufren y en la sociedad en general porque nada más lejos de la realidad.  Los superdotados piensan y sienten de forma distinta a los demás, su cerebro funciona de otra manera y no hay respuesta para esas familias que tienen que lidiar día a día con una situación confusa y muchas veces frustrante y dolorosa.

Vemos a los padres en consulta hacerse eco del vacío en el que se encuentran tras recibir el diagnostico, se preguntan y nos preguntan  ¿por qué lo cuestiona todo? ¿por qué reacciona de forma tan intensa? ¿por qué le cuesta tanto hacer las cosas cotidianas? ¿por qué a veces parece sordo o desobediente? ¿ por qué parece molestarle la ropa o los zapatos? ¿ por qué nunca parece cansado? ¿por qué suele estar solo en el recreo?… Es el reflejo de la confusión, el desconcierto y la impotencia de los padres que tienen que educar emocionalmente a un niño diferente y cuyo comportamiento puede llegar a resultar tan incomprensible como difícil de gestionar.

Es por ello que la adecuada  gestión emocional de un niño con Alta Capacidad es la piedra angular del bienestar del propio niño y de su entorno, de su éxito académico y vital, de su adaptación sin sometimiento a un mundo hecho  a la medida del percentil cincuenta,  en definitiva, de su felicidad. Y no podemos esperar que sea el colegio quien se ocupe de eso porque ni es su responsabilidad ni tienen la capacidad para hacerlo.

Lo primero que solemos sugerir a los padres cuando reciben un diagnóstico de Alta Capacidad es que se informen y que rompan con los estereotipos y prejuicios que hay en torno a ello,que son muchos y variados. Informarse es imprescindible para poder acercarnos a la realidad del hijo y desde ese lugar de entendimiento, poder apoyarle. 

Lo segundo que recomendamos es que revisen tanto sus expectativas como sus miedos, que traten de ver a su hijo tal y como es y que la vivencia de un niño superdotado debe ser de regalo y de desafío, no de dificultad o maldición. Esto se llama aceptación. Aceptar a mi hijo tal y como es, no como a mí me gustaría que fuera, es esencial para poder empatizar con él y darle aquello que  emocionalmente necesita.


Como padre o madre, mi actitud y mi forma de afrontar las dificultades del día a día , cambia radicalmente cuando entiendo y acepto porqué se comporta de determinada manera. Si cuando le hablo no me hace caso y yo sé que está absorto en una actividad determinada y que no me escucha porque no puede, no me enfado ni pienso que es un desobediente. Trataré de habilitar estrategias para llegar a él y ser escuchado.  

Saber cómo nuestro hijo piensa y siente al mundo trae de la mano la capacidad de empatizar con sus emociones y esto es, en sí mismo, una de las mayores fuentes de apoyo y autoestima que podemos ofrecerle. Pero también está la paciencia, la autoridad y sobre todo, la negociación.  La paciencia para no exigir ni esperar las reacciones , tiempos y respuestas que nos daría un niño normal. Paciencia para respetar que le moleste el pantalón y sólo quiera el chandal aunque vayamos a un cumpleaños, paciencia para esperar a que termine una actividad en la está inmerso aunque se enfríe la comida, paciencia para manejar el caos de su mochila y sus tareas escolares, paciencia para que una instrucción nuestra sea atendida y entendida. Y paciencia no significa dejar de pedirle que haga lo que es necesario hacer. Hablo de entender que su diferencia le dificulta sobremanera hacer todas estas cosas tan habituales para los niños normotípicos, pero no para un niño superdotado donde su hemisferio cerebral derecho dirige de forma dominante su comportamiento. Es muy fácil asumir y entender esto cuando hablamos de niños con déficits, rápidamente empatizamos y somos pacientes, pero parece que cuesta mucho verlo con los presuntamente “sobrados” de capacidad.

Un niño superdotado cuestiona la autoridad por definición. Sólo la reconocerá si ésta es explicada y tiene sentido para él.  Del binomio Autoritas vs Potestas,  sólo aceptarán la primera, es decir, el liderazgo construido desde la honestidad (conmigo mismo, con él y con los demás), la coherencia (cumplo lo que digo), y la integridad (lo que hago, digo y siento están alineados).  Nada más ofensivo para un niño superdotado que recibir un “porque yo lo digo» , esto será vivido como una agresión incomprensible de la que muy probablemente se defenderá mediante  una  actitud desafiante.  
Lo eficaz es la negociación y la explicación real del porqué pido lo que pido, porque su inteligencia se convierte entonces en aliada y dado que son capaces de comprender conceptos y razones que los niños normales de su edad no entenderían, es más que probable que acepten de buen grado lo que se les está pidiendo. 
Ayudarles a que verbalicen lo que sienten sin hacer juicios sobre lo adecuado de su intensidad; 
Apoyarles  a vivir su diferencia como algo positivo con ventajas y también con dificultades;  
No caer en la sobreprotección  empujados por su hipersensibilidad y su enorme frustración, pero tampoco dejarlos naufragar sin herramientas en un mundo donde les cuesta encajar;

Y alejarnos del paradigma premio – castigo para abogar por un modelo de crianza y educación basado en las emociones, el respeto, la comunicación, la confianza  y el amor incondicional, son las bases para dar a estos niños un referente de contención que les permita construir una autoestima sólida y desplegar así su inmenso potencial en beneficio propio y posiblemente de toda la sociedad. 

Olga Carmona
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Entendiendo a un hijo con Altas Capacidades

Últimamente se habla cada vez más de niños con Altas Capacidades, parece que la sociedad, los centros educativos y las familias, empiezan a tener  más conciencia de la existencia de estos niños y aunque estamos lejos, muy lejos de reconocer y aceptar  a ese mínimo porcentaje de la población infantil cuya inteligencia se sale de la normalidad, se van abriendo lentamente caminos que abogan por la detección temprana y exigen una respuesta a la demanda educativa que necesitan, tanto como el aire que respiran.

Ahora bien, cuando una familia recibe la noticia de que su hijo es Alta Capacidad se hace la siguiente pregunta “¿Y ahora qué ?

Si tenemos suerte, mucha suerte, el  Centro Educativo atenderá parcialmente las necesidades académicas, lo cual es necesario, pero no suficiente.  Queda por cubrir la parte más esencial de la vida de un niño con alta capacidad que es la psicoafectiva. Un superdotado que no es gestionado adecuadamente desde lo emocional está abocado a fracasar en lo cognitivo. El riesgo es sensiblemente más alto que en la población normal, porque son más vulnerables emocionalmente.

Un hijo con alta capacidad puede ser muy desestabilizador en el sistema familiar porque tiene necesidades afectivas y emocionales que la mayoría de los padres no entienden. Existe la creencia de que un superdotado es alguien que va sobrado de inteligencia y que no tiene que tener ningún tipo de problema ni académico ni psicológico. Esta es una creencia falsa que hace mucho daño en las familias que lo sufren y en la sociedad en general porque nada más lejos de la realidad.  Los superdotados piensan y sienten de forma distinta a los demás, su cerebro funciona de otra manera y no hay respuesta para esas familias que tienen que lidiar día a día con una situación confusa y muchas veces frustrante y dolorosa.

Vemos a los padres en consulta hacerse eco del vacío en el que se encuentran tras recibir el diagnostico, se preguntan y nos preguntan  ¿por qué lo cuestiona todo? ¿por qué reacciona de forma tan intensa? ¿por qué le cuesta tanto hacer las cosas cotidianas? ¿por qué a veces parece sordo o desobediente? ¿ por qué parece molestarle la ropa o los zapatos? ¿ por qué nunca parece cansado? ¿por qué suele estar solo en el recreo?… Es el reflejo de la confusión, el desconcierto y la impotencia de los padres que tienen que educar emocionalmente a un niño diferente y cuyo comportamiento puede llegar a resultar tan incomprensible como difícil de gestionar.

Es por ello que la adecuada  gestión emocional de un niño con Alta Capacidad es la piedra angular del bienestar del propio niño y de su entorno, de su éxito académico y vital, de su adaptación sin sometimiento a un mundo hecho  a la medida del percentil cincuenta,  en definitiva, de su felicidad. Y no podemos esperar que sea el colegio quien se ocupe de eso porque ni es su responsabilidad ni tienen la capacidad para hacerlo.

Lo primero que solemos sugerir a los padres cuando reciben un diagnóstico de Alta Capacidad es que se informen y que rompan con los estereotipos y prejuicios que hay en torno a ello,que son muchos y variados. Informarse es imprescindible para poder acercarnos a la realidad del hijo y desde ese lugar de entendimiento, poder apoyarle. 

Lo segundo que recomendamos es que revisen tanto sus expectativas como sus miedos, que traten de ver a su hijo tal y como es y que la vivencia de un niño superdotado debe ser de regalo y de desafío, no de dificultad o maldición. Esto se llama aceptación. Aceptar a mi hijo tal y como es, no como a mí me gustaría que fuera, es esencial para poder empatizar con él y darle aquello que  emocionalmente necesita.


Como padre o madre, mi actitud y mi forma de afrontar las dificultades del día a día , cambia radicalmente cuando entiendo y acepto porqué se comporta de determinada manera. Si cuando le hablo no me hace caso y yo sé que está absorto en una actividad determinada y que no me escucha porque no puede, no me enfado ni pienso que es un desobediente. Trataré de habilitar estrategias para llegar a él y ser escuchado.  

Saber cómo nuestro hijo piensa y siente al mundo trae de la mano la capacidad de empatizar con sus emociones y esto es, en sí mismo, una de las mayores fuentes de apoyo y autoestima que podemos ofrecerle. Pero también está la paciencia, la autoridad y sobre todo, la negociación.  La paciencia para no exigir ni esperar las reacciones , tiempos y respuestas que nos daría un niño normal. Paciencia para respetar que le moleste el pantalón y sólo quiera el chandal aunque vayamos a un cumpleaños, paciencia para esperar a que termine una actividad en la está inmerso aunque se enfríe la comida, paciencia para manejar el caos de su mochila y sus tareas escolares, paciencia para que una instrucción nuestra sea atendida y entendida. Y paciencia no significa dejar de pedirle que haga lo que es necesario hacer. Hablo de entender que su diferencia le dificulta sobremanera hacer todas estas cosas tan habituales para los niños normotípicos, pero no para un niño superdotado donde su hemisferio cerebral derecho dirige de forma dominante su comportamiento. Es muy fácil asumir y entender esto cuando hablamos de niños con déficits, rápidamente empatizamos y somos pacientes, pero parece que cuesta mucho verlo con los presuntamente “sobrados” de capacidad.

Un niño superdotado cuestiona la autoridad por definición. Sólo la reconocerá si ésta es explicada y tiene sentido para él.  Del binomio Autoritas vs Potestas,  sólo aceptarán la primera, es decir, el liderazgo construido desde la honestidad (conmigo mismo, con él y con los demás), la coherencia (cumplo lo que digo), y la integridad (lo que hago, digo y siento están alineados).  Nada más ofensivo para un niño superdotado que recibir un “porque yo lo digo» , esto será vivido como una agresión incomprensible de la que muy probablemente se defenderá mediante  una  actitud desafiante.  
Lo eficaz es la negociación y la explicación real del porqué pido lo que pido, porque su inteligencia se convierte entonces en aliada y dado que son capaces de comprender conceptos y razones que los niños normales de su edad no entenderían, es más que probable que acepten de buen grado lo que se les está pidiendo. 
Ayudarles a que verbalicen lo que sienten sin hacer juicios sobre lo adecuado de su intensidad; 
Apoyarles  a vivir su diferencia como algo positivo con ventajas y también con dificultades;  
No caer en la sobreprotección  empujados por su hipersensibilidad y su enorme frustración, pero tampoco dejarlos naufragar sin herramientas en un mundo donde les cuesta encajar;

Y alejarnos del paradigma premio – castigo para abogar por un modelo de crianza y educación basado en las emociones, el respeto, la comunicación, la confianza  y el amor incondicional, son las bases para dar a estos niños un referente de contención que les permita construir una autoestima sólida y desplegar así su inmenso potencial en beneficio propio y posiblemente de toda la sociedad. 

Olga Carmona
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Síndrome de la progenitora tóxica: ¿por qué mi madre no me quiere?

“No es fácil encontrar la felicidad en nosotros mismos, y no es posible encontrarla en ningún otro lugar”.  Agnes Repplier.

Es un tabú de nuestra sociedad aceptar que hay madres que no quieren a sus hijas, pero es más real y frecuente de lo que nos gustaría reconocer. Como todo aquello que nos resulta difícil de aceptar y digerir, tendemos a negarlo. Pero existen,  vemos a sus víctimas en consulta, peleando por llenar un agujero negro de infelicidad que arrastran desde la infancia y que en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera es consciente, porque duele nombrarlo.

La madre tóxica es una mujer que ha llegado a la maternidad por caminos poco deseables, por convencionalismos, porque así estaba diseñado su guión de vida, porque eso es lo que de ellas se esperaba. Renegar de la maternidad o simplemente ejercer el derecho a no serlo, no era ni es algo aprobado por la sociedad. Aquellas mujeres que han decidido libre y abiertamente no ser madres han sido miradas con recelo y suspicacia por la mayoría de su entorno. Siempre. Incluso ahora. Hablamos de una minoría valiente y coherente que decidió por si misma cual era su voluntad y su camino. Muchas otras sin embargo, aceptaron  gestar , parir y criar como algo inevitable. No  es tan extraño entender, que algunas de aquellas hijas, no solo no fueran amadas incondicionalmente, sino percibidas como una molestia, un obstáculo, una rival e incluso una proyección de aquello que ellas hubieran querido ser.


Se trata en la mayoría de los casos de mujeres muy narcisistas o infantilizadas, que nunca asumieron el rol de madre y que siguen filtrando el mundo a través de su necesidad y su deseo.  Otras, son mujeres amargadas, cuya vida no se parece en nada a lo que esperaban, profundamente infelices, que usan de chivo expiatorio a sus hijas proyectando en ellas el foco de su insatisfacción. Hay diferentes formas de madres tóxicas, pero todas incluyen la culpa, la manipulación, la crítica cruel, la humillación, la falta de empatía, el egocentrismo puro. Son madres que hacen saber a sus hijas que no están a la altura de lo que se espera de ellas, envidian sus éxitos, recelan su necesidad de independencia, rivalizan con ellas en un patológico escenario vital donde la víctima ni siquiera sabe que lo es.


La madre que no ama, despliega su toxicidad de diferentes formas, así nos encontramos con madres que envidian a sus hijas y tratan  de anularlas, madres que sobreprotegen y absorben excesivamente para tratar de evitar el sentimiento de culpa por no haber deseado tener ese hijo, madres centradas únicamente en “la fachada” que exigen a sus hijas que encajen en un molde que ellas mismas han diseñado para  exhibirse, madres que utilizan la enfermedad y el victimismo como principal estrategia de manipulación, madres dependientes que invierten los roles y hacen que sus hijas sean quienes se ocupen  de su bienestar físico y emocional y madres que, por desgracia, encajarían en varios de estos guiones de película de terror.

La mayoría de las niñas que han sido criadas por este tipo de mujeres no son capaces de entender que toda su inseguridad, falta de autoestima, necesidad de aprobación, autoexigencia brutal, dificultad para la intimidad emocional y vacío profundo, procede de la falta de amor primario. Asumir que tu propia madre no te quiso y no te quiere es uno de los procesos psicológicos y emocionales más difíciles de superar y con consecuencias devastadoras en todos los órdenes de la vida. A esta indefensión crónica hay que sumarle la incomprensión de los otros, una sociedad dispuesta a mirar para otro lado ante una realidad tan antinatural. Aquellas mujeres que fueron criadas por estas madres tóxicas llegan a dudar hasta de su propia salud mental porque a años de maltrato emocional, de tortura psicológica, hay que sumarle el silencio y la falta de apoyos.  Ya sabemos a día de hoy en base a los numerosos estudios que se han hecho, que la falta de amor parental crea estructuras psíquicas desorganizadas que afectan a muchas áreas de la personalidad. El rechazo y la falta de amor materno produce un estado crónico de avidez afectiva y un miedo patológico al abandono.

Durante su infancia tratará por todos los medios de ganarse la atención y la aprobación de su madre lo que derivará en una adulta que tratará por todos los medios de ganarse la atención y la aprobación del mundo. No se sentirá digna de ser querida, habrá aprendido que su valor está en lo que hace no en lo que es, la fragilidad y la inseguridad serán compañeras de viaje y, con frecuencia, pasará este perverso legado a sus hijos, cronificando así el círculo de la infelicidad y la dependencia.


Hay muchos ejemplos conocidos de personas que aunque han alcanzado éxitos sociales, laborales, económicos, y exponen al mundo una fachada impecable de éxito vital, son muertos vivientes poniendo toda su energía en llenar el abismo afectivo que llevan dentro; en nuestro día a día estamos rodeados de personas que tratan en vano de llenar ese vacío (que llamamos existencial, aunque realmente es afectivo) por los caminos más diversos, pero naufragando en lo personal con profundos sentimientos de vacío y soledad que produce la incapacidad para amar y ser amados.

Sin embargo hay salida. Es imprescindible decirles a esas mujeres, que la niña dañada que llevan dentro y parece dirigir su vida, puede ser sanada. Como psicóloga que acompaño a muchas de estas mujeres, no creo en el determinismo y abogo por la capacidad resiliente que habita en cada ser humano. Tenemos el don de la libertad y la capacidad intrínseca para tomar el control de nuestra propia vida. Para ello es necesario tomar conciencia y poner nombre a aquello que nos dañó por difícil y brutal que esto sea. Y es imprescindible hacer un duelo: despedirnos definitivamente de la madre que no tuvimos, que ya no vamos a tener y no seguir buscando con manotazos de ahogado maneras infructuosas de compensar ese oscuro hueco. Asumir sin culpa alguna que la madre no se elige y que venimos al mundo programados para amar a quien nos toque para maternarnos.  Tomar la decisión interna de poner distancia emocional y física de la mujer que no supo querernos y sobre todo, hacer  del intento de no traspasar la herida a nuestras hijas, un objetivo vital, una cruzada.


Olga Carmona
Artículo publicado en EL PAIS el 10 de octubre de 2016.
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Síndrome de la progenitora tóxica: ¿por qué mi madre no me quiere?

“No es fácil encontrar la felicidad en nosotros mismos, y no es posible encontrarla en ningún otro lugar”.  Agnes Repplier.

Es un tabú de nuestra sociedad aceptar que hay madres que no quieren a sus hijas, pero es más real y frecuente de lo que nos gustaría reconocer. Como todo aquello que nos resulta difícil de aceptar y digerir, tendemos a negarlo. Pero existen,  vemos a sus víctimas en consulta, peleando por llenar un agujero negro de infelicidad que arrastran desde la infancia y que en la mayoría de las ocasiones, ni siquiera es consciente, porque duele nombrarlo.

La madre tóxica es una mujer que ha llegado a la maternidad por caminos poco deseables, por convencionalismos, porque así estaba diseñado su guión de vida, porque eso es lo que de ellas se esperaba. Renegar de la maternidad o simplemente ejercer el derecho a no serlo, no era ni es algo aprobado por la sociedad. Aquellas mujeres que han decidido libre y abiertamente no ser madres han sido miradas con recelo y suspicacia por la mayoría de su entorno. Siempre. Incluso ahora. Hablamos de una minoría valiente y coherente que decidió por si misma cual era su voluntad y su camino. Muchas otras sin embargo, aceptaron  gestar , parir y criar como algo inevitable. No  es tan extraño entender, que algunas de aquellas hijas, no solo no fueran amadas incondicionalmente, sino percibidas como una molestia, un obstáculo, una rival e incluso una proyección de aquello que ellas hubieran querido ser.


Se trata en la mayoría de los casos de mujeres muy narcisistas o infantilizadas, que nunca asumieron el rol de madre y que siguen filtrando el mundo a través de su necesidad y su deseo.  Otras, son mujeres amargadas, cuya vida no se parece en nada a lo que esperaban, profundamente infelices, que usan de chivo expiatorio a sus hijas proyectando en ellas el foco de su insatisfacción. Hay diferentes formas de madres tóxicas, pero todas incluyen la culpa, la manipulación, la crítica cruel, la humillación, la falta de empatía, el egocentrismo puro. Son madres que hacen saber a sus hijas que no están a la altura de lo que se espera de ellas, envidian sus éxitos, recelan su necesidad de independencia, rivalizan con ellas en un patológico escenario vital donde la víctima ni siquiera sabe que lo es.


La madre que no ama, despliega su toxicidad de diferentes formas, así nos encontramos con madres que envidian a sus hijas y tratan  de anularlas, madres que sobreprotegen y absorben excesivamente para tratar de evitar el sentimiento de culpa por no haber deseado tener ese hijo, madres centradas únicamente en “la fachada” que exigen a sus hijas que encajen en un molde que ellas mismas han diseñado para  exhibirse, madres que utilizan la enfermedad y el victimismo como principal estrategia de manipulación, madres dependientes que invierten los roles y hacen que sus hijas sean quienes se ocupen  de su bienestar físico y emocional y madres que, por desgracia, encajarían en varios de estos guiones de película de terror.

La mayoría de las niñas que han sido criadas por este tipo de mujeres no son capaces de entender que toda su inseguridad, falta de autoestima, necesidad de aprobación, autoexigencia brutal, dificultad para la intimidad emocional y vacío profundo, procede de la falta de amor primario. Asumir que tu propia madre no te quiso y no te quiere es uno de los procesos psicológicos y emocionales más difíciles de superar y con consecuencias devastadoras en todos los órdenes de la vida. A esta indefensión crónica hay que sumarle la incomprensión de los otros, una sociedad dispuesta a mirar para otro lado ante una realidad tan antinatural. Aquellas mujeres que fueron criadas por estas madres tóxicas llegan a dudar hasta de su propia salud mental porque a años de maltrato emocional, de tortura psicológica, hay que sumarle el silencio y la falta de apoyos.  Ya sabemos a día de hoy en base a los numerosos estudios que se han hecho, que la falta de amor parental crea estructuras psíquicas desorganizadas que afectan a muchas áreas de la personalidad. El rechazo y la falta de amor materno produce un estado crónico de avidez afectiva y un miedo patológico al abandono.

Durante su infancia tratará por todos los medios de ganarse la atención y la aprobación de su madre lo que derivará en una adulta que tratará por todos los medios de ganarse la atención y la aprobación del mundo. No se sentirá digna de ser querida, habrá aprendido que su valor está en lo que hace no en lo que es, la fragilidad y la inseguridad serán compañeras de viaje y, con frecuencia, pasará este perverso legado a sus hijos, cronificando así el círculo de la infelicidad y la dependencia.


Hay muchos ejemplos conocidos de personas que aunque han alcanzado éxitos sociales, laborales, económicos, y exponen al mundo una fachada impecable de éxito vital, son muertos vivientes poniendo toda su energía en llenar el abismo afectivo que llevan dentro; en nuestro día a día estamos rodeados de personas que tratan en vano de llenar ese vacío (que llamamos existencial, aunque realmente es afectivo) por los caminos más diversos, pero naufragando en lo personal con profundos sentimientos de vacío y soledad que produce la incapacidad para amar y ser amados.

Sin embargo hay salida. Es imprescindible decirles a esas mujeres, que la niña dañada que llevan dentro y parece dirigir su vida, puede ser sanada. Como psicóloga que acompaño a muchas de estas mujeres, no creo en el determinismo y abogo por la capacidad resiliente que habita en cada ser humano. Tenemos el don de la libertad y la capacidad intrínseca para tomar el control de nuestra propia vida. Para ello es necesario tomar conciencia y poner nombre a aquello que nos dañó por difícil y brutal que esto sea. Y es imprescindible hacer un duelo: despedirnos definitivamente de la madre que no tuvimos, que ya no vamos a tener y no seguir buscando con manotazos de ahogado maneras infructuosas de compensar ese oscuro hueco. Asumir sin culpa alguna que la madre no se elige y que venimos al mundo programados para amar a quien nos toque para maternarnos.  Tomar la decisión interna de poner distancia emocional y física de la mujer que no supo querernos y sobre todo, hacer  del intento de no traspasar la herida a nuestras hijas, un objetivo vital, una cruzada.


Olga Carmona
Artículo publicado en EL PAIS el 10 de octubre de 2016.
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El largo viaje de la paternidad

El siguiente articulo fue publicado originalmente en la revista 
«Crecer en Familia» Nº 28 de Marzo/Abril 2014
Ver ficha de la revista AQUI

Tu sonrisa se hizo el pan con dulce de mis

mañanas. Todavía no sé nombrar este

amor que me desarma. Cuando te veo

así, panzón y filibustero, lo único que me

importa, ahora sí, es llegar a viejo.


Iván Noble “Bienvenito”



Serían cerca de las cinco de la tarde, de un día cualquiera del año pasado. Me recuerdo caminando sereno por los patios del colegio, como cada día, con la intención de recoger a mis hijos en sus respectivas aulas. 

Al acercarme a la clase de mi hija, observé a un hombre charlar con la maestra.
Sostenía la manita de una niña de unos 4 años. Un padre, una profe, sonrisas, complicidad, un hasta mañana. Una escena cada vez más habitual en la salida y entrada del colegio de mis hijos.

Somos muchos –quizá todavía en franca minoría-, los que entre padres, madres y cuidadoras llevamos y recogemos a nuestros niños y niñas en los coles. Una escena no tan frecuente, sin ir más lejos, diez años atrás; me saludan, intercambiamos una sonrisa y la complicidad de sabernos parte de una generación que, por lo menos, está intentando hacer las cosas diferentes en relación a
nuestra presencia en la educación de nuestros hijos. Y aunque no conozco sus nombres, a veces en un traje o en su ropa, a veces en la prisa o tal vez en los papeles que sueltan en el coche, intuyo sus profesiones, sus vidas y sus preocupaciones. Probablemente porque nos parecemos mucho; quizá porque las suyas no estén tan lejos de las mías. O, ¿tal vez sí?

¿QUÉ PASA CON LOS PADRES?


¿Qué está sucediendo con los hombres y, en particular, con aquellos que son padres en este principio de siglo, este comienzo de década? De pronto vemos padres en los parques, en los coles, en los festivales de los niños o en los cines. A algunos afortunados nos piden que escribamos libros sobre ello y nos llaman para dar conferencias sobre «nuevas paternidades». Las redes sociales, otrora copadas por madres y blogs de maternidad, ya se dejan teñir de testimonios de padres reclamando un lugar, un espacio desde donde aportar nuestra visión, nuestro sentir, nuestra presencia.

Desde mi punto de vista, es un hecho que algo ha cambiado en cuanto al rol del padre en el sistema familiar. Tanto en lo que tiene que ver con la pareja, como con lo que tiene que ver con la crianza y la educación. La corresponsabilidad empieza a ser un hecho y un grito desesperado desde muchas familias a toda la sociedad. No son la sociedad ni el sistema los que han llamado la atención de los hombres para redefinir su rol. 

Ha sido exactamente al revés: son algunos sistemas familiares los que se empeñan en ofrecer modelos diferentes de gestión a toda la sociedad. Padres con jornadas reducidas o excedencias para cuidar de sus hijos, padres corresponsabilizados en lo doméstico y en el ocio, padres más presentes, padres conectados con lo más esencial de la paternidad: su enorme carga emocional. 

Y aquí viene la mala noticia. ¿Está realmente tan extendido este modelo de padre presente y consciente como parece? Honestamente, no lo creo. 

Porque como digo, la paternidad es un proceso profundamente emocional y los hombres no vamos sobrados de este tipo de conciencia.

En cierta ocasión le pregunté a un alumno de uno de mis cursos que «cómo se llevaba» con su «mundo emocional» y me contestó preguntándome: «¿Qué es eso? ¿A qué te refieres». Y no. No era una broma, tal como pensó el resto del aula. Realmente no sabía de lo que le hablaba. Quizá sea éste un ejemplo radical, sin embargo sirve para ilustrar el punto de partida de los hombres de cara a un nuevo rol familiar y social. Un rol de sostén emocional del sistema familiar, de conexión y de presencia con la pareja y los hijos, para el que no sólo no hemos sido educados, sino que probablemente existan todo tipo de resistencias para que se desarrolle.

Desde mi punto de vista, los hombres apenas nos permitimos sentir. Cuando ni siquiera le podemos poner nombre a lo que sentimos… ¿Cómo digerir y manejar la paternidad? ¿Qué nos queda cuando la paternidad no consigue pasar por las emociones y el sentir? Nos quedan la cabeza y las razones. Nos queda un discurso aprendido, y nos quedan los escondites donde encontrarnos con otros hombres como nosotros, resultado de todo un modelo de educación. Nos queda el fútbol, la política y nuestros trabajos. Nos queda un viejo y ancestral rol, profundamente desigualitario hacia nuestras parejas, vergonzoso en lo que a la educación de los hijos se refiere, puesto al servicio de perpetuar un sistema intolerante, injusto y muy poco solidario. Creo que ése es un rol que necesitamos descartar para construir una sociedad diferente, donde los hombres padres podamos ser (también) el referente emocional de nuestros/as hijos/as, ese referente emocional y masculino que por cierto, nosotros no tuvimos.

PADRES EN LOS PARQUES


El progresivo cambio cultural es incipiente pero, en relación a nuestros padres, parece que el avance es claro. Estamos viviendo un tipo de padre que algunos llaman moderno, un padre del que se hacen eco las campañas publicitarias, un padre algo más corresponsable, más logístico si cabe el término, más cogestor, junto a su pareja, de todo el entramado familiar. Como decíamos, vamos viendo cada vez más padres recogiendo niños en las escuelas, asistiendo a las reuniones y las tutorías. Ya casi no conozco padres que a día de hoy no cambien pañales, o no den biberones si es el caso, acompañen la lactancia materna o les acuesten y les lean un cuento. Y, ¿antes del nacimiento…? En mi experiencia, todavía vemos pocos padres en las ecografías, en el acompañamiento del embarazo, implicados en «su barriga» desde el predictor, en los cursos de preparación… Muy pocos.

El año pasado, en el congreso Nacer del agua, me abordó un chaval muy joven en el café. Me felicitó por la conferencia y me dijo que estaba inquieto, preocupado: esperaba su primer hijo, no tenía ni idea de qué tenía que hacer, de cómo iba a ser todo cuando el niño naciera y «no quería equivocarse».

Me llamó la atención que no fuese consciente de que YA estaba haciendo mucho. Mucho más de lo que muchos padres de hoy fuimos capaces de hacer. Ese chico estaba en un congreso sobre parto en el agua, método canguro, padres y emociones, sostenimiento de la madre. 

Estaba simplemente siendo padre… aún cuando su bebé no había nacido. Estaba haciéndose cargo, compartiendo las implicaciones de una barriga que portaba su pareja y donde ya crecía su hijo. Por eso, en ocasiones, defendemos que uno empieza a ser padre desde el mismo deseo de serlo. Implicándose y participando de todas las etapas del proceso. Resulta a todas luces mucho más sencillo, y hace falta menos recorrido de reeducación personal, cuando el punto de partida de la pater/maternidad es compartido por ambos miembros de la pareja.

LAS MUJERES Y NUESTRO CAMBIO


Parte de lo que ha sucedido con el rol tradicional de hombre proveedor de recursos es que la mujer está diciendo basta. Una parte de la conciencia de cambio de muchos de nosotros, tenemos que agradecérselo a un tipo de mujer inconformista que no se resigna a vivir la maternidad en solitario sumándole, en pleno puerperio, la exigencia social de ser la mejor de las profesionales del mundo laboral. En este marco de pretendida igualdad, nuestras parejas se han hastiado de esperarnos. 

Unas están cansadas de esperar a ver si nos quitamos el disfraz de Peter Pan y por fin crecemos, otras ya se han dado cuenta de que el disfraz se convirtió en piel y que el crecimiento no llegará. De pronto recuerdo aquel padre en la puerta del aula de mi hija. Cuando llegué donde estaban padre y maestra llegué a escuchar una parte del final de la conversación. 

Él decía: «Se lo digo, se lo digo…. Ya hablo yo con ella. Es que esos temas los lleva ella, ¿sabes? Yo ni idea… Se lo digo, sí… Se lo digo. Gracias. Hasta mañana».

Siempre me quedará la duda de si la profe hablaba de la ropa o el pelo, de las tareas o de las extraescolares, de la autoestima o del sueño de su hija, del niñito que le gusta o de la amiga que la despreció en el patio, de los piojos o de la fiebre y el paracetamol… Nunca lo sabré. Pero sí tengo claro que ningún tema relacionado con tu hijo o hija, es un «tema de ella».

Cualquier tema es también un tema de «nosotros dos»: de las mujeres madres y de los hombres padres. Aquella escena de conversación cotidiana con la maestra, cada vez más habitual, es sólo el principio de un largo viaje. Un viaje de reconexión con nuestras emociones, con nuestro sentir. Un viaje que no es sencillo para muchos de nosotros, difícil y tortuoso por momentos, y en el que todavía no está la mayoría. Un viaje con pesadas maletas que fueron preparadas por otros y nosotros tomamos como propias.

Así las cosas, caminamos muchas veces solos, con mochilas que ya no nos sirven, con prisas, llenos de dudas e incertidumbre. Somos esos que, a veces, nos cruzamos en el patio de un colegio. Nos saludamos, sonreímos, no sabemos nuestros nombres… pero intuimos que somos parte de la solución, que estamos siendo parte de la última e incipiente revolución social.

La revolución de los padres que, junto con las madres, no sólo proveen, abastecen, deciden y dirigen. Los padres que se sientan, observan, sienten, quieren y disfrutan; se ocupan, se hablan, se equivocan, se alegran, se quedan.

_________________________________________________________

Testimonios…

FREDI PAVÓN, 43 AÑOS, ARTES GRÁFICAS. PADRE DE MAEL (23 MESES)
«No quiero perderme nada»

«Desde hace casi dos años soy padre, y deseo acompañar a Mael y a su mamá en todo momento. No debí ser ignorado en las visitas al ginecólogo (con una simple mirada de los profesionales me habría conformado) y mucho menos ahora en el pediatra. Quise asistir al curso de preparación al parto (y casi no lo consigo pues a la matrona “no le parecía bien que asistiéramos los papas”), por supuesto al parto (casi me lo pierdo, me sacaron del paritorio sin motivo y mi pareja tuvo que decir que “si no me llamaban, no empujaba”). No quiero perderme nada. Intento disfrutar al máximo del tiempo que estoy con él, cada baño, cada cambio de pañal, cada noche sin dormir, gritos, llantos, canciones, risas, carcajadas, juegos. Todo.»
ÁLEX MUÑOZ, 43 AÑOS, SANITARIO. PADRE DE ÁLVARO (6 AÑOS) Y GAEL (3 AÑOS)
«Necesitaba estar cerca de ellos»

«Mi papel era fundamental: necesitaba estar cerca de ellos. La figura paternal en esos momentos es un colchón para que la sincronía madre-hijo funcione. Había que proveer logísticamente la
madriguera, cocinar, vestir, lavar, filtrar visitas para garantizar el descanso de ellos dos y estar presente pero sin agobiar. En definitiva, disfrutar del espectáculo de verlos tranquilos. (…) Estábamos criando a nuestro hijo de manera distinta a la de nuestro entorno, y lo mantuvimos, haciendo caso a nuestro corazón. A pesar de los momentos duros que tuvimos que vivir, seguíamos confiando en nuestras sensaciones, y a día de hoy me siento orgulloso de cómo lo hicimos.»
________________________________________________________
Texto: ALEJANDRO BUSTO CASTELLI es psicólogo, coautor del libro “Una nueva paternidad” y Director de Psicologia CEIBE



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El largo viaje de la paternidad

El siguiente articulo fue publicado originalmente en la revista 
«Crecer en Familia» Nº 28 de Marzo/Abril 2014
Ver ficha de la revista AQUI

Tu sonrisa se hizo el pan con dulce de mis

mañanas. Todavía no sé nombrar este

amor que me desarma. Cuando te veo

así, panzón y filibustero, lo único que me

importa, ahora sí, es llegar a viejo.


Iván Noble “Bienvenito”



Serían cerca de las cinco de la tarde, de un día cualquiera del año pasado. Me recuerdo caminando sereno por los patios del colegio, como cada día, con la intención de recoger a mis hijos en sus respectivas aulas. 

Al acercarme a la clase de mi hija, observé a un hombre charlar con la maestra.
Sostenía la manita de una niña de unos 4 años. Un padre, una profe, sonrisas, complicidad, un hasta mañana. Una escena cada vez más habitual en la salida y entrada del colegio de mis hijos.

Somos muchos –quizá todavía en franca minoría-, los que entre padres, madres y cuidadoras llevamos y recogemos a nuestros niños y niñas en los coles. Una escena no tan frecuente, sin ir más lejos, diez años atrás; me saludan, intercambiamos una sonrisa y la complicidad de sabernos parte de una generación que, por lo menos, está intentando hacer las cosas diferentes en relación a
nuestra presencia en la educación de nuestros hijos. Y aunque no conozco sus nombres, a veces en un traje o en su ropa, a veces en la prisa o tal vez en los papeles que sueltan en el coche, intuyo sus profesiones, sus vidas y sus preocupaciones. Probablemente porque nos parecemos mucho; quizá porque las suyas no estén tan lejos de las mías. O, ¿tal vez sí?

¿QUÉ PASA CON LOS PADRES?


¿Qué está sucediendo con los hombres y, en particular, con aquellos que son padres en este principio de siglo, este comienzo de década? De pronto vemos padres en los parques, en los coles, en los festivales de los niños o en los cines. A algunos afortunados nos piden que escribamos libros sobre ello y nos llaman para dar conferencias sobre «nuevas paternidades». Las redes sociales, otrora copadas por madres y blogs de maternidad, ya se dejan teñir de testimonios de padres reclamando un lugar, un espacio desde donde aportar nuestra visión, nuestro sentir, nuestra presencia.

Desde mi punto de vista, es un hecho que algo ha cambiado en cuanto al rol del padre en el sistema familiar. Tanto en lo que tiene que ver con la pareja, como con lo que tiene que ver con la crianza y la educación. La corresponsabilidad empieza a ser un hecho y un grito desesperado desde muchas familias a toda la sociedad. No son la sociedad ni el sistema los que han llamado la atención de los hombres para redefinir su rol. 

Ha sido exactamente al revés: son algunos sistemas familiares los que se empeñan en ofrecer modelos diferentes de gestión a toda la sociedad. Padres con jornadas reducidas o excedencias para cuidar de sus hijos, padres corresponsabilizados en lo doméstico y en el ocio, padres más presentes, padres conectados con lo más esencial de la paternidad: su enorme carga emocional. 

Y aquí viene la mala noticia. ¿Está realmente tan extendido este modelo de padre presente y consciente como parece? Honestamente, no lo creo. 

Porque como digo, la paternidad es un proceso profundamente emocional y los hombres no vamos sobrados de este tipo de conciencia.

En cierta ocasión le pregunté a un alumno de uno de mis cursos que «cómo se llevaba» con su «mundo emocional» y me contestó preguntándome: «¿Qué es eso? ¿A qué te refieres». Y no. No era una broma, tal como pensó el resto del aula. Realmente no sabía de lo que le hablaba. Quizá sea éste un ejemplo radical, sin embargo sirve para ilustrar el punto de partida de los hombres de cara a un nuevo rol familiar y social. Un rol de sostén emocional del sistema familiar, de conexión y de presencia con la pareja y los hijos, para el que no sólo no hemos sido educados, sino que probablemente existan todo tipo de resistencias para que se desarrolle.

Desde mi punto de vista, los hombres apenas nos permitimos sentir. Cuando ni siquiera le podemos poner nombre a lo que sentimos… ¿Cómo digerir y manejar la paternidad? ¿Qué nos queda cuando la paternidad no consigue pasar por las emociones y el sentir? Nos quedan la cabeza y las razones. Nos queda un discurso aprendido, y nos quedan los escondites donde encontrarnos con otros hombres como nosotros, resultado de todo un modelo de educación. Nos queda el fútbol, la política y nuestros trabajos. Nos queda un viejo y ancestral rol, profundamente desigualitario hacia nuestras parejas, vergonzoso en lo que a la educación de los hijos se refiere, puesto al servicio de perpetuar un sistema intolerante, injusto y muy poco solidario. Creo que ése es un rol que necesitamos descartar para construir una sociedad diferente, donde los hombres padres podamos ser (también) el referente emocional de nuestros/as hijos/as, ese referente emocional y masculino que por cierto, nosotros no tuvimos.

PADRES EN LOS PARQUES


El progresivo cambio cultural es incipiente pero, en relación a nuestros padres, parece que el avance es claro. Estamos viviendo un tipo de padre que algunos llaman moderno, un padre del que se hacen eco las campañas publicitarias, un padre algo más corresponsable, más logístico si cabe el término, más cogestor, junto a su pareja, de todo el entramado familiar. Como decíamos, vamos viendo cada vez más padres recogiendo niños en las escuelas, asistiendo a las reuniones y las tutorías. Ya casi no conozco padres que a día de hoy no cambien pañales, o no den biberones si es el caso, acompañen la lactancia materna o les acuesten y les lean un cuento. Y, ¿antes del nacimiento…? En mi experiencia, todavía vemos pocos padres en las ecografías, en el acompañamiento del embarazo, implicados en «su barriga» desde el predictor, en los cursos de preparación… Muy pocos.

El año pasado, en el congreso Nacer del agua, me abordó un chaval muy joven en el café. Me felicitó por la conferencia y me dijo que estaba inquieto, preocupado: esperaba su primer hijo, no tenía ni idea de qué tenía que hacer, de cómo iba a ser todo cuando el niño naciera y «no quería equivocarse».

Me llamó la atención que no fuese consciente de que YA estaba haciendo mucho. Mucho más de lo que muchos padres de hoy fuimos capaces de hacer. Ese chico estaba en un congreso sobre parto en el agua, método canguro, padres y emociones, sostenimiento de la madre. 

Estaba simplemente siendo padre… aún cuando su bebé no había nacido. Estaba haciéndose cargo, compartiendo las implicaciones de una barriga que portaba su pareja y donde ya crecía su hijo. Por eso, en ocasiones, defendemos que uno empieza a ser padre desde el mismo deseo de serlo. Implicándose y participando de todas las etapas del proceso. Resulta a todas luces mucho más sencillo, y hace falta menos recorrido de reeducación personal, cuando el punto de partida de la pater/maternidad es compartido por ambos miembros de la pareja.

LAS MUJERES Y NUESTRO CAMBIO


Parte de lo que ha sucedido con el rol tradicional de hombre proveedor de recursos es que la mujer está diciendo basta. Una parte de la conciencia de cambio de muchos de nosotros, tenemos que agradecérselo a un tipo de mujer inconformista que no se resigna a vivir la maternidad en solitario sumándole, en pleno puerperio, la exigencia social de ser la mejor de las profesionales del mundo laboral. En este marco de pretendida igualdad, nuestras parejas se han hastiado de esperarnos. 

Unas están cansadas de esperar a ver si nos quitamos el disfraz de Peter Pan y por fin crecemos, otras ya se han dado cuenta de que el disfraz se convirtió en piel y que el crecimiento no llegará. De pronto recuerdo aquel padre en la puerta del aula de mi hija. Cuando llegué donde estaban padre y maestra llegué a escuchar una parte del final de la conversación. 

Él decía: «Se lo digo, se lo digo…. Ya hablo yo con ella. Es que esos temas los lleva ella, ¿sabes? Yo ni idea… Se lo digo, sí… Se lo digo. Gracias. Hasta mañana».

Siempre me quedará la duda de si la profe hablaba de la ropa o el pelo, de las tareas o de las extraescolares, de la autoestima o del sueño de su hija, del niñito que le gusta o de la amiga que la despreció en el patio, de los piojos o de la fiebre y el paracetamol… Nunca lo sabré. Pero sí tengo claro que ningún tema relacionado con tu hijo o hija, es un «tema de ella».

Cualquier tema es también un tema de «nosotros dos»: de las mujeres madres y de los hombres padres. Aquella escena de conversación cotidiana con la maestra, cada vez más habitual, es sólo el principio de un largo viaje. Un viaje de reconexión con nuestras emociones, con nuestro sentir. Un viaje que no es sencillo para muchos de nosotros, difícil y tortuoso por momentos, y en el que todavía no está la mayoría. Un viaje con pesadas maletas que fueron preparadas por otros y nosotros tomamos como propias.

Así las cosas, caminamos muchas veces solos, con mochilas que ya no nos sirven, con prisas, llenos de dudas e incertidumbre. Somos esos que, a veces, nos cruzamos en el patio de un colegio. Nos saludamos, sonreímos, no sabemos nuestros nombres… pero intuimos que somos parte de la solución, que estamos siendo parte de la última e incipiente revolución social.

La revolución de los padres que, junto con las madres, no sólo proveen, abastecen, deciden y dirigen. Los padres que se sientan, observan, sienten, quieren y disfrutan; se ocupan, se hablan, se equivocan, se alegran, se quedan.

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Testimonios…

FREDI PAVÓN, 43 AÑOS, ARTES GRÁFICAS. PADRE DE MAEL (23 MESES)
«No quiero perderme nada»

«Desde hace casi dos años soy padre, y deseo acompañar a Mael y a su mamá en todo momento. No debí ser ignorado en las visitas al ginecólogo (con una simple mirada de los profesionales me habría conformado) y mucho menos ahora en el pediatra. Quise asistir al curso de preparación al parto (y casi no lo consigo pues a la matrona “no le parecía bien que asistiéramos los papas”), por supuesto al parto (casi me lo pierdo, me sacaron del paritorio sin motivo y mi pareja tuvo que decir que “si no me llamaban, no empujaba”). No quiero perderme nada. Intento disfrutar al máximo del tiempo que estoy con él, cada baño, cada cambio de pañal, cada noche sin dormir, gritos, llantos, canciones, risas, carcajadas, juegos. Todo.»
ÁLEX MUÑOZ, 43 AÑOS, SANITARIO. PADRE DE ÁLVARO (6 AÑOS) Y GAEL (3 AÑOS)
«Necesitaba estar cerca de ellos»

«Mi papel era fundamental: necesitaba estar cerca de ellos. La figura paternal en esos momentos es un colchón para que la sincronía madre-hijo funcione. Había que proveer logísticamente la
madriguera, cocinar, vestir, lavar, filtrar visitas para garantizar el descanso de ellos dos y estar presente pero sin agobiar. En definitiva, disfrutar del espectáculo de verlos tranquilos. (…) Estábamos criando a nuestro hijo de manera distinta a la de nuestro entorno, y lo mantuvimos, haciendo caso a nuestro corazón. A pesar de los momentos duros que tuvimos que vivir, seguíamos confiando en nuestras sensaciones, y a día de hoy me siento orgulloso de cómo lo hicimos.»
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Texto: ALEJANDRO BUSTO CASTELLI es psicólogo, coautor del libro “Una nueva paternidad” y Director de Psicologia CEIBE



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Seamos más lesbianas

Seamos más lesbianas.

Es mi propuesta inspirada por las idas y venidas de celebrar, conmemorar, señalar y cómo o como no, el día de la mujer trabajadora, lo que a mi juicio es una redundancia insultante. 
Mujer y trabajadora son sinónimos, aunque no aparezca así en el diccionario. Lo son, en todas las culturas y en todos los tiempos. Y además de eso, tenemos todo en común. Estoy más que convencida de que el machismo ha calado aprovechando las grietas, inmensas, entre nosotras: la otra está gorda o demasiado delgada, es ligera de cascos, se arregla mucho, se arregla poco, es mala madre,  no se cuida, calienta pollas, putón… la otra es una amenaza a la que hay que vigilar no sea que quiera quitarnos al macho de turno, la otra

La otra es una figura en sí misma con significado y personalidad propia.

Y mientras no entendamos que la otra no existe, porque la otra soy yo, con malestares de regla, con contradicciones, con inseguridad, con una autoestima de mierda, tratando de quererse y de crecer un poco, entonces, seguimos profundizando una grieta por donde caben todos los machismos del mundo.

Seamos más lesbianas. Propongo una mirada empática y amable hacia nosotras, las mujeres. Una mirada en la que seamos capaces de reconocernos en lugar de aislarnos, una mirada cómplice y respetuosa.

Propongo que eduquemos a nuestras hijas en el respeto hacia la amiga, no en la crítica. Que sean capaces de construirse un mundo lleno de mujeres red, mujeres fuertes, mujeres protagonistas de su propia historia.

Seamos más lesbianas. 

Olga Carmona

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Seamos más lesbianas

Seamos más lesbianas.

Es mi propuesta inspirada por las idas y venidas de celebrar, conmemorar, señalar y cómo o como no, el día de la mujer trabajadora, lo que a mi juicio es una redundancia insultante. 
Mujer y trabajadora son sinónimos, aunque no aparezca así en el diccionario. Lo son, en todas las culturas y en todos los tiempos. Y además de eso, tenemos todo en común. Estoy más que convencida de que el machismo ha calado aprovechando las grietas, inmensas, entre nosotras: la otra está gorda o demasiado delgada, es ligera de cascos, se arregla mucho, se arregla poco, es mala madre,  no se cuida, calienta pollas, putón… la otra es una amenaza a la que hay que vigilar no sea que quiera quitarnos al macho de turno, la otra

La otra es una figura en sí misma con significado y personalidad propia.

Y mientras no entendamos que la otra no existe, porque la otra soy yo, con malestares de regla, con contradicciones, con inseguridad, con una autoestima de mierda, tratando de quererse y de crecer un poco, entonces, seguimos profundizando una grieta por donde caben todos los machismos del mundo.

Seamos más lesbianas. Propongo una mirada empática y amable hacia nosotras, las mujeres. Una mirada en la que seamos capaces de reconocernos en lugar de aislarnos, una mirada cómplice y respetuosa.

Propongo que eduquemos a nuestras hijas en el respeto hacia la amiga, no en la crítica. Que sean capaces de construirse un mundo lleno de mujeres red, mujeres fuertes, mujeres protagonistas de su propia historia.

Seamos más lesbianas. 

Olga Carmona

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En defensa de la maternidad

No fui una de esas niñas que juegan con bebés y se van entrenando. 
Nunca me pronuncié sobre el número de hijos que iba a tener ni cuáles serían sus nombres.  Eso era algo que se me antojaba extremadamente lejano y también ajeno. A mi me interesaban mis amigas y más tarde mis novios, y millones de causas sociales, y la literatura … siempre hice de la independencia mi hoja de ruta.

Viví en cada momento lo que me apeteció, dentro los límites que la vida impone. Llevé mi carrera hasta donde quise, me licencié, hice un par de masters del universo, viví sola, viví en piso compartido y también en pareja.  Leí, viajé, mucho y muy intensamente.

Mi deseo de ser madre vino de la mano del deseo de ese padre y así me entregué a ella, sin reservas, sin referentes, sin ideas preconcebidas , para descubrir una dimensión de la realidad inundada de sensaciones, emociones y aprendizajes que de ninguna otra manera hubiera descubierto.

Me hastían y hasta cabrean las féminas intelectualoides  que no dudan en asociar maternidad con simpleza, con estancamiento y hasta con embrutecimiento. No las culpo, la sociedad entera comparte el estereotipo y nos relega a lo menos productivo, a lo más básico de todo lo que puede llegar a conseguir una mujer.

Y les doy parte de la razón: LO MÁS BÁSICO, entendiendo básico como imprescindible, esencial , neurálgico, original, sustancial, vital, que es como lo define el diccionario, ergo, como base desde la cual todo se construye, como enorme útero de lo personal y lo social donde se gesta lo mejor y lo peor de un ser humano.
Quien no sabe, quien no conoce, tira por atajos cognitivos. Los estereotipos no son otra cosa, ahorros mentales que nos hacen creer que llegamos a una verdad verdadera con dos o tres elementos.

Señoras, soy una mujer inteligente, sin falsa modestia por reconocerlo, con una trayectoria vital compleja, repleta de experiencias de todo tipo que me hace confesar, como Neruda, que he vivido. 
La maternidad me ha supuesto un trampolín intelectual, un nutritivo alimento para crecer, unas gafas para ver un mundo mil veces más coloreado y extenso, una lucidez exquisita para distinguir entre lo accesorio y lo esencial, un mayor y más profundo conocimiento de la condición humana, me ha vuelto más empática, más solidaria, más generosa, más sabia, mejor persona mil veces. 
Me ha hecho conocer y sentir una dimensión desconocida del amor, al alcance sólo de quienes somos madres y me ha aportado un imprescindible sentido de vida, donde no cabe el vacío ni el aburrimiento existencial. Me importa un bledo de dónde venimos y a dónde vamos, siempre que mis hijos formen parte del viaje y yo sea esa espectadora vip de sus vidas.

Háganme un favor, no hablen de lo que no conocen. No caigan en esa lamentable demostración de ignorancia. La maternidad no embrutece ni relega, no es sacrificio ni dolor, no nos condena a dejar de ser mujeres, ni limita nuestra proyección social. La maternidad nos agranda en nuestra condición de mujeres, nos expande, nos enriquece, nos conecta con la vida como dadoras de ella que somos y nos convierte en alguien esencial y para siempre en la vida de otro. Incluso para aquellas que denigran la maternidad como si de algo castrante se tratara, la huella de sus madres vive en ellas y seguramente ahí encontrarían la respuesta a esa manera tan simplista de abrazar un estereotipo.

Olga Carmona

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En defensa de la maternidad

No fui una de esas niñas que juegan con bebés y se van entrenando. 
Nunca me pronuncié sobre el número de hijos que iba a tener ni cuáles serían sus nombres.  Eso era algo que se me antojaba extremadamente lejano y también ajeno. A mi me interesaban mis amigas y más tarde mis novios, y millones de causas sociales, y la literatura … siempre hice de la independencia mi hoja de ruta.

Viví en cada momento lo que me apeteció, dentro los límites que la vida impone. Llevé mi carrera hasta donde quise, me licencié, hice un par de masters del universo, viví sola, viví en piso compartido y también en pareja.  Leí, viajé, mucho y muy intensamente.

Mi deseo de ser madre vino de la mano del deseo de ese padre y así me entregué a ella, sin reservas, sin referentes, sin ideas preconcebidas , para descubrir una dimensión de la realidad inundada de sensaciones, emociones y aprendizajes que de ninguna otra manera hubiera descubierto.

Me hastían y hasta cabrean las féminas intelectualoides  que no dudan en asociar maternidad con simpleza, con estancamiento y hasta con embrutecimiento. No las culpo, la sociedad entera comparte el estereotipo y nos relega a lo menos productivo, a lo más básico de todo lo que puede llegar a conseguir una mujer.

Y les doy parte de la razón: LO MÁS BÁSICO, entendiendo básico como imprescindible, esencial , neurálgico, original, sustancial, vital, que es como lo define el diccionario, ergo, como base desde la cual todo se construye, como enorme útero de lo personal y lo social donde se gesta lo mejor y lo peor de un ser humano.
Quien no sabe, quien no conoce, tira por atajos cognitivos. Los estereotipos no son otra cosa, ahorros mentales que nos hacen creer que llegamos a una verdad verdadera con dos o tres elementos.

Señoras, soy una mujer inteligente, sin falsa modestia por reconocerlo, con una trayectoria vital compleja, repleta de experiencias de todo tipo que me hace confesar, como Neruda, que he vivido. 
La maternidad me ha supuesto un trampolín intelectual, un nutritivo alimento para crecer, unas gafas para ver un mundo mil veces más coloreado y extenso, una lucidez exquisita para distinguir entre lo accesorio y lo esencial, un mayor y más profundo conocimiento de la condición humana, me ha vuelto más empática, más solidaria, más generosa, más sabia, mejor persona mil veces. 
Me ha hecho conocer y sentir una dimensión desconocida del amor, al alcance sólo de quienes somos madres y me ha aportado un imprescindible sentido de vida, donde no cabe el vacío ni el aburrimiento existencial. Me importa un bledo de dónde venimos y a dónde vamos, siempre que mis hijos formen parte del viaje y yo sea esa espectadora vip de sus vidas.

Háganme un favor, no hablen de lo que no conocen. No caigan en esa lamentable demostración de ignorancia. La maternidad no embrutece ni relega, no es sacrificio ni dolor, no nos condena a dejar de ser mujeres, ni limita nuestra proyección social. La maternidad nos agranda en nuestra condición de mujeres, nos expande, nos enriquece, nos conecta con la vida como dadoras de ella que somos y nos convierte en alguien esencial y para siempre en la vida de otro. Incluso para aquellas que denigran la maternidad como si de algo castrante se tratara, la huella de sus madres vive en ellas y seguramente ahí encontrarían la respuesta a esa manera tan simplista de abrazar un estereotipo.

Olga Carmona

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El niñito que quería pescar

* por Olga Carmona

«…Y el mundo está lleno de seres infelices, muertos vivientes que oscurecen  a quienes tienen cerca, incapaces de dar valor a lo bueno y aprovechar lo malo para aprender, personas a las que la vida les queda grande, como un regalo que no saben qué hacer con él….»
 

Tenía unos cuatro años  y quería pescar.

Estábamos en un río cristalino, fresco, en un paraje maravilloso de algún recóndito lugar de la sierra abulense.

La madre, mal encarada desde el principio, desde que llegó con sus dos pequeños, flacos, con caritas tristes, inhibidos para no enfadarla, para que no se desatara el monstruo que se intuía su rostro  y que ellos debían conocer mejor que a sí mismos.

El mayor, unos 6 años, de conducta intachable: no gritaba, no jugaba, estudiando cada uno de sus movimientos para no enfadar a mamá.

Pero el pequeño quería pescar. Y tras muchas horas esperando la  oportunidad de poder hacerlo, puesto que en su pequeño universo  las condiciones estaban dadas, empezó a verbalizar insistentemente que él quería pescar. Se empezaba a poner el sol y el niñito triste intuía sabiamente que se le llevarían de la mano, casi a rastras, sin darle explicación ni consuelo alguno.

Y entonces empezó a demandar: “es que yo quiero pescar”…

El monstruo que habitaba el alma de su madre encontró terreno abonado y emergió: “me tienes harta, no te soporto, eres horriblemente pesado, si  lo vuelves a decir no saldrás de casa mañana”,…

Pero el monstruo, una vez desatado, no se conforma con palabras:  le zarandeó, le pegó un azote en el culo y le obligó a sentarse en silencio… “Hago todo por ti y tu no agradeces nada”, “me paso la vida sacrificándome por vosotros y no reconocéis nada”, “no vas a pescar, ni hoy ni nunca, por pesado”.

Sentado en una piedra,  las lágrimas corriéndole por su pequeña carita, mirando hacía el agua del río dijo bajito:   …“yo quiero pescar”.

Mi hija de 6 años, testigo sereno de la tristeza del niño, se giró hacia a mí y me espetó: “¿qué le pasa a esa madre”?

Y la pregunta me retumba desde entonces tratando de entender, sin juicios, sin caer en simplismos reduccionistas y planos  sobre el bien y el mal, qué lleva a una madre a tratar con ese sadismo cotidiano y conocido a su propia cría.

Y, aún a riesgo de equivocarme, creo tener alguna respuesta: lo que yo vi, más allá de lo evidente,  fue a un  ser humano profundamente infeliz. Lo llevaba tatuado en el gesto, en el cuerpo, en la mirada.  Yo sé bien, que  ese veneno pringoso como alquitrán,  se contagia, se expande, intoxica todo aquello con lo que entra en contacto y especialmente a quienes se alimentan de ella para poder ser: sus hijos.

Y el mundo está lleno de seres infelices, muertos vivientes que oscurecen  a quienes tienen cerca, incapaces de dar valor a lo bueno y aprovechar lo malo para aprender, personas a las que la vida les queda grande, como un regalo que no saben qué hacer con él. Y esas personas traen a otras al mundo y les enseñan a vivir a través de su filtro empañado, perpetuando y engrosando las filas de un ejército de infelices,  que sin embargo, ocuparán lugares de responsabilidad y desempeñaran roles sociales importantes que a su vez harán más y más grande la ya gigantesca tela de araña de esta  inmensa mediocridad.

Sin embargo  a veces, sólo a veces, aparece un individuo, pequeño, flaco, frágil, anónimo,  que a pesar del dolor, a pesar la sumisión, a pesar de la absoluta indefensión, insiste:

 …“es que yo quiero pescar”.

Y yo siento que ese niñito, le devuelve la esperanza al mundo, en una sola frase.

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El niñito que quería pescar

* por Olga Carmona

«…Y el mundo está lleno de seres infelices, muertos vivientes que oscurecen  a quienes tienen cerca, incapaces de dar valor a lo bueno y aprovechar lo malo para aprender, personas a las que la vida les queda grande, como un regalo que no saben qué hacer con él….»
 

Tenía unos cuatro años  y quería pescar.

Estábamos en un río cristalino, fresco, en un paraje maravilloso de algún recóndito lugar de la sierra abulense.

La madre, mal encarada desde el principio, desde que llegó con sus dos pequeños, flacos, con caritas tristes, inhibidos para no enfadarla, para que no se desatara el monstruo que se intuía su rostro  y que ellos debían conocer mejor que a sí mismos.

El mayor, unos 6 años, de conducta intachable: no gritaba, no jugaba, estudiando cada uno de sus movimientos para no enfadar a mamá.

Pero el pequeño quería pescar. Y tras muchas horas esperando la  oportunidad de poder hacerlo, puesto que en su pequeño universo  las condiciones estaban dadas, empezó a verbalizar insistentemente que él quería pescar. Se empezaba a poner el sol y el niñito triste intuía sabiamente que se le llevarían de la mano, casi a rastras, sin darle explicación ni consuelo alguno.

Y entonces empezó a demandar: “es que yo quiero pescar”…

El monstruo que habitaba el alma de su madre encontró terreno abonado y emergió: “me tienes harta, no te soporto, eres horriblemente pesado, si  lo vuelves a decir no saldrás de casa mañana”,…

Pero el monstruo, una vez desatado, no se conforma con palabras:  le zarandeó, le pegó un azote en el culo y le obligó a sentarse en silencio… “Hago todo por ti y tu no agradeces nada”, “me paso la vida sacrificándome por vosotros y no reconocéis nada”, “no vas a pescar, ni hoy ni nunca, por pesado”.

Sentado en una piedra,  las lágrimas corriéndole por su pequeña carita, mirando hacía el agua del río dijo bajito:   …“yo quiero pescar”.

Mi hija de 6 años, testigo sereno de la tristeza del niño, se giró hacia a mí y me espetó: “¿qué le pasa a esa madre”?

Y la pregunta me retumba desde entonces tratando de entender, sin juicios, sin caer en simplismos reduccionistas y planos  sobre el bien y el mal, qué lleva a una madre a tratar con ese sadismo cotidiano y conocido a su propia cría.

Y, aún a riesgo de equivocarme, creo tener alguna respuesta: lo que yo vi, más allá de lo evidente,  fue a un  ser humano profundamente infeliz. Lo llevaba tatuado en el gesto, en el cuerpo, en la mirada.  Yo sé bien, que  ese veneno pringoso como alquitrán,  se contagia, se expande, intoxica todo aquello con lo que entra en contacto y especialmente a quienes se alimentan de ella para poder ser: sus hijos.

Y el mundo está lleno de seres infelices, muertos vivientes que oscurecen  a quienes tienen cerca, incapaces de dar valor a lo bueno y aprovechar lo malo para aprender, personas a las que la vida les queda grande, como un regalo que no saben qué hacer con él. Y esas personas traen a otras al mundo y les enseñan a vivir a través de su filtro empañado, perpetuando y engrosando las filas de un ejército de infelices,  que sin embargo, ocuparán lugares de responsabilidad y desempeñaran roles sociales importantes que a su vez harán más y más grande la ya gigantesca tela de araña de esta  inmensa mediocridad.

Sin embargo  a veces, sólo a veces, aparece un individuo, pequeño, flaco, frágil, anónimo,  que a pesar del dolor, a pesar la sumisión, a pesar de la absoluta indefensión, insiste:

 …“es que yo quiero pescar”.

Y yo siento que ese niñito, le devuelve la esperanza al mundo, en una sola frase.

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El niñito que quería pescar

* por Olga Carmona

«…Y el mundo está lleno de seres infelices, muertos vivientes que oscurecen  a quienes tienen cerca, incapaces de dar valor a lo bueno y aprovechar lo malo para aprender, personas a las que la vida les queda grande, como un regalo que no saben qué hacer con él….»
 

Tenía unos cuatro años  y quería pescar.

Estábamos en un río cristalino, fresco, en un paraje maravilloso de algún recóndito lugar de la sierra abulense.

La madre, mal encarada desde el principio, desde que llegó con sus dos pequeños, flacos, con caritas tristes, inhibidos para no enfadarla, para que no se desatara el monstruo que se intuía su rostro  y que ellos debían conocer mejor que a sí mismos.

El mayor, unos 6 años, de conducta intachable: no gritaba, no jugaba, estudiando cada uno de sus movimientos para no enfadar a mamá.

Pero el pequeño quería pescar. Y tras muchas horas esperando la  oportunidad de poder hacerlo, puesto que en su pequeño universo  las condiciones estaban dadas, empezó a verbalizar insistentemente que él quería pescar. Se empezaba a poner el sol y el niñito triste intuía sabiamente que se le llevarían de la mano, casi a rastras, sin darle explicación ni consuelo alguno.

Y entonces empezó a demandar: “es que yo quiero pescar”…

El monstruo que habitaba el alma de su madre encontró terreno abonado y emergió: “me tienes harta, no te soporto, eres horriblemente pesado, si  lo vuelves a decir no saldrás de casa mañana”,…

Pero el monstruo, una vez desatado, no se conforma con palabras:  le zarandeó, le pegó un azote en el culo y le obligó a sentarse en silencio… “Hago todo por ti y tu no agradeces nada”, “me paso la vida sacrificándome por vosotros y no reconocéis nada”, “no vas a pescar, ni hoy ni nunca, por pesado”.

Sentado en una piedra,  las lágrimas corriéndole por su pequeña carita, mirando hacía el agua del río dijo bajito:   …“yo quiero pescar”.

Mi hija de 6 años, testigo sereno de la tristeza del niño, se giró hacia a mí y me espetó: “¿qué le pasa a esa madre”?

Y la pregunta me retumba desde entonces tratando de entender, sin juicios, sin caer en simplismos reduccionistas y planos  sobre el bien y el mal, qué lleva a una madre a tratar con ese sadismo cotidiano y conocido a su propia cría.

Y, aún a riesgo de equivocarme, creo tener alguna respuesta: lo que yo vi, más allá de lo evidente,  fue a un  ser humano profundamente infeliz. Lo llevaba tatuado en el gesto, en el cuerpo, en la mirada.  Yo sé bien, que  ese veneno pringoso como alquitrán,  se contagia, se expande, intoxica todo aquello con lo que entra en contacto y especialmente a quienes se alimentan de ella para poder ser: sus hijos.

Y el mundo está lleno de seres infelices, muertos vivientes que oscurecen  a quienes tienen cerca, incapaces de dar valor a lo bueno y aprovechar lo malo para aprender, personas a las que la vida les queda grande, como un regalo que no saben qué hacer con él. Y esas personas traen a otras al mundo y les enseñan a vivir a través de su filtro empañado, perpetuando y engrosando las filas de un ejército de infelices,  que sin embargo, ocuparán lugares de responsabilidad y desempeñaran roles sociales importantes que a su vez harán más y más grande la ya gigantesca tela de araña de esta  inmensa mediocridad.

Sin embargo  a veces, sólo a veces, aparece un individuo, pequeño, flaco, frágil, anónimo,  que a pesar del dolor, a pesar la sumisión, a pesar de la absoluta indefensión, insiste:

 …“es que yo quiero pescar”.

Y yo siento que ese niñito, le devuelve la esperanza al mundo, en una sola frase.

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Niños diferentes

Soy la madre de un niño diferente.
Desde que nació ya percibimos que algo en él era distinto, pero preferimos pensar que sólo éramos unos padres inexpertos y asustados que veían rarezas por todas partes.

Pero no. A medida que pasaba el tiempo los síntomas aumentaban. Nuestro entorno nos miraba con una mezcla entre la compasión y el miedo.  Imagino que el hecho de que nosotros fuéramos psicólogos les hacía reprimir un consejo o una advertencia.  Los que nos tenían más confianza  llegaron a sugerirnos que lo valorase un profesional, que  nada en él parecía normal. Yo seguía aferrada a la necesidad de normalidad, yo quería creer que mi hijo era como todos los demás niños y que sólo era una cuestión de tiempo que llegara a normalizarse. 
El miedo a lo desconocido nos hace desear formar parte de lo normal como si ello fuera una garantía de felicidad o facilidad, o ambas.

Los problemas aumentaron al escolarizarle. Odiaba ir al cole. Su carácter cambió, se volvió un niño triste, enfadado, amargado. Y yo, con él. Hasta que decidí que mi cobardía no podía extenderse más, que la felicidad de mi hijo era la prioridad y que si no era normal, pues entonces habría que aceptarlo, establecer un diagnóstico  y habilitar los caminos, cuales fueran, para devolverle la alegría.

Así que, yo misma le pasé unas pruebas y ante el escalofriante resultado corrí al despacho de una profesional de reconocido prestigio para que me diera una segunda opinión.  Rosa Jové lo evaluó y ratificó mi diagnóstico.

Y ahí estábamos nosotros, con una nueva realidad (mentira, la realidad había existido siempre pero no tenía nombre) y una sensación a caballo entre el miedo, la incertidumbre y la ausencia de caminos. “Lo tenéis difícil” nos dijo Rosa Jové, “ahora empieza vuestra cruzada”.

Digerir, aceptar que nuestro hijo no es como los demás niños ni lo va a ser nunca, que el procesa y percibe la realidad de una forma distinta a como lo hace el resto del mundo, un mundo que no le entiende y al que él muchas veces tampoco comprende, un niño que percibe hostilidad, incomprensión, miradas de compasión, un niño que escucha como algunos adultos nos ofrecen palabras de apoyo o de pésame, un niño que me dice “mamá yo no puedo evitar ser como soy” y llora desconsoladamente abrazado a mí.

Mi hijo tiene necesidades educativas especiales que nadie sabe cubrir, que nadie conoce.

La ley le ampara pero la realidad no.

 El sistema lo percibe como incómodo y se lo tratan de sacar de encima con listas de espera interminables y parches académicos para taparnos la boca a su padre y a mi, que efectivamente, hemos iniciado una cruzada. Una pelea para que el sistema educativo y social de respuesta a la necesidad de cada niño, tenga este lo que tenga.  No sólo para los niños “normales” que están en el centro de la Campana de Gauss. 

Un niño es, por encima de todo, un niño. Tenga autismo, Asperger, Deficit de Atención, o Retraso. Un niño es más que eso, mucho más que eso y tiene el inalienable derecho a ser feliz y a ser atendido en su necesidad. Y nosotros, los padres, los profesores, los organismos públicos, la absoluta responsabilidad de hacer lo que haya que hacer para preservar la infancia, con independencia de los diagnósticos, pero atendiendo cada una de las demandas que cada niño pueda presentar.

Garantizar la alegría de  un niño debería ser ley, porque es nuestro mayor tesoro.

Si me has leído hasta aquí es porque seguramente crees que mi hijo tiene un déficit, una patología y has podido empatizar conmigo y seguramente también con él, entonces te lo puedo decir: mi hijo es superdotado. Pertenece a ese minúsculo 2% de la población que tiene el don de la inteligencia elevada a su máxima potencia. Ese pequeño y descuidado grupo de seres humanos que traen consigo un inmenso regalo que ofrecer y que sin embargo son tratados como marginales, complicados, raros y desadaptados.

Y yo quiero gritar a través de todos los medios a mi alcance que todo eso son estigmas asociados a lo desconocido y a lo envidiado. Quiero ofrecer una visión limpia y realistade la sobredotación y decirte que todas esas etiquetas forman parte de la profecía autocumplida: en un sistema donde todo lo que sobresalga es señalado con el dedo,  podemos sentir compasión por aquellos que no llegan, pero jamás por lo que vienen al mundo especialmente dotados. 
Quiero decirte que  necesitan tu comprensión, que son niños extremadamente sensibles, con un sentido de la justicia y la solidaridad excepcionales, que en un mundo ruidoso, injusto, mediocre y cruel para con lo diferente, necesitan apoyos extras para no sucumbir, para no tirar la toalla, para no llegar a creer que es mejor ser tan mediocre como sus profesores, como sus gobernantes.

Me he permitido esta pequeña trampa porque se que muchos de vosotros no me habríais leído de haber empezado por ahí y porque yo misma, he necesitado hacer un trabajo previo para poder “salir de este armario”, para no seguir ocultando la diferencia de mi hijo como si fuera algo de lo que avergonzarnos y decirle al mundo que hoy, en plena cruzada contra un mundo donde se hace apología de la mediocridad, donde lo bueno se confunde con lo mayoritario, donde el sistema educativo se niega a reciclarse porque en el fondo no cree poder dar la talla, digo, escribo y grito que soy la orgullosa madre de un niño que vino con un regalo, con un privilegio y con enorme  desafío para mi.

Doy gracias a la vida por ello.

Olga Carmona

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Niños diferentes

Soy la madre de un niño diferente.
Desde que nació ya percibimos que algo en él era distinto, pero preferimos pensar que sólo éramos unos padres inexpertos y asustados que veían rarezas por todas partes.

Pero no. A medida que pasaba el tiempo los síntomas aumentaban. Nuestro entorno nos miraba con una mezcla entre la compasión y el miedo.  Imagino que el hecho de que nosotros fuéramos psicólogos les hacía reprimir un consejo o una advertencia.  Los que nos tenían más confianza  llegaron a sugerirnos que lo valorase un profesional, que  nada en él parecía normal. Yo seguía aferrada a la necesidad de normalidad, yo quería creer que mi hijo era como todos los demás niños y que sólo era una cuestión de tiempo que llegara a normalizarse. 
El miedo a lo desconocido nos hace desear formar parte de lo normal como si ello fuera una garantía de felicidad o facilidad, o ambas.

Los problemas aumentaron al escolarizarle. Odiaba ir al cole. Su carácter cambió, se volvió un niño triste, enfadado, amargado. Y yo, con él. Hasta que decidí que mi cobardía no podía extenderse más, que la felicidad de mi hijo era la prioridad y que si no era normal, pues entonces habría que aceptarlo, establecer un diagnóstico  y habilitar los caminos, cuales fueran, para devolverle la alegría.

Así que, yo misma le pasé unas pruebas y ante el escalofriante resultado corrí al despacho de una profesional de reconocido prestigio para que me diera una segunda opinión.  Rosa Jové lo evaluó y ratificó mi diagnóstico.

Y ahí estábamos nosotros, con una nueva realidad (mentira, la realidad había existido siempre pero no tenía nombre) y una sensación a caballo entre el miedo, la incertidumbre y la ausencia de caminos. “Lo tenéis difícil” nos dijo Rosa Jové, “ahora empieza vuestra cruzada”.

Digerir, aceptar que nuestro hijo no es como los demás niños ni lo va a ser nunca, que el procesa y percibe la realidad de una forma distinta a como lo hace el resto del mundo, un mundo que no le entiende y al que él muchas veces tampoco comprende, un niño que percibe hostilidad, incomprensión, miradas de compasión, un niño que escucha como algunos adultos nos ofrecen palabras de apoyo o de pésame, un niño que me dice “mamá yo no puedo evitar ser como soy” y llora desconsoladamente abrazado a mí.

Mi hijo tiene necesidades educativas especiales que nadie sabe cubrir, que nadie conoce.

La ley le ampara pero la realidad no.

 El sistema lo percibe como incómodo y se lo tratan de sacar de encima con listas de espera interminables y parches académicos para taparnos la boca a su padre y a mi, que efectivamente, hemos iniciado una cruzada. Una pelea para que el sistema educativo y social de respuesta a la necesidad de cada niño, tenga este lo que tenga.  No sólo para los niños “normales” que están en el centro de la Campana de Gauss. 

Un niño es, por encima de todo, un niño. Tenga autismo, Asperger, Deficit de Atención, o Retraso. Un niño es más que eso, mucho más que eso y tiene el inalienable derecho a ser feliz y a ser atendido en su necesidad. Y nosotros, los padres, los profesores, los organismos públicos, la absoluta responsabilidad de hacer lo que haya que hacer para preservar la infancia, con independencia de los diagnósticos, pero atendiendo cada una de las demandas que cada niño pueda presentar.

Garantizar la alegría de  un niño debería ser ley, porque es nuestro mayor tesoro.

Si me has leído hasta aquí es porque seguramente crees que mi hijo tiene un déficit, una patología y has podido empatizar conmigo y seguramente también con él, entonces te lo puedo decir: mi hijo es superdotado. Pertenece a ese minúsculo 2% de la población que tiene el don de la inteligencia elevada a su máxima potencia. Ese pequeño y descuidado grupo de seres humanos que traen consigo un inmenso regalo que ofrecer y que sin embargo son tratados como marginales, complicados, raros y desadaptados.

Y yo quiero gritar a través de todos los medios a mi alcance que todo eso son estigmas asociados a lo desconocido y a lo envidiado. Quiero ofrecer una visión limpia y realistade la sobredotación y decirte que todas esas etiquetas forman parte de la profecía autocumplida: en un sistema donde todo lo que sobresalga es señalado con el dedo,  podemos sentir compasión por aquellos que no llegan, pero jamás por lo que vienen al mundo especialmente dotados. 
Quiero decirte que  necesitan tu comprensión, que son niños extremadamente sensibles, con un sentido de la justicia y la solidaridad excepcionales, que en un mundo ruidoso, injusto, mediocre y cruel para con lo diferente, necesitan apoyos extras para no sucumbir, para no tirar la toalla, para no llegar a creer que es mejor ser tan mediocre como sus profesores, como sus gobernantes.

Me he permitido esta pequeña trampa porque se que muchos de vosotros no me habríais leído de haber empezado por ahí y porque yo misma, he necesitado hacer un trabajo previo para poder “salir de este armario”, para no seguir ocultando la diferencia de mi hijo como si fuera algo de lo que avergonzarnos y decirle al mundo que hoy, en plena cruzada contra un mundo donde se hace apología de la mediocridad, donde lo bueno se confunde con lo mayoritario, donde el sistema educativo se niega a reciclarse porque en el fondo no cree poder dar la talla, digo, escribo y grito que soy la orgullosa madre de un niño que vino con un regalo, con un privilegio y con enorme  desafío para mi.

Doy gracias a la vida por ello.

Olga Carmona

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Soy la madre de un niño diferente.
Desde que nació ya percibimos que algo en él era distinto, pero preferimos pensar que sólo éramos unos padres inexpertos y asustados que veían rarezas por todas partes.

Pero no. A medida que pasaba el tiempo los síntomas aumentaban. Nuestro entorno nos miraba con una mezcla entre la compasión y el miedo.  Imagino que el hecho de que nosotros fuéramos psicólogos les hacía reprimir un consejo o una advertencia.  Los que nos tenían más confianza  llegaron a sugerirnos que lo valorase un profesional, que  nada en él parecía normal. Yo seguía aferrada a la necesidad de normalidad, yo quería creer que mi hijo era como todos los demás niños y que sólo era una cuestión de tiempo que llegara a normalizarse. 
El miedo a lo desconocido nos hace desear formar parte de lo normal como si ello fuera una garantía de felicidad o facilidad, o ambas.

Los problemas aumentaron al escolarizarle. Odiaba ir al cole. Su carácter cambió, se volvió un niño triste, enfadado, amargado. Y yo, con él. Hasta que decidí que mi cobardía no podía extenderse más, que la felicidad de mi hijo era la prioridad y que si no era normal, pues entonces habría que aceptarlo, establecer un diagnóstico  y habilitar los caminos, cuales fueran, para devolverle la alegría.

Así que, yo misma le pasé unas pruebas y ante el escalofriante resultado corrí al despacho de una profesional de reconocido prestigio para que me diera una segunda opinión.  Rosa Jové lo evaluó y ratificó mi diagnóstico.

Y ahí estábamos nosotros, con una nueva realidad (mentira, la realidad había existido siempre pero no tenía nombre) y una sensación a caballo entre el miedo, la incertidumbre y la ausencia de caminos. “Lo tenéis difícil” nos dijo Rosa Jové, “ahora empieza vuestra cruzada”.

Digerir, aceptar que nuestro hijo no es como los demás niños ni lo va a ser nunca, que el procesa y percibe la realidad de una forma distinta a como lo hace el resto del mundo, un mundo que no le entiende y al que él muchas veces tampoco comprende, un niño que percibe hostilidad, incomprensión, miradas de compasión, un niño que escucha como algunos adultos nos ofrecen palabras de apoyo o de pésame, un niño que me dice “mamá yo no puedo evitar ser como soy” y llora desconsoladamente abrazado a mí.

Mi hijo tiene necesidades educativas especiales que nadie sabe cubrir, que nadie conoce.

La ley le ampara pero la realidad no.

 El sistema lo percibe como incómodo y se lo tratan de sacar de encima con listas de espera interminables y parches académicos para taparnos la boca a su padre y a mi, que efectivamente, hemos iniciado una cruzada. Una pelea para que el sistema educativo y social de respuesta a la necesidad de cada niño, tenga este lo que tenga.  No sólo para los niños “normales” que están en el centro de la Campana de Gauss. 

Un niño es, por encima de todo, un niño. Tenga autismo, Asperger, Deficit de Atención, o Retraso. Un niño es más que eso, mucho más que eso y tiene el inalienable derecho a ser feliz y a ser atendido en su necesidad. Y nosotros, los padres, los profesores, los organismos públicos, la absoluta responsabilidad de hacer lo que haya que hacer para preservar la infancia, con independencia de los diagnósticos, pero atendiendo cada una de las demandas que cada niño pueda presentar.

Garantizar la alegría de  un niño debería ser ley, porque es nuestro mayor tesoro.

Si me has leído hasta aquí es porque seguramente crees que mi hijo tiene un déficit, una patología y has podido empatizar conmigo y seguramente también con él, entonces te lo puedo decir: mi hijo es superdotado. Pertenece a ese minúsculo 2% de la población que tiene el don de la inteligencia elevada a su máxima potencia. Ese pequeño y descuidado grupo de seres humanos que traen consigo un inmenso regalo que ofrecer y que sin embargo son tratados como marginales, complicados, raros y desadaptados.

Y yo quiero gritar a través de todos los medios a mi alcance que todo eso son estigmas asociados a lo desconocido y a lo envidiado. Quiero ofrecer una visión limpia y realistade la sobredotación y decirte que todas esas etiquetas forman parte de la profecía autocumplida: en un sistema donde todo lo que sobresalga es señalado con el dedo,  podemos sentir compasión por aquellos que no llegan, pero jamás por lo que vienen al mundo especialmente dotados. 
Quiero decirte que  necesitan tu comprensión, que son niños extremadamente sensibles, con un sentido de la justicia y la solidaridad excepcionales, que en un mundo ruidoso, injusto, mediocre y cruel para con lo diferente, necesitan apoyos extras para no sucumbir, para no tirar la toalla, para no llegar a creer que es mejor ser tan mediocre como sus profesores, como sus gobernantes.

Me he permitido esta pequeña trampa porque se que muchos de vosotros no me habríais leído de haber empezado por ahí y porque yo misma, he necesitado hacer un trabajo previo para poder “salir de este armario”, para no seguir ocultando la diferencia de mi hijo como si fuera algo de lo que avergonzarnos y decirle al mundo que hoy, en plena cruzada contra un mundo donde se hace apología de la mediocridad, donde lo bueno se confunde con lo mayoritario, donde el sistema educativo se niega a reciclarse porque en el fondo no cree poder dar la talla, digo, escribo y grito que soy la orgullosa madre de un niño que vino con un regalo, con un privilegio y con enorme  desafío para mi.

Doy gracias a la vida por ello.

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No te aguantes

* por Olga Carmona

La otra noche mientras preparaba la cena, mi hija me cuenta que  una niña de su clase había pedido ir al baño y se retrasó mucho en volver. La profesora, un poco alarmada, pidió a otra niña que fuera a ver que pasaba y ésta la encontró tumbada en el suelo del baño, durmiendo. 

Mi hija concluye: “eso está fatal mamá, eso está fatal, hay que aguantarse, hay que aguantarse el sueño, las ganas de ir hacer pis, el hambre… hay que aguantarse”.

Este jodido aprendizaje social que ella trajo a casa, incuestionado, definitivo, me hizo saltar las alarmas y me quedé pensando…La llamé y le dije: No, no te aguantes.

No aprendas con seis años a aguantar, a ir en contra de ti misma.

No cedas pedazos de ti por mandatos sociales que te agreden.

No aguantes hoy porque si lo aprendes, si lo normalizas, si te lo crees, mañana estarás dispuesta a aguantar a un marido que no te ama y cuida como mereces, a un jefe que te falta al respeto, a un amigo que te invade, a un novio que te ningunea, a un trabajo que no te hace feliz, a un hijo que te levanta la voz, a una madre que te dice lo que tienes que hacer… aguantarás al mundo y  sus reclamos en tu espalda y te volverás pequeña y te dolerá vivir.

Yo te engendré libre, te gesté libre y te estoy criando para que no aguantes al mundo.

Si la vida tiene algún sentido ese tiene que ver con el placer y con el amor, poco más.


No aprendas a quedarte para el final, a callarte para evitar nada, no aprendas, sobre todo, a aguantar el dolor. Ningún dolor. Pelea para combatirlo y cambiarlo.

No te aguantes mi amor, no te aguantes. Grita tu necesidad y tu derecho. Grita para que te oigan todos, para que sepan que estás dispuesta y convencida a no dejar que los otros decidan cuando y de qué tienes ganas.

Tu escribes tu historia, trata de que que sea en primera persona del singular y que el motor sea siempre el amor, hacia los otros, hacia una profesión, hacia una pasión, hacia ti.
Olga Carmona

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No te aguantes

* por Olga Carmona

La otra noche mientras preparaba la cena, mi hija me cuenta que  una niña de su clase había pedido ir al baño y se retrasó mucho en volver. La profesora, un poco alarmada, pidió a otra niña que fuera a ver que pasaba y ésta la encontró tumbada en el suelo del baño, durmiendo. 

Mi hija concluye: “eso está fatal mamá, eso está fatal, hay que aguantarse, hay que aguantarse el sueño, las ganas de ir hacer pis, el hambre… hay que aguantarse”.

Este jodido aprendizaje social que ella trajo a casa, incuestionado, definitivo, me hizo saltar las alarmas y me quedé pensando…La llamé y le dije: No, no te aguantes.

No aprendas con seis años a aguantar, a ir en contra de ti misma.

No cedas pedazos de ti por mandatos sociales que te agreden.

No aguantes hoy porque si lo aprendes, si lo normalizas, si te lo crees, mañana estarás dispuesta a aguantar a un marido que no te ama y cuida como mereces, a un jefe que te falta al respeto, a un amigo que te invade, a un novio que te ningunea, a un trabajo que no te hace feliz, a un hijo que te levanta la voz, a una madre que te dice lo que tienes que hacer… aguantarás al mundo y  sus reclamos en tu espalda y te volverás pequeña y te dolerá vivir.

Yo te engendré libre, te gesté libre y te estoy criando para que no aguantes al mundo.

Si la vida tiene algún sentido ese tiene que ver con el placer y con el amor, poco más.


No aprendas a quedarte para el final, a callarte para evitar nada, no aprendas, sobre todo, a aguantar el dolor. Ningún dolor. Pelea para combatirlo y cambiarlo.

No te aguantes mi amor, no te aguantes. Grita tu necesidad y tu derecho. Grita para que te oigan todos, para que sepan que estás dispuesta y convencida a no dejar que los otros decidan cuando y de qué tienes ganas.

Tu escribes tu historia, trata de que que sea en primera persona del singular y que el motor sea siempre el amor, hacia los otros, hacia una profesión, hacia una pasión, hacia ti.
Olga Carmona

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Los 6 artículos más leídos del 2014…

En estas últimas horas del año, desde Psicología CEIBE os queremos agradecer, los minutos dedicados a leernos, a compartir nuestras reflexiones, a apoyarnos y regalarnos energía para seguir adelante.

Somos un proyecto humilde, con las visitas justas, pocos seguidores fieles, haciendo el ruido necesario, lejos de la polémica absurda, los gurús de lo correcto y el consejo diario obligado.

Por eso nos hace felices saber que estáis ahí, para a modo de viento llevar pocas pero buenas semillas con las que sembrar el futuro.

Mención especial a nuestros pacientes, a todos y cada uno de ellos. los que en persona o vía skype habéis confiado en nosotros para acompañaros en momentos y etapas vitales difíciles. Es un placer y un orgullo poder hacerlo. GRACIAS…

Os dejamos en este comienzo del 2015 con los 6 artículos más leídos en el blog, durante el año que ya muere.

Apología de la diferencia: Ya no quiero caer bien. por Olga Carmona

«…Mis hijos van descalzos y con los pies negros y se visten como les da su santa gana y sentido de la estética, que casi nunca coincide con el mío. Ellos me gritan en la calle que me quieren y los otros, los normales, se quedan ojipláticos y les entra una risa nerviosa, avergonzada…»

La maternidad que nos cura por Olga Carmona

«Yo mujer y madre, herida de guerra también, quiero acariciar con la palabra y felicitar a esas mujeres que han apostado por esta maternidad terapéutica, que confían en curar sus heridas por y con amor, que a través de una dolorosa conciencia de sus sombras han elegido un camino de crianza distinto al que tuvieron»

No me obedezcas por Olga Carmona

«…Sin embargo, yo  afirmo lo contrario: los hijos no deben obedecer, ni a sus padres ni a nadie.

Las personas no deben obedecer. Y por tanto no deben ser entrenadas para hacerlo, ni educadas en la obediencia…»


Sillas de pensar…para nosotros. por Olga Carmona

«…Educar requiere un máximo de paciencia, empatía y de creatividad. Requiere una intención voluntaria de desprogramarnos, requiere muchas veces una “silla de pensar” para nosotros…»

No me gustan los límites: La historia del palo y la zanahoria por Alejandro Busto Castelli

«…En este sentido creo firmemente en la autorregulación de los niños, ya que cuando están neurológica y psicológicamente preparados y encuentran el entorno donde desarrollarse en libertad, todo fluye y de verdad no hacen falta grandes recetas…»

El susurro de nuestra historia por Alejandro Busto Castelli

«…

Y como el lector puede adivinar, nadie está libre del susurro de su historia, nadie se escapa de ese murmullo sórdido y agotador. Ni un juez de menores más o menos mediático, ni un popular pediatra vendedor de panfletos, ni los psicólogos/as televisivos armados con sus manuales científicos. Ni siquiera un tertuliano convertido en reformista ministro de educación. Ni uno solo se escapa…»

Hacer lo que el cuerpo y el alma os pida este 31 y mañana día 1… pero por sobre todas las cosas no perdáis la batalla de ser felices.

Un abrazo apretado y fuerte
Nos seguimos leyendo… y escuchando

Olga y Alejandro

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«…

Y como el lector puede adivinar, nadie está libre del susurro de su historia, nadie se escapa de ese murmullo sórdido y agotador. Ni un juez de menores más o menos mediático, ni un popular pediatra vendedor de panfletos, ni los psicólogos/as televisivos armados con sus manuales científicos. Ni siquiera un tertuliano convertido en reformista ministro de educación. Ni uno solo se escapa…»

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La maternidad que nos cura

* Por Olga Carmona


Y sin embargo, es preciso que haya canto. 

No puedo ser únicamente un grito.
Escuchad cómo lloran en vuestro interior las historias del pasado.
El terrible grano que siembran hace que maduren con cada poema las energías renovadas.   
L.Aragón.



Siempre hablamos de la necesidad de trabajar nuestras sombras para no proyectarlas sobre nuestros hijos, de la importancia de curar nuestras heridas para ejercer una maternidad lo más sana posible y no trasladar basuras que no les pertenecen a quienes más queremos.

Sin embargo, yo quiero hablar de la maternidad como la más potente de las fuentes de autoconocimiento, de motivación, de crecimiento personal, de transformación y también, claro que sí, de cura.
En mi día a día trabajo con mujeres cuya maternidad las ha salvado, en algunos casos, literalmente: están vivas gracias a ese cable a tierra que ha supuesto un hijo. Mujeres con heridas feroces, llenas de agujeros negros de desolación, con enormes faltas de amor primario, mujeres dependientes de la opinión del mundo, bloqueadas en muchas zonas de sí mismas, heridas, heridas en profundidad… han llegado  a la maternidad desde los lugares más diversos, a veces, sin ni siquiera quererlo y han encontrado en ella un desconcertante y arrollador amor que las ha inundado enteras, se han sentido plenas, han saboreado en silencio y con los ojos cerrados el amor incondicional, ese que les negaron desde antes de nacer.
La maternidad que cura nos rescata de la soledad y muchas veces, orienta el sentido de la vida.
Esas miradas límpias, inocentes, radicales en su emoción, tienen la habilidad de conectarse con lo más sano de nosotras mismas, nos vuelven generosas, nos obligan a sonreír, a cantar, a contener, recolocan y afirman nuestras prioridades, nos ejercitan en la paciencia, nos vuelve valientes, nos impulsan a cambiar.
La maternidad que cura nos descubre que la felicidad no era una utopía a la que no teníamos derecho, por lejana, por difícil, por inalcanzable. Ahora resulta que está ahí, en el día a día, en una mirada, en un abrazo, en una carita dormida, en un llanto consolado, en una pregunta llena de confianza, en una manita que te toca para dormirse, en hacer una trenza, en leer un cuento,  en ayudar con las tareas, en el te quiero más real, más honesto, más puro que nunca hayamos dicho y sobretodo el más inmenso que jamás hayamos escuchado.
La maternidad que cura nos hermana a todas en nuestra condición de mamíferas y nos recuerda que también, o sobre todo, somos instinto y fuerza, nos reconcilia con el cuerpo y con el género, nos enseña a amar desde la amorosa renuncia, crecemos.
Yo mujer y madre, herida de guerra también, quiero acariciar con la palabra y felicitar a esas mujeres que han apostado por esta maternidad terapéutica, que confían en curar sus heridas por y con amor, que a través de una dolorosa conciencia de sus sombras han elegido un camino de crianza distinto al que tuvieron, que tienen que reinventarse sin referentes, día a día, que muchas veces se quedan sin respuestas, que se equivocan, que se confrontan, que lloran y se duelen, pero dejan que el amor las guíe, que la maternidad las cure.
Transitamos por un camino sin señales ni indicaciones, improvisando en cada obstáculo, pero con una luz muy clara: el amor, que nos cura.
Olga Carmona

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La maternidad que nos cura

* Por Olga Carmona


Y sin embargo, es preciso que haya canto. 

No puedo ser únicamente un grito.
Escuchad cómo lloran en vuestro interior las historias del pasado.
El terrible grano que siembran hace que maduren con cada poema las energías renovadas.   
L.Aragón.



Siempre hablamos de la necesidad de trabajar nuestras sombras para no proyectarlas sobre nuestros hijos, de la importancia de curar nuestras heridas para ejercer una maternidad lo más sana posible y no trasladar basuras que no les pertenecen a quienes más queremos.

Sin embargo, yo quiero hablar de la maternidad como la más potente de las fuentes de autoconocimiento, de motivación, de crecimiento personal, de transformación y también, claro que sí, de cura.
En mi día a día trabajo con mujeres cuya maternidad las ha salvado, en algunos casos, literalmente: están vivas gracias a ese cable a tierra que ha supuesto un hijo. Mujeres con heridas feroces, llenas de agujeros negros de desolación, con enormes faltas de amor primario, mujeres dependientes de la opinión del mundo, bloqueadas en muchas zonas de sí mismas, heridas, heridas en profundidad… han llegado  a la maternidad desde los lugares más diversos, a veces, sin ni siquiera quererlo y han encontrado en ella un desconcertante y arrollador amor que las ha inundado enteras, se han sentido plenas, han saboreado en silencio y con los ojos cerrados el amor incondicional, ese que les negaron desde antes de nacer.
La maternidad que cura nos rescata de la soledad y muchas veces, orienta el sentido de la vida.
Esas miradas límpias, inocentes, radicales en su emoción, tienen la habilidad de conectarse con lo más sano de nosotras mismas, nos vuelven generosas, nos obligan a sonreír, a cantar, a contener, recolocan y afirman nuestras prioridades, nos ejercitan en la paciencia, nos vuelve valientes, nos impulsan a cambiar.
La maternidad que cura nos descubre que la felicidad no era una utopía a la que no teníamos derecho, por lejana, por difícil, por inalcanzable. Ahora resulta que está ahí, en el día a día, en una mirada, en un abrazo, en una carita dormida, en un llanto consolado, en una pregunta llena de confianza, en una manita que te toca para dormirse, en hacer una trenza, en leer un cuento,  en ayudar con las tareas, en el te quiero más real, más honesto, más puro que nunca hayamos dicho y sobretodo el más inmenso que jamás hayamos escuchado.
La maternidad que cura nos hermana a todas en nuestra condición de mamíferas y nos recuerda que también, o sobre todo, somos instinto y fuerza, nos reconcilia con el cuerpo y con el género, nos enseña a amar desde la amorosa renuncia, crecemos.
Yo mujer y madre, herida de guerra también, quiero acariciar con la palabra y felicitar a esas mujeres que han apostado por esta maternidad terapéutica, que confían en curar sus heridas por y con amor, que a través de una dolorosa conciencia de sus sombras han elegido un camino de crianza distinto al que tuvieron, que tienen que reinventarse sin referentes, día a día, que muchas veces se quedan sin respuestas, que se equivocan, que se confrontan, que lloran y se duelen, pero dejan que el amor las guíe, que la maternidad las cure.
Transitamos por un camino sin señales ni indicaciones, improvisando en cada obstáculo, pero con una luz muy clara: el amor, que nos cura.
Olga Carmona

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Apología de la diferencia: ya no quiero caer bien

Por Olga Carmona

«Si te arrancan al niño, que llevamos por dentro, si te quitan la teta y te cambian de cuento, no te tragues la pena, porque no estamos muertos, llegaremos a tiempo, llegaremos a tiempo…»
 (Rosana Arbeló)

Me he pasado la vida entera sintiendo frustración y malestar por sentir que no encajaba en casi ningún modelo o entorno social en el que he intentado vivir.
Nada, o prácticamente nada en mi vida puede situarse en el centro de la campana de Gauss y ahora, a mis cuarenta y cinco he entendido que es hora, no sólo de dejar de intentarlo, sino que he decidido hacer apología de la diferencia, de mi diferencia.

Fui económicamente independiente desde que cumplí dieciocho, he viajado y vivido sola muchos años, me gusta el cine europeo en versión original, la playa en invierno, la literatura erótica y el sexo. Necesito el campo, el silencio y estar con  mis perros. No como carne y me siento empáticamente vinculada a las criaturas no humanas de forma natural y desde que tengo memoria. Odio salir y tomar alcohol, pero necesito viajar y tocar otros mundos y espacios. Me dan exactamente igual los días de la semana pero necesito el sol.

No puedo hacer nada sin alma porque el aburrimiento me impregna entera. Mi vínculo con mis pacientes , que trasciende la relación terapéutica, un par de amigas-hermanas, mi compañero de vida, la existencia de mis hijos y la mirada de mis perras me alcanza para sentirme plena. El resto me llega como ruido.

Mi sentido de la justicia y mi intestinal rabia por un mundo tan sádico para con los vulnerables, me llevó a trabajar en dos orfanatos de la Nicaragua más hambrienta, tragando saliva al ver los cuerpitos desnutridos o violados de niñas en los que hoy veo a mi hija.

Nunca ahorré, jamás me creí el cuento del futuro dado que soy la única superviviente de tres hermanos. El presente es lo único que existe para mi y se me antoja espantosamente frágil. En esto llevo ventaja.

Tuve a mis hijos sin vocación de madre pero les  deseé con la misma rotundidad con la que desee a su padre y enamorarme de este hombre hasta la médula fue lo que les trajo a mi mente y a mi cuerpo.

Llegaron desafiando las leyes de la medicina y la estadística. Llegaron para convertirse en la experiencia más profunda y catártica de mi vida. Ninguna palabra ni definición alcanza a transmitir  lo que su presencia me inspira.

Les crié usando como modelo a otras mamíferas humanas y no humanas, dejando que el instinto y el cuerpo hablaran. Me gusta el lenguaje del cuerpo, intuyo en él una sabiduría limpia, me conecta con todo lo vivo y puedo saborearla cuando disfruto del sexo, cuando he amamantado a mis hijos y cuando me pego a ellos en la noche mientras duermen. Me gusta olerles y mirarles , me gusta escucharles. Adoro tocarles y abrazarlos.

Ellos también traían una nota que decía que no estaban dispuestos a formar parte de la normalidad y desde el día uno dieron señales de salirse del patrón. Hoy el mayor tiene diagnóstico del sobredotación intelectual, así que no va a poder conectarse con la media mediocre y normal, por más que yo me empeñe, que ya no lo hago.

No les llevé a ninguna institución de aires colegiales y tampoco al colegio hasta que ellos lo pidieron, viajaron a lugares remotos antes de que les salieran los dientes ante las caras de desaprobación del mundo. Cocinan conmigo, vemos documentales de viajes en la cama, leemos cuentos para sentir y nos reímos de que las princesas también se tiran pedos.

No deseo que empiece el cole y me dejen en paz, ni que crezcan pronto y yo pueda “descansar”.  Me importa un pepino que anden desnudos, que no se laven el pelo siempre que yo se lo diga, que se pinten el cuerpo con un rotulador o que coman entre horas. No les llevo al zoo a ver presos deprimidos ni al circo a ver la violación brutal que me sugiere un león pasando por un aro de fuego. Odio ver la infinita y perfecta belleza de un animal, sometida al estúpido ego de un bicho humano con problemas de autoestima o de inteligencia. Les llevo a los parques naturales y ven cómo se me hincha el pecho cuando veo pasar las cigüeñas.

Ya empiezo a darme cuenta de que somos marcianos en este pequeño y elitista gueto de clase media guapa en el que viven, lleno de niños rubios bilingües que crían las filipinas y las peruanas (menos mal) porque sus madres están ausentes, cuando trabajan y cuando no.

Mis hijos juegan a viajar en una caja mágica que les transporta al Taj Mahal y los otros niños se ríen de ellos y les dicen que eso es mentira y que sólo es una caja de cartón. Lástima de infancia, pero no se lo compro. Por supuesto que una caja de cartón nos transporta en el tiempo y en el espacio y si no lo ves es porque eres tonto o estás castrado.

La mayoría de sus madres, no me saludan.

Mis hijos van descalzos y con los pies negros y se visten como les da su santa gana y sentido de la estética, que casi nunca coincide con el mío. Ellos me gritan en la calle que me quieren y los otros, los normales, se quedan ojipláticos y les entra una risa nerviosa, avergonzada.

En esta imperfecta casa lloramos y puteamos y nos pedimos perdón y vamos creciendo, jugando juntos.

Tengo una hipoteca, pero voy a dejar de tenerla porque la empiezo a sentir como una faja que se me ha quedado pequeña y me impide respirar con normalidad, se me clava.

Yo lo que quiero es vivir  sin nada que me atrape que no sean mis compromisos  emocionales libremente elegidos y nutrir a mis hijos de mil experiencias diferentes  y tomar su mano durante su recorrido vital y seguir enamorada del hombre brújula que me enciende y entiende, y celebrar la primavera y creer en los reyes magos y en las cajas mágicas y sacar a otra alma hermosa de la perrera y ver volar libres a los loros en Costa Rica,  mientras tomo conciencia de que la vida solo vale la pena vivirla para ser y hacer feliz, no para encajar en ningún guión.

Porque además es mentira, quienes necesitan un guión es porque no son capaces de improvisar y la vida es purita improvisación. Se llama miedo.

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