A veces olvidamos que esas personitas que tenemos a nuestro
cuidado son solamente niños, son inocentes y, en la mayoría de veces, lo único
que quieren o saben hacer es jugar y nosotros, ya bastante echados a perder,
creemos que tenemos que imponerle las cosas para que nos hagan caso, sin darnos
cuenta que el mismo tiempo que utilizamos en enojarnos, pelear y tratar de
obligar al chiriz a hacer algo, lo podríamos aplicar en jugar hasta que el niño
haga lo que necesitamos, logrando un resultado positivo para ambas partes:
nuestro hijo es feliz y nosotros nos llevamos un buen sabor de boca que seguro
nos durará todo el día. Si me preguntan creo que son más como gatitos, al menos
en mi caso.
Mi niña es extremadamente juguetona, a sus dos años y medio
todo lo que hace es jugando y, a veces, yo “no tengo el tiempo” para lidiar con
eso. Por las mañanas llegamos al carro, guardo su mochila y hago el esfuerzo
por sentarla en su sillita, ella se zafa y se pasa el asiento del piloto porque
quiere jugar a que es el papá y yo el hijo y va a manejar. Luego de algunos
enojos y frustraciones me di cuenta que podía controlar yo el juego haciéndole
cosquillas, tirándola al aire y diciéndole palabras que le causan gracia como “niña
traviesa” o “pícara”, ella reacciona con risas y su actitud es más dócil pues
simplemente ya jugamos un ratito que era lo que ella quería.
Otro escenario fue una ocasión en la que yo me estaba leyendo
algo en la Tablet, ella se acercó a mí y lo tomó, yo le dije que estaba leyendo
y su reacción fue decirme que ella me lo iba a leer, yo traté de ser paciente y
esperé mientras ella sacaba de su imaginación una linda historia que no pude
apreciar porque necesitaba continuar con mi lectura. Al ratito ella se levantó,
me devolvió la Tablet y se retiró, a los pocos minutos se acercó y volvió a insistir
en que yo dejara de leer, yo no entendía que estaba pasando y pensé que lo
único que ella quería era que yo le diera el dispositivo para ver los videos
infantiles que le encantan, así que opté por guardarlo un poco molesto. En esas
estaba cuando escuché que mi esposa le decía: “Vení, Isabel, vamos a jugar a tu
cuarto”, fue cuando entendí que mi niña sólo quería mi atención y jugar conmigo…
en ese momento me sentí morir del cargo de conciencia.
La moraleja de la historia es algo que leí en alguna
ocasión: Los niños tienen su mundo, en vez de querer sacarlos hacia el nuestro
mejor nosotros entremos al de ellos. Se los dejo de consejo y les deseo ¡una
feliz paternidad!
EscritorDeEscritorio
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